Lunes, 26 de febrero de 2018

El padre de las mentiras es uno de los títulos que tiene Lucifer. No solo es el príncipe de este mundo sino que también es un hacedor de engaños, de subterfugios, capaz de cegar el entendimiento de los incrédulos. En el Edén quedó demostrada su capacidad para timar, al decirle a Eva que tanto ella como Adán vendrían a ser como dioses y que no morirían jamás. Hoy día se encuentra activo predicando otros evangelios, diciéndole al mundo que él no existe o que si existe es alguien que procura la libertad del hombre.

Sin embargo, Jesucristo nos enseñó que Satanás es el que tiene prisiones de oscuridad para sus seguidores. Asimismo, cuando en la Biblia se habla de liberación o salvación de parte del Señor se hace referencia a la libertad de la cautividad satánica. Nada más promisorio para que el engaño surta efecto que mezclar la mentira con un poco de verdad; o tal vez mucha verdad en una poca cantidad de mentiras hace convencer a los incautos hombres del mundo. En el principado de Satanás se apuesta por el destrono de Dios, si bien se pretende desconocer que para cautividad fue creada una gran parte de la humanidad.

Esto es lo que escandaliza a muchos que levantan el puño enfurecidos contra el Dios soberano. Incluso los teólogos de la mal llamada cristiandad aseguran que en ningún momento el Dios que ellos pregonan pretendió el infierno de fuego para los renegados, simplemente que cada quien se elabora su propio destino y muchos no quieren entrar por la puerta estrecha que conduce a la gloria. Para ello han elaborado una doctrina que anuncia al Jesucristo que muere por toda la humanidad, sin excepción, habiendo pacificado la relación entre Dios y los hombres, al lavar las culpas de cada ser humano y hacer una salvación potencialmente alcanzable para todos.

Suena encantador el mensaje que incluye a todos sin excepción, armoniza mucho con la filosofía antropocéntrica. Una teología al alcance de las masas que hace a Dios manipulable, que puede mover su brazo a base de plegarias, mientras el Todopoderoso aguarda por las almas que ha intentado rescatar pero que son renuentes. En realidad tal dios es mentiroso, porque habiendo dicho que Jesús murió por todos, sin excepción, exige doble paga por el pecado. Cada pecador a quien se le ha saldado la deuda debe a su vez aceptar la dádiva, caso contrario deberá pagar él mismo por sus culpas.

La expiación implica reconciliación; si la sangre de Cristo expió los pecados quiere decir que procuró eficazmente la armonía entre Dios y todos los seres humanos -siempre que Jesucristo haya muerto por cada uno de ellos. Cuando en la Biblia se habla acerca de Jesucristo como la propiciación por nuestros pecados se establece que ha apaciguado la ira de Dios. Cristo es visto como un pacifista entre el Padre y la humanidad pecadora; claro está, siempre que haya en realidad apaciguado la ira de Dios en relación a todos los pecadores de la tierra. Pero Dios hizo que Cristo fuese hecho pecado por su pueblo; bastaría con comprender el alcance de su objeto de salvación para saber si incluye a todo el mundo o solamente a los que el Padre le dio.  Algunos se asombran al leer en la Biblia que Dios odió a Esaú, aún antes de ser creado, antes de que hiciese bien o mal. Pero si es verdad lo que allí se dice ¿cómo pudo propiciar Jesús la ira de Dios contra Esaú y contra todos los que él representa con su tipo, de acuerdo al relato bíblico?  Al parecer la propiciación ha sido anulada o ha quedado sin efecto, y fue ineficaz por causa de ese dios mentiroso que dijo que había quitado su ira contra los hombres pecadores.

Si Jesucristo es el redentor esperado, si pagó el precio por la posesión adquirida al derramar su sangre en el madero, se entiende que cada ser humano comprado por ese precio pagado ha sido redimido y liberado de la justicia divina.  Por esta razón habría que preguntarse de nuevo cuál es el alcance de esa redención hecha por Jesucristo. ¿Incluye a todos sin excepción? Parece ser que dejó por fuera al Faraón de Egipto, a Herodes, a Esaú, a los réprobos en cuanto a fe de los cuales la condenación no se tarda, a los que no tienen sus nombres escritos en el libro de la Vida del Cordero desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8 y 17:8).

¿Por quién murió Jesús? La Escritura es absolutamente clara: ...y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Ese es el mismo Hijo del Hombre que vino a poner su vida por muchos (Mateo 20:28), el Buen Pastor que puso su vida por las ovejas (Juan 10:11). Los que no creen en él no son sus ovejas, pero: ¿no son sus ovejas porque no creen en él o no creen en él porque no son sus ovejas? (Véase Juan 10:26, para mayor claridad de la frase expresada por Jesús).

Jesucristo murió de acuerdo a las Escrituras y no de acuerdo a lo que muchos que se dicen sus seguidores piensan. Satanás es el dios de este mundo, el padre de las mentiras, de manera que está interesado en cambiar la verdad bíblica por la fábula humana. Al Jesús enviado por el Padre para salvar a su pueblo de sus pecados lo colocan para redimir a cada miembro de la raza humana.  Hay algunos que van más lejos en los Seminarios, al pedir oración por Lucifer para que se arrepienta y le quiten la condena perpetua que le han dado.  Por esta razón los que predican un evangelio diferente lo hacen siguiendo la directriz del padre de las mentiras, y nada le pareció a Eva más verdadero que las palabras de Lucifer en el Edén. El ángel de luz caído es astuto en gran manera, por lo cual puede engañar -si le fuere posible- aún a los escogidos.  Es decir, a los escogidos no engañará pero la expresión narrada en el evangelio denota el gran poder de persuasión que tiene en aquellos que se pierden.

Los que ignoran la justicia de Dios revelada en el evangelio no permanecen en la doctrina de Cristo. El evangelio jamás le dice al individuo que él tiene la habilidad de tomar una decisión por Cristo, o de cooperar con él para que sea salvo. Tampoco le dice a la gente que Jesús murió en la cruz para pagar por los pecados de cada persona en el mundo, sino solamente los de su pueblo (Hebreos 2:17; Mateo 1:21; Juan 17:9). También dice la Biblia que los que predican un evangelio diferente han de ser considerados malditos (anatemas) (Gálatas 1:6-9). Pero muchas personas siguen a un dios creado por ellos mismos, o por sus teólogos favoritos, y le dan gloria como a Dios. Para poder validar a esa criatura creada como dios se hace necesario sustituir al verdadero Dios anunciado en las Escrituras y relegarlo a un segundo plano; ahora se anunciará a una divinidad débil hasta la impotencia, cambiante en su voluntad, un mendigo que está en un madero a la espera de un alma que se le aproxime y le diga Señor, yo te sigo.

La expiación propuesta por el padre de la mentira consiste en una labor cargada de impotencia.  La sangre de ese cordero no asegura la salvación de ninguno por los que dice que murió.  El trabajo de ese mesías no garantiza nada ni establece la diferencia entre salvación y condenación, puesto que ese Cristo no ha redimido a nadie en particular.  Ha sido una salvación potencial, para el libre escoger de las naciones o de las personas. Y en este punto es donde se exalta la libertad humana frente al fracaso del ser divino que todavía parece sufrir en la cruz; ahora el hombre es libre de tomar la decisión por Cristo y hacer eficaz la potencial salvación, de hacerla valer en el tiempo con la ayuda de su conducta (a la que todos llaman perseverancia).

Para arreglar las frases problemáticas de la Escritura (problemáticas para la teología torcida) se han dado a la tarea de la interpretación privada. La predestinación lo será siempre y cuando Dios haya visto en el túnel del tiempo o a través de los siglos en los corazones humanos quiénes serían  los que lo aceptarían. A esos Dios predestinó, dicen ellos; Dios no preserva a nadie que haya salvado sino que éstos perseveran hasta el fin, con su propia fuerza, poniéndole fe a las cosas a tal punto que con sus cadenas de oración son capaces de torcer el brazo de Dios. Una divinidad renuente para socorrer las peticiones del corazón humano debe ser sometida y obligada a cambiar el curso de su voluntad, incluso de sus profecías.  Ahora el hombre libre es capaz de cambiar la voluntad divina siempre y cuando se congregue para orar con eficacia y logre mover la desgana del Creador.

Asimismo, la teología privada que poseen les da pie para sostener que aquellos que se pierden lo hacen porque rechazaron la oferta libre del evangelio.  Porque afirman que para ellos también murió Jesús, por ellos también se derramó la sangre en el madero. De esta manera, habiendo sido comprados por precio y habiendo pagado el Señor por todos sus pecados, no todos quieren la redención mientras otros mueren impenitentes por no haber escuchado jamás que su libertad se había comprado. En realidad esa teología de Lucifer pone mal al Dios soberano referido en las Escrituras. Lo coloca como un Ser Impotente, como un Fracasado que lucha por alcanzar el bien pero que es vencido en muchas ocasiones por el mal.  Lo coloca como un Ser que no creó el mal, ni a Satanás, sino que ambos aparecieron por generación espontánea o por intermedio de la creación de otro ser extraño.  Para ellos Dios permite que el diablo exista, que el mal aparezca, aunque en realidad no quiera que sea así. Semejante dios es un ser frustrado que inspira compasión.

Eso enseñan los que se distraen al leer las Escrituras y se dan a la invención de su interpretación privada. Eso hacen los que siguen otro evangelio, como los ciegos conducidos por ciegos, siendo doblemente merecedores del infierno de eterna condenación. Estos pretenden que el mérito de la redención yace en cada ser humano al aceptar a Jesús, como si un muerto en delitos y pecados tuviese voluntad alguna de elección. El valor del Redentor lo trasladan a sus propios corazones, y cambian la justicia de Dios que ignoran por su propia justicia que yace en su voluntad.  Como si el Espíritu de Dios esperara impotente la decisión de alguien en cuanto a seguir a Jesucristo para poder entrar en su vida y darle el sello de la redención.  Pero esas enseñanzas son parte del programa de instrucción del dios de las mentiras.

César Paredes

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Tags: LA SOBERANIA DE DIOS

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