Mi?rcoles, 23 de mayo de 2018

Cuando Dios reconcilia el mundo en Cristo no implica que estuvo redimiendo a cada ser humano en particular. Más bien nos dice que hay dos grupos de personas, los que Él ha escogido para salvación y aquellos que siendo rebeldes también doblarán sus rodillas delante del Señor. Éramos alienados y hostiles ante Dios, incrédulos como los demás. Pero éramos no regenerados y al mismo tiempo elegidos por el Padre; pero hay otros que no son regenerados y tampoco son elegidos para salvación. No sabemos quiénes son unos y otros, por lo cual el evangelio es predicado a todos los que Dios quiere que se les predique y de allí salen los que han sido marcados para creer.

Hijos de la ira, lo mismo que los demás, gran declaración del apóstol que nos coloca a todos como habiendo sido hechos de la misma masa, sin privilegios congénitos, sin que hubiere mejoras en la esencia de nuestro ser. Simplemente hay una diferencia entre uno y otro grupo, la elección que depende del Elector y no del elegido. Cuando Cristo estaba reconciliando el mundo para Dios dibujaba su esquema de trabajo, el método de reconciliación. Tenía Dios pensamientos de paz y no de mal para nosotros, un pacto eterno de reconciliación perpetua. Ninguna persona será vista por Dios con base a  su descendencia natural, como si hubiese una élite religiosa capaz de agradar a Dios. Ni siquiera los judíos de la época de Jesús pudieron sostener tal mitología al llamarse hijos de Abraham. Ellos sostenían su derecho de primogenitura nacional, como si la justicia de Dios mirara favoritismos.

Jesús le explicaba a Nicodemo  que estaba equivocado como maestro de la ley si seguía creyendo que por israelita ya tenía el favor de Dios; más bien le dijo que Dios había amado al mundo (ese mundo que era la contraparte de los judíos). En ese entonces los judíos dividían a las naciones en dos partes: ellos mismos como judíos y el resto del mundo al que denominaban Gentiles. Lo mismo hacían los romanos, al tener dos tipos de Derecho: el  ius romanum y el ius gentium. El Derecho Romano y  el Derecho de Gentes, esas gentes que eran los gentiles, los extranjeros, los que no eran de Roma. Una costumbre que los judíos también tenían pero con referencia a la religión, incluyendo su nación como el principal emblema centrado en Abraham.  Jesús le recordó a Nicodemo su error y le dijo que Dios amó también a los gentiles (ciertamente Dios no amó a cada gentil ni a cada israelita, sino a los elegidos de ambos grupos en Cristo).

Tener a Abraham por padre no era suficiente garantía porque Dios podía levantar hijos de Abraham de las piedras, como decía Juan el Bautista. El esquema de reconciliación divino dependió siempre del exclusivo consejo de Dios, e incluía la muerte de Cristo, todo lo cual fue anunciado en el evangelio. Esa reconciliación trajo como consecuencia que a los creyentes no se les tomó en cuenta sus traspasos y pecados; todo esto en base a una resolución eterna, bajo la tarea imperativa del Hijo de hacer expiación de todos los pecados de todas las personas que representó en la cruz del Calvario. Al parecer, como lo declara la Escritura, todo fue consumado.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

Y a quien Dios no le imputa pecado le imputa justicia, basado en el hecho expiatorio: el Hijo toma el pecado del mundo que el Padre tanto amó, asume el castigo y es abandonado por el Padre en la cruz; al mismo tiempo traspasa su propia justicia hacia todos aquellos que representó en ese acto de castigo sufrido por el pecado. Es por esa razón que Jesucristo es llamado nuestra Pascua, por haber pasado por alto nuestros delitos y pecados, pero para que la justicia de Dios quedara satisfecha y no solamente suspendida era necesario sufrir la pena por ese conjunto de pecados.

Vemos en el sacerdocio judío instaurado desde Moisés que las víctimas expiatorias debían ser sin manchas, sin defectos, emulando al Cordero que habría de venir. Todo aquel trabajo de siglos fue una pedagogía para el pueblo de Israel, asunto que fue escrito para nuestro beneficio. De esa manera pudimos comprender que aquellos actos expiatorios eran una sombra de lo que vendría. Y llegado el momento, Jesucristo apareció hecho hombre en tanto Hijo de Dios para quitar el pecado del mundo, el mismo mundo amado por el Padre de tal manera que les envió al Hijo.

La Biblia dice que nosotros somos embajadores de Cristo con el fin de publicar y proclamar lo que hizo en la cruz. Es deber de cada quien buscar a Dios mientras pueda ser hallado, reconocer que es un pecador irremediable, que sus obras no son nada ante la justicia divina. Las exigencias de la ley no permitieron que nadie se salvara por obras, ya que quien quebrantaba un punto se hacía culpable de todo el conjunto de normas. El sermón del monte predicado por Jesús no eliminó la ley sino que la complicó aún más: si antes el adulterio se castigaba al consumarse, ahora se nos dice que solo con pensarlo ya incurrimos en el delito.  De manera que nadie puede dar nada por el rescate de su alma, ni por la de su prójimo; así que nos conviene un Sumo Sacerdote que haya quitado el pecado para siempre.

Para ello se anuncia el evangelio como buena noticia para los que cambian de mentalidad respecto a Dios y respecto a sí mismos, para los que asumen con agrado ese mensaje que proclama la persona y la obra de Jesucristo. Pero también el evangelio viene a ser una mala noticia para los que siguen leyendo las Escrituras como una gran parábola que no comprenden, para los que han sido endurecidos por Dios de acuerdo al consejo de su voluntad, para los que rechazan el amor a la verdad y reciben a cambio el espíritu de estupor enviado por el mismo Creador, para que sigan creyendo a la mentira y se pierdan. El evangelio implica el grato olor en Cristo, olor de vida para vida y olor de muerte para muerte. Pero grato de todos modos porque por una u otra manera se cumple la justicia de Dios. Justicia en los justificados por Jesucristo en la cruz y justicia por los ajusticiados por el Padre para perdición y castigo eterno.

El corazón del hombre es engañoso (desesperadamente malvado) más que todas las cosas, y sin remedio alguno. ¿Quién lo conocerá? Esa es la definición de un corazón natural, de una persona no reconciliada con Dios. Y Jehová es quien escudriña el corazón y examina la conciencia, para dar a cada hombre según su camino y obras (Jeremías 17: 9-10). En cambio, el corazón del creyente es de carne, trasplantado, con un espíritu nuevo, de acuerdo a Ezequiel 36:26. Con el nuevo nacimiento Dios da un corazón nuevo, con un espíritu nuevo; nos quita el corazón de piedra y nos da uno de carne. Al mismo tiempo Dios nos da su Espíritu y nos mueve para seguir sus decretos y para tener aprecio, afecto y cuidado con sus leyes (Ezequiel 36:27).

Vemos el contraste entre el creyente y el incrédulo, pero vemos a ambos conformados de la misma masa. En un principio todos estuvimos muertos en nuestros delitos y pecados, empero el evangelio de Jesucristo alcanzó a todos los que el Padre le dio al Hijo, a todos por los que el Hijo rogó la noche antes de su martirio (Juan 17:9). De esta forma el viejo corazón de piedra, el que es engañoso más que todas las cosas, fue quitado de en medio con el trasplante de uno nuevo y  de carne, sensible al testimonio de Dios. Esa es la diferencia que demuestra, una vez más, que fuimos sujetos pasivos y que Dios es el único Sujeto Activo, el único que es -en tanto el gran Yo Soy-  mientras nosotros no somos.

Ningún creyente puede decir que él tiene un corazón perverso, más que todas las cosas, que es engañoso como lo dijo Jeremías al hablar de los corazones del hombre caído en delitos y pecados. El creyente tiene que hablar del corazón nuevo y de carne, el del trasplante hecho por Dios mismo con el nuevo nacimiento, el corazón que le permite desear los estatutos de Dios y amarlos de día y de noche.  El creyente piensa en la definición dada por Ezequiel y recuerda con agrado que la definición de Jeremías la cambió Dios en nosotros.

Se nos hace una amonestación y advertencia contra la apostasía. Lo que sucede es que hay muchos miembros ocultos en las congregaciones religiosas llamadas cristianas y aparecen con enseñanzas extrañas. Hay textos en la Biblia que no son difíciles de entender pero que son difíciles de aceptar para ciertas personas. Por ejemplo, Romanos 9 es uno de ellos. Allí se nos habla claramente de la intención del Creador desde antes de la fundación del mundo para hacer vasos de honra y vasos de deshonra. También Pedro habla de ello al mencionar al Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo; ¿cómo pudo estar preparado si Adán no había caído? Esto nos lleva a otro texto que habla de la concupiscencia, pues el que es tentado es atraído de su propia concupiscencia. ¿Tenía Adán concupiscencia antes de haber caído? Y si no la tenía entonces uno se pregunta ¿cómo es que fue seducido por Eva y ésta por la serpiente para que cayera en pecado?

La claridad de estos textos y todos ellos vistos en su totalidad nos induce a entender que Dios hizo que Adán cayera, de otro modo el Cordero preparado no habría tenido la gloria también preparada para él. El plan de la gloria del Hijo, que incluye su pasión y muerte, su resurrección y el perdón de pecados de su pueblo, se hubiese venido a tierra y hubiese dejado al Padre en ridículo (así como al Hijo y al Espíritu Santo) si Adán no hubiese pecado. Por lo tanto, el primer hombre creado no tuvo ninguna oportunidad de no pecar, más allá de que no hubiese tenido concupiscencia. ¿Hay alguien que quiera inculpar a Dios? ¿Por qué metió a toda la humanidad en delitos y pecados para tener misericordia de unos pocos? Antes, la Biblia responde a esa inquietud: ¿quién eres tú para altercar con el Creador? En fin, los derechos del Alfarero son absolutos: hizo al barro y con él preparó vasos de honra y de deshonra.

Pero las advertencias contra la apostasía tienen su propósito pedagógico, nos sirven para estar preparados y hacerles frente. El Buen Pastor aseguró que sus ovejas seguirían su voz y huirían del extraño, porque desconocen la voz del impostor (Juan 10:1-5). Ha habido gente iluminada por las Escrituras, por el Espíritu y su influencia en la iglesia, por los creyentes que viven con amor al Señor. Esa gente pudo estar expuesta a la luz, pero eso no los ha hecho partícipes de la redención del Hijo. De lo contrario hubiesen permanecido como ovejas; sin embargo, lo que tenían era un disfraz de cordero que cubría su rapacidad maliciosa. Ellos introducen herejías en medio de las congregaciones, enseñan falsas doctrinas, por la sencilla razón de que jamás han sido regenerados. Jesús lo dijo, que al extraño no seguirían nunca porque desconocen su voz; pero éstos son los extraños que siguen a otros extraños y más bien huyen del Buen Pastor.

Dos corazones, uno perverso más que todas las cosas y otro deseoso del mandamiento de Dios. Uno en forma natural carcomido por el pecado, roído por la plaga del mundo, cargado de sofismas religiosos, alimentado por el pozo del abismo. El otro es el de carne, sensible a la ley de Dios, trasplantado en el escogido por el Padre desde antes de la fundación del mundo para ser objeto de su amor. Como no pueden haber dos corazones en una persona, el Espíritu quitó el corazón de piedra para implantar el regenerado de carne. De esa forma Dios nos reconcilió con su gracia, su amor y su justicia. Teniendo la justicia de Cristo, el Señor ha venido a ser nuestra pascua.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 10:45
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