Viernes, 19 de enero de 2018

Es singular la disputa creada en torno a este relato de Pablo, en el cual se nos declara a Dios como el Hacedor del réprobo. Un Dios que en virtud de su soberanía absoluta revela por Su Espíritu que Él es el autor del pecador que posteriormente va a condenar. Además, se coloca en el texto bíblico el tema de la culpa del hombre frente a la posible culpabilidad divina. ¿Puede Dios condenar a la criatura que ha hecho para que sea rebelde? Ese es uno de los planteamientos centrales de este mensaje encontrado en Romanos 9:20.

El hombre le replica a Dios y se pregunta si el Creador es injusto, ya que nadie puede resistirse a su voluntad suprema. Pero la criatura que reclama olvida rápidamente quién es ella; ella es simplemente una creación y jamás el Creador mismo. El Dios Creador no tiene que rendir cuenta ante nadie, ante la cosa o la persona creada. La criatura no es sino solamente un ser humano, por más que se haya creído la medida de todas las cosas. Es un esclavo muy a pesar de que se haya supuesto a sí mismo como ser libre. El estado del hombre es vanidad pura, propia de un ser cambiante, no es más que una criatura caída que no puede abrir su boca contra el Creador.

Pero hay más en ese texto de Pablo, existe la posibilidad de entender que el propósito divino no nace a partir de la caída de Adán sino antes de ésta. En el verso 11 el apóstol decía por revelación que Jacob y Esaú no habían aún sido engendrados (μπω γρ γεννηθντων), ni habían hecho ni bien ni mal cuando fueron escogidos para fines diversos y contrarios. Sabemos por esta razón que la criatura no puede altercar con Dios, no puede acusarlo de nada porque todo lo que diga le ha sido ordenado hablarlo, de manera que nada sale de la criatura como si de la criatura se tratase.

Es decir, Esaú tenía que vender su primogenitura, por más que se haya tenido la sensación de que lo hacía con plena libertad de elección; toda la vida de este hijo de Isaac siguió su derrotero asignado, aunque se sintiera libre de escoger uno u otro camino. Esaú siempre caminó escogiendo el sendero por donde había de andar. La lógica del texto bíblico prepara el escenario para que se levante la objeción, para que por lógica natural la criatura se pregunte cuál es esa justicia divina que lo acusa de aquello en que inevitablemente debe andar y lo cual debe hacer. 

Lo que Pablo nos dijo por revelación ya había sido antes anunciado en otros textos de la Biblia. Recordemos al menos uno de ellos: Aún al malo hizo Dios para el día malo (Proverbios 16:4). Discutir con Dios es demostrar una alta arrogancia e imprudencia, como bien lo dijo el profeta Isaías: Ay de aquél que pleitea con su Hacedor, el tiesto con los tiestos de la tierra. ¿Dirá el barro al que lo labra: qué haces; o tu obra: Él no tiene manos? (Isaías 45:9). Dios es sabio en Sí mismo, Él ha hecho todos sus consejos, propósitos y decretos, de tal forma que siendo suficientemente capaz podrá llevarlos a cabo a plenitud. ¿Quién se opone a Él y permanece en paz? (Job 9:4). En la metáfora del apóstol la masa de barro no tiene capacidad de hablar, de esa forma demuestra el absurdo del reclamo ante el Creador. Como si la cerámica pudiera decirle al alfarero por qué no la hizo de una u otra mejor forma. Ciertamente, las circunstancias en que Dios nos ha puesto en esta historia no pueden ser rechazadas sino asumidas. Fuimos colocados para cumplir determinados propósitos en la vida, hemos sido dotados de ciertas cualidades y talentos para actuar en consecuencia.

Algo más puede añadirse a la enseñanza del apóstol, que todos hemos sido hechos de la misma masa. No hay diferencia en la esencia de la confección sino solamente en cuanto al propósito del Elector. Nuestra naturaleza es pecaminosa en general pero la dádiva de Dios es la vida eterna al declarar justos por Jesucristo a sus escogidos. De esta forma nadie puede gloriarse en sí mismo: aún en el Faraón hubiese sido vano el quejarse como en Judas Iscariote el reclamar por su destino. Cada uno siguió el camino señalado, pese a que no supiesen que hacían lo que de ellos se había escrito. Y allí hay sabiduría de Dios, en su inescrutable camino y en su profundo entendimiento, pues ¿quién entendió la mente del Señor?

Pese a la claridad del texto expuesto hay quienes ven entre líneas su propia interpretación privada. Como si el texto anunciara que el hombre sería libre de culpa toda vez que el Creador lo haya hecho en forma soberana como vaso de deshonra. Hay quienes siguen alineados con el objetor mostrado por Pablo, para poder gritar sagrada libertad, libre albedrío sin lo cual no habría responsabilidad. Pero más allá del reclamo y de la suspicacia en la interpretación, la Biblia afianza su idea del Dios soberano que hace como quiere. A unos ha hecho como vaso de misericordia, no que ellos mismos se hayan transformado en tales, porque de acuerdo a la metáfora del barro y el alfarero eso resulta tanto absurdo como imposible. Pero a otros igualmente Dios ha hecho como vasos de deshonra, y no puede decirse de ellos lo que no se pudo afirmar de los otros, ya que tampoco éstos tienen potestad para transformarse en seres rebeldes si no se les hubiese dado tal destino.

Es bueno recordar que si bien la masa en ambos vasos es la misma, muchos ven con agrado la posibilidad de asumir que el hombre es creado de la masa caída o en pecado. Pero de acuerdo a lo que el apóstol nos mostró en el verso 11, Dios hizo todo esto antes de que el hombre fuese creado. Por lo tanto, Dios hizo sus vasos de misericordia y de deshonra antes de la creación del mundo. Y esta es la razón que da el objetor, que no hay justicia en Dios porque nadie puede resistirse a su voluntad. De manera que el objetor reclama por el destino de Esaú quien no pudo hacer nada contra el decreto divino que ordenaba su fatalidad.

Si el texto es plano y simple no se entiende el razonar en perífrasis para buscar entre líneas lo que allí no hay. Pero sí se entiende que esto ofende a muchos, a los humanistas que pretenden ser el centro del universo. El hombre no es la medida de todas las cosas, como se ha dicho, sino una criatura en las manos del alfarero. Por eso también se escribió que el corazón del rey está en las manos de Jehová, a todo lo que quiere lo inclina (Proverbios 21:1).

La ilustración mostrada por Pablo nos demuestra que hay un Dios soberano que hace una gran diferencia en la manera en que Él dispone los dos tipos de vasos. Pero más aún, Dios es el creador de ambos vasos, no se deja posibilidad alguna en el texto para inferir que el vaso de deshonra se hace a sí mismo. Lo que molesta a muchos que se proclaman a sí mismos como creyentes es que Dios viene a ser el autor de los reprobados y de la reprobación. Esaú es la piedra en el zapato para los teólogos humanistas, para los que buscan la simpatía de las personas; pero dado que Dios no respeta la opinión humana Él ha declarado todo lo que hace. Eso también incomodó a muchos en el tiempo en que Jesús anduvo en la tierra con sus apóstoles. Una multitud que lo seguía día y noche, por tierra y por mar, que había comido de los panes y los peces por vía del milagro, que escuchaba las palabras del Señor y que eran sus discípulos, comenzó a murmurar al escuchar la palabra acerca de la soberanía de Dios. Nadie puede ir hacia el Señor si el Padre no lo envía, era la declaración de Jesucristo; eso incomodó a ese conglomerado de discípulos que lo seguían por lo cual lo abandonaron pronto. Se retiraron murmurando y decían que nadie podía digerir aquella palabra. Esa palabra era para ellos dura de oír (Juan 6:60).

Pareciera ser que el objetor plantea que si Dios es el autor del pecado, de la caída, de la reprobación, de los réprobos en cuanto a fe, no puede inculpar. Y si Dios los inculpa se hace a sí mismo injusto. Por el contrario, si Dios no es el autor de tales cosas nefastas el hombre sí que es responsable de sus actos. Pero si razonamos de esta manera Dios resultaría sorprendido por el pecado, no hubiese sido el autor del barro ni el creador de los vasos de ira preparados para el día de la ira; al seguir este tipo de razonamiento, tendríamos que añadir que estos vasos se constituyeron a sí mismos como tales, que Esaú vendió su primogenitura y por eso se convirtió en vaso de deshonra, que el Faraón desobedeció a Dios y se hizo réprobo en cuanto a fe y, de igual forma, Judas Iscariote traicionó al Señor y por eso devino en hombre de pecado o diablo, de tal manera que el Dios soberano no hizo nada de esto y sus profecías hicieron un plagio de la mente de los hombres malos.

Ese Dios sorprendido es el que les conviene a estos pietistas deslumbrados, quienes como neo-gnósticos consideran a Dios un Espíritu Puro que no puede contaminarse haciendo al malo para el día malo. Ese Dios deja su soberanía a cambio del libre albedrío de sus criaturas, permite al diablo hacer sus diabluras, está en lucha constante contra el mal y a veces triunfa mientras otras empata, aunque en muchas ocasiones cae vencido. Ese es un Dios que necesita de la ayuda humana, del permiso de su criatura para redimirlo, porque es un Caballero que no irrumpe en la vida de nadie. Sin embargo, ese no es el Dios de las Escrituras.

Semejante Dios es una escultura de la mente humana, una creación del imaginario colectivo, una divinidad pagana convertida al cristianismo oficial del otro evangelio. Erráis, ignorando las Escrituras, dijo Jesucristo. Examínenlas, añadió, porque en ellas os parece que tenéis la vida eterna y ellas son las que dan testimonio de mi.

César Paredes

[email protected]

destino.blogcindario.com

 


Publicado por elegidos @ 10:31
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios