En el libro de Éxodo uno puede leer que Dios le indicó a Moisés lo que el pueblo debería hacer, un determinado número de personas deberían realizar un pago por la expiación. Le habló de una moneda, medio shekel (medio siclo, que tenía un específico valor). Todos deberían pagar para fines de beneficio del tabernáculo de reunión lo que se consideraba el precio por su redención. Claro, era una expiación determinada por un precio exigido por Dios, pero esa cantidad era la misma para todo el pueblo mencionado. Los ricos no podían dar más de medio shekel ni los pobres podían dar menos (Éxodo 30:13 y 15).
El verso 15 es muy enfático, el precio por la redención de sus almas será el mismo tanto para el rico como para el pobre. Y es que sus almas son las mismas en cuanto a valor, así como el pecado hacía igual daño en todos: la muerte era su paga. Por otro lado el texto nos educa en el hecho de que la redención que hace el Señor es igual en todos los que redime, no que haya algunos que demanden más de su sangre y otros que exijan menos sacrificio.
El pecado es la ofensa cometida contra un Dios infinitamente Santo, por eso es que la sangre de Cristo (el Dios hecho hombre) tiene un valor infinito para la redención de toda la humanidad elegida. No se hacía pago del medio shekel por los moabitas, ni por los amalecitas, tampoco por los heveos y jebuseos, de manera que aquel pago y redención se refería exclusivamente al número de los hijos de Israel (verso 12). Nosotros hemos sido llamados el Israel de Dios, de manera que el pago que hizo Jesucristo en la cruz fue hecho también por el pueblo específico de Dios. Si aquellas cosas fueron hechas como una sombra de lo que había de venir, lo que vino llegó a ser el cumplimiento de la promesa.
El precio de la redención es la perfección, el cumplimiento cabal de la ley de Dios; solamente Su Hijo pudo cumplirla en forma absoluta de forma tal que la justicia de Dios, que es Cristo, nos fue imputada a cada uno de los que él representó. Así como se hacía referencia con aquella moneda (el medio shekel) a los que pagaban de acuerdo a la orden de Dios dada a Moisés, también ahora Dios recibe el pago de nuestra redención: la sangre preciosa de Su Hijo. Pero volvemos a decir, no fueron incluidos los pueblos circunvecinos de la nación de Israel, ni ningún otro pueblo lejano, para la redención por el medio shekel; así también ahora, los gentiles que hemos sido incluidos lo somos en la medida en que Jesucristo nos representó en la cruz.
Lo dijo Jesús en su oración en el Getsemaní, la noche antes de su crucifixión, que no rogaba por el mundo sino solamente por los que el Padre le había dado (Juan 17:9). Y si ahora ese mismo Jesús es el intercesor que tenemos para con el Padre, mal puede estar rogando por el mundo por el cual no pidió la noche antes de padecer en el madero. Solamente intercede por su pueblo. Poco importa que los pecados de unos sean más numerosos o monstruosos que los pecados de otros, la redención es igual para todos los que el Señor redimió. Por eso es que todos los que hemos sido salvados tenemos la misma fe, la misma justicia y la misma vida eterna dadas por gracia. Hemos sido liberados del pecado, de Satanás, de la ley, de la muerte y del infierno.
Lo que le llevamos al Padre como precio por su redención no es nada más ni nada menos que Jesucristo crucificado. Y como en el Éxodo, si uno lleva menos muere, y si lleva de más también muere. Era un precio exacto para la congregación escogida por Dios, con una clara enseñanza para nosotros en la era cristiana: Jesucristo es el pago por nuestras afrentas, no nos redime algo más que él ni tampoco algo menos que él. Esa relación debe abrir una reflexión en los que son golpeados a diario por las voces de los falsos maestros, cuando añaden a la redención que ellos aseguran Cristo hizo por toda la humanidad, sin excepción, el aporte de la voluntad humana. Como si Aarón en su sacerdocio hubiese oficiado por los heveos y jebuseos, por los amalecitas y un gran etcétera de gente no invitada por el Señor; pero hoy día los universalistas -llámense seguidores de Arminio, del calvinismo tolerante, de los de la gracia general y otro gran etcétera- apuntan a una salvación total de la humanidad. Al decir que Jesucristo murió por cada miembro de la raza de Adán están universalizando la redención, pero igualmente la están haciendo inútil.
Según ese punto de vista universal Jesucristo pretendiendo salvar a todos no salvó a nadie en particular, pretendiendo representar a cada miembro de la raza de Adán no representó a nadie en particular. Su sangre fue derramada en vano en millones y millones que se pierden en el infierno de eterna condenación, su sangre es igualmente pisoteada por los que aseguran que fue derramada por los réprobos en cuanto a fe. Una blasfemia oculta está en las palabras de los que por excesivo humanismo se han dado a la tarea de torcer la Escritura y negar que Dios predestinó a su pueblo para ser santo y a la imagen de Su Hijo, pero que igualmente escogió a los réprobos en cuanto a fe desde antes de la fundación del mundo (desde antes de que fuesen engendrados) para odiarlos como a Esaú y hacerlos vasos de ira para exhibir la gloria de su ira y justicia.
Los que defienden la falacia del libre albedrío blasfeman contra el Dios que es verdaderamente libre, los que colocan soberanía en el hombre para decidir su destino niegan la absoluta soberanía de Dios para decidir el futuro de sus criaturas hechas todas de la misma masa, pero formadas de acuerdo al propósito del Alfarero. Decir que nosotros hacemos eficaz la sangre de Cristo por el hecho de que tomemos la decisión de seguirlo, es pisotear su sangre. ¿Por qué? Porque el hombre natural está muerto en sus delitos y pecados y no puede ni ver la medicina, ni mucho menos conocer al médico. Por lo tanto, si Dios no da vida nadie puede acudir al Hijo; solamente los que son enseñados por el Padre acudirán hacia el Hijo y lo harán de buena voluntad porque ese será el día del poder de Dios.
Por otro lado, al hombre ser su propio salvador debería alabarse a sí mismo -ya que Cristo quedó relegado como el que hizo su parte pero que depende de la buena voluntad del pecador. Así como el Anticristo se sienta en el templo de Dios y se hace pasar como Dios, el hombre que se sienta en su trono se hace corredentor con el Hijo y es un anticristo. Estos son los que siguen abiertamente otro evangelio, el del extraño; estos son los que tienen miedo de no haber sido elegidos y por lo tanto configuraron otro sistema de salvación donde combinan fe y obras, para poder sentirse seguros en esta tierra de la redención que ellos dicen haber alcanzado. Estos son los que reclaman fechas diciendo que fueron salvos el día tal del mes cual del año tal. Estos son los que aseguran que se convirtieron cuando leían el libro de fulano, o que llaman padre espiritual al predicador que les hizo el llamado. Estos son los que seducidos y atraídos por palabras suaves o duras, por himnos de fondo, por música amable y por un escenario donde todos inclinan sus cabezas, oyen las palabras que le advierten que tal vez mañana no habrá lugar. La sicología de la redención tiene mucho que ver con esos redimidos a los que el Señor les dirá aquel día: Aparatos de mí, malditos, al lago de fuego eterno. Nunca os conocí.
Cristo es la roca que los edificadores rechazaron y esa roca caerá sobre ellos y los desmenuzará; pero aquellos que la tienen por preciosa no serán defraudados. Una roca que causa tropiezo y vergüenza para los que están destinados para tal fin, pero piedra de salvación para los que creyendo de acuerdo al evangelio anunciado en la Escritura son protegidos para eternidad. Creer en Jesucristo implica conocer su vida y su obra, ya que el nombre Jesús no es un amuleto, un refrán o una palabra vacía. Por su conocimiento salvará mi Siervo justo a muchos, dijo el Señor a través de Isaías. Ese conocimiento es el que refiere a su vida y a su obra.
Jesús es el Cordero de Dios, sin mancha alguna, que vino a quitar todo el pecado del mundo (su pueblo por el cual rogó la noche antes de su muerte); la obra consumada en la cruz es la redención de todos aquellos que representó en el madero. Todo esto que se dice está de acuerdo con las Escrituras, por cuanto Jesús puso su vida por las ovejas (no por las cabras), por su pueblo (no por los que no son su pueblo), por todos aquellos que el Padre le enviaría y a quienes él no echaría nunca afuera. Ese mismo Jesús dijo que nadie podía ir a él a menos que el Padre lo llevare.
Esa predicación del Señor escandalizó a muchos de sus seguidores que después se retiraron bajo murmuración. A ellos les pareció dura de oír tal palabra (Juan 6), pero a Pedro -que era uno de los elegidos para salvación- le pareció agradable tal anuncio. ¿A quién iremos? le dijo Pedro, y bajo esa actitud los discípulos redimidos se quedaron con él. Jesús, que todo lo sabía porque todo lo había planificado en tanto Dios, les aclaró que Judas era diablo porque él lo había escogido para un fin particular, como lo demostró bajo otro contexto cuando exclamó: Ay de aquel por quien fuere entregado el Hijo del Hombre.
Dios no sabe todas las cosas porque sea brujo, o porque tenga que averiguarlas; las sabe porque ha ordenado el futuro de sus criaturas y todo cuanto acontezca en su creación. Si Dios hubiese tenido que averiguar algo en los corazones de los hombres, ¿para qué predestinar si ya eso habría de acontecer? Si Dios tuviese que averiguar lo que no sabe entonces no sería Omnisciente. Además, sería un plagio el conjunto de profecías que le dictó a sus profetas; ese plagio lo sería por cuanto sus ideas no salieron de Sí mismo sino del corazón humano que El tuvo que espiar en el túnel del tiempo y con el telescopio del sigilo. Un Dios de esa calidad da miedo y no es digno de fiar, no podría mantener ni una sola promesa con la certeza de que se cumpla porque dependería de la estabilidad de la voluble voluntad humana. Decir eso es semejante a afirmar que Él tiene muchos futuros por si acaso, como si no fuese Él un Sí y un Amén. Esa es otra de las tantas blasfemias en las que se mueven los promotores del libre albedrío, escandalizados porque Dios hizo al diablo, al malo para el día malo, aduciendo que Dios no es el autor del pecado. Si Dios no hizo el pecado, entonces alguien más poderoso que Él lo hizo. Pero si lo hizo (como se deriva de la Escritura) lo hizo para su propia gloria y para la gloria del Hijo como Redentor. Dios no tiene planes B, tiene un solo plan revelado en la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis. El que Dios haya hecho al pecado (y no que lo haya permitido, como si otra fuerza lo compeliera a esa concesión) no lo hace a Él pecador. Porque Dios no peca ni tienta a nadie, ni tampoco puede ser tentado porque no tiene concupiscencia, pero ha hecho el mal (como lo declaran Jeremías e Isaías), y aún al malo para el día malo (Proverbios 16:4).
Porque para Él y por Él son todas las cosas (y el pecado es una cosa), de manera que todo redunda en Su gloria y ajusticiará a todos aquellos que se complacen en la injusticia. Pero dirás en este punto: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? La respuesta de la Biblia es muy clara para los que defienden al pobre de Esaú, odiado desde antes de ser concebido, o para los que se incomodan porque Dios está airado contra el impío todos los días de la vida -a pesar de haberlo hecho para la impiedad; la Biblia les dice a los que objetan su palabra: ¿Quién eres tú para que alterques con Dios? No eres más que una olla de barro. Dios endurece a quien quiere endurecer pero tiene misericordia de quien quiere tenerla.
César Paredes
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