El justo atiende a la vida de su bestia; mas las entrañas de los impíos son crueles (Proverbios 12:10). Cuando se menciona en el texto las entrañas se hace referencia a los sentimientos de afecto, a la ternura y a la gracia que se pueda tener. El proverbio pareciera referir con el vocablo impío al hombre cruel, como si dijera las misericordias del hombre cruel son crueles. Sabemos que la Biblia habla de la impiedad como algo que es contrario al corazón de Dios, por lo tanto refiere al impío como una abominación. El mundo lo ha dividido Dios entre impíos y justos, estos últimos son los justificados por la fe en Cristo Jesús.
La persona no redimida tiene un sentimiento cruel, muy a pesar de que muestre ternura. Eso es lo que indica el proverbio de Salomón, con lo cual da a entender que ante los ojos del Creador la más aparente buena acción del hombre impío es contada como nada y como menos que nada. Los métodos de conversión que se muestran con una fingida buena intención suelen llevar al hombre por caminos de la herejía. Esto acontece cuando el predicador anda tan ciego como aquel que lo escucha. Las denominadas campañas de predicación que hace el hombre impío (el que no ha sido llamado por el Señor) ayudan a construir prisiones de oscuridad, laberintos que contienen demonios o minotauros, sitios de tortura espiritual. El falso pastor mira como un cordero pero habla como una bestia; ¿quién no puede hacer referencia a la sinagoga de Satanás, donde se construyen discursos amigables cuyo fin es camino de muerte?
Tal vez algunos se pregunten si puede haber algo de bueno que sea contenedor de bondad en el trabajo del impío. ¿No se complacerá Dios con algo de lo que hace el incrédulo? ¿No los bendecirá Dios y no les tenderá su mano de auxilio? La respuesta debemos hallarla en la Biblia, y como ya dijo Salomón no hay sino crueldad en la ternura del impío. Pero hay más textos que apoyan la misma idea; por ejemplo, el Salmo 14 nos dice que no hay nadie que haga lo bueno. No hay quien haga bien, no hay ni siquiera uno (Salmo 14:3). Jesucristo enseñaba en una oportunidad y aseguraba en ese entonces que de un árbol malo (corrompido, dañado) no puede provenir ningún fruto bueno (Mateo 7:18).
Si alguien no tiene fe no puede agradar a Dios, pero esa fe viene dada del cielo como un regalo del Señor (Efesios 2:8). Sabemos que no es de todos la fe (2 Tesalonicenses 3:2), por lo tanto no todos pueden agradar al Creador. Las llamadas buenas obras del impío son abominación a Jehová (aún su oración es considerada como algo corrupto - Proverbios 15:8). El Señor estaba harto de sacrificios de carneros y de sebo de animales gordos, ya que no quería sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. Eso lo decía a su pueblo en tanto nación, a través del profeta Isaías (capítulo 1); ¿cuánto más no habrá de decir respecto de los que nunca han procurado escuchar su voz, los que nunca han sido llamados para andar en el camino de la piedad? ¿Se agradará el Señor del sacrificio de la misa, cuando es una abominación a su nombre?
En alguna medida todo lo que el impío sacrifica a los demonios sacrifica; todo aquello que es ofrecido al ídolo tiene la visa diabólica. El ídolo es la imagen de lo que se supone es Dios, es la ayuda que se busca a través del signo que no apunta a Dios. El Señor odia la idolatría en cualquiera de sus formas, la prohíbe y la castiga duramente. ¿Se habrá de agradar por los sacrificios que en su nombre hacen a través de ídolos? Es por eso que se ha escrito que aún las misericordias del impío son crueles y su oración una abominación. Salomón también ha dicho que aún la casa del impío está maldita, por la sencilla razón de que el que anda muerto en delitos y pecados esclavo es del pecado, trayendo fruto para muerte sin que pueda agradar a Dios.
Repasemos un poco la vida de Pablo el apóstol. Sin ser un perverso en materia moral sabemos que estaba perdido cuando perseguía a la iglesia. Aunque era un hombre celoso del Dios de Israel, monoteísta de religión, ajeno a la idolatría tradicional, aunque examinaba las Escrituras y fue formado como fariseo, a pesar de haber sido estudioso del Antiguo Testamento toda su vida la tiene por basura para encontrar a Cristo. Si el Señor no lo hubiera llamado su camino de piedad aparente habría resultado en inutilidad absoluta.
De igual manera muchos llamados creyentes en Cristo intentan adorar al Dios de la Biblia, pero lo hacen sin creer ni vivir en la doctrina del Señor. Los que tienen celo de Dios pero no de acuerdo al conocimiento de ese mismo Dios anteponen su justicia a la justicia de Dios que es Cristo. Estos siempre están aprendiendo pero jamás llegan al conocimiento de la verdad (2 Timoteo 3:7). Sabemos que solamente creerán en la verdad los que son llamados para tal fin, los cuales son enviados por el Padre al Hijo por cuanto fueron apuntados para vida eterna. Nadie es capaz de ir a Jesucristo a no ser que el Padre lo lleve a la fuerza (Juan 6:44), pero esto no implica una simple persuasión moral acerca de que Jesús es el Mesías esperado. Más bien el texto enseña que solamente la influencia del poder de Dios en el corazón del hombre hace que éste vaya a Jesucristo.
Mucha gente rodeaba a Jesús en la tierra y una gran cantidad de personas se había convertido en sus discípulos. Sin embargo, aquello no era suficiente cuando el Señor comenzó a hablarles de que nadie podía ir a él si el Padre no lo trajere, muchos de ellos se retiraron haciendo murmuraciones. Ellos decían que la palabra del Señor era dura de oír; y es que el mensaje de la soberanía absoluta de Dios molesta al hombre que se cree libre, que supone que puede decidir su destino. Esta doctrina incomoda en grado sumo al objetor de la palabra divina, al que eleva su puño contra el cielo para señalar a Dios como culpable de lo que acontece en la tierra, al que lo acusa como un Ser injusto por haber condenado a Esaú antes de que hiciera bien o mal.
Ese es el espejo en que muchos deben mirarse para reconocer cuál es el rostro que reflejan. La conversión del hombre se produce por obra del Espíritu de Dios, cuando lo regenera y le da la fe como consecuencia de su nuevo nacimiento. Este poder divino se ejerce en las almas de los que el Padre eligió desde antes de la fundación del mundo, época en que amó a Jacob pero odió a Esaú, momento en que hizo a unos como vasos de honra y a otros como vasos de eterna perdición. Alegar que el hombre tiene libertad de elección en cuanto a su destino eterno es desvirtuar el evangelio de Cristo, implica podar las Escrituras, trabajar de aliado con el impostor del Edén.
La doctrina de Cristo conlleva el poder y la sabiduría de Dios para los que son salvos. Ese día de luz y día del poder de Dios en el alma que redime, es también el día en que el pueblo del Señor estará de voluntad para Él (Salmo 110:3). Porque aunque Dios arrastre al hombre hacia Cristo no lo conduce sin transformación alguna, más bien le da un nuevo espíritu y un corazón de carne. Es por esa razón que el pueblo de Dios está con la voluntad de la redención, por cuanto su corazón de piedra ha sido removido en el proceso del nacimiento de lo alto.
A partir de ese momento comienza una nueva vida, deja de seguir al extraño de quien ya no conoce su voz. Sigue solamente al Buen Pastor, el que puso su vida por las ovejas (no por los cabritos), el que llama a cada una por su nombre. No hay posibilidad de que esa alma sea arrebatada de las manos del Hijo o de las manos del Padre, de manera que nadie podrá separarnos del amor de Dios. Ese es el evangelio que anunciamos, para que los que Dios llame oigan la claridad de su timbre y estén prestos a caminar hacia la morada celestial. Nada detiene el poder de salvación que tiene Dios para redimir a los suyos.
César Paredes
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