Lunes, 20 de noviembre de 2017

La doctrina de la expiación es el centro del evangelio, es la base de la obra del Hijo de Dios. Si en el tiempo pasado (la eternidad) Dios hubo preparado al Señor para ser el Cordero inmolado por todo su pueblo, hoy entendemos la importancia de tal enseñanza. Cuando es creado el mundo, junto con el hombre, el plan de Dios se estaba ejecutando. El Hijo ya había sido preparado para la inmolación, de manera que Adán tenía que pecar; de otra forma el primer hombre hubiera robado la gloria de Cristo y el hombre no reconocería al Salvador como tal por cuanto no necesitaría salvación.

La enseñanza de la expiación es el centro inequívoco del anuncio del evangelio por todo el mundo y a toda criatura que lo oye. Si predicamos a Cristo lo hacemos en tanto él es el Hijo de Dios; de otra manera sus enseñanzas serían solo ética que educa pero que no redime. En cambio, la deidad de Jesucristo es el supuesto inequívoco del trabajo que vendría a hacer en la tierra. Dentro del plan de Dios, o dentro de sus decretos eternos, estaba el hecho del Hijo como Redentor de la humanidad. Ahora bien, el pecado entró por Adán, si bien Dios se declara a Sí mismo como el que ha hecho al malo para el día malo (Proverbios 16:4). En tal sentido, Dios es el autor de todo cuanto existe, sin que por ello se diga que Él peca. Dios no peca porque no se rebela contra Sí mismo; además, Dios no tiene a nadie para rendirle cuentas.

Habiendo sido Él el autor de todo cuanto existe, sabemos que las declaraciones de los profetas son ciertas. Ellos dicen una y otra vez que de la boca del Altísimo sale lo bueno y lo malo, que no hay nada malo que haya acontecido en la ciudad que el Señor no haya hecho, que nada acontece sin su acción voluntaria. No se trata de permiso, no, porque Dios no permite que acontezcan las cosas mientras Él está de brazos cruzados, o como si el azar lo tomara por sorpresa. Más bien Él ordena todo lo que acontece sin permitir que ni un solo átomo ande a la deriva y ajeno a su voluntad.

Se comprende que la expiación de Jesucristo ha sido absolutamente eficaz, sin que su sangre quede pisoteada y blasfemada por el antagonismo humano. Siendo un Dios que hace como quiere y que no pide consejo, se ha escrito que todo cuanto quiso ha hecho. De esta forma queda claro, por los textos de la Biblia, que cuanto vemos y hacemos ha sido ordenado desde los siglos. Pero, ¿por qué, pues, Dios inculpa? Si nadie puede resistir a su voluntad, ¿cómo es que encuentra culpables de hacer aquello que Él ha ordenado? Pensemos en Judas Iscariote, de quien se dijo que debía cumplir lo que de él se había escrito; sin embargo, el mismo Señor que afirmó lo antes dicho también aseguró un ay de lamento por el falso apóstol. Mejor le hubiera sido no haber nacido, aseguró.

En otra ocasión el Señor afirmó que el Padre había escondido ciertas verdades del evangelio de los sabios y entendidos, para darla a conocer a los pobres y a los niños. Es decir, el Hijo enseñaba que el Padre tenía la intención de redimir a algunos pero no a todos. Asimismo declaró que nadie podía acudir a él a no ser que el Padre lo llevare (a la fuerza). Eso molestaba en grado sumo a muchos judíos de entonces, por lo cual se alejaban de las enseñanzas de Jesús y comenzaban a murmurar. Algunos decían que esa palabra les parecía dura de oír. Ciertamente es una palabra dura, sobretodo para el que no sabe si será llamado algún día, pero Jesús se volteó ante el resto y les preguntó si ellos también querían irse como los demás. Pedro respondió de inmediato que no tenían a más nadie que seguir, que solamente el Señor tenía palabras de vida eterna.

El Señor, en aquella ocasión, les declaró que él los había escogido a los doce, pero que uno de ellos era diablo (hablaba de Judas, el que lo habría de traicionar). El Señor sabe todas las cosas, no por adivino ni porque lee la mente sino porque es el mismo Dios que predestinó todo, el que vino a salvar lo que se había perdido, el que vino a rescatar las ovejas de su prado. Es el mismo Dios que rescataría a sus amigos, a su pueblo, a su iglesia; pero es el mismo Dios-hombre que no quiso rogar por el mundo sino solamente por los que el Padre le dio (Juan 17:9).

Si el Señor declaró que el Padre había revelado esta verdad a los niños, cabe destacar que su doctrina no es un engranaje de complejidades ininteligibles. Es tan sencilla y simple que un niño puede discernirla sin dificultad, sin que deba tener grados teológicos ni libros explicativos para tratar de entenderla. Pero asimismo como es de simple, el evangelio deja claro que Jesucristo vino a salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21), que el que no tiene al Hijo no tiene al Padre, que los que no traen la doctrina de Cristo no pertenecen ni al Padre ni al Hijo.

Tal parece que los que enseñan la doctrina de la expiación universal hacen caso omiso de las palabras leídas en los textos bíblicos. Pero esa manera de pensar tan torcida no se da porque el evangelio sea duro de entender, sino porque Dios no les ha quitado el velo en sus ojos para que puedan comprender sus palabras. La pregunta lógica es por qué Dios no les quita ese velo y los hace creer de una vez; sin embargo, la respuesta a esta interrogante la encontramos en las declaraciones de las Escrituras que dicen una y otra vez que Dios muestra su misericordia en quienes Él quiere hacerlo, pero que endurece (activamente) a quienes Él quiere endurecer. El ejemplo palpitante de esa respuesta se expone en relación al Faraón de Egipto, el cual fue endurecido por Jehová para no dejar ir a su pueblo de la esclavitud, hasta que se exhibiera el poder divino sobre aquella nación.

Asimismo dice la Escritura que Dios odia. Sí, Dios odia a muchos seres humanos que ha creado como presa de destrucción. El los ha hecho como vasos de ira preparados para que sea exhibida la gloria de su justicia en el día de la ira del Señor. Odió a Esaú aún antes de haber sido concebido, antes de que sus obras fuesen mostradas. No fue que Esaú vendió su primogenitura a su hermano y por eso fue odiado por el Creador, sino que la vendió porque era odiado por Dios. Suena terrible, pero no por eso es menos bíblico. Escudriñar las Escrituras implica comprender la mente del Señor, al menos acercarse hasta lo que nos ha sido dado para entender al Dios de la creación.

En realidad el trabajo de Jesucristo salva, asunto que deben saber los que hablan de la expiación universal. Si alguno osa afirmar que Jesucristo murió por toda la humanidad sin excepción, el tal no ha entendido lo que significa la expiación del Señor. Ese creer extraño implica que tampoco se cree que el trabajo de Jesucristo hace la diferencia entre redención y condenación. Entendemos que no es posible ser una oveja del Señor y seguir la voz del extraño (Juan 10:1-5). De verdad Dios no deja en la ignorancia a sus ovejas una vez que las ha llamado de muerte a vida; todas las personas que han sido regeneradas creen en el trabajo salvador de Jesucristo.

Es imposible que un creyente de verdad pueda creer simultáneamente la verdad y la mentira. La oveja sigue siempre al Buen Pastor, jamás se volverá tras el extraño (el falso maestro, el falso profeta, el falso pastor que enseña falsas doctrinas) porque no conoce su voz. Más bien la oveja redimida huye del extraño, prueba los espíritus para ver si son de Dios y no le da la bienvenida a quien no traiga la doctrina de Jesucristo. Es por ello que resulta erróneo suponer siquiera que una persona que crea en una falsa doctrina al mismo tiempo sea salva. No sería válido decir (como muchos dicen) que se vivió engañado en una falsa doctrina por mucho tiempo, pero que después de haber salido del error la persona se dio cuenta de que a pesar de ello era salvo en el tiempo de vivir en el error.

No hay un conocimiento muy alto y especial, oculto y revelado después de largo estudio teológico, por el cual se llega a pasar del error a la verdad. Es el poder de Dios el que da el entendimiento a quien Él quiere darlo, de manera que una vez que se ha sido transformado por el Espíritu se llega a ser salvo. Pero esa persona rescatada por el Señor no se irá jamás tras el extraño ni tras sus falsas doctrinas, como bien lo señalara Jesucristo en el texto citado de Juan 10.

Dios causó todo, incluso que Lucifer se convirtiera en Satanás. ¿No dice la Escritura que Dios hizo al malo para el día malo? Esto lo hizo para glorificar al Hijo como Redentor del pueblo que vino a redimir (Mateo 1:21), para honrar al Hijo con un pueblo incontable que lo adorará por la eternidad y lo reconocerá como su redentor. Es en el Hijo que nosotros miramos al Padre, así como es gracias al trabajo en la cruz que el Espíritu nos educa día a día para que entendamos la mente del Señor.

Pero alguno todavía podrá osar decir que Dios deviene injusto al haber hecho al malo  para luego inculparlo. Pues, ¿quién puede resistirse a la voluntad divina? Entonces, la mente alimentada con la doctrina de interpretación privada encuentra que si Dios es absolutamente soberano es también injusto por inculpar a Esaú de los pecados que le fueron ordenados cometer. Para evitar esa situación de interpretación embarazosa sacrifican la soberanía divina y colocan al hombre como el que decide su destino. Se argumenta que Dios se despoja de su soberanía por instantes para darle la honra al hombre muerto en delitos y pecados y dejar que decida si quiere aceptar el trabajo del Hijo o si en cambio lo rechaza.

Sin embargo, eso no es lo que se enseña en la Biblia. Más bien, allí se dice que Dios predestinó a su pueblo para ser objeto de su misericordia por siempre; de igual forma se puede leer que Dios hizo a muchos para la perdición (la manada grande que se contrapone a la manada pequeña). En ambos casos el Dios del cielo se lleva toda la gloria (que no la culpa), pues el vaso de misericordia honrará a su Dios por tan inmerecido favor recibido, mientras el vaso de ira servirá para exhibir por los siglos la gloria de la justicia y la ira de Dios.

Concluyamos con este texto, para meditarlo: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén (Romanos 11:33-36).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 11:34
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