El evangelio escondido continúa sin ser percibido por aquellos que no han recibido el llamado eficaz para creer. Es dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, de manera que se hace necesario que lleguen a ser creyentes para tener visión en sus ojos; pero esto parece un círculo que nos hace dar vueltas en el argumento de la fe. Sin fe es imposible agradar a Dios, pero no es de todos la fe y ella es un regalo de Dios. Si el diablo cegó la razón de los incrédulos ¿cómo pueden llegar a creer los que no entienden la fe con la razón?
La ruptura de ese anillo ha sido hecha en todos los que llegamos a creer, de la misma manera creerán aquellos que tienen sus nombres escritos en el libro de la vida del Cordero, desde la fundación del mundo. Para esto nadie es suficiente sino que dependemos de la misericordia divina, la que para unos es dada mientras para otros es alejada. Los cierto es que el evangelio que no está escondido es el que produce luz y hace que ésta nazca en medio de las mismas tinieblas. La proposición bíblica anuncia a Jesucristo como mediador entre Dios y los hombres, no a los apóstoles ni a cualquier otro ser humano. El Señor que dijo que sacaría luz de las tinieblas -como sacó agua de la roca- es el que ha brillado en los corazones de cada creyente; pero no se trata de una luz que encandila y ciega al mismo tiempo sino de la que da el brillo del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
Dado que han aparecido falsos Cristos a lo largo de la historia humana, uno podría preguntarse ¿cuál de esos Jesús glorificará Dios en los corazones de su pueblo? Lo cierto es que se habla de un conocimiento venido de lo alto, hecho que nos hace pensar en el fenómeno de la luz cuando disipa las tinieblas. El conocimiento disipa igualmente la ignorancia; el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo desvanece la ignorancia propuesta por los falsos Cristos. Ya lo dijo el Buen Pastor, que sus ovejas no seguirían jamás al extraño porque desconocen su voz.
En el proceso de creación narrado en el Génesis vemos que Dios ordenó que saliera la luz de ese caos que acababa de hacer. Había tinieblas sobre la faz del abismo pero a la orden del Creador se hizo la luz; sucede igual con las almas esclavizadas en las penumbras de la ignorancia del evangelio. Cuando Dios ordena la luz desaparecen las tinieblas de la razón para que podamos comprender la supereminente grandeza del Señor en el evangelio anunciado. Así como había oscuridad natural en el universo creado existe también tinieblas naturales en el alma incrédula. La Biblia dice que al hombre natural le parece una locura las cosas del Espíritu de Dios, porque ellas han de ser discernidas espiritualmente: Mas el hombre animal-natural-sensual no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente (1 Corintios 2:14). Eso indica que debe haber una transformación previa para entender los asuntos de Dios, siendo el Espíritu de Dios el que da vida y el que se mueve como quiere.
No pueden las cosas del Espíritu de Dios ser conocidas por el hombre natural que está perdido o muerto en sus delitos y pecados, habiendo heredado la naturaleza de Adán como cabeza federal. La luz de la filosofía no ha permitido a ningún alma arrimarse a Cristo, puesto que la naturaleza humana busca su independencia del Creador, no lo reconoce como a Dios y prefiere dar rienda suelta a las elucubraciones de la mente en torno a que tenemos un origen distinto a lo que anuncian las Escrituras. El corazón del hombre prefiere asumir que descendemos del mono, que venimos del mar, que aparecimos de la nada, o que el universo siempre ha estado allí, antes que suponer siquiera que hay un Creador que gobierna todo cuanto existe.
Ante tales circunstancias del dominio del imperio de las tinieblas urge que sea la ayuda del Espíritu antes que la de la luz natural la que despierte al hombre de su letargo. El poder superior de Dios hizo que Pablo cayera del caballo y fuese convertido su corazón, mismo poder que opera en todos los que llama el Señor para redimirlos. La palabra de la cruz es naturalmente rechazada por la mente sumergida en tinieblas, aunque sea llevada por predicadores con claro entendimiento, ya que la respuesta natural será abjurar de tal mensaje. Los asuntos espirituales son una locura para ese hombre que todavía no ha sido transformado por el Espíritu de Dios. El evangelio es para el impío un mensaje absurdo y contrario a la razón, de un gusto desagradable, una ridiculez frente al conocimiento de la falsamente llamada ciencia.
La Biblia asegura que ese evangelio debe ser discernido espiritualmente, con una luz especial, bajo la influencia y asistencia del Espíritu de Dios. En ninguna página de la Escritura se dice que el Espíritu da vida espiritual a cada criatura humana; más bien dice que así como el viento de donde quiere sopla, sin que sepamos de dónde viene ni a dónde va, así también es todo aquel que es nacido del Espíritu. El poder soberano de Dios se manifiesta en su gracia omnipotente, irresistible, transformadora y eficaz; la comparación hecha por Jesucristo entre el viento y el Espíritu viene acentuada por la lengua hebrea y por la lengua griega, cuyos vocablos para viento son los mismos que para el Espíritu respectivamente. Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o como se crían los huesos en el vientre de la mujer preñada, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas (Eclesiastés 11:5).
De manera que como Dios hizo en el Génesis, al ordenar salir la luz de las tinieblas, con su mandato de sea la luz, resulta imperativo que resucite al hombre natural muerto en delitos y pecados, que ordene que haya luz para que desaparezcan sus tinieblas. El caos del espíritu humano tiene consecuencias eternas, pero la luz de Cristo en el corazón de los hombres trae vida eterna. La luz de Cristo no es un incremento de la luz natural humana sino una nueva luz creada en cada uno de los que son añadidos a la iglesia, de acuerdo a los que están ordenados para vida eterna.
La luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo es una consecuencia inmediata de la regeneración, si bien nosotros los que anunciamos el evangelio somos apenas instrumentos para la comunicación y no somos ese conocimiento. Hay un Jesús descrito en las Escrituras, al cual conviene estar atento, no vaya a ser que algunos que pretendan seguirlo opten por el desvarío de aupar al Jesús de muchos predicadores ciegos guías de ciegos. Los falsos maestros han abundado desde que la iglesia se instauraba en esta historia, los hubo quienes enseñaron que Cristo no era consubstancial con el Padre, que era apenas un profeta, que no había venido en carne; los ha habido también con la enseñanza de un Dios universalista, que abre la oportunidad para cada quien en particular pero que le deja la tarea de resucitarse al muerto mismo; otros enseñan el Jesús que sigue colgado del madero a la espera de que alguien levante su mano y lo invite a entrar en su corazón.
Usted podría seguir en la búsqueda de cualquier ídolo (una confección interpretativa de la divinidad de la Biblia, por ejemplo), que le dé satisfacción a sus expectativas respecto a lo que debe ser Dios. Pero mejor sería no interpretar privadamente las Escrituras sino escudriñarlas para ver si allí está la vida eterna. Lo cierto es que hasta que Dios no haya ordenado que resplandezca de las tinieblas la luz usted seguirá en enemistad innegable con su palabra, con su nombre y con el Hijo. Dios solamente desea glorificarse en el Hijo, en Jesucristo, de acuerdo a las Escrituras.
Decimos que estar en la verdad no es un asunto de hacer énfasis en ciertos puntos teológicos, como si alguien pudiera llamarse creyente aún si carece de la doctrina de la gracia. No podemos decir que a un creyente le falta un poco de doctrina para enderezar su camino de fe, como si Dios dejara en la ignorancia a sus hijos. Al contrario, Él hace resplandecer de las tinieblas la luz, y si alguien está muerto en sus delitos y pecados no podrá resucitarse a sí mismo con el ropaje de cristiano o creyente. La diferencia entre la luz y las tinieblas es un asunto de verdad contra mentira, de verdadero evangelio contra el falso evangelio, del verdadero Dios contra sus burdas imitaciones.
Y si por gracia ya no es por obras, de otra manera la gracia ya no sería gracia. Así de simple, de tal forma que no es viable para los que andan en la luz de Cristo el siquiera suponer que hay una combinación entre gracia y obras. Ni siquiera la fe que tenemos se produce en nosotros o viene a ser un requisito de Dios para la salvación, pues ella es un regalo de Dios (Efesios 2:8) y sabemos que no es de todos la fe (2 Tesalonicenses 3:2). Los que son llamados por Dios no pueden permanecer en cautividad, más bien son llamados a salir de Babilonia: Salid de ella, pueblo mío.
César Paredes
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