El verso 11 del primer capítulo de la carta a los Efesios nos asegura que tuvimos suerte en Jesucristo. Así dice la versión Reina Valera Antigua porque el griego habla de herencia echada por suertes, de los turnos del clero antiguo. De manera que muy acertada la traducción para el vocablo ἐκληρώθημεν - eclerothemen (hemos tenido suerte), ya que desde nuestra perspectiva la gracia de Dios es una gran suerte en nuestra vida. De Jehová es la decisión de toda suerte, cuánto más la que corresponde a nuestra herencia en los cielos.
Nuestro destino hubiese sido el de Esaú, el de Faraón, el de Judas, el de cualquier réprobo en cuanto a fe. Pero nos alcanzó la misericordia de Dios, habiéndonos predestinado para ser santos, semejantes a Jesucristo. Si nuestra justicia hubiese sido la medida de entrada al reino celeste, nadie hubiese sido salvo. Hemos sido calificados por el Creador como trapos de mujer menstruosa, nos ha declarado muertos en delitos y pecados, nos ha dicho que no hay una sola persona que busque a Dios (al verdadero Dios), que no hay quien haga lo bueno. Como bien sucedió en el relato del evangelio, camino a la tumba del amigo de Jesús, se dijo que Lázaro apestaba, que tenía varios días putrefacto. Así nosotros apestamos con nuestra justicia, como si valiera de algo.
La ley de Dios fue labrada en los corazones humanos, de manera que cualquier ser humano puede distinguir entre el deber ser y el no deber ser. Nadie puede tener excusa de ignorancia, ya que la obra de Dios habla del Creador y el hombre prefirió darle la gloria a la criatura. Luego vino la ley escrita por intermedio de Moisés, pero a un solo pueblo; sin embargo, esa muestra nos enseñó que ninguno pudo redimirse por causa de la ley. El apóstol Pablo se preguntaba al respecto y declaraba que la ley hizo que abundara el pecado. Cuando ella anuncia que no debemos codiciar, el alma humana se vuelca a la codicia; por otro lado, la ley exige cumplimiento extenso, es decir, si se viola un solo mandato se viola toda la ley. Nadie pudo cumplirla, pero aquellas personas que ofrendaban para que el sacerdote inmolara un animal en representación del Cordero que habría de venir tenían puesta la esperanza en Jesucristo.
Ese Mesías ofrecido llegó a su tiempo y no lo recibieron los mismos de su pueblo; sin embargo, él juntó a doce personas (uno de los cuales era diablo, para que la Escritura se cumpliese) y los adoctrinó con palabras y con señales especiales. De esta forma sembró una semilla que viaja por el tiempo y da fruto por doquier. Pero ese Jesús era el Hijo de Dios, el Dios hecho hombre, que pudo cumplir a cabalidad con la ley dada a Moisés; sin quebrantar un solo mandato, su ejemplo fue perfecto. Llegó a ofrecerse como Cordero por el pecado de su pueblo, como asegura el ángel en la visión de José, en Mateo 1:21.
El que no había pecado fue hecho pecado por causa de su pueblo; pero no solamente cargó con todas nuestras culpas sino que habiéndonos representado en la cruz nos imputó su justicia alcanzada. Porque Dios quiso que el Hijo fuese esa justicia, de manera que Dios justifica a quienes el Hijo representó en el madero. Para estar en aquella lista del libro de la Vida del Cordero, inmolado desde la fundación del mundo, nadie es suficiente. Por eso Pablo habla de la suerte que hemos tenido, una herencia inmerecida, otorgada por el Padre.
Es por esa razón que podemos estar seguros de que todo nos ayuda a bien, a los que hemos sido llamados conforme al propósito divino. Somos más que vencedores, estamos henchidos de alegría, esperamos la adopción definitiva con la redención de nuestros cuerpos. Los pecados que nos ensucian han sido sepultados en el fondo del mar y el Señor ha prometido que no se acordará nunca más de ellos. Por lo tanto, en este día a día sabemos que podemos confesar nuestros pecados al Señor, porque su fidelidad nos perdona. Ese perdón forma parte del conjunto de bendiciones espirituales en Cristo Jesús, de manera que nadie nos podrá acusar ante Dios como si pudiera motivarlo a culparnos.
Si Dios ha hecho aún al malo para el día malo, nos ha podido hacer a nosotros para ese día. Esa es la suerte del apóstol, al recordarnos que Dios nos bendijo con toda bendición en los lugares celestiales, que no nos escogió para ira sino para ser objetos de su amor. Tenemos el beneplácito de orar, de ser escuchados por el Padre eterno, de ser orientados por el Espíritu Santo, de estar en las oraciones del Hijo como mediador nuestro. Si Jesucristo habló en parábolas para que no lo entendieran, nosotros podemos leer claramente su palabra y comprender su mensaje.
Hay un gran número de personas que fueron destinadas para que tropezaran en la roca que es cabeza del ángulo; pero nosotros consideramos de gran precio esa roca. El que los moradores de la tierra le rindan pleitesía a la Bestia (Apocalipsis 13: 8) se debe a que sus nombres no fueron escritos en el libro de la Vida del Cordero, desde la fundación del mundo, pero nosotros que tenemos nuestros nombres ahí escritos no seguiremos jamás a esa Bestia, ya que desconocemos la voz del extraño. Si Esaú vendió la primogenitura, Jacob la compró; todo ello aconteció porque el decreto de Dios así lo ordenó. Poco importa que Faraón haya comenzado a endurecerse, ya que el propósito del Creador era exhibir su poder sobre el gobernante egipcio. Por eso la Biblia habla de que Dios le endureció su corazón, aunque también se dice allí que el Faraón también se endurecía. Sabemos que Dios está detrás de cada acto humano, ordenando los caminos distintos de los hombres, orquestando su plan eterno e inmutable.
No en vano se ha escrito que tiene misericordia de quien quiere tenerla, pero endurece a quien quiere endurecer. Lo que nos conviene es amistarnos ahora con Él para que nos venga paz y mucho bien; invoquemos al Señor en tanto que está cercano, como afirma el profeta Isaías. Esa es nuestra responsabilidad, como es también el deber de cada ser humano arrepentirse y creer el evangelio. Aunque hay muchos que ni siquiera lo han oído, ellos también tienen la responsabilidad por igual ya que la ley de Dios fue dada en sus corazones. Todo ser humano sabrá que es justo el castigo que reciba por su condición espiritual, más allá de que no haya tenido la suerte de haber sido ordenado para vida eterna.
Y nosotros, los que hemos creído, debemos permanecer agradecidos, devotos de la palabra predicada en las Escrituras. Debemos recordar siempre esta suerte que hemos tenido, porque una gran cantidad de personas la hubiesen querido tener en lugar de haber sido escogidos como vasos de ira. Es por ello que la Biblia habla de cuidar esta salvación tan grande, de apreciarla, de mostrar temor reverente para con el dador de la vida y para con el que puede echar cuerpo y alma en el infierno.
Al meditar en lo que el Señor ha hecho por su pueblo a uno se le van las ganas de habitar en el mundo, de pecar con la intensidad que antes lo hacía. Es por ello que se han escrito tantas cosas en la Biblia para que al beneficiarnos nos acordemos del gran amor de Dios, de la futilidad de la vanidad del mundo, de lo inútil del atractivo mundanal, de lo necio que es entregarnos a los placeres de la carne, a los deseos de los ojos, a la vanagloria de la vida. Por otro lado, ¿qué tenemos que no hayamos recibido? Aún la suerte de la que habla Pablo a los Efesios también nos ha sido dada, de manera que ninguna de las bendiciones celestiales tiene nuestro sello o nuestra autoría.
De acuerdo a lo escrito en Romanos 1:28, Dios entregó a mucha gente a una mente reprobada, para hacer lo que no conviene. Asimismo, el Todopoderoso envía el poder engañoso, el espíritu de estupor, para aquellos que no recibieron el amor por la verdad, sino que se deleitan en la mentira (2 Tesalonicenses 2: 7-12). Hay quienes oyen el anuncio del evangelio pero piensan que más tarde será mejor, que por ahora tienen mucho en que entretenerse y que no van a fastidiarse la vida estudiando unas Escrituras ya envejecidas. Pero no saben los que así piensan que ese endurecimiento de corazón puede llevarlos a uno mucho más grande, que el rechazo de la verdad los impulsará hacia la trampa del engaño de la mentira. Por esa razón muchos llegan a creer el evangelio diferente, el del extraño, el de los falsos maestros; ese evangelio es una imitación fraguada por ese espíritu de estupor. Con todo, el que tiene oídos para oír escuchará lo que Dios tenga que decirle.
César Paredes
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