S?bado, 24 de febrero de 2018

Escarnecer significa considerar al otro en un lugar inferior y hacerlo despreciable; es también burlarse en forma cruel de alguien. El salmista tiene gozo y se considera tres veces feliz por no haberse sentado en la silla de los que escarnecen, por no haber compartido su amistad con esa peste de gente. Porque en la Septuaginta el vocablo griego que se usa para denotar al escarnecedor es loimós (λοιμός), y quiere decir enfermedad, peste, plaga, pestilencia. De manera que quien escarnece es una persona que propaga una enfermedad, es en sí misma una pestilencia.

Hay mucha gente que escucha el evangelio tal como la Biblia lo anuncia, pero de inmediato se vuelve escarnecedora. Muchas personas se dan a la tarea de burlarse del otro por la razón de su fe; hay quienes con el argumento de su dios fosilizado hacen escarnio a los que anuncian las maravillas del Dios soberano. Decir que Dios ha hecho como quiere, que ha hecho el bien y el mal, puede convertirse en motivo de escarnio para la gente pestilente. Claro, la mayoría que así actúa puede llegar a sorprenderse de que la Biblia apoye semejante declaración. Sería una sorpresa el leer lo que el profeta Amós escribió en el Antiguo Testamento, que nada malo había acontecido en la ciudad que Jehová no hubiere hecho (Amós 3:6).

Jeremías también dijo que de la boca del Señor salía lo bueno y lo malo (Lamentaciones 3:38); en Deuteronomio leemos que no hay otro Dios como el Señor, que mata y mantiene vivo, que hiere y sana, y no hay quien pueda liberar a nadie de su mano (Deuteronomio 32:39). En otro libro leemos que Jehová mata y da vida, lleva la gente al sepulcro, tumba a la gente y da riquezas a quien quiere, levanta al pobre del polvo y al necesitado desde la colina de escombros, los hace sentarse a ellos en la mesa con los nobles (1 Samuel 2:6-8).

A partir de la experiencia que tuvo Job podemos leer en el libro que lleva su nombre que el Señor quiebra sin que haya nadie que construya, cierra la puerta contra una persona y no hay quien la abra; incluso hace al engañador como al engañado, al igual conduce a los sabios al error volviendo a los jueces locos. A los reyes los ata o los desata, a los sacerdotes hace errar; los hombres de avanzada edad pierden su juicio porque así Dios lo ha querido. El da grandeza a las naciones pero también les da su destrucción (Job 12:14-25). Ciertamente, Dios es de un solo parecer y si se empeña en una cosa ¿quién lo hará desistir? El está en los cielos y cualquiera cosa que ha querido ha hecho, por lo tanto nada de lo que ha sido hecho puede decirse que aconteció sin su soberana voluntad o sin su decreto eterno (Salmos 115:3; 135:5-7). Y aquellos que creen en la buena o mala suerte deberían reconocer que aún ese azar se echa en el regazo pero del Señor es su decisión para que ocurra de una u otra manera (Proverbios 16:33).

El desarrollo del conocimiento de la soberanía de Dios se ve al escudriñar las Escrituras; de principio a fin la Biblia plantea la manera en que Dios gobierna su creación, mostrando su absoluta voluntad desplegada en todo lo que ha creado. El hombre no es el tema de preferencia de la Biblia sino el Creador de todo cuanto existe. En cada uno de sus libros podemos encontrar referencias amplias acerca del despliegue de su poder, del dominio de su voluntad y de la preeminencia de su soberanía sobre todo lo que ha creado. Dios aparece como dueño absoluto de la materia y del espíritu, del alma y de los cuerpos que han venido a la existencia por su voluntad manifiesta. De Él se canta la supereminente grandeza de su poder, su infinito dominio, la profundidad de sus pensamientos y lo incomprensible de sus designios.

Los discípulos de Jesús se le acercaban al Señor para preguntarle acerca de la razón por la cual él hablaba en parábolas con muchas personas. La respuesta que recibieron todavía sorprende a muchos, simplemente hablaba de esa manera para que no comprendieran el sentido pleno de lo que decía. Su deseo, al igual que el del Padre, era que no entendieran ni vieran, y si acaso vieran que no percibieran, ya que ese pueblo en particular había engrosado su corazón y tenían oídos pesados y sus ojos permanecían cerrados a la palabra de Dios. De esa manera no podían convertirse y él no tenía que salvarlos (Mateo 13:10-15). Esto era además una profecía escrita por el profeta Isaías respecto a aquella nación, pero el sentido se hace extensivo al mundo en general. Ese mundo por el cual Jesús no rogó la noche antes de su martirio en la cruz (Juan 17:9), el de los réprobos en cuanto a fe de los cuales la condenación no se tarda. Ese mundo contiene a las personas cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero, desde la fundación del mundo y son los vasos de deshonra creados por Dios para ira y destrucción.

Los escarnecedores hacen su burla porque desconocen lo que dicen las Escrituras, aunque es justo reconocer que algunos de ellos sí saben lo que ella anuncia pero de igual forma la ridiculizan. Al igual que le decían al apóstol Pablo, a quien lo acusaban de enseñar la gracia para poder pecar libremente, se nos dice a nosotros que también predicamos el hacer el mal para que vengan bienes. A menudo escucharemos expresiones como las siguientes: Creer en la predestinación es muy fácil, así cualquiera hace lo que quiere y va al cielo porque está predestinado; yo no pondría la sangre del alma de Esaú a los pies de Dios; lo que pasa es que Dios amó menos a Esaú de lo que amó a Jacob; Dios predestinó basado en lo que previó que sucedería; el hombre no sería culpable de nada si no tuviere libertad de elección;  si Dios odió a Esaú desde antes de ser concebido, sin estar basado en buenas o malas obras, es un Dios injusto; mi alma se rebela contra semejante Dios que sería antes que nada un diablo, peor que un tirano. Por cierto, algunas de estas frases han sido dichas por famosos predicadores protestantes (la de no poner la sangre del alma de Esaú a los pies de Dios es de Spurgeon, y la última, la que acusa a Dios de ser un diablo o peor que un tirano, es de John Wesley, de quien muchos acólitos cantan sus himnos bajo la pretensión de adorar al Dios de las Escrituras).

Pero la palabra divina no puede ser borrada, por más que quieran torcerla y hacerla callar; ella continúa diciendo que los gentiles estuvieron gozosos al oír el anuncio predicado, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna (Hechos 13:48). Ni uno más, ni uno menos, simplemente los que el Señor añadía cada día a la iglesia cuando iban siendo salvados (Hechos 2:47). Hay que reconocer que Jesucristo ha venido a ser la cabeza del ángulo, la piedra que los edificadores de la religión reprobaron; pero esa piedra vino a ser valorada como preciosa para los que hemos creído. Sin embargo, esa misma roca se ha convertido en desliz para miles, para millones de personas a lo largo de la existencia humana, una roca de escándalo para los que tropiezan en la palabra a la cual son desobedientes; mas para eso mismo esas personas fueron destinadas (1 Pedro 2:7-8).

¿No dijo Jesús que nadie podía ir a él a no ser que el Padre que lo envió no lo enviase? ¿No añadió que quien a él viene no lo echa fuera? Entonces, si hay miles y millones fuera de su regazo, si hay mucha gente condenada a eterna destrucción y a perenne sufrimiento, se entiende que ellos nunca acudieron a Jesús de la única forma en que se puede acudir a él, siendo enviados por el Padre. Y si no fueron enviados por el Padre es porque Dios mismo no lo quiso hacer, pues todo lo que quiso esto ha hecho. Y si no lo quiso el Padre tampoco el Hijo quiso rogar por ellos la noche previa a la expiación en el madero, cuando oraba por los que el Padre le había dado y por los que habrían de creer por la palabra de ellos.

Fue el Señor quien declaró que ponía su vida por las ovejas solamente, no por los cabritos. Fue él quien no quiso rogar por el mundo que nunca le conocería. Ante lo expuesto como argumento en estas páginas quedan dos posibles caminos de respuesta: 1) el que recorren los que levantan su puño al cielo para decir que Dios es injusto, que de ninguna manera les interesa un Dios como ese que declara la Biblia, que prefieren una interpretación más suave de lo que allí se dice; 2) el camino angosto, un tanto incómodo, para que andemos los que repetimos con Jesucristo su oración: Así Padre, porque así te agradó (Mateo 11:26). Esta oración de Jesús dibuja el soberano consejo y propósito de Dios de salvar al hombre de esa manera (a los que quiso Dios escoger desde antes de la fundación del mundo). No fue en base a la prudencia del hombre que Dios escogió a su pueblo, ni a su sagacidad, pues lo necio del mundo, lo que no es, lo menospreciado de las naciones escogió Dios para deshacer a lo que es. De manera que Dios no vio con antelación que había un alma piadosa que lo buscara, más bien declaró con anticipación por medio de sus profetas que no había justo ni aún uno, ni quien lo buscara a Él (si bien hay muchos que buscan otro tipo de divinidad); que su elección no se hizo en base a las buenas obras porque el mismo Dios también dijo que no había ni siquiera uno que hiciera lo bueno.

Alejémonos de los escarnecedores, como lo hacía David, porque la elección que Dios ha hecho se ha debido a su buena voluntad y a su grato placer, pues de quien quiere tiene misericordia y al que quiere endurecer endurece. Los que pasan su vida escarneciendo tienen asegurado su final, no se levantarán en el juicio ni en la congregación de los justos, y su senda perecerá.

César Paredes

[email protected]

destino.blogcindario.com

 

 

 


Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 8:31
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios