Si te importan las cosas del Espíritu es un indicativo de tu conversión. Si te importan las cosas de la carne es un síntoma de que no has nacido de nuevo. Las cosas de la carne son hostilidad contra Dios, no pueden agradarlo y hacen daño a la vida humana. ¿Cuáles son esas cosas de la carne que nos indican que caminamos contra el Espíritu de Dios? En la carta a los Gálatas aparece una lista muy corta con la acotación de cosas semejantes a éstas, las cuales parecen no acabar nunca.
Porque la carne desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu lo que es contrario a la carne. Ambos se oponen mutuamente, para que no hagamos lo que queremos. Esas obras de la carne se hacen evidentes con la fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes a éstas (Gálatas 5: 19-21). La consecuencia inequívoca de esta práctica carnal es no heredar el reino de Dios.
Con estas manifestaciones carnales sabemos que Dios está contra nosotros, si vivimos para ellas y persistimos en habitar en esos caminos. Pero esto no fue lo que Dios predestinó para su pueblo, sino que más bien ha exigido que sus amigos e iglesia no caminen por esos senderos. Es cierto que tenemos lucha contra esas manifestaciones de la carne que son la bandera del mundo donde vivimos, aunque no pertenezcamos a él. Somos hijos de Dios por causa de la redención del Hijo de Dios, no porque dejemos de practicar estas obras mortales. Pero lo cierto es que el que es hijo adoptivo de Dios no practica tales obras.
El capítulo 8 de Romanos abre con la alegría para el creyente diciéndole que no existe ninguna condenación para los que estamos en Jesucristo, los que no andamos según la carne sino según el Espíritu. Se mencionan dos leyes en oposición, 1) la ley del Espíritu que es la que nos ha librado de 2) la ley del pecado y de la muerte. La carta a los Gálatas nos ha hablado del fruto del Espíritu, como un conjunto que contiene muchas partes: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio (Gálatas 5: 22-23). Se agrega que contra tales cosas no hay ley.
Ahora bien, estas cosas no se dan en forma automática porque andemos en el Espíritu. Se ha dicho también que el Espíritu y la carne están en lucha, que nuestro trabajo consiste en hacer morir las obras de la carne que batallan en nosotros. El mismo Pablo que escribió ambas epístolas aseguraba que él tenía conflicto por hacer lo que no debía (Romanos 7). Claro está, el apóstol nos indica que si Dios está con nosotros nadie puede estar contra nosotros. La victoria del creyente es segura, pero eso no significa que no debe soportar caídas, tropiezos, pecados que lo sacuden, acusaciones de Satanás (el Acusador de los hermanos), molestias en su conciencia y hasta castigos del Padre que azota a todo el que tiene por hijo. Hay una victoria segura pero por un camino escabroso la más de las veces.
Sin embargo, dicho esto no podemos desanimarnos; más bien tenemos que tener el coraje de dar pasos lentos al principio, de asegurarnos donde pisamos, de abandonar el atropello de la prisa y comenzar a caminar un día a la vez. Las uniones en la carne con los socios del momento (llámense hijos, compañeros de trabajo, cónyuges, parejas, amistades en general) dejan el terrible dolor del desgarre muscular al separar las coyunturas unidas por el afecto. Hemos sido llamados a nunca unirnos en yugo desigual con los infieles, para evitar la mezcla tóxica del espíritu.
Una y otra vez Jehová le decía al pueblo de Israel que no se uniera con los pueblos circunvecinos, que no tomara familia de en medio de ellos. El problema de la unión con los que no son creyentes es que nos arrastran hacia la pereza espiritual, hacia la idolatría y el abandono del alma. Lo mejor es que anden dos juntos y de acuerdo, que el uno sea apoyo del otro, pero esto no es un mandato exclusivo para el matrimonio sino extensivo para las múltiples actividades de la vida.
El que descuida el camino de la verdad camina hacia un fin de muerte; al menos se extravía por mucho tiempo, se enreda en los negocios de este mundo y como los perros retorna a su propio vómito. Balaam es el emblema del que ama el fruto de la injusticia, quien por ganancias extraordinarias se prestó para intentar maldecir al pueblo de Dios. Las riquezas ofrecidas por parte de Balac el rey llegó a seducirlo y consultó a Dios por el permiso para hacer lo indebido. Cualquiera pudiera ser ligero y opinar que el profeta consultó primero a Dios, pero en realidad lo que hizo en su corazón fue suponer que Dios le daría el visto bueno a su inmoralidad. La teología de Balaam es semejante al que solicita al Señor su bendición para montar un negocio turbio a cambio de dar ofrendas y ayudar a los necesitados.
Hay doctrinas que acarrean destrucción para la vida de los que dicen creer en el evangelio. Recordemos la lepra como castigo, de acuerdo a las enseñanzas de la Biblia (no sólo como señal en la mano de Moisés que iba contra Faraón). Hay lepra espiritual que se genera por las doctrinas de los pastores extraños, de los maestros disfrazados de ovejas, de los argumentos falaces extraídos de la interpretación privada de la Biblia. Si recordamos una de las obras de la carne nos daremos cuenta de que se menciona a la herejía como una de tantas. Una borrachera puede hacerle mucho daño al que se embriaga (si está solo); la fornicación es una agresión contra su propio cuerpo (si a menos se hace entre dos personas y en forma aparentemente secreta); los celos son como un boomerang que se regresa a quien los siente; pero hay otras obras de la carne que tocan lo social. En este sentido, la herejía es una semilla que da fruto rápido y hace crecer la mentira teológica como la levadura a la masa.
La iglesia en la historia de la humanidad ha sido una ventana abierta para que el mundo vea en ella la manifestación del Dios soberano, pero también ha exhibido a los lobos feroces que prescriben herejías desde los púlpitos, que educan en la mentira a los asistentes de las sinagogas. Y todavía hay quienes sostienen que ciertamente no morirán sino que esas nuevas doctrinas los harán más sabios. Vieja mentira del Edén hecha nueva cada siglo, cada año, cada mes y cada día. El decreto de Dios de acuerdo a su propia voluntad ha sido proclamado para los vasos de misericordia, a través del anuncio del evangelio de Jesucristo, de su Persona y de su obra. Pero hay quienes tuercen ese decreto y lo desnudan de su ropaje de decencia, para adornarlo con los atuendos de la gran ramera.
En Juan 8:24 Jesús dice: Por esto os dije que moriréis en vuestros pecados; porque a menos que creáis que yo soy, en vuestros pecados moriréis. ¿Y quién cree eso en una forma simple? Jesús decía que él era el gran Yo soy, el mismo que le dijo a Moisés Yo soy te envío. Porque el Trino Jehová no tiene contradicción alguna en ninguna de sus personas. Los que continúan en su palabra testifican como discípulos (Juan 8:31), la verdad los hará libres de la esclavitud de la herejía, de la fornicación, de la inmundicia, de estar atado a las obras de la carne. Al ser libres del pecado nos convertimos en siervos de la justicia. De la oscuridad de la incredulidad pasamos a la luz de Jesucristo. La fe en Cristo nos conduce al arrepentimiento de malas obras, pero esto no acontece a no ser que suceda sobrenaturalmente. Es el Espíritu de Dios quien lleva hacia Cristo a todos aquellos que son enseñados por el Padre. Este es un círculo irrompible donde la voluntad de varón no tiene ningún poder, donde el que está muerto en delitos y pecados nada puede hacer, por estar muerto.
Nuestra gratitud se manifiesta a diario por la grandeza de esta liberación de la carne. Ahora pertenecemos al Espíritu y, aunque habitemos por cierto tiempo todavía en nuestro cuerpo de muerte, sabemos que estamos siendo conducidos para la liberación final, la redención de nuestros habitáculos carnales para habitar en las moradas eternas. Esto suena a locura para el incrédulo, indiscernible para su espíritu, pero no por eso deja de ser cierto. El creyente lo ha comprobado de acuerdo al testimonio que le da el Espíritu de Dios que mora en él. Hay algunos que han gustado estas cosas celestiales, por andar en la compañía de creyentes verdaderos, por haber estudiado las Escrituras (como Saulo lo hizo a los pies de Gamaliel), por haber experimentado el poder divino como Judas Iscariote, cuando aún los demonios se le sujetaban en el nombre del Señor. Sin embargo, este alumbramiento espiritual no les sirvió más de lo que le fuera productivo al rey Saúl cuando profetizaba para confusión del pueblo rebelde, aquel pueblo que pidió rey como las demás naciones; de esta forma Saúl conducía como un espíritu de estupor de parte de Dios a aquellas personas. Muchos de estos alumbrados son los apóstatas de la fe, los que siguen doctrinas de demonios, cuyos nombres nunca estuvieron escritos en el libro de la vida del Cordero. Ellos salieron y seguirán saliendo de entre nosotros porque no eran ni son de nosotros.
Pero el que ha sido justificado por Dios podrá caer en los tropiezos de la carne, mas Jehová sostendrá su mano tantas veces como fuere necesario. Jehová los toma de la mano derecha, como sugiere Asaf en el Salmo 73. No fue sino al entrar en el Santuario de Dios (en la cámara secreta de la oración) que el salmista pudo comprender el fin de esa gente enemiga del evangelio: el Señor los ha puesto en desfiladeros y como sueño del que despierta despreciará el fin de ellos.
Seguiremos teniendo esta batalla en nuestro cuerpo, la del Espíritu y la carne; estamos seguros de que es una lucha cruel, de que ya no podemos adherirnos fácilmente a nuestra vida pasada por cuanto el Espíritu nos anhela celosamente. Él es más poderoso que el que está en el mundo, tenemos la victoria asegurada pero no podremos evitar las batallas. Estemos preparados con la armadura del creyente para seguir adelante, con la palabra de vida y con toda oración y súplica.
César Paredes
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