Domingo, 18 de marzo de 2018

Conviene hacer la distinción entre oferta y promesa del evangelio; ¿predicamos para ofertar a todos el anuncio del evangelio? ¿Es más bien el evangelio una promesa de salvación para el pueblo elegido de Dios? Frente a esta disyuntiva propia de estas preguntas muchos se dan a la tarea de sopesar el significado de las posibles respuestas. De esta forma algunos han pensado que suena horrible imaginar a un Dios que elige a unos para salvación y a otros para perdición, sin que le importe para nada las buenas o malas obras de ellos.

La Biblia afirma que los creyentes somos buen olor de Cristo, que andamos de acuerdo a la promesa que Dios hizo en favor de su pueblo elegido, de tal forma que a Él le agrada lo que de nosotros emana. Tenemos en consecuencia la paz de Cristo, su justicia, la compañía y orientación del Espíritu Santo - las arras de nuestra salvación -, el destino eterno asegurado en las manos del Todopoderoso. Esas son razones para que nuestra transpiración espiritual llegue como buen olor ante Dios. Pero, ¿qué del olor en los que se pierden? Imaginamos que debería ser un mal olor, propio de los cuerpos que se pudren en la tumba. Sin embargo, la Escritura afirma que nosotros seguimos siendo buen olor de Cristo en los que se pierden. Observemos que no se dice que los muertos en delitos y pecados huelan bien, sino que el olor que emana de Cristo en relación a ellos también es grato ante el Padre, hecho que se refleja a partir de nosotros.

El creyente huele bien por cuanto porta la justicia imputada de Jesucristo, de manera que lo que Dios limpió no puede llamarse inmundo. Pero los impíos (incrédulos y réprobos en cuanto a fe) tienen el olor propio de la muerte, aunque a través de nosotros ese olor sigue siendo grato frente a Dios. Y es que cuando anunciamos la promesa de salvación a toda criatura el olor de Cristo se manifiesta para con todos: a unos como el olor de la salvación y a otros como el olor de la condenación. Sin embargo, la Escritura señala que ambos olores son gratos ante la presencia de Dios.

Uno puede preguntarse cuál es la razón de que el olor de muerte para muerte parece ser grato para el Padre. La razón no está en el hecho de que la muerte del espíritu huela bien sino en que el olor de Cristo es bueno en ambos sentidos: en los que vivimos para la gloria eterna y en los que mueren en sus delitos y pecados. La soberanía de Dios en ambos sentidos hace que Cristo emane olor grato ante el Padre. Uno debe buscar el fondo del asunto en el hecho de que el Padre fue quien predestinó a unos para salvación y ordenó a otros para perdición, y todo ello tiene que ver con el Hijo.

Cualquiera podría perderse en el razonamiento al suponer que de Cristo emana solamente el grato olor de los que ha redimido, pero la Escritura ha sido muy clara al decirnos que de él también emana (por intermedio de nosotros) el grato olor en los que se pierden. Los redimidos y los condenados redundan en la gloria de la divinidad, ya que ambos conjuntos fueron preparados desde antes de la fundación del mundo para la gloria de Dios. Faraón es un ejemplo del endurecimiento que hace Dios en la criatura para demostrar la gloria de su justicia y poder, de manera que esa obra del Creador sigue siendo buena en gran manera.

Nosotros somos ese buen olor de Cristo cuando anunciamos el evangelio de salvación a los que se pierden y no solamente a los que se salvan. Porque el anuncio de la redención trabaja en ambos sentidos cuando rescata a los elegidos para vida eterna y cuando endurece a los réprobos en cuanto a fe. En un primer momento, nosotros no sabemos quiénes son unos y otros, pero aunque lo supiésemos el anuncio se haría en alta voz para que todos sean partícipes del decreto divino. El objetivo de la predicación del evangelio es muy claro en las Escrituras: 1) para que los que hayan de clamar ante Dios lo conozcan y sepan bien a quien deben acudir; 2) para que se añada mayor condenación en los que resisten el llamado general, al mostrar su naturaleza no redimida por el Espíritu Santo,  y sirva a su vez de testimonio ante todos.

Pablo dijo que los que predicaban como él el evangelio no eran como los mercaderes de la religión, que anuncian por provecho propio las Escrituras. Estos corren el riesgo de llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno, de decir paz cuando no la hay, de manera que muchos son engañados en el evangelio extraño para que se pierdan. Estos son de los que anuncian una expiación universal para agradar a las multitudes, cuando la Biblia señala que Jesús murió exclusivamente por los pecados de su pueblo (Juan 17:9; Mateo 1:21).

Salomón escribió que el hombre que halle la sabiduría y la inteligencia debe llamarse bienaventurado; porque ella es árbol de vida a los que la obtienen. Jesús anunció que al hombre no le aprovechará nada ganar el mundo y perder su alma, de manera que el conocimiento que viene de Dios en relación al Hijo redime al hombre de sus pecados. Pero hay muchos que detestan esa sabiduría del cielo y proclaman como superior la sabiduría de sus filósofos, antropocéntrica, la que está enemistada con Dios. Para ellos el anuncio del evangelio es una locura absoluta y no pueden digerir lo que se les predica porque no han sido renovados para arrepentimiento.

Esta situación de los réprobos nos lleva a la síntesis del apóstol, cuando se preguntaba quién sería suficiente para esto. ¿Quién tiene la capacidad para discernir y buscar la buena influencia del evangelio de Cristo? Ningún hombre en su estado natural podrá hacerlo, de manera que debe atribuirse la suficiencia al Creador en su soberanía absoluta que tiene en tanto dueño absoluto de todo lo que ha hecho (En realidad, Él es el Despotes). El placer soberano de la voluntad divina es el que esconde el evangelio de algunos (y son muchos), de forma que el anuncio por el anuncio no se haría suficiente para llega a creer. Se hace necesario que el mismo que envía el anuncio (Dios soberano) abra el corazón y lo cambie, dando un espíritu nuevo, para que como Dorcas pueda entender las palabras predicadas.

De allí que se haya dicho en varias oportunidades que hemos alcanzado la salvación de pura gracia, sin intermedio de obra alguna. De esta forma, frente a la grandeza de la soberanía de Dios nadie podrá jactarse en Su presencia. Nadie podrá argüir que él sí que tuvo la voluntad de dar un paso al frente, de levantar una mano ante la prédica, de decidir en favor del evangelio del Señor. Y es que la premisa mayor ha sido anunciada desde antaño, que toda la humanidad murió en sus delitos y pecados. Cualquier otra premisa secundaria, dependiente de la principal, tendrá por fuerza que derivar en la síntesis de que ha sido por gracia lo que tenemos. Como también dijo la Escritura: Pablo sembró, Apolos regó, pero es Dios quien da el crecimiento.

Sería natural considerar la ley divina como un sabor de muerte, de acuerdo a lo que dice la carta a los Gálatas: porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia sería verdaderamente por la ley (3:21); por  las obras de la ley nadie será justificado (Gálatas 2:16); Porque por las obras de la ley ninguna carne se justificará delante de Él; porque por la ley es el conocimiento del pecado (Romanos 3:20); Mas encerró la Escritura todo bajo pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe de Jesucristo (Gálatas 3:22). Lo que no parece natural es que la antítesis de la ley, el evangelio de Cristo, venga a ser olor grato de muerte en los que se pierden. Pero la razón de ello descansa al menos en dos principios generales: 1) que toda la humanidad murió en delitos y pecados y no hay quien haga lo bueno, ni justo ni aún uno, ni quien busque al Dios de las Escrituras; 2) que si el Espíritu no regenera a la persona, ésta no podrá comprender las palabras del evangelio.

Es en ese sentido en que ambos olores son gratos para Dios, por cuanto el anuncio del evangelio añade mayor condenación en aquellas personas que no salva. Nosotros los creyentes somos portadores de ese olor de vida y de muerte, de vida en los redimidos y de muerte en los condenados. Cuando nosotros y lo que anunciamos somos rechazados, se proclama un olor de muerte eterna en los que odian a Dios. La doctrina de Jesucristo golpea en el rostro de los réprobos en cuanto a fe y la Roca eterna cae encima de ellos y los aplasta. La sabiduría humana, su filosofía y religión, no pueden en conjunto o separadamente mover un centímetro la piedra con la cual han tropezado los hombres que resisten por naturaleza el evangelio de Cristo y que nunca llegan a comprender. La justicia humana no podrá emular la justicia divina.

Para el hombre natural el anuncio del evangelio es una locura, un extravío que exhibe su olor de muerte. Por esta razón el evangelio no es una oferta de salvación para todo aquel que lo oye, sino que sigue siendo una promesa de salvación eficaz para todos aquellos que tienen su nombre escrito en el libro de la vida del Cordero. Como también dice la Escritura: Y creyeron todos los que estaban apuntados para vida eterna (Hechos 13:48).  Y como ya hemos dicho en varias oportunidades, el anuncio del evangelio es imperativo, pues ¿cómo invocarán a aquel de quien no han oído y en el cual no han creído? ¿Cómo oirán si no hay quien les predique? Hermosos son los pies de los que anuncian el camino del Señor.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 9:09
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