Martes, 17 de octubre de 2017

Sirve de mucho el ir a juicio, sobre todo al del intelecto. Todas las cosas han de ser evaluadas por la racionalidad que poseemos, pero mejor aún por la racionalidad como concepto. Heráclito decía que el Logos está expuesto como una fuerza de la cual la gente participa en mayor o menor medida. En otros términos, el sabio griego no pensaba que el Logos era exclusividad de unos pocos sino una cualidad universal de la que debemos participar todos. Pero ese Logos, para el hombre de Efeso, la actual Turquía, no era el Creador del universo sino la racionalidad misma.

Siglos después Juan el apóstol nos escribe a los creyentes que el Logos (Verbo) fue el principio de la creación, habitó entre nosotros y se hizo carne. Pero el vocablo griego logos toca la esfera de lo racional y de la lógica, por lo cual el Dios cristiano es también lógico y pensante. De allí que se nos ha conminado a juzgar con justo juicio. Se nos ha encomendado también a juzgar los espíritus (las almas o las personas) para saber si son de Dios; si una persona hace un juicio en relación a la salvación o perdición del alma debe hacerlo a través del evangelio expresado en la Biblia.

Si el juicio que hacemos no es conforme al evangelio que se confiesa y se cree, el escrutinio realizado habrá de seguir otra vía, lo cual sería para los creyentes un injusto juicio. El criterio aceptable para conocer si una persona está o no en la verdad revelada es el conocimiento de lo que confiesa creer. De la abundancia del corazón habla la boca, no puede el árbol bueno dar mal fruto ni el árbol malo dar un fruto bueno. Así de simple; remitirnos a lo que se confiesa es darse cuenta de lo que se cree. De esa forma podemos llamar hermanos a aquellos que confiesan un evangelio semejante al que confesaron los apóstoles.  

Negarse a hacer el juicio no implica quedar en un estado neutro, sino aceptar la confesión negada del otro como si fuese una verdad verdadera. He allí el problema por cuanto siempre hemos de juzgar, de tal forma que lo mejor sería siempre abordar el justo juicio y no la apatía para juzgar. Alguien dice creer en el Jesús de la Biblia y eso podría darnos alegría porque nosotros también creemos en ese Jesús. Pero eso podría ser un espejismo o una comparación de dos sistemas muy distintos solamente porque se coincide con algunas características. ¿Podrá uno comparar un Airbus con una bicicleta solamente porque ambos aparatos tienen ruedas?

Hay quienes llegan al extremo de afirmar que ellos creen con el corazón y no con el intelecto. Que ellos aman a Jesucristo sin entender su doctrina, que la doctrina (cuerpo de enseñanzas) es secundaria en relación a la persona que aman. Agregan que la mayoría de los distanciamientos entre los hombres de fe se da en base a elementos doctrinales y que la cercanía se da en función del amor mutuo. Vaya falacia la que se ha dicho,  un engaño pernicioso. La Biblia nos conmina a amar a los hermanos, por lo cual debemos preguntarnos antes qué es ser hermano y quiénes son nuestros hermanos.

No son hermanos los que creen y tiemblan ante Dios, porque los demonios también creen y tiemblan. No son por necesidad hermanos los que se conocen las Escrituras de memoria y asisten a sus congregaciones a adorar cada semana, porque eso también hicieron los fariseos en su tiempo. Por cierto, Jesucristo los llamó sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre por dentro, y fueron señalados como una generación de víboras e hipócritas, mas esos son juicios justos poco agradables. La doctrina de los fariseos era la de las buenas obras, ya que se ocupaban en guardar la ley lo más que podían bajo la creencia de que tendrían el beneficio de ser aceptados ante Dios en razón de su servicio aportado en las sinagogas. ¿No suena algo parecido a lo que muchos creen hoy día?

Jesús vino a predicar la doctrina que el Padre le dio. Según ella él debía morir por las ovejas y no por los cabritos, debía rogar por los que el Padre le daría y no por el mundo (que se supone no le dio). Debía anunciar que ninguna persona podía acudir a él si el Padre que lo había enviado no lo trajere a la fuerza (insisto en que el vocablo griego para traer o llevar utilizado por Jesús es el mismo que para arrastrar o dragar: ELKO). Esta aseveración de Jesucristo dejaba por fuera a todos aquellos que le estaban siguiendo por varios días para oír sus palabras de sabiduría, para presenciar sus milagros, pero a quienes no les había sido dado el creer en él. Al escuchar aquellas palabras del Maestro de Galilea se espantaron y dijeron que esa era una palabra dura de oír, y de inmediato se fueron murmurando. Nos recuerda Juan que ellos eran discípulos (alumnos) del Señor.

Entonces, si Jesús juzgó con justo juicio a esas personas lo hizo basado en la doctrina que no podían creer, porque él sabía que solamente sus ovejas oirían su voz (escucharían y entenderían su doctrina). El Señor hizo también referencia a que sus ovejas no escuchan la voz del extraño, más bien la desconocen y no la siguen; solamente oirán al buen pastor y se irán detrás de él. Es decir, Jesús es el buen pastor y sus ovejas lo conocen y lo siguen, pero él llama, además, a cada una por su nombre. No hay una salvación genérica, indeterminada, sino una redención particular referida a las ovejas de su prado, a sus amigos, a su iglesia.

Otro punto doctrinal trascendental que toca la esfera del buen fruto que da el buen árbol es el saber y aceptar que Dios es soberano. Un rey soberano hace como quiere y así lo expresa la Biblia a lo largo de sus páginas: nadie puede darle consejo ni torcer su mano, no hay quien le diga ¡epa!, qué haces. De manera que ese Dios dijo de Sí mismo que tendría misericordia de quien Él la tuviera, se compadecería de quien Él quisiera compadecerse. Añadió que no dependía del que corriera o quisiera, sino solamente de Él que tiene misericordia. Pero por si fuera poco, el Espíritu inspiró a Pablo para que escribiera en el mismo contexto de lo anterior que Dios había amado a Jacob antes de hacer bien o mal, antes de ser concebido. Agregó que a su hermano gemelo Esaú lo había odiado aún antes de ser concebido, sin mediar sus obras buenas o malas, con la firme razón de que el destino humano dependiera solamente de la elección o del Elector.

Esas son sin duda alguna palabras duras de oír para la mente racional, la que supone existencia de libertad en el hombre para poder ser juzgado. Sin embargo, siglos atrás ya Dios había expresado por medio de sus profetas y escritores que no hay ni siquiera un justo en toda la tierra, que no hay quien entienda ni quien busque a Dios, ni hay quien haga lo bueno. Bien, dirá usted que muchos buscan a Dios a su manera, pero el asunto es que no buscan al Dios verdadero. Más bien huyen de Él por cuanto Él es la luz y los hombres amaron más las tinieblas que les permiten ocultar sus malas obras. Por eso adoran a un dios que es una imitación del de la Biblia, bajo el mismo nombre y con el mismo texto. Sin embargo, Jesús también dijo de esas personas que en el día final reclamarán diciéndole que en su nombre hicieron milagros, echaron fuera demonios, se sacrificaron por la causa cristiana, que les responderá nunca haberlos conocido.

Es decir, Jesús nunca tuvo comunión con esos creyentes que profesan, que son cabras que se sienten ovejas o que merodean en el aprisco, pero nunca fueron llamados eficazmente. Entonces, cualquiera que oye estas palabras bíblicas pudiera objetar naturalmente bajo la razón universal que no hay derecho alguno para inculpar a quien no puede actuar de otra manera. Eso fue lo que Pablo escribió en su carta a los romanos, cuando levantó la figura del objetor a la gloria de su poder, ira y justicia. Pero, ¿acaso hay injusticia en Dios? ¿Por qué, pues, inculpa? Pues, ¿quién puede resistir a su voluntad? (Romanos 9).

La respuesta que el Espíritu le dio a Pablo para que escribiera a continuación sigue siendo la misma hoy día: ¿quién es el hombre para que alterque con Dios? ¿Podrá decirle la olla de barro a su alfarero por qué razón me hizo de esta manera? ¿No tiene potestad el alfarero de hacer un vaso para honra y otro para deshonra? Dura respuesta pero única contestación de Dios, no hay otra sino que Él es soberano y hace como quiere. No tiene a quien darle cuentas de lo que hace, sus designios son inmutables y sus pensamientos son muchas veces ininteligibles. Hay una profundidad enorme en la sabiduría divina, algo que el hombre simple no puede escrutar.

Volviendo a Heráclito pero en el paralelismo del Logos eterno e inmutable que es Cristo, para poder comprender algo de aquella sabiduría divina debemos permanecer y participar de ese Logos o Verbo hecho carne, pues de otra forma no podríamos siquiera digerir la razón de Dios. Por cierto, la vida eterna (en expresión de Jesucristo de acuerdo a una oración recogida la noche antes de su crucifixión) es conocer al Padre, el único Dios verdadero y a Jesucristo el enviado.

Si hemos de pasar la eternidad conociendo a Dios, ese conocimiento no acaba porque la eternidad tampoco termina. Es por eso que ahora apenas vemos como por espejo, mas cuando estemos en la presencia de Dios conoceremos cara a cara, como fuimos conocidos. Pero Dios sigue siendo inagotable y nuestro trabajo intelectual no tendrá fin. Por esa razón Jesucristo jamás separó su doctrina de la razón ni sus enseñanzas las colocó aparte del amor que sintamos por él.

Creemos con el corazón pero de él mana la vida, los pensamientos (buenos o malos); el corazón o centro del hombre no es un espacio emocional separado de la racionalidad. Más bien es una metáfora que enseña que en él podemos concentrar todo lo que la razón nos permite percibir. Las emociones, por cierto, son también percibidas por causa de la razón. Los que separan la razón de la emoción, bajo el argumento de que sienten amor por Jesús pero que no entienden o no se preocupan de estudiar su doctrina, están actuando en forma incoherente. Ambas cosas son parte del corazón humano, por lo cual fue dicho que por sobre toda cosa guardada hemos de guardar nuestro corazón, porque de él mana la vida.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 8:29
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