Jueves, 15 de marzo de 2018

El ánimo dividido abunda en una amplia gama de congregaciones religiosas; por un lado se habla de doctrina y por el otro de la devoción. Se piensa que lo más importante es la devoción y la pasión que se muestre para con Dios, más allá de lo que se crea que sea el Todopoderoso. Es común escuchar que, si el corazón siente la esperanza de confiar en Dios, poco importa conocer el cuerpo de enseñanzas que se despliegue en torno al Ser Supremo.

La doctrina ha venido a ser estimada como un trabajo complicado, excesivamente intelectual, propio de personas estudiadas y especializadas. En cambio, se dice que la pasión es común a todos los seres humanos, en especial a los denominados creyentes que viven emociones constantes en relación a lo que conciben como Dios.  Subsiste la dicotomía corazón-mente, aunque la Biblia no apoye tal separación: estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales pensando en sus corazones, (Marcos 2:6);  Venid luego, dirá Jehová, y estemos a cuenta (razonemos-dialoguizómenoi - διαλογιζμενοι):  si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos: si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana (Isaías 1:18).

El verbo griego señalado tiene una raíz que engloba el término y concepto logos (dialogos-dialoguizomenoi), el cual implica razonar, usar la lógica, la razón. Dios nos invita a razonar, no a tener emociones deslindadas del pensamiento. Son muy variados los textos que así se anuncian, recordemos al menos uno que Jesús mencionó: de la abundancia del corazón habla la boca...sobre toda cosa guardada guarda tu corazón, porque de él mana la vida...de allí vienen los malos pensamientos, los homicidios, etc. Es Jesús quien así refiere su enseñanza acerca del corazón, el sitio emblemático y metafórico donde radica el pensar, donde se usa el raciocinio.

Pero hay quienes proclaman dos teologías, una relacionada con el intelecto y otra con el corazón. Una se encargaría de los credos y de la sistematización de la divinidad, mientras la otra se ocuparía de las alabanzas y de las plegarias. Es decir, que si un herético compone un himno hermoso Dios tendría que recibir tal alabanza aunque venga de un réprobo en cuanto a fe. Eso hacían los antiguos fariseos, a quienes Jesús llamó hipócritas, a quienes la Biblia denuncia como generación de víboras. Ellos se ocupaban del desarrollo teológico sistemático y no pudieron comprender que el Mesías estaba en esos momentos con ellos, sin embargo se destacaban por su religiosidad en las sinagogas. Daban diezmos y limosnas, cantaban himnos al Dios de Moisés, hacían oraciones, pero no entendían quién era Jesucristo. Ellos se aferraban a la salvación por obras, pensando que por ser judíos ya tenían un anticipo para entrar al reino de los cielos.

El apóstol Pablo denunció esta clase de división entre la fe razonada y la fe emotiva. En su Carta a los Romanos dijo que él daba testimonio de los judíos de su época que tenían gran celo por Dios; sin embargo, agregó el apóstol que ese celo no era conforme a ciencia (a entendimiento, a razonamiento). ¿Por qué ese celo no les servía de nada? ¿Cómo es posible que tanta pasión por el Dios de la Biblia no redundara en ningún beneficio espiritual para aquellas almas? Porque anteponían su propia justicia contra la justicia de Dios.

No se trata de decir que se cree en Jesucristo como Hijo de Dios, porque los demonios creen y tiemblan. No se trata de proclamar que se es capaz de hacer milagros y señales en su nombre, porque pudiera ser que al final del camino el Señor diga que no conoció a los tales nunca. Como bien aseguró en una oportunidad a muchos de los enviados a predicar, que era preferible alegrarse porque sus nombres estaban en el libro de la Vida antes que regocijarse porque los demonios se les sujetaban en el nombre de Jesús.

La convergencia entre la emoción y la razón es necesaria. Es conveniente colocar la emoción donde hay razón para tal sentimiento; los judíos de la época de Pablo se emocionaban mucho con el Dios de Abraham, con la ley de Moisés, con las fiestas religiosas, con guardar los días, los meses y los años festivos, siguiendo el rito ordenado por el sacerdocio antiguo. Ellos eran respetables en cuestiones de moral, ajenos a la idolatría pagana, pero por más que tuviesen celo de Dios (deseo, respeto, cuidado) la oración del apóstol para ellos era para salvación. La razón de esto era porque esa gente no era salva, porque no reconocía la justicia de Dios.

Al ignorar que Jesucristo satisfizo totalmente la justicia del Padre, que él sustituyó en la cruz a su pueblo, que expió toda la culpa de los que conforman sus amigos, su iglesia, su pueblo, su mundo, se piensa que también murió por el resto de ese mundo por el cual no rogó. Porque el Señor dijo que no rogaba por el mundo sino solamente por los que el Padre le había dado. También señaló en otra oportunidad que todo lo que el Padre le daba iría hacia él, que él no los echaría nunca fuera sino que los resucitaría en el día postrero. Vemos por esa aseveración que el Señor no pierde ni una sola de sus ovejas (además las guarda en sus manos y están también en las manos del Padre). ¿Quién puede arrebatar de aquel refugio una sola de sus ovejas?

Ni siquiera la oveja tiene la potestad de marcharse por su cuenta, ya que no seguirá más al extraño (Juan 10:1-5).  Cuando Pablo dice que ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús, está diciendo que ni siquiera la oveja misma puede separarse por su cuenta ya que ella es una cosa creada. La justicia de Dios es Jesucristo, por cuanto dio satisfacción plena por el pecado de su pueblo. Ese pueblo fue su encomienda al venir a esta vida (Mateo 1:21); ese mundo salvado es el mismo que el Padre amó de tal manera que le envió a Su Hijo.

Pero sabemos que Judas Iscariote quedó por fuera, como también le sucedió a Esaú. ¿Qué, pues, diremos? ¿Hay injusticia en Dios? ¿Por qué no envió a todo el mundo hacia Su Hijo, para que todos fuesen salvos? Porque si el Padre es el que envía a la gente a Jesús (y todos los que envía van irrefutablemente) también sabemos que hay muchas personas que jamás han acudido al Señor. Uno puede deducir (con la razón, con la lógica, con el corazón) que el Padre no los envió hacia el Hijo, como asegura la Escritura, por cuanto  Dios también preparó vasos de deshonra desde antes de la fundación del mundo, para demostrar su ira, su poder y su justicia en ellos. De nuevo la pregunta se levanta en algunos corazones molestos: ¿Hay injusticia en Dios?

¿Quién puede resistirse a la voluntad del Creador? ¿Acaso pudo Esaú hacer otra cosa distinta a lo que estaba preparado en su guión por el mismo Creador? En ninguna manera, pero Dios lo inculpa de pecado. ¿Será eso injusto? Esa es la gran pregunta del objetor, la que es seguida por muchos teólogos que se ufanan de usar la razón para sus elucubraciones. Esas mismas personas que se oponen a la declaración del Espíritu a través del apóstol elevan oraciones y alabanzas al Dios del cielo. ¿Será que Dios se agrada de esos cantos y de esa devoción que provienen de un alma plagada de herejía? ¿Pueden los herejes agradar a Dios mediante su herejía? ¿Es que Dios se olvida de la herejía (la interpretación privada de la Escritura) cuando oye un cántico que tenga buen sonido?

Hacia esa falacia conduce la premisa equivocada de tener dos teologías, una para el intelecto y otra para el corazón. Dios no se agradó de aquellos judíos celosos de Su nombre pero que no alcanzaron a entender conforme a ciencia el concepto de justicia divina. Por esa razón ellos siguieron con sus obras, la salvación alcanzada por medios personales. Y dicen hoy en día: Dios ya hizo su parte, ahora le toca a usted hacer la suya; Jesucristo expió todos los pecados de todo el mundo, pero usted tiene que aceptar el perdón para poder ser salvo. Esta tesis conduce hacia un Jesús frustrado cuyo Padre castigará dos veces por la misma falta.  Castigó primero en el Hijo todos los pecados de todo el mundo y después castigará esos pecados en los que se pierden.

Ese es el absurdo de los universalistas, de los que dicen y aseguran que Jesucristo murió por todos, sin excepción, y no solo por su pueblo. Exponen la sangre del Señor a vituperio, la pisotean y la envían al infierno de fuego. Según el evangelio diferente, al infierno van todos aquellos por quienes Jesús murió pero que no quisieron aceptar la invitación. Pero olvidan que -según su extraña teoría- los que sí la aceptaron están añadiendo algo de obra al trabajo acabado y perfecto del Señor: su consentimiento. Suponen que Dios es un Caballero que respeta la voluntad de la persona, y olvidan que el Señor de la Biblia es soberano y hace como quiere, y no hay quien le diga ¿qué haces? Recordemos la conversión de Saulo de Tarso, donde no se le mostró el menor ápice de caballerosidad: fue expelido del caballo y sus ojos se deslumbraron. Allí no hubo ruego ni lucha de parte del Señor, simplemente lo llamó y el enemigo del evangelio no pudo hacer nada ante ese llamado sino obedecer.

Recordemos también que cuando Moisés le pidió al Señor que le mostrara su gloria, la respuesta obtenida fue que se ocultara para no matarlo. Solo le fue permitido ver un aspecto de la misma (como la espalda de Dios), pero se le dijo igualmente: Tendré misericordia de quien quiera tenerla. Esa es la gloria de Dios, dicha en sus propias palabras, su soberanía absoluta, su capacidad inmutable de elegir a quien haya querido para convertirlo en parte de su pueblo. Entonces Moisés dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y Él respondió: Yo haré pasar toda mi bondad delante de ti, y proclamaré el nombre del 'SEÑOR' delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y tendré compasión de quien tendré compasión  (Exodo 32:12-19).

Pero los que se adhieren a las dos teologías, la del intelecto y la de la emoción, son los que están proponiendo alabar cualquiera sea la concepción que se tenga de Jesús. Lo que más les importa es que la devoción se imponga ante la doctrina. La razón, aseguran ellos en su desvarío, pertenece a los estudiosos, a los seminaristas, a los más doctos; en cambio, la pasión, la emotividad, la alegría del servicio eclesiástico pertenecen a los más humildes. Bajo estas premisas debemos decir que el pueblo sigue debilitándose por causa de la ignorancia, ya que ignoran quién es el Jesús de la Biblia y cuál es su obra que vino a cumplir plenamente. No saben aquellos que erigen el madero de su escultura, y los que ruegan al dios que no salva (Isaías 45:20).

Tal vez usted no tenga una escultura de un madero pero puede tener un ídolo forjado con su imaginación. Tal vez usted es devoto de un dios que no salva a nadie sino que depende de la voluntad de los muertos en delitos y pecados para que tomen una decisión. Recuerde la Escritura, ella dice que Cristo no murió por los que son réprobos en cuanto a fe (los cabritos) sino que murió solamente por sus ovejas (Juan 10). La elección para salvación es incondicional, así como incondicional es el endurecimiento para los réprobos creados como vasos de ira y destrucción (Romanos 9: 16-18). El hacha no puede gloriarse contra el que con ella corta (Isaías 10:5-15), así la criatura no puede elevar la más mínima queja ante el alfarero que hace como quiere con su masa de barro. La gloria en la salvación como en la condenación es toda del Señor, de manera que los que promueven o creen las dos teologías, la del intelecto doctrinal y la del corazón devoto, deberían revisar las Escrituras para verificar si en ellas tienen la vida eterna.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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