Pablo era uno de los hombres más celosos de Dios, cargado de moral y buenas costumbres, que haya existido en su época. No era un depravado entregado a las borracheras o a las lascivias propias de su tiempo, mucho menos al indecoroso trato del fraude o dado a predicar el paganismo. Era, de acuerdo a lo que leemos en Filipenses 3, un hombre sincero, religioso, circuncidado al octavo día, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos. Era un fariseo, fiel cumplidor de la letra de la ley, celoso perseguidor de la iglesia por considerarla una desviación de lo que él había creído según su interpretación de la ley de Moisés. Sus negocios de la fe eran de mucha ganancia en cuanto a respeto y temor, pero todo aquello lo consideró como pérdida por el amor y el conocimiento de Cristo. En síntesis, Pablo entendió que su justicia que era por la ley no valía nada y prefirió tener la justicia por la fe de Cristo (Filipenses 3: 9).
El apóstol para los gentiles comprendió después de mucho estudio que el sacrificio que había hecho era una abominación al Señor. Al igual que lo dijo Salomón (Proverbios 15:8) el apóstol conoció que todos nuestros esfuerzos no son más que un trato impuro, un vano esfuerzo por agradar al Altísimo.
Pero sabemos que muchas de las personas hoy día se llaman a sí mismas creyentes o cristianas están llevando un sacrificio de abominación delante de Dios. Al mostrar un gran celo por el Señor van religiosamente a los templos que consideran la sinagoga de Dios, se aprenden de memoria los textos de la Escritura, cantan himnos al nombre del Creador, pero por ser inconversos su impiedad es una abominación, de acuerdo al texto leído en Proverbios. Se la pasan leyendo la Biblia pero no llegan al conocimiento de la verdad, como dice 2 Timoteo 3:7, ya que tienen apariencia de piedad pero niegan su eficacia.
¿Cuál es esa eficacia de la piedad? La de la redención que hizo Cristo por su pueblo. El Señor murió en forma eficaz para expiar todos los pecados de todo su pueblo; pero ese pueblo, de acuerdo a lo que el ángel le dijo en una visión a José (Mateo 1:21, es el que el Padre le dio y por el cual él rogó (Juan 17). Ese pueblo es el mismo amado por el Padre de tal manera que envió al Hijo para que lo salvara, pero no es el pueblo del mundo por el cual Jesús no rogó la noche antes de su crucifixión (Juan 17:9). Los que pretenden hacer sobreabundar la gracia divina colocando otro objeto de salvación distinto al previsto y señalado en las Escrituras, tuercen el sentido del texto bíblico para su propia perdición. Por eso se dice de ellos que tienen apariencia de piedad, solamente eso, una forma externa que cuidan mucho para hacer creer y tener prosélitos, pero en el fondo niegan su eficacia por cuanto sirven a un dios que no puede salvar.
La consecuencia del pecado es la muerte, así como aconteció en el Edén: el hombre quedó muerto espiritualmente y poco después le sobrevino la muerte física como testimonio de lo que le acontecería a su alma en la eternidad. No obstante, muchas personas son salvadas de sus pecados y de su consecuencia. Estos son los que el Padre le entregó al Hijo para que cumpliera su cometido en la cruz del Calvario. De ellos se dice que el acta de los decretos que les era contraria fue clavada en el madero, de manera que ya no hay acusación posible que tenga valor judicial alguno.
Como la consecuencia del pecado es la muerte, la Biblia habla de la muerte segunda (la que sigue a la muerte del cuerpo) y la que se corresponde con la entrada al infierno eterno. Es allí donde el impío será castigado eternamente por sus pecados. ¿Sabía usted que Jesucristo fue uno de los personajes bíblicos que más habló sobre el infierno? Si creemos en sus palabras creeremos igualmente en la veracidad de lo que dijo respecto a ese lugar de tormento.
Y para que se sepa que ese lugar no es una invención de los autores del Nuevo Testamento, veamos este texto de Isaías: Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas. ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿quién de nosotros habitará con las llamas eternas? (Isaías 33:14). Ese fuego consumidor causa inimaginable dolor y agonía a todos los que allí van. El sufrimiento más terrible de la tierra no es nada comparado con el tormento de los que habitan el infierno eterno. ¿Demasiada crueldad de parte de Dios?
Sí, eso es lo que se espera escuchar de los que objetan la palabra divina. Así como se le objeta al alfarero el moldear vasos de deshonra, también se le objeta al Creador el haber formado este lugar para enviar los vasos de ira y destrucción. Pero fue Jesús quien dijo que ese era el sitio donde el gusano no muere ni el fuego se apaga, donde habrá lloro y crujir de dientes. El mismo Hijo de Dios se preguntó un día ¿de qué aprovechará al hombre ganar el mundo si perdiere su alma? El que adore la bestia o su imagen, el que se marque en la frente o en su mano, beberá también del vino de la ira de Dios; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y delante del Cordero. Y el humo de su tormento sube para siempre jamás, sin tener reposo de día ni de noche (Apocalipsis 14: 9-11).
La santidad de Dios demanda tal castigo por el pecado, por lo cual la única razón por la que podemos verle cara a cara es debido a la justicia exigida al Hijo. Jesucristo ha venido a ser la justicia de Dios y es al mismo tiempo nuestra Pascua. Dios nos declaró justos en virtud de la justicia imputada del Hijo sobre todos aquellos por quienes puso su vida. Dado que Dios es eterno el castigo por el pecado también lo es, pero habiendo castigado al Hijo no demandará dos veces punición por el pecado.
De allí que los que mueren sin tener la justicia que iguala la santidad de Dios jamás podrán alcanzar a pagar siquiera uno de sus pecados. La absoluta gravedad del pecado es lo que demanda un absoluto castigo por el mismo, y los que no creen en ese castigo eterno por el pecado tampoco creen en la santidad y justicia del Dios Justo de la Biblia. La salvación del pueblo de Dios es lo que motiva el gozo, la alabanza y la alegría en el creyente.
Si Dios tiene a alguien preparado para vida eterna, de seguro oirá el mensaje del evangelio y creerá en el tiempo del oportuno llamamiento. Por eso es que se dice en el libro de los Hechos que el Señor añadía a su iglesia cada día los que habían de ser salvos y que creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. ¿Quién puede resistir el poder de salvación del Señor? Todo lo que el Padre le da al Hijo viene irremisiblemente al Hijo, y éste no le echa fuera (Juan 6:37).
La Biblia es enfática cuando declara que nadie tiene la habilidad de ir al Hijo, pues su naturaleza está en pugna contra Dios. Si el Padre lo envía nadie lo detiene. El verbo griego usado en Juan 6:44 es ELKO y significa ARRASTRAR, es el mismo verbo empleado para ilustrar la fuerza con que un barco arrastra a otro en el mar. Es DRAGAR en el sentido literal y figurado del término, dragar en el mar, es el verbo usado cuando Pedro arrastraba la red repleta de peces (Juan 21:11). Ese verbo ilustra el poder divino sobre la criatura enemiga de Cristo por naturaleza, de manera que si el Padre lo arrastra hacia Cristo la criatura irá y no será echada fuera. Estará guardada en las manos del Hijo y en las manos del Padre (Juan 10:28-29). La figura de llevar a alguien a la fuerza hacia el Hijo implica que Dios no ruega, ni se presenta como Caballero, ni respeta la voluntad humana. Si Dios respetara la voluntad del hombre nadie sería salvo; como dijo también Isaías, que si el Señor no nos hubiera dejado remanente nadie sería salvo.
Si Dios no cambiara el corazón de la criatura que lleva a la fuerza hacia Cristo, la misma iría gritando y dando maldiciones por ser llevado contra su voluntad. Pero la Escritura también dice: tu pueblo será de buena voluntad en el día de tu poder (Salmo 110:3), por eso el Señor también dijo que sus ovejas oirían su voz y lo seguirían (Juan 10:27). Hay un cambio operado en nuestro ser, hemos pasado de muerte a vida, hemos sido declarados justos en la justicia de Cristo. Es una maravilla el que se nos declare justos, tan justos como Dios mismo, más allá de que todavía habitemos este cuerpo de muerte y nos sintamos miserables por nuestros pecados. Pero judicialmente somos justos, ya que hemos sido justificados por la fe (fe que también ha sido un regalo de Dios, de acuerdo a múltiples declaraciones bíblicas, por ejemplo: Efesios 2:8).
Nosotros, los que por naturaleza estuvimos muertos en nuestros delitos y pecados, los que llevábamos frutos de muerte para muerte, los que en virtud de nuestra justicia injuriábamos la justicia de Cristo, fuimos justificados. Los judíos que colocaban su propia justicia delante de Dios, al ignorar la justicia de Cristo, no fueron justificados. Eso mismo hacen los que no toleran la verdad de la soberanía de Dios al elegir a un pueblo para Sí mismo, al redimirlo por enviar a Su Hijo a la cruz, al predestinar a ese pueblo para adoptarlo como suyo y anunciarle la buena nueva de salvación. Injurian la justicia de Cristo los que pretenden agregar la justicia propia, al decir que fueron ellos los que aceptaron la dádiva de Dios, que ellos han podido rechazarla si así hubiesen querido, que Dios no fuerza a nadie a entrar al reino de los cielos sino que el Hijo murió por todos por igual y depende de cada quien el aceptarlo o rechazarlo.
César Paredes
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