Martes, 20 de marzo de 2018

El creyente en el evangelio de Jesucristo sabe que hay una cantidad enorme de promesas en las Escrituras para su beneficio. No se nos puede pasar la vida solamente en la batalla contra los impostores, ya que también hay que dar lugar al beneficio del amor divino. Todas las cosas nos ayudan a bien, nuestras oraciones serán respondidas oportunamente, nadie nos podrá arrebatar de las manos del Hijo ni de las manos del Padre. Cuando oramos la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarda nuestras mentes en Jesucristo; además, obtendremos mucho más de lo que pedimos, en sobreabundancia, de acuerdo a las riquezas de Dios.

Hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual, estamos igualmente sentados en los lugares celestes. Fuimos conocidos por Dios desde antes de la fundación del mundo, reservados para la vida eterna que consiste en conocerlo a Él y a Jesucristo, el enviado. A la muerte le podemos preguntar dónde se encuentra su aguijón, pues del pecado fuimos liberados. La lógica más elemental (pero no menos importante) nos gobierna el intelecto, por lo cual podemos entender que el universo no apareció en forma espontánea, que el hombre no desciende del mono, que no estamos atados al sexo o a los recuerdos de la infancia, como afirma el psicoanálisis. De la misma manera podemos decir que no somos un ser para la economía, como afirmara Marx. En otros términos, ni Darwin, ni Freud, ni Marx tienen gobierno en nuestro espíritu, porque la lógica de Dios nos domina.

Cada creyente puede tener su historial en relación a lo que significa su comunión con Dios. Hay unos que son meticulosos y guardan un registro escrito de sus oraciones contestadas; otros son más distendidos pero recuerdan igualmente la forma especial en que fueron socorridos cuando clamaron al Señor. Sabemos que la oración más corta que hagamos tendrá igual respuesta que la más larga; cuando Pedro dijo: Señor, sálvame, el Señor extendió su mano y lo sostuvo (Mateo 14:30-31). De la misma forma, sus discípulos gritaron: Señor, sálvanos, que perecemos ... Y la respuesta fue que hubo grande bonanza (Mateo 8: 25-26).

Son muy cuantiosas las ocasiones en que el Dios de la Creación se ha manifestado en la vida de cada uno de sus hijos. Cada quien habrá de valorar la forma en que recibe la respuesta a sus oraciones, o la manera en que se manifiesta la providencia de Dios en cada necesidad nuestra. Porque las más de las veces no pedimos pero recibimos igualmente su cuidado, de manera que la oración no viene a ser siempre un instrumento para requerir, pero sí puede ser una manera de adorar, de conversar, de comunicarnos con Él.

Resulta de gran importancia tener en cuenta que el propósito de la redención divina en nosotros no es solamente la demostración de la misericordia de Dios. Conlleva también la meta de honrar el nombre sublime de quien hace todas las cosas posibles. Dios no dará su gloria a otro, por esa razón sabemos que es celoso en cuanto a lo que le pertenece por exclusividad. Hay muchas formas de venerar su nombre, de honrar su majestad y potencia. Pienso que una de las maneras consiste en conocer su doctrina. Jesucristo enseñaba la doctrina del Padre, nosotros hemos de aprenderla.

Los evangelios contienen con ejemplos el cuerpo de enseñanzas del Hijo, su obra y el valor de su persona. Los demás libros de la Biblia también relatan la grandeza doctrinal del Creador, todo su legado para sus hijos en cuanto a la manera que hemos de vivir, de pensar, de regocijarnos en la providencia del Señor. Ocuparse de esta tarea trae honra al Dios que nos redimió, como lo entendieron los creyentes de Berea. Ellos no se conformaban con las palabras que escuchaban de sus predicadores sino que cotejaban con las Escrituras a mano para ver de que se trataba. De esta forma hoy los recordamos a ellos, como un grupo de personas que se ocuparon de descifrar el contenido de las enseñanzas apostólicas y proféticas.

Si como dijo el apóstol, aquellas cosas se escribieron para nuestro provecho, hoy sabemos que el Nuevo Testamento también se escribió para nuestro beneficio. La fe viene por el oír la palabra de Dios, ese oír no es solamente auditivo -ya que los sordos no tendrían fe si aquello fuese en forma exclusiva de esa manera. Ese oír puede ser también el leer, el escudriñar la Biblia, el examinar lo que ella dice de Jesucristo. La sabiduría debemos atarla a nuestro cuello, hacerla nuestra compañera habitual, como se sugiere en el libro de los Proverbios.

Desde Génesis hasta Apocalipsis aparecen relatos que promueven fe para el creyente. La creación de Dios a través de su palabra que ordena el caos, que da evidencia de las cosas que forma. Su disposición de hacer al hombre a imagen y semejanza de Él (no del mono, como sugieren los que se rebelan a su palabra). El hecho de que haya hecho su obra en seis días y haya reposado el séptimo, nos habla del poder y de la enorme capacidad para realizar lo que haya querido. Si ahora nos hablan de miles de millones de años, es también por el deseo de socavar las bases de la fe. No hay evidencia -excepto en la falsamente llamada ciencia- de que la hipótesis de la evolución sea alguna vez probada. Pero uno continúa leyendo y se encuentra con el relato del Mar Rojo, la separación de las aguas para que Israel pasara en lo seco del mar y después fuesen sumergidos todos los del ejército egipcio que perseguían al pueblo de Dios. El relato es asombroso, sobrenatural, así como inspirador. A través de él aprendemos que no hay nada imposible para Dios, que su protección es una certeza en los que Él escogió para bendición eterna.

Ni que decir de la caída de Jericó, de las hazañas de Gedeón, de las victorias de David. Uno se pasea por aquellos lugares a través de las palabras que describen la gloria del Dios Invisible, para beneficio de nuestra esperanza. Las profecías acerca del Mesías que habría de venir y los relatos del Nuevo Testamento que evidencian esa llegada y su cumplimiento, son otra manifestación de la elocuencia del relato de fe.  La soberanía de Dios viene a ser el soporte de aquellas historias que nos benefician en gran medida. Por esa soberanía entendemos que lo que ha sido profetizado se cumple en forma literal, por cuanto no cae un ave del cielo sin la voluntad del Padre eterno. Judas fue anunciado como el inicuo que traicionaría al Señor, como el que de su pan comía. El Señor dijo de él que era necesario que eso ocurriera como había sido escrito, pero lamentaba lo que le vendría en consecuencia.

La teología de la predestinación es parte del recuento de la soberanía de Dios. Siempre Dios ha dejado para Sí un remanente, de los que en Isaac serían llamados. La simiente que vendría es Cristo, pero cuando no vemos a otros que tienen la misma doctrina del Señor no podemos decirles bienvenidos. En esa soledad preguntamos de la forma como lo hizo Elías: Señor, ¿solamente yo he quedado? O tal vez nos unimos a la exclamación e interrogación de Isaías: ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? Somos como Juan el Bautista, una voz que clama en el desierto, porque parece que nadie quiere oír el evangelio de la gracia soberana de Dios. Una gran multitud prefiere escuchar el anuncio del camino ancho y espacioso que lleva a la perdición, donde caben los que por multitudes entran por la enorme puerta del evangelio universalista.

El Señor nos reconfortó con una palabra de aliento, diciéndonos que no temiéramos por el hecho de ser una manada pequeña, ya que al Padre le había placido darnos el reino. Nos dijo que en el mundo tendríamos aflicción, pero que confiáramos porque él había vencido al mundo. Nos dijo, además, que pidiéramos porque se nos daría, que buscáramos por cuanto hallaríamos, que llamáramos porque se nos abriría la puerta. Nos dejó con un ejemplo la máxima seguridad de que sus palabras eran verdaderas, cuando nos relató que ningún padre niega buenas dádivas a sus hijos, aunque los padres sean malos. ¿Y cuál padre de vosotros, si su hijo le pidiere pan, le dará una piedra?, o, si pescado, ¿en lugar de pescado, le dará una serpiente?  O, si le pidiere un huevo, ¿le dará un escorpión? (Lucas 11:11-12).

Tomemos ánimo q el tránsito a la patria celestial es de corto recorrido; la eternidad bien vale una corta espera en este mundo. De todas formas él ha prometido estar con nosotros todos los días, hasta el final. Esa es la providencia de Dios para nuestras vidas, el cuidado que se encuentra dentro de las doctrinas del Señor. Saquemos provecho de todas sus enseñanzas para que nos sintamos provistos para toda necesidad.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 11:10
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