El evangelio no se divorcia de la teología, de tal forma que ni Pablo ni los demás escritores de la Biblia predicaron el evangelio de Cristo por un lado y después se dedicaron a escribir teología. Cuando ellos hablaron del evangelio estuvieron hablando de su teología. Cuando el apóstol Pablo se refirió al único evangelio que existía, también aludía a la única posibilidad teológica de interpretar el criterio del Señor. Asimismo fue dicho en el Antiguo Testamento: Así dice el Señor: No se gloríe el hombre sabio en su sabiduría, ni el poderoso en su fortaleza, ni el rico en sus riquezas. Pero el que se gloríe, que sea en entenderme y en conocerme, porque Yo soy el Señor, que ejerce amor y juicio, y reparte justicia en la tierra, porque en estas cosas yo me gozo (Jeremías 9:23-24).
Jesús dijo que él enseñaba la doctrina de su Padre, por eso sería nefasto imaginar siquiera que él vino a este mundo a predicar un evangelio divorciado del cuerpo de enseñanzas de la teología del Padre Eterno. La teología no es otra cosa que el estudio acerca de Dios, y eso importa tanto como pueda importarle a uno la vida eterna. No se trata de aprender razonamientos complicados y filosóficos en relación a la Divinidad sino de entender acerca de la persona y obra de Jesucristo. ¿Cómo invocarán a aquel de quien no han oído? ¿Cómo oirán si no hay quien les predique? Ese es el principio de lo que decimos acá, que es necesario conocer un mínimo acerca del Mesías enviado a la tierra, de lo que vino a hacer mientras estuvo con su gente. El Señor en la cruz cuando expiraba pronunció unas palabras que fueron recogidas en el evangelio: Consumado es. La palabra griega es Tetélestai que lleva el sentido de algo terminado, de algo que ha sido perfeccionado. Si aquella palabra se refiere a un trabajo realizado debe entenderse que el mismo fue totalmente acabado, que no necesita que se le añada ni que se le quite algo.
La ira divina y eterna de Dios está contra el falso evangelio, contra el anuncio de mentira, y pronuncia el anatema o maldición para quien es portador de semejante error doctrinal, de semejante herejía y torcedura de la palabra revelada. Dios juzga a los maestros por la verdad, no la verdad por los maestros. Ese es un principio que se desprende de la Escritura, cuando Juan nos recomienda probar a las personas para ver si son de Dios; era también la actitud de los hermanos de Berea, ya que todo lo que oían de sus predicadores lo cotejaban con la palabra escrita que tenían a disposición. Y hacer todo lo contrario, es decir, andar con un evangelio extraño, es convertirse en un operador de la impiedad. Jesús lo anunció claramente, que en el día final le diría a un grupo numeroso de personas que nunca los conoció, que ellos eran operadores de iniquidad. Ellos habían hecho maravillas en su nombre, habían echado fuera demonios en su nombre, eran fieles cumplidores de la religión, quizás nunca anduvieron en fornicación ni se dieron a los ídolos físicos de madera, metal o piedra, pero servían a otro Jesús que no pudo salvarlos.
El evangelio de Pablo se puede ver en sus cartas, cuando inicia como una marca en ellas con palabras como: Gracia y paz a ustedes; en muchas de sus epístolas hablaba de los hermanos que habían sido elegidos por Dios, escogidos en Cristo, predestinados desde antes de la fundación del mundo. Hablaba contra las obras como garantía de la justificación, oponiéndolas contra la gracia que es la dádiva de Dios. De la misma manera aseguraba que la salvación, la gracia y la fe eran un don del Padre, nunca un aporte nuestro. Mencionó con gran dolor pero no sin gran consolación que Dios odió eternamente a Esaú y amó eternamente a Jacob, que él mismo hubiese preferido ser anatema por causa de sus parientes según la carne. Asimismo declaró que no se puede acusar a Dios de injusto por haber hecho aquello contra Esaú (y contra los que él representa, los réprobos en cuanto a fe), ya que la criatura humana no es más que arcilla en las manos del Creador.
La doctrina de la elección ha sido revelada para beneficio de los creyentes, los únicos que pueden apreciarla en su amplio espectro. Al saber que el hombre está totalmente muerto en sus delitos y pecados no puede salvarse nadie a no ser por el firme propósito de Dios de dar vida al alma muerta. El que no le haya dado vida a Esaú ni a los que él representa no implica que Dios sea injusto, más bien debe entenderse en su amplia extensión que la voluntad de Dios para con los réprobos en cuanto a fe ha sido condenarlos. De esa forma el Señor muestra su ira por el pecado y su justicia por los pecados no expiados en la cruz del Calvario. La gracia de Dios es mostrada y exhibida en aquellos que Jesucristo representó en el madero el día de su crucifixión. No en vano Juan recoge en su evangelio, en el capítulo 17, la oración del Señor la noche previa a su martirio. Allí se puede ver que él rogaba por los que el Padre le había dado (los mismos por los que moriría al día siguiente), por los que creerían por la palabra de ellos (los mismos por los que moriría al día siguiente), pero decía explícitamente que no rogaba por el mundo. Ese mundo que no vino a salvar, ese mundo era el que representaba el conjunto de judíos y gentiles destinados como Esaú para perdición eterna. De esta forma, el Mesías a punto de ser crucificado hacía honor a su teología enseñada: que nadie podía ir a él a no ser que el Padre que lo envió lo trajere; que él pondría su vida por las ovejas (no por los cabritos), que los que no iban a él no podían hacerlo porque no eran parte de sus ovejas. De igual forma su obra se completaba a la perfección, aquella obra que le había sido encomendada desde antes de la fundación del mundo, la de salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21).
Y si alguien todavía duda de la voluntad divina respecto al endurecimiento que Dios hace de las personas que escogió para reprobación, recuerde a Judas Iscariote y su obra. De él se dijo que estaba escrito que tenía que cumplir hasta el final toda la letra que se escribió al respecto, pero igualmente se dijo un ay por lo que le vendría. Dios no miente ni tiene diplomacia entre la gente, porque no teme a nadie y no rinde cuentas ante nadie. Dios es soberano absoluto, hace como quiere, pero esa actitud en Él no lo convierte en injusto sino sigue siendo el Juez Justo que juzga a toda la tierra. Cuando Moisés le pidió que le mostrara su gloria lo que hizo fue decirle que se cubriera porque no podía verla y seguir vivo, y en ese episodio le dijo unas palabras que son repetidas en la Biblia y que refieren a lo que acá predicamos: Tendré misericordia de quien quiera tenerla. Es muy significativo que esas palabras adornen el contexto en que Moisés pidiera ver la gloria de Dios, porque el contenido de ellas nos habla de la teología del Dios de la Biblia: la gloria de Dios está en su elección para misericordia, lo cual involucra la gloria de Su Hijo como Redentor del mundo. Se implica que su gloria se refleja igualmente en los que endurece, para mostrar en ellos su ira y su justicia por el pecado no cubierto.
El propósito de la muerte de Jesús es para la salvación completa de su pueblo, de sus amigos, de su iglesia elegida. No murió Jesús por Esaú, ni por Caín, ni por Judas Iscariote; no murió por Faraón, ni por Amalek, ni por los amorreos; tampoco murió por aquellos que perecieron en el diluvio, ni por los habitantes de Sodoma. No lo hizo por la mujer de Lot, porque ninguno de los réprobos tiene su nombre escrito en el libro de la vida del Cordero inmolado desde la fundación del mundo. No lo hizo tampoco por los moradores de la tierra, aquellos que Dios dispuso para que le dieran el dominio y el poder a la Bestia. La biblia dice que de los réprobos en cuanto a fe la condenación no se tarda, y que no creerán jamás en el Hijo, porque ya han sido condenados. ¿Murió Jesús por los cabritos que irán a perdición eterna? Solamente puso su vida por las ovejas que le son propias, a las que llama por su nombre (es decir, son particularizadas), las cuales una vez llamadas eficazmente en esta tierra lo siguen sin volverse jamás tras el extraño. No murió para quitar los obstáculos entre Dios y los hombres, como si hiciera una salvación potencial para cada uno en particular y ésta dependiera finalmente de la voluntad humana. No murió tampoco por los que supuestamente miró en el túnel del tiempo como si tuvieran la buena voluntad de seguirlo, por cuanto toda la humanidad murió en Adán. No vio el Señor ni a un justo en toda la tierra, ni a alguien que realmente lo buscara (a Él como verdadero Dios). No murió por Herodes, el que cayó muerto comido de gusanos por creerse un ser divino; no lo hizo por Herodías su mujer, ni por el ladrón en la cruz a quien no le fue dado arrepentimiento para perdón de pecados. No murió por los impíos que Asaf el salmista vio que estaban puestos en desfiladeros, de los cuales el Señor despreciaría su apariencia, ni por los que prosperan en su camino de impiedad y no tienen congojas por su muerte (Salmo 73). En el Antiguo Testamento se habla del pacto de Dios con Abraham, y de como habría de dejar un remanente por la promesa, pues solamente en Isaac sería llamada la descendencia. Ese remanente vino por la Simiente que es Cristo, la promesa hecha en el Génesis cuando Dios hablaba con Eva en relación a la serpiente. Las innumerables naciones que se levantaron en el planeta no fueron llamadas al pacto eterno que el Señor hizo con Israel, pero con el Israel de Dios, ya que no por ser israelita se es salvo.
Si usted cuenta la cantidad de gente que dejó Dios por fuera de su pacto tiene que llegar a la sana conclusión de juicio mental de que Cristo no murió por todo el mundo sin excepción. Decir lo contrario es proliferar una gran mentira, pero es igualmente llamar mentiroso al Espíritu Santo que inspiró todas las Escrituras. Es igualmente dar tributo a la perversión del falso evangelio, del otro evangelio que es del extraño y del falso pastor y del falso maestro. Porque declarar que Dios miente, o que es injusto por condenar a los réprobos en cuanto a fe aún antes de ser concebidos, sin mediar obra ni buena ni mala en ellos (Romanos 9), es hacerse eco de una doctrina ajena a Jesucristo. Quien tal haga no tiene ni al Padre ni al Hijo, como afirma Juan en una de sus cartas. Y quien le diga bienvenido a cualquiera que no trajere la doctrina de Cristo es igualmente partícipe de los pecados y del juicio que tales personas merecen, como también lo dice Juan el apóstol.
Porque afirmar que Jesús derramó su sangre expiatoria por todos los réprobos en cuanto a fe, implica afirmar que su sangre no valió de nada y que es pisoteada en el infierno de condenación. Eso es una blasfemia condenada por las Escrituras, como lo afirma el autor de Hebreos.
El mensaje del evangelio es de arrepentimiento para creer en el buen anuncio, aquel que dice que Dios envió a su Hijo al mundo para salvar a su pueblo de sus pecados. El que tiene oídos para oír, sin lugar a dudas oirá. El que oye y no acude al cambio de mentalidad respecto a Dios es porque no ha sido llamado eficazmente (al menos todavía). De todas formas el evangelio cumple su propósito para el cual ha sido enviado, en unos para redención eterna y en otros para aumento de su condenación. Y sabemos que no hay otra manera de que los elegidos del Padre para vida eterna sean llamados si no es a través del anuncio de esa buena noticia declarada para ellos.
César Paredes
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