La sangre de cabras, toros y demás animales sacrificados no era suficiente en sí misma para satisfacer la ira de Dios. Era solamente un símbolo de lo que habría de venir en el tiempo apuntado, pero no el objeto mismo de la redención. Todos aquellos miembros del Antiguo Testamento estaban sujetos a la remembranza enseñada acerca del Mesías por llegar, de forma tal que los que creyeron en la promesa fueron salvos. Aún siendo Israel como la arena del mar, solamente el remanente fue salvo. Hoy día no es diferente, habiendo llegado el Jesús señalado por Dios para la redención de la humanidad.
Pero ¿cuál humanidad es la redimida? Resulta evidente que es la humanidad escogida por el Padre desde la eternidad, los que son tenidos por ovejas, los cuales también estaban (y algunos todavía lo están) perdidos y a quienes Jesucristo vino a salvar. El buen pastor puso su vida por las ovejas, no por los cabritos; rogó por los que el Padre le había dado (y por aquellos que creerían por la palabra de ellos, los cuales también le fueron dados por el mismo Padre), pero en forma específica no quiso rogar por el mundo. ¿Cuál mundo fue dejado por fuera de la oración intercesora de Jesús? El mundo sujeto a condenación, el que amó más las tinieblas que la luz, el que lo rechaza porque también fue rechazado, el que está sujeto a servidumbre de pecado.
En realidad hay varias acepciones del vocablo mundo en la Escritura. Está el mundo dejado de lado pero está también el mundo amado por Dios de tal manera que le envió a Su Hijo para redimirlo. El mundo que yace muerto en sus delitos y pecados continúa perdido, le bastaría solamente ser reanimado, ser levantado de entre los muertos para llegar a creer. Pero como Lidia, la vendedora de púrpura en la ciudad de Efeso, no pudo comprender las palabras de Pablo el apóstol hasta que el Padre le abriera el corazón (el entendimiento espiritual) así también este mundo muerto no puede comprender la salud de Dios hasta tanto no sea levantado como Lázaro de su tumba.
La ley era una sombra de lo que habría de venir, no era la imagen misma de lo que vendría. Año tras año se repetían los mismos sacrificios, porque nunca tales esfuerzos fueron suficientes para perfeccionar a quienes eran el objeto de los mismos. De lo contrario esos trabajos humanos no hubiesen sido interrumpidos, porque si la ley hubiese sido el propósito único de Dios continuaría con el mandato de sacrificar animales como ofrenda por el pecado. La razón de ello es que resulta imposible para la sangre de toros y machos cabríos quitar para siempre el pecado del corazón humano.
Si una persona supone o cree que Jesucristo quitó el pecado de cada una de las personas del planeta tierra, estaría en la misma similitud de aquellos que sacrificaban bueyes y cabras sin alcanzar jamás el perdón de pecados. Porque Cristo hizo eficaz de una vez y para siempre el trabajo de expiar el pecado de todo su pueblo. A Dios no le interesaba sacrificio y ofrenda, pero sí que se preparó un cuerpo para Cristo, el Redentor de su pueblo elegido. Los sacrificios de acuerdo a la ley no son agradables a Dios, simplemente eran un símbolo de lo por venir, pero sí que estaba escrito del Hijo que vendría a eliminar la realización del símbolo y a cumplir como referente del mismo el cometido de su Padre.
De esta forma todos los que hemos creído en la promesa de que vendría el Mesías a cumplir tal cosa prometida hemos sido santificados a través de la ofrenda del cuerpo de Jesús el Cristo de una vez y para siempre. Cada viejo sacerdote se paraba día tras día administrando el símbolo, ofreciendo los mismos sacrificios que jamás podrían quitar perpetuamente el pecado. Sin embargo, Jesucristo ofreció una sola vez el sacrificio por los pecados, se sentó a la diestra del Padre para siempre a la espera de que todos sus enemigos caigan a sus pies. Por una sola ofrenda nos ha perfeccionado en forma permanente a los que hemos sido santificados.
Estos santificados son los que conformamos el mundo amado por el Padre en forma especial, los mismos que constituyeron un enigma para Nicodemo, el hombre de la ley pero que estaba tal apegado a sus formas que olvidaba la esencia del mensaje del nuevo nacimiento proclamado por los profetas de antaño. La ofrenda hecha por el Dios-Mediador es la única garantía del favor de Dios. ¿Pero qué garantía pudo tener Judas Iscariote, el Faraón de Egipto, el conglomerado de personas cuyos nombres no fueron escritos en el libro de la Vida del Cordero inmolado desde la fundación del mundo, si Jesucristo no rogó por ellos antes de la muerte en la cruz?
La ofrenda de Caín fue rechazada por Dios (sí, sabemos que Caín era del maligno) por alguna razón histórica que nos educa en esta materia. Ella era la ofrenda de su esfuerzo como labrador de la tierra; pero la ofrenda de Abel fue aceptada con agrado (su cordero ofrecido apuntaba al símbolo de Cristo), no pretendía en ningún momento exhibir su esfuerzo como criador de animales. Y eso es lo que sucede todavía en nuestro tiempo, que hay quienes como Caín continúan dando la ofrenda de su servicio, de su esfuerzo para quedar bien con Dios, en la esperanza de salvación. Sin embargo, estos son los que suponen que la salvación se alcanza por obras de hacer o de no hacer, contrariando el principio bíblico mostrado desde el Génesis, que Dios había ofrecido un Salvador para la raza humana. Este ofrecimiento no suponía la redención de cada uno de los miembros de la humanidad, sino de tan solo el remanente. Pero era una salvación Suya, para beneficio de quien tuviera misericordia, de acuerdo a sus planes eternos e inmutables.
La ofrenda de Caín fue el símbolo de los que todavía siguen creyendo que sus esfuerzos valen de algo o que ayudan a Dios; por esta razón se les llama sinergistas, por la sinergia o trabajo conjunto que pretenden hacer junto al Creador. Ni siquiera la fe es algo nuestro, es también un regalo de Dios que no da a todos por cierto. Por esta razón hay quienes todavía altercan con Dios y le dicen que es injusto por no haber dado tal dádiva a toda la humanidad. Otros, más sutiles, simulan que no tienen conflicto alguno con las Escrituras pero que Dios previó quien le habría de recibir tal regalo y quien lo rechazaría. Tales personas siguen como Caín, creyendo que su propio esfuerzo (el de creer) los redime de la esclavitud del pecado.
Estos son los que proclaman un evangelio diferente, los anatemas señalados por las Escrituras; contra ellos dice Dios que no hay esperanza alguna, que Él mismo los resiste por soberbios, que debemos apartarnos de los tales y no decirles bienvenidos en materia espiritual. En realidad estos hermanos de Caín sirven a otro dios, a otro Cristo, a uno muy distinto del que muestra la Escritura. El Señor lo dijo claramente, que los que creemos en él, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Pero la clave de este texto está precisamente en la manera en cómo se cree: como dice la Escritura.
¿Sabía usted que toda carne es como la hierva que se seca, y que la gloria humana es como la flor de esa hierba? Se secan ambas y la flor se cae; sin embargo, la palabra revelada y declarada por Dios permanece para siempre. La palabra del evangelio anunciada desde acá (1 Pedro 1:17-25) es ésta, que Jesucristo es el enviado de Dios para salvación de su pueblo (Mateo 1:21). No salvó a uno más ni a uno menos, todos los que el Padre le dio los redimió en la cruz. A su debido tiempo son llamados por la palabra del evangelio verdadero (no del evangelio de mentira) y creerán, de manera que su tiempo anterior es contado como pérdida o como nada. Ni una obra buena o mala se computará en beneficio de su salvación, sino que su único fruto aceptable será lo que su boca pronuncie por la fuerza de lo que abunda en su corazón. El árbol bueno dará el fruto bueno, pues de la abundancia del corazón habla la boca. Jamás la oveja (una vez redimida) se irá tras el extraño, sino que huirá de él y seguirá al buen pastor. Todos los que siguen un falso evangelio, el anuncio de las ilusiones, los que creen en la inclusión universalista de que Cristo murió por todas las personas (y por lo tanto las expió), todos ellos son anatema. El árbol malo del mal tesoro de su corazón da fruto malo.
Si usted no sólo busca en Mateo 7 para verificar lo dicho por Jesús acerca del árbol malo y del árbol bueno, sino que busca lo que complementa Lucas 6, encontrará el significado del árbol y el significado del fruto. El árbol bueno es el hombre bueno (redimido por Cristo, justificado por Dios, declarado justo y santo por el Creador) que dará fruto bueno: porque de la abundancia del corazón habla su boca. Lo que está dentro de su corazón es lo que cree, el evangelio incrustado, el anuncio que ha creído. El árbol malo es el hombre malo (el incrédulo, el que no ha alcanzado la redención de Dios, el impío-aunque se llame a sí mismo creyente) que dará siempre el fruto malo: de la abundancia de su corazón también habla su boca. Lo que confiesa es su mal tesoro, y no no hay peor tesoro que un evangelio mentiroso, o una doctrina de demonios enseñada por los falsos maestros vestidos de oveja y que pululan en las sinagogas de Satanás.
Los ríos de agua viva solamente correrán en el interior de los árboles buenos, sencillamente porque como ovejas redimidas han creído el verdadero evangelio (el buen tesoro de su corazón), de acuerdo a lo que dice la Escritura. Esa es la promesa del Señor y la clave que dejó para entender su palabra: hay que creer en él, pero como dice la Escritura (Mateo 7:38).
César Paredes
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