Mi?rcoles, 13 de diciembre de 2017

Si Jesús dijo que él era el camino, la verdad y la vida, que nadie iría al Padre sino a través de él, se desprende que conviene conocer muy bien al Cristo. También se ha dicho que cualquiera que transgreda la doctrina de Cristo, o no permanezca en ella, no tiene ni al Padre ni al Hijo. A pesar de ello, muchas personas continúan hoy día ofreciendo fuego extraño ante el Dios de las Escrituras. No es posible razonar el evangelio si lo hacemos esencial para algunas cosas y superficial para otras.

Hay un gran esquema de la gracia bíblica pero sus partes son tan importantes como el esquema mismo. No es de sano juicio afirmar que en la raíz de la fe puede haber un conocimiento superficial de Jesucristo, si bien ese conocimiento es esencial dentro del esquema de la gracia. Lo que importa para el evangelio también interesa para la fe. De hecho, es Dios el que otorga la fe de manera que resulta imposible que ese Dios la haga banal.

La Biblia repite una y otra vez el relato de Dios dando la fe; fue Él quien ordenó que de las tinieblas resplandeciese la luz, fue Él mismo quien resplandeció en nuestros corazones. Esto lo hizo con el propósito de que se iluminase el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:6). Fijémonos que siempre hay un conocimiento esencial sin el cual no puede ser posible el creer. Isaías lo dijo también: por su conocimiento salvará mi siervo justo a muchos; Pablo lo repetía incansablemente, al punto de que nos refirió la ignorancia de Israel (Romanos 10:1-4), pueblo que creía no conforme a ciencia (conocimiento). Ese pueblo ignoraba la justicia de Dios, que es Jesucristo, por lo cual colocaba su propia justicia y en consecuencia estaba perdido.

Jesús no es solo un nombre sin referente, es más bien el nombre dado al Hijo de Dios. No se trata de nombrarlo como a una palabra mágica, sino de llegar a conocer su persona y su obra. Por ejemplo, el Señor llegó a decir la noche previa a su crucifixión que no rogaba por el mundo sino solamente por los que el Padre le había dado. Esta es una afirmación categórica, con ella podemos desentrañar el objeto de la redención del Hijo de Dios. Esa frase de Jesús concuerda con lo dicho por el ángel enviado a José en una visión, quien le argumentaba acerca del nombre que habría de ponerle al niño; la razón de ese nombre es porque el mismo significa Jehová salva, pues él salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21).

Muy a pesar de lo expresado en las Escrituras muchas personas predican otro Jesús habiendo recibido otro espíritu y otro evangelio. Eso acontecía ya en la iglesia de Corinto por lo cual Pablo tuvo que advertir a la congregación a la que escribía que allí había herejía (2 Corintios 11:4). Desde el inicio de la iglesia hubo mezclas, falsas doctrinas entretejidas con la verdadera. Con todo, el deber del creyente es advertir contra tal apostasía, contra la herejía de la interpretación privada.

Una advertencia se ha levantado desde hace 20 siglos, que sea anatema (maldito) todo aquel que traiga o predique un evangelio diferente al enseñado por los apóstoles y por Jesucristo. Y si aún un ángel del cielo viniere a anunciarlo ese ángel habrá de ser también anatema (Gálatas 1:8-9). De manera que si Jesús dijo que no rogaba por el mundo sino solamente por los que el Padre le había dado, todo aquel que diga que Jesús murió por toda la humanidad, sin excepción, está predicando otro evangelio. Si Jesús anunció que nadie podía ir a él a no ser que el Padre lo llevare, ha de ser anatema aquella persona que diga que cualquiera puede ir a él. Si el Espíritu de Dios reveló que Él ama a unos y odia a otros, pero alguien sale diciendo que Dios ama a todos por igual habrá de ser llamado anatema.

Si la Biblia contiene el mensaje del libro de la Vida del Cordero, en el cual yacen los nombres de los redimidos desde la fundación del mundo, pero alguien cree que es posible anotar su nombre en este tiempo (violentando el hecho de que la anotación definitiva se hizo desde la fundación del mundo), habrá de ser llamado anatema. Como podemos ver, muchas personas son anatemas y ni siquiera se dan cuenta; son muchos los evangelios extraños que se levantan por doquier, bajo la pretensión de que lo que importa es amar a Jesús sin digerir su doctrina.

Para eso han elaborado la estratagema de que existe una dicotomía salvadora, la del corazón y la mente. Con el corazón aman a Jesús pero con la mente no lo comprenden. Olvidan quienes así entienden que Jesucristo afirmó que debíamos guardar el corazón porque de él manaba la vida y de él salen los malos pensamientos. Pero si alguno todavía insiste en la diferencia, recordemos que se nos conmina a amar a Dios con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente y alma (Marcos 12:30). Es decir, hemos de amar a Dios con todas nuestras facultades: las del corazón, las del alma y las de la mente (entendimiento, juicio, voluntad).

Amar a Dios implica que Él nos haya amado primero. Así lo asegura Juan, diciéndonos que si le amamos a Él es porque Él nos amó primero. Por lo tanto, el impío no ama a Dios porque no lo conoce, y si dice que lo ama estará deseando a otro dios, a una imagen de lo que cree su corazón que debe ser el Dios de las Escrituras. De allí que cobra vigencia la expresión antigua acerca de que se levantarán falsos Cristos. La descripción del paganismo hecha por Pablo en Romanos 1 nos demuestra la forma en que el impío adora a Dios: a través de imágenes hechas de aquello que concibe como Dios.

Pero Dios nos ordenó no hacernos ninguna imagen acerca de Él, nos pidió adorarlo en espíritu y en verdad. De esta manera, el amor de Dios en nosotros nos hace retribuirle aquello que nos fue dado. No tenemos a nadie con quien compararlo, ni con ninguna cosa podemos referirlo. Dios es quien regula nuestro amor, de manera que podemos admirarlo con toda nuestra vida. De allí que nuestra vida o nuestra muerte no son nada comparadas con la referencia de nuestro amor. Hemos de amarlo con todas nuestras fuerzas, sean las de nuestro cuerpo y alma, en el sacrifico de nuestro tiempo y aún de nuestra salud.

Y cuando se nos dice que debemos amarlo con toda nuestra mente (διανοια - dianoia) debemos conocer a Dios y a su voluntad. A través de nuestra mente se eleva la comprensión de Su Majestad, recibiendo la doctrina en sumisión, gratitud y placer. Usamos la memoria para ayudarnos, pero también estudiamos la Escritura para servir a Dios. Y con nuestra mente también erradicamos los malos pensamientos, las malas palabras y acciones que nos toman por sorpresa a veces.

La fe no viene sola, como un cascarón vacío, sino que contiene los elementos necesarios para motivarnos lo suficiente de manera que desarrollemos la capacidad intelectual de estudiar las Escrituras. De seguro habrá una gran motivación por conocer la verdad, no dejando lugar a la pereza o a la desidia. Hay personas que sin saber leer ni escribir se han lanzado a la tarea del aprendizaje de las letras y sonidos, alfabetizándose para conquistar la lectura de la Biblia. Eso es encomiable, un ejemplo a seguir para otros y para nosotros un estímulo para continuar con el anuncio del evangelio.         

Finalmente, nos queda reflexionar acerca de cuál Jesús hemos recibido. Pues no se trata de cualquier Jesús, sino del Jesús de la Biblia. El pecador elegido para creer conoce de esto, pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto. En los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios (2 Corintios 4:3-4). Sabemos que Dios puede enviar esa luz a quien Él quiera y la recibirá porque el mismo Dios lo hace apto para tal oficio. Pero eso es de su más absoluta voluntad y soberanía, como lo hizo con Dorcas la vendedora de púrpura para que comprendiera las palabras de Pablo.

Entonces, ¿en quiénes Satanás oscurece todavía el entendimiento? Lo hace aún en los hijos de la ira, pero lo hará por siempre en los réprobos en cuanto a fe. Sin embargo, como decía Salomón, mejor es estar vivo que muerto por cuanto hay esperanza. Busque a Dios mientras puede ser hallado, llámelo entretanto que está cercano. La vida en Cristo es también un viaje en el corazón, en el alma y en la mente.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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