Jesús dijo que nosotros siempre tendríamos a los pobres entre nosotros. El apóstol Pablo agregó que Dios había escogido a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en fe. Bien, estas dos afirmaciones tienen su eco en toda la Escritura porque en alguna medida Dios se ha presentado como un ser de la providencia. Él es quien provee para cada una de sus criaturas, más allá de lo que vemos a simple vista. En una oportunidad dijo a través de un profeta que en medio de él dejaría un pueblo humilde y pobre, los cuales esperarán en el nombre de Jehová (Sofonías 3:12).
Pareciera que la riqueza tiende a alejar al hombre de su Creador; no en vano David, ya siendo rey, pedía a Dios que no lo dejara con mucha riqueza ni con demasiada pobreza, no sea que por esas causas prevaricara. El joven rico se retiró triste cuando oyó las palabras del Señor, al probarlo en cuanto a sus tesoros que amaba más que a la enseñanza de la Escritura.
La viuda de Sarepta cuidaba a Elías mientras el Señor la cuidaba a ella. Nada les faltó para sus condumios, la harina y el aceite siempre estuvieron presentes en medio de la sequía que había en la tierra. Asimismo, el Señor le enviaba palabra de consuelo a Zorobabel, gobernador de Judá, a través de un profeta: ...esforzaos, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad; porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos (Hageo 2:4). Cuando el apóstol Pedro estuvo preso los hermanos de la iglesia oraban sin cesar, y cuando el ángel vino para liberarlo rompió las cerraduras de la prisión, con todas sus cadenas; sin embargo, el ángel le dijo que atara los cordones de sus sandalias para que saliera.
Hay cosas que Dios no va a hacer por nosotros (como en el caso de Pedro) sino que son nuestra tarea. El mensaje de Hageo al pueblo de Zorobabel fue esfuerzo para el trabajo, porque la razón de todo ello era que Jehová estaba con ellos. Dios no aprueba la holgazanería, más bien todavía trabaja. El trabajo es parte de las bendiciones del Señor, ya que nos permite desarrollar habilidades importantes que ni siquiera sabíamos que estaban con nosotros. A través del esfuerzo conseguimos el sustento para nuestra estancia en esta tierra.
No se ve en ningún lugar de la Escritura que el Señor envíe a su pueblo a saquear, a robar, a hurtar, a matar al prójimo para conseguir alimento. Al contrario, la admonición general del Nuevo Testamento dice: El que no trabaje que no coma. Mucho daño ha hecho la literatura romántica que pregona el robo y el hurto como acciones en pro de alcanzar el sustento diario. Ella sostiene que robar al rico es una forma de distribuir generosamente las riquezas, una manera de solventar el problema de los pobres. Eso es pernicioso porque degrada el corazón humano y viola muchos principios de la ley de Dios. Además, es un hecho social que no queremos que nos suceda en ningún momento, como tampoco desearía el que robara que lo robaran después a él.
Hay naciones que crecen económicamente y generan bienestar social generalizado para sus ciudadanos. De ese bienestar se benefician terceros de otros países. Pero hay naciones que navegan en la pobreza extrema por causa de la iniquidad de sus gobernantes, por el saqueo de las arcas públicas, por la palabrería demagógica que a diario proclaman contra los ricos, alentando el hurto por parte de los pobres para su manutención. Ciertamente el Señor dará el pago a todos los malhechores de la tierra, sean ricos o pobres.
El mandato a esforzarnos implica simultáneamente que no debemos descorazonarnos. Un corazón desvalido no puede hacer trabajo alguno, asimismo un ser sin esperanza estará afanado y no podrá elevar ni una plegaria al cielo. El creyente ha sido investido con un corazón nuevo donde habita también el Espíritu de Dios. Allí no hay razón para la falta de coraje, para la cobardía, ni para la mentira o el desánimo. Una lucha se ha iniciado en nosotros que no termina sino al final de nuestro respiro en esta vida, un combate contra las malas costumbres, contra las palabrerías vanas, contra la indecencia. Es al mismo tiempo una toma de conciencia y reconocimiento de nuestro huésped: el Señor estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Esta noción elemental de la fe del creyente hace que no podamos hundirnos en la arena, o que nuestro espíritu desfallezca. Aquella noción impide darle lugar a los comentarios desesperados de los que moran en el mundo. La mayoría de los espías que fueron enviados por Moisés regresaron con mensajes de confusión, decían haber visto al enemigo tan exaltado que se creían a sí mismos como langostas. Solamente dos de ellos, Josué y Caleb, dijeron que los enemigos eran pan comido. Vino un gran castigo a los espías de la desesperanza por cuanto desanimaron al pueblo. La rebeldía de Israel fue tal que le tocó divagar en el desierto por cuarenta años en una travesía que solo duraba once días. Dios es el Señor de las providencias, Él es quien ha hecho todo, al mundo y su plenitud, a cada criatura que tiene su código genético con el que ha sido elaborada.
Dios es igualmente el Juez de toda la tierra, Él habrá de hacer lo que es justo. Por otro lado tiene el derecho de propiedad de lo que ha creado y puede hacer con su obra lo que quiera. A unos ha hecho como vasos de misericordia, a otros como vasos de ira preparados para juicio y destrucción eterna. No hay quien se le resista y le diga qué haces, o por qué lo haces de esta manera. Aunque aún se levantan objetores ante su ley, ante sus disposiciones, desconocen que para eso también fueron creados. Como Judas Iscariote actúan de voluntad propia, en la suposición de que lo que hacen es lo que sienten que deben hacer, si bien jamás se imaginan que recorren el guión preparado desde los siglos por su Creador.
Así también actuaron los espías enviados a Canaán, la mayoría de acuerdo a la desesperanza y apenas dos bajo la iluminación de la fe. Los que regresaron con las malas noticias trajeron sus argumentos como prueba, un manojo de silogismos deductivos llenos de pesimismo. Eran ellos los antiguos esclavos de Egipto frente a una gran multitud, se presentaron como el conglomerado de hombres débiles frente a los resistentes hombres hijos de gigantes. La historia de Goliat y David se estaba adelantando pero en una manera equivocada a como deberían ver a sus enemigos. Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fuertes; y también vimos allí los hijos de Anac...No podremos subir contra aquel pueblo; porque es más fuerte que nosotros...La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella, son hombres de grande estatura...También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes: y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos (Números 13: 28-32).
El argumento muestra detalles como testimonio del corazón desesperado. El ojo que no mira a Dios se enfoca en la cantidad como el lugar predilecto, los que son más tendrán siempre la razón, los más fuertes siempre vencerán a los débiles, los ricos dominarán sobre los pobres. Por esa razón veían gigantes y una tierra que tragaba a sus moradores. La confusión extrema quedaba al desnudo cuando su parecer llegó a ser semejante al parecer de aquel pueblo enemigo: nosotros éramos a nuestro parecer como langostas, y así les parecíamos a ellos. Una conclusión apresurada por haberse convertido en videntes del corazón ajeno bajo la proyección de sus temores. La congoja del impío lo lleva a recibir muchos males, por más que habite en medio de una congregación donde haya gente de Dios.
Uno de los espías era Caleb, quien hizo callar al pueblo delante de Moisés para decir: Subamos luego, y poseámosla; que más podremos que ella. Pero aquella gente ya se había contaminado con las palabras de desconcierto enunciadas por los pesimistas. Ellos desearon haber muerto en Egipto cuando todavía servían como esclavos, hubiesen preferido aquella vida y muerte antes que confrontarse con los enemigos de la tierra prometida. Apareció Josué junto a Caleb de nuevo para dar ánimo al pueblo, diciéndoles que aquella tierra era en gran manera buena. La palabra de fe que ellos daban era muy sencilla, ponía en evidencia la fuerza del Dios soberano: Si Jehová se agradare de nosotros, él nos meterá en esta tierra, y nos la entregará (Números 14:7-8). La lógica de Caleb y Josué era también muy simple, una deducción elemental: Si Jehová le ha quitado su amparo a ese pueblo y si Jehová está con nosotros, ellos son pan comido.
Pero en ocasiones cuando el pueblo de Dios razona de esa manera, y coloca a Dios como evidencia de lo que acontece, y pregona el mandato de no tener miedo, los timoratos de la congregación que están infiltrados exhiben para desespero su cobardía. Aquella gente hizo un consorcio para lanzarles piedras a Josué y Caleb, los dos espías de la esperanza. En forma oportuna la gloria de Jehová se mostró en el tabernáculo del testimonio a todos los hijos de Israel, para salvar de este modo a sus dos siervos y para manifestar el castigo que le vendría a la congregación rebelde contra el mandato de alcanzar la tierra prometida.
Nuestro trabajo como creyentes consiste en predicar el evangelio, para lo cual hemos de juntar coraje. De igual forma tenemos el deber de vivir con alegría y con esperanza, bajo el testimonio del cuidado del Omnipotente. La plegaria es el instrumento de lucha del día a día, junto a la palabra del testimonio de Dios. Con esos elementos el mundo se vuelve pan comido y los gigantes pasan a ser langostas que no ofrecen peligro real. El Señor dijo en una oportunidad: No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino (Lucas 12:32).
César Paredes
destino.blogcindario.com
Tags: SOBERANIA DE DIOS