Domingo, 28 de enero de 2018

Pablo les escribe a los corintios y les dice que tenemos el ministerio de la reconciliación. Uno puede preguntarse si ese ministerio o encomienda es la reconciliación con los anticristos que han salido por el mundo, o con los falsos maestros y sus malas doctrinas. Podríamos imaginar igualmente lo fútil de la reconciliación con los réprobos en cuanto a fe, de los cuales la condenación no se tarda, o con la Bestia mencionada en el Apocalipsis. ¿Es ese el ministerio del cual habla el apóstol?

Si continuamos prestando atención a las palabras escritas en la carta (2 Corintios 5:19-20) nos daremos cuenta del trabajo de Dios en esta materia de reconciliación. Dice que estaba en Cristo reconciliando el mundo para Sí mismo, como si ese fuese el núcleo del evangelio, de la buena noticia de salvación. Dios nos reconcilió a nosotros (que aunque todavía estamos en el mundo no somos del mundo), pero dejó por fuera de esa reconciliación a Esaú y a todos sus representados (Faraón, Judas Iscariote, los réprobos en cuanto a fe, ninguno los cuales tiene su nombre escrito en el libro de la Vida del Cordero, inmolado desde la fundación del mundo).

Si Dios hubiese estado en Cristo reconciliando a todo el mundo, sin excepción, todos seríamos reconciliados con Él en el momento indicado. Dios no comete errores, no falla jamás, todo lo que quiere esto hace, a Él nada le resulta difícil. Dios no cambia por causa de la voluntad humana, pues no está sometido a actuar en base a acción y reacción, a estímulo-respuesta; más bien Él determina el accionar de los hombres, de toda su creación. El abate y hace emerger, crea la luz y hace las tinieblas, lo que dice que acontezca eso ocurre y no otra cosa. Aún lo malo que acontece en la cuidad Dios lo hace (Amós 3:6).

En ese sentido expuesto creemos que la reconciliación que Dios se propuso en Cristo se hizo para el mundo que amó de tal manera que le envió a Su Hijo para que todo aquel que en él crea no se pierda (que son los que están apuntados para vida eterna y creerán cuando ocurra el llamado eficaz). En realidad Dios determinó todas las cosas antes de crearlas; de esta manera manifiesta el control de cada una de ellas, ya que de otra forma ¿cómo no perder el tino de su universo? Las cosas primeras he aquí vinieron, y yo anuncio nuevas cosas: antes que salgan a luz, yo os las haré notorias (Isaías 42:9). Acordaos de las cosas pasadas desde el siglo; porque yo soy Dios, y no hay más Dios, y nada hay a mí semejante; que anuncio lo por venir desde el principio, y desde antiguo lo que aun no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quisiere (Isaías 46: 9-10).

Jesucristo fue apuntado como Pacificador y para esa función él estuvo de acuerdo. Por esa razón vino a este mundo para convertirse en nuestra paz, para reconciliarnos con el Padre, para quitar toda la enemistad que había entre Dios y nosotros por causa del pecado. Lo que hizo el Hijo de Dios en la cruz constituyó un trabajo perfecto, él lo expresó previo a su muerte: Consumado es. Sí, no lo supimos hasta que se nos anunció ese mensaje. Muchas personas que oyen lo que anuncia el evangelio no lo escuchan, no lo comprenden, no lo digieren. Por esa razón se burlan del anuncio, lo ponen en duda, comienzan a murmurar. Como los viejos discípulos que andaban con Jesús hay quienes también se encantan por las maravillas que presencian o que les refieren, los milagros de los panes y los peces, y les agradan en demasía muchas de sus enseñanzas que hasta están dispuestos a seguirle por mar y tierra. Pero cuando oyen que esa pacificación fue prevista solamente para los que el Padre escogió darle al Hijo (Juan 6:44 y 60) se escandalizan.

Sabemos que si el Hijo cumplió a perfección el trabajo encomendado de la reconciliación lo hizo en forma total. No que el Hijo haya ejecutado apenas una parte, ni que lo hizo todo pero que la eficacia de la reconciliación depende de la voluntad humana, porque en dado caso Dios lo hubiera imaginado de esa manera. Y si así hubiese sido, la gloria del Hijo no hubiese sido completa, ni la del Padre en tanto Dios, ya que tendría que compartirla con sus criaturas. Y Dios lo ha dicho expresamente que no dará su gloria a otro (como tampoco su alabanza a esculturas). Si Dios se hubiese propuesto reconciliar a cada miembro de la raza humana consigo mismo, un gran número de personas no ha sido reconciliada de hecho. Eso dejaría mucho que desear de una divinidad impotente, imperfecta y fracasada.

Aún más, si Dios se hubiese propuesto reconciliar en Cristo a cada criatura humana creada, ¿cómo es que el Hijo hablaba en parábolas para que no lo entendieran y no se arrepintieran y después tuviera que reconciliarlos (salvarlos)? ¿Cómo es que Jesucristo no rogó por el mundo sino solamente por los que el Padre le había dado y le daría? Acá vemos que habría habido una incongruencia entre el cometido de la comisión y la ejecución de la misma. Pero el Señor rogó solamente por los elegidos del Padre, murió solamente por esos elegidos que conforman su pueblo, al mismo tiempo que dijo que su obra había acabado en forma perfecta: Tetélestai.

El ministerio de la reconciliación de Cristo no es una oferta abierta para todo aquel que quiera, sino una oferta eficaz para todo aquel para quien fue prevista. Es una declaración de paz y de reconciliación hecha en base a la muerte de Cristo, no hecha para todos los hombres, ya que multitudes fueron dejadas de lado -como lo demuestran, además, los que murieron sin esa esperanza antes de que se perfeccionara o realizara el ministerio de la reconciliación de Cristo en la cruz. Por otro lado, desde la comisión apostólica de la reconciliación son muchos los que apenas han oído de ella y muy pocos los que habiendo oído se han acogido a ese beneficio. Pero Dios no dejó nada al azar, ni al arbitrio humano, sino que se constituyó para Sí mismo un remanente, una manada pequeña para otorgarles el reino.

Los beneficiarios de la reconciliación gozamos también de la gracia de no ser imputada en contra nuestra la cantidad enorme de pecados cometidos. Eso se entiende porque el trabajo de Jesucristo en la cruz, en virtud de lo que representa su persona como Cordero de Dios sin mancha, llevaba el propósito de recibir el castigo en su cuerpo para otorgarnos a cambio la justicia obtenida: él mismo como nuestra Pascua.

El apóstol agregaba que nosotros somos embajadores de Dios en ese ministerio de reconciliación hacia el mundo (pero hacia el mundo amado por el Padre, el descrito en Juan 3:16, no hacia el mundo dejado de lado por Jesús, el descrito en Juan 17:9). Otra prueba de lo que decimos lo demuestra el hecho de que Pablo escribe a la iglesia, a la cual edificaba con sus palabras. Pablo disertaba sobre la muerte y acerca del edificio que tenemos de Dios, una casa eterna en los cielos. ¿Quiénes tienen tal casa sino los que el Hijo reconcilió? Y quien nos hizo para esto es Dios, el cual nos ha dado la prenda del Espíritu (a quien el mundo no recibe porque le parece locura y tampoco le es dado). Empero, nosotros, los que hemos sido enviados por el Padre al Hijo (Juan 6:44) tenemos la garantía dada en la regeneración de nuestra vida con el Espíritu de Dios que mora en nosotros.

Ahora sabemos a cual mundo reconcilió Dios consigo mismo. Si esto no lo ofende a usted es ya una buena noticia.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 7:51
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