Verdad contra mentira, un asunto que se presenta a diario en muchos escenarios de la vida. El evangelio contra los muchos evangelios, el único y verdadero Dios contra la multitud de falsos dioses. La suma de las doctrinas de la gracia llega a ser la diferencia frente a la mal llamada cristiandad encontrada en las falsas religiones. Conviene conocer la realidad de las mentiras que se enseñan en las sinagogas de Satanás, entre los hermanos en Satanás, para que los que sean pueblo de Dios huyan despavoridos de Babilonia, salgan de en medio de ella camino a terreno firme.
Una teología que se establece en la Reforma Protestante, llamada arminianismo, proviene de muy lejos en el tiempo cuando Pelagio enseñaba que la expiación de Jesucristo no era necesaria para alcanzar la redención, que la ley solo enseñaba un camino ético que cualquier humano podía asumir. Muy a pesar de que la iglesia oficial haya condenado aquella herejía, la oficialidad religiosa de entonces reivindicaba a Pelagio años más tarde habiendo rescatado al hereje con parte de la herejía.
Cuando Pelagio hábilmente se desprendió de la herejía mayor, la de que la expiación de Jesucristo no era necesaria para la redención, se quedó con la herejía menor: la habilidad inherente en cada ser humano para tomar la decisión de ser redimido. De esta forma se infiltró en la iglesia nominal o en el esqueleto de la mal llamada cristiandad la idea del libre albedrío, la noción de la potestad humana para dirimir sus asuntos espirituales en forma autónoma.
En el siglo XVI Jacobo Arminio sostenía que la tesis de la soberanía absoluta de Dios lo hacía ver como un tirano o como un verdugo. Dado que él se enfrentó al calvinismo (nombre debido a las tesis de Calvino), casi siempre que alguien habla en contra del arminianismo se le adjudica el mote de calvinista. Pero eso es también una falacia por asociación indebida, ya que la doctrina de la gracia absoluta es bíblica en su totalidad y no puede adjetivarse con ningún apellido humano. Además, Juan Calvino no sostuvo todo el paquete archiconocido como calvinismo ya que él creía que la muerte de Jesucristo fue hecha por cada ser humano, sin excepción, pero que era al mismo tiempo únicamente eficaz en los elegidos.
La levadura arminiana creció con el paso del tiempo y hoy por hoy un alto porcentaje de las denominadas iglesias protestantes tienen la teología de Arminio como base de su fe. La vieja herejía de Pelagio recobró aliento en las palabras de Jacobo Arminio, mostró su fuerza para permear el pensamiento antropocéntrico y domina claramente el corazón de lo que se llama cristiandad. Sin embargo, el deber de cada ser racional y en especial de cada verdadero creyente es cotejar cualquier tesis teológica con la Escritura. En tal sentido destaca que el error de los arminianos queda a la vista de los que tienen ojos para ver. Veamos hoy algunos de estos errores.
PRIMERO: Dios es el creador del universo, pero no decretó los eventos que acontecen a diario. De esta forma, los arminianos exculpan al Creador de las cosas atroces que pasan. Por supuesto, ellos no creen que Dios haya escogido desde antes de la fundación del mundo a quien habría de ser salvo y a quien habría de ser condenado. Más bien ellos sostienen que Dios, en su infinita sabiduría, previó o miró por el túnel del tiempo para ver los corazones de los hombres. De esta manera Dios encontró a los que de buen corazón lo querían a Él, destinándolos en consecuencia para vida eterna.
El lector podrá mirar los textos que se acotan a continuación, para verificar si los arminianos distorsionan la Escritura o hablan con rectitud. (Deuteronomio 32:39; 1 Samuel 2:6-8; Job 12: 14-25). De paso sea dicho que estos textos de la Biblia anuncian a un Dios soberano que hiere y cura, que hace descender al sepulcro a la gente, que a algunos hace ricos y a otros pobres. Lo que Jehová construye nadie puede destruir y lo que destruye nadie reconstruye; destruye naciones mientras a otras hace grandes. En realidad el Dios de las Escrituras está en los cielos y todo lo que quiso ha hecho (Salmo 115:3).
No se trata de que Dios no quiera el mal que acontece, pues si así fuese lo hubiese eliminado totalmente. Recordemos el texto enunciado: todo lo que quiso ha hecho. La suerte es echada en el regazo, pero de Jehová es la decisión de ella (Proverbios 16:33). El corazón del rey está en las manos del Señor, a todo lo que quiere lo inclina (Proverbios 21:1). Nosotros no somos sino como langostas ante la faz del Dios Todopoderoso, de acuerdo a las palabras de Isaías (40: 21-26). No es racional sostener la tesis de los arminianos porque ellos niegan lo que dice la Escritura, que Dios declara las cosas antes de que ellas sucedan, que Él es la causa de ellas (Isaías 42:9).
SEGUNDO: Los seguidores de Armnio creen junto con él que Dios no creó el mal. Tal vez se formó solo en forma independiente del Todopoderoso que hace todas las cosas. Reconocer que Dios ha hecho al pecado implicaría para ellos decir que Dios es un pecador, pero se equivocan una vez más. El que hace todas las cosas es Él, incluso al malo para el día malo (Proverbios 16:4). Dios no tienta a nadie pero ha creado al tentador; incluso su Hijo estuvo preparado para ser inmolado aún antes de la fundación del mundo, lo cual implica que el pecado tendría que entrar en el mundo por fuerza decretada de parte de Dios. Jehová es quien ha formado la luz y creado las tinieblas, el que hace la paz pero crea el mal (Isaías 45:5-7).
Tal vez algunos lectores bajo la influencia de esta droga arminiana se pregunten la razón por la cual Dios inculpa. Ellos piensan que Dios no tiene moral para condenar a Esaú, a Faraón, a los réprobos en cuanto a fe porque Él los ha creado para tal fin. Sin embargo, a pesar de que nadie puede resistir a su voluntad Dios continúa inculpando y eso no lo hace injusto. ¿Ante quién habrá de comparecer el Altísimo? No somos más que masa en manos del alfarero (Jeremías 18:6), del que habla y hace que las cosas sucedan, de manera que ¿quién puede decir que haya ocurrido algo que el Señor no haya mandado? (Lamentaciones 3:37).
La única forma en que sus promesas no fallen es si Él controla cada evento, cada circunstancia de lo que habrá de acontecer. Nadie puede ir al Hijo si el Padre no lo envía, por lo que el Hijo dará vida solamente a los que el Padre quiere darles esa vida (Juan 6:37 y 44). Dios no quiere que todos sean convertidos, por eso el Hijo hablaba en parábolas y continúa haciéndolo hoy día en muchos (Mateo 13:10-15). El libro de los Hechos nos relata que el Señor añadía a la iglesia aquellos que fueron apuntados para vida eterna (Hechos 13:48).
TERCERO: Los arminianos sostienen que la caída de Adán no dejó muerta a la humanidad en sus delitos y pecados. En esto concuerdan perfectamente con la vieja herejía de Pelagio, sosteniendo que el hombre tiene habilidad para ser redimido. Esta asunción niega radicalmente los textos bíblicos que reiteran que nadie puede ir a Jesucristo a no ser que el Padre lo envíe (Juan 6:44). Nuestra justicia es como trapos de mujer con menstruación, no hay quien llame al nombre del verdadero Señor (Isaías 64:6-7). Véase también Romanos 3:9-12 que nos habla sobre la inexistencia de siquiera una persona que busque a Dios por su cuenta, de uno solo que entienda la situación espiritual en su verdadera dimensión.
Sigue diciendo la Escritura (contra Pelagio y Arminio) que el hombre natural no recibe ni percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, que para él son locura, que no está capacitado para conocerlas porque hay que discernirlas espiritualmente (1 Corintios 2:14). Hay texto tras texto que prueba la mentira de Arminio y de Pelagio, pero de nuevo el hombre natural no la entiende como tal sino que llama a lo malo bueno y a lo amargo dice dulce. Nos quedamos con el siguiente texto para reflexionar y que sea Dios quien llame a quien tenga que llamar: Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo: Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a sí mismo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado (Efesios 1:3-6).
César Paredes
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