Domingo, 20 de mayo de 2018

Muchas y variadas son las imaginaciones del corazón. En el asunto teológico abunda la prolijidad en las herejías que se inspiran en el pozo del abismo. Sorprende que en materia de redención los grandes pensadores de la teología se hayan dado al desvarío del corazón, al decir paz cuando no la hay. Ellos sostienen que no vendrá mal a quien tal haga, que sus muros no caerán porque están bien adoquinados, pero el soplido de Jehová los demolerá.

Se ha dicho, por ejemplo, que en lugar de haber un Dios en tres personas lo que existe es un Dios con tres modalidades. De esta forma se ha declarado lo malo como bueno. Otros se afanan en el argumento de que el Espíritu Santo no es una de las personas del Trino Dios sino apenas una fuerza divina. Con ello contravienen una gran cantidad de textos bíblicos que hablan del Espíritu como el Consolador, el Intercesor e Intérprete de nuestras oraciones, el que entiende la mente del Señor, el que nos guía a toda verdad. Hay textos que incluso nos advierten para no contristar al Espíritu con nuestros pecados, de manera que es fácil comprender que una fuerza no se pone triste, no guía, no orienta, no consuela ni interpreta la mente del Señor. Además, la advertencia de Jesucristo contra la blasfemia hecha al Espíritu Santo implica que no se trata de una fuerza.

Pecar contra el Padre y contra el Hijo es posible, y aún así recibir perdón (como lo aseguró Jesucristo), pero el pecar blasfemamente contra el Espíritu no tiene perdón en esta vida ni en la venidera (como también lo aseguró Jesús). Por esto dicho sería un gran absurdo el que Dios nos perdonara por lo que digamos contra Él o contra el Hijo, pero no contra la fuerza o energía emanada de ellos. De allí que el Espíritu Santo no es ninguna fuerza energética divina sino una de las tres Personas del Trino Jehová. Pero como asegura Jeremías, las imaginaciones del corazón son enormes y por ellas caminan los corazones humanos, en la creencia de que no les vendrá mal alguno por su desprecio al Señor (Jeremías 23:17).

Pero desde que la iglesia nació en la tierra muchos herejes se han manifestado con las imaginaciones de su corazón. Unos dijeron que el sacrificio de Jesucristo no era necesario para la redención; fue Pelagio, el monje británico del siglo V, quien tal cosa aseveró. El fue el que más vociferó acerca de la otra herejía llamada libre albedrío (libero arbitrio). Sabemos que al ser acusado de torcer la Escritura fue expulsado y exiliado, pero como ya la iglesia era espuria y tenía el sistema del papado fue admitido con el advenimiento de un nuevo Papa. Pelagio se arrepintió de la primera herejía pero no de la segunda, de manera que se oficializó el libre albedrío como doctrina natural de la iglesia romana.

Sin embargo, muchos de los que lo acusaban también cayeron en la herejía de la posibilidad de otro tipo de expiación. Desde entonces apareció en el escenario la hipotética necesidad de la expiación, no la absoluta necesidad de la cruz como única vía posible. Para ello se argumentaba que el Dios soberano era absolutamente libre y por ello pudo escoger cualquier otra vía para expiar los pecados de la humanidad. Y esa sutileza se basaba en la artimaña de la alabanza de una cualidad divina para ocultar el sinuoso rastro de la serpiente.

Habían olvidado que la expiación en la cruz era absolutamente necesaria (y no contingente) porque el Dios soberano así lo había decretado. Pero ese decreto divino no pudo ser otro ya que no había otra manera de justificar al pecador, de apaciguar la ira divina contra el hombre caído, de llevarnos a la gloria a los creyentes elegidos desde antes de la fundación del mundo para ser semejantes al Hijo de Dios. Ese decreto de Dios era absolutamente necesario, no contingente.

Ese decreto no pudo ser otro no porque Dios lo haya elegido entre muchos métodos de redención, sino porque fue el único que podía mostrar al Dios justo que justifica a los injustos. No se trata de exaltar la infinitud de la sabiduría de Dios en su multiforme variedad de caminos de salvación, que de acuerdo a su infinito libre albedrío escogió uno de tantos métodos de salvación. Se trata más bien de que debemos admitir el único método de redención presentado por el Padre como la vía absoluta de redención. No es que la cruz sea el camino más conveniente sino el único, porque no hubo otra vía posible.

Isaías lo dejó muy explícito: Lo que fue revelado desde antes ha sido dicho por Jehová. Y no hay otro Dios como Yo (Jehová), un Dios justo y un Dios Salvador (Isaías 45:21). Es decir, si no hay otro Dios sino Jehová tampoco hay otro método de salvación sino el Jehová que salva (Jesucristo hecho hombre). ¿Y cómo podía Jehová salvar a su pueblo de sus pecados? No por actos de magia, no por vías extrañas que ahorrarían el esfuerzo del Hijo pero que al mismo tiempo robarían su gloria. La cruz de Cristo era el único sitio donde se podía expiar el pecado de los elegidos del Padre, no un sitio más, no una vía más entre tantas. Porque así como el Redentor es uno solo (y no uno entre tantos otros posibles) asimismo la cruz ha sido la única vía para que se realizase la expiación (y no una vía entre muchas otras).

La sangre de Cristo es suficiente para todos los que se propuso redimir, pero insuficiente para los que no redimió. Una falacia proponen aquellos que aseguran que la muerte de Cristo pudo salvar a toda la humanidad, sin excepción, ya que eso no es más que tapar una blasfemia con una alabanza. Al pretender exaltar el sacrificio del Señor en la cruz, muestran la costura de su corazón por la que dejan ver sus intenciones. Al decir que su esfuerzo en el madero pudo salvar a toda la humanidad, dejan ver que el Dios Todopoderoso no lo hizo y derrochó semejante riqueza que es la sangre de Su Hijo. Es como si hubiese una desavenencia entre el Hijo y el Padre, entre la obra del Calvario y la decisión del Padre. Pero justo es reconocer que la intención del Dios Trino no fue otra que salvar a un específico número de personas, de manera que el sacrificio ofrecido fue hecho en esa medida y no en otra que excediera.

Entre las tantas imaginaciones del corazón humano uno puede inferir una proveniente de una extraña traducción de las Escrituras. Un verbo que significa probar, examinar, evaluar, intentar, experimentar, también es usado como tentar. Pero solo el contexto puede advertirnos cuando se usa en uno u otro sentido.  Hablamos del verbo peirao - πειρω,  así como de peirasmós - πειρασμς, el sustantivo que se  traduce como  preocupaciónexamen de una evidencia, así como también tentación. ¿No dice la Escritura que Dios no tienta a nadie y que  no puede ser tentado? Ah,  pero Jesucristo vino como Dios-hombre y fue probado en todo. El fue examinado hasta por Satanás en el desierto,  pero no pudo ser hallado fallo en su evaluación. El escritor bíblico no pudo sugerirnos nunca  que Jesucristo fue tentado en todo (como la traducción afirma) ya que la misma Escritura enseña que el que es tentado es atraído y  seducido de su propia concupiscencia.  En este punto es prudente que cada quien se examine  y diga si el Hijo de Dios, el Cordero sin mancha, el que no hubo  pecado, pudo tener concupiscencia. 

Jesús no tuvo apetitos incontrolables, deseos incontenibles, lascivias, todo lo cual engloba el término epithumías  -  πιθυμας, traducido como  concupiscencia. De manera  que aunque el vocablo griego pueda usarse en ambos  casos,  con el significado de prueba y examen y con el sentido de tentar y tentación,  el contexto es  el que define una  u otra significación.  Pero nos hemos mal acostumbrado a las  traducciones que  desviaron el sentido primigenio  del escritor bíblico. Es por ello que se dice que el que traduce traiciona, ya que en ocasiones se viola el contexto  y  al ser literal  en la traducción de algún término se incurre en lo incorrecto.

Y si aún no  quedare  claro,  veamos  la definición de concupiscencia: Deseo de bienes materiales o terrenos, en especial deseo sexual exacerbado o desordenado. Otros lo definen como un apetito desordenado  de placeres. Esas son algunas ideas venidas de los diccionarios de la lengua, de manera que no erramos al decir que Jesucristo no tuvo concupiscencia, por lo tanto no pudo ser tentado. Fue probado, fue sometido a examen para hallar la evidencia de su temple, pero en ningún momento pudo ser atraído y seducido por su propia concupiscencia. Dejemos de repetir el error de los traductores y digamos simplemente que el Señor fue probado en todo.

Porque no podríamos sanamente argumentar que Jesucristo necesitó del pecado para poder socorrernos en nuestros pecados, pero sí podemos decir con certeza que habiendo sido probado en todo puede comprender nuestras flaquezas para ayudarnos en ellas. Pero ciertamente las imaginaciones del corazón son muchas, de manera que tengamos cuidado de decir que no vendrá ningún mal cuando torcemos las Escrituras. La mano del Señor estará contra los profetas que hablan vanidad y mentira. Ellos no estarán en la asamblea del pueblo de Dios porque intentan llevar lejos al pueblo de Dios hacia la caída, diciendo que hay paz cuando no la hay (Ezequiel 13:9-10).

La ira del Señor estará en aquellos que blanquean las paredes del engaño, como hicieron los fariseos con los sepulcros de pudrición. La furia divina se avecinará contra los que proclaman el libre albedrío de los pueblos y al mismo tiempo señalan que Dios intenta salvar al pecador que él ha hecho para el día malo. Estos habladores de mentira engañan diciendo que Jesús murió por todos, sin excepción, tanto por Judas como por Pedro, por Faraón como por Moisés, por Elías como por Jezabel, por los escogidos como por los que no tienen sus nombres escritos en el libro de la vida del Cordero, inmolado desde la fundación del mundo. La gran imaginación extendida en estos últimos siglos ha sido la proclamación de la universalidad en materia de salvación. Así se dice que Jesús hizo su parte pero que a usted le toca hacer la suya. Que ya la salvación se hizo posible pero no real, potencial pero no actual; que Cristo podría ser tenido en vano a pesar del gran esfuerzo que hizo incluso por los réprobos en cuanto a fe. Esta gran mentira imaginada por el corazón ha sido infundada por el padre de la mentira, el príncipe de este mundo que ha embrutecido las mentes de los incrédulos para que no les resplandezca la verdad del evangelio de Jesucristo. Que tengan cuidado con su endurecimiento, si es que pueden, pues Dios también les enviará un espíritu de estupor o engaño para que crean la mentira, éstos que no pudieron creer en el amor de la verdad.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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