Muchas veces escuchamos la frase que califica a alguien muy malo, la que dice ese es un engendro del diablo. Esa metáfora permite comprender la magnitud de la maldad incubada en la mente de tal sujeto, cuyas acciones han demostrado su impureza y su falta de pudor al exhibir su indignidad y vergüenza sin reparos. ¿Quién no podrá decir de Judas Iscariote semejante calificativo, cuando entregó a un hombre inocente para que lo sometieran a la tortura de la cruz? En alguna ocasión, Jesucristo también habló con una expresión semejante, pues dijo que algunos eran hijos de su padre el diablo.
Ese hecho de ser engendro por Satanás es un calificativo de terror, si bien no son pocos los que se jactan de rendirle tributo al maligno. A través de los siglos la humanidad ha registrado la honra que los seres humanos le rinden a Lucifer, a quien consideran el artífice de la sabiduría. Engañados con la interpretación privada de las Escrituras, asumen que la búsqueda del conocimiento del bien y del mal en la génesis de la creación fue su mejor trabajo. Como si el diablo tuviese tal atributo, cuando la Biblia enseña que Dios es el autor de todo cuanto existe.
Los masones enseñan que el ángel de luz es el arquitecto del universo, que tiene una sabiduría oculta la cual incitan a buscar. Ellos piensan que viajarán al eterno Oriente donde tendrán la comunión plena con semejante ser. Ignoran voluntariamente el texto sagrado que advierte que aún al malo ha hecho Dios para el día malo (Proverbios 16:4). Por esta razón encontramos en los escritos del Viejo y del Nuevo Testamento que existe una distinción entre criatura creada e hijo engendrado. No todos los seres humanos son hijos de Dios, si bien todos son criaturas creadas por Él.
Hay una gran diferencia entre ser criatura de Dios y el ser hecho hijo del Dios viviente. El evangelio de Juan se inicia con la declaración del principio de todas las cosas, diciéndonos que antes de que todo fuera el Verbo de Dios ya existía. Ese Verbo no es otro que el Logos (según la lengua griega), la razón pura, la lógica absoluta, la palabra divina. Nos sigue diciendo Juan que por medio de ese Logos fueron hechas todas las cosas, y que sin él nada de lo que ha sido hecho hubiese sido posible. Aquel Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, pero el mundo creado por él no lo conoció; las tinieblas no entendieron la luz, muy a pesar de que la luz resplandece en las tinieblas. Por esta razón se ha dicho también que los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras son malas.
La humanidad entera cayó muerta en delitos y pecados, a través de su cabeza federal Adán, como padre de la humanidad caída. El malo (Satanás) fue hecho por Dios para el día malo, como ya se dijo antes, pero el dragón, como también se le llama, la serpiente antigua, tentó al hombre en el Edén para ofrecerle un conocimiento inútil en cuanto a la vida eterna. Más bien existía una amenaza para la humanidad, pues a Adán se le dijo que el día que comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal moriría. Y ese día llegó y Adán murió espiritualmente, aunque años más tarde también hubo de morir físicamente. De manera que llegar a conocer el bien y el mal no le fue de provecho al hombre en su desobediencia, por lo cual es un absurdo que se le rinda tributo a Lucifer en la consecución de tal conocimiento.
Discernir entre el bien y el mal no hace al hombre bueno. Pablo dice que cuando la ley ordena no codiciar en el corazón humano se despierta aún más la codicia. La semilla del mal introducida en cada habitante de la tierra da su fruto a su tiempo, por lo cual es lógico que sigan a su padre el diablo y deseen hacer lo que a él le agrada. Ha sido siempre homicida desde el principio y padre de mentira. Entendemos que el homicidio no es solamente de carácter físico sino también toca la esfera del alma y del espíritu. La mentira no es otra cosa que la negación de la verdad, el disfraz que permite simular estar en ella, el engaño enraizado en el corazón del hombre.
Pero aquel Verbo hecho carne tuvo un propósito en visitarnos, ya que era la luz entre los hombres. Como al ser humano le resultó imposible comprender esa luz, Dios que todo lo ha planificado desde la eternidad se había propuesto dar vida por el Espíritu. Tomó para Sí mismo a un grupo de personas, según el puro afecto de su voluntad, para darles vida justamente con Cristo. Pero a los que se propuso redimir les ha hecho pasar por el proceso de la regeneración espiritual, un engendramiento que no depende de la voluntad humana sino de la divina. El acto de nacer de lo alto (o nacer de nuevo) es absolutamente sobrenatural, pero no por ello independiente del proceso histórico en el que se anuncia el evangelio de salvación.
Los que recibieron a Jesús recibieron a su vez la potestad de ser hechos hijos de Dios, por creer en su nombre. Sin embargo, el acto de creer no precede el engendramiento, sino que el ser engendrado va antes del creer. Eso se desprende de la gramática expresada en los versos 12 y 13 del primer capítulo del evangelio de Juan, pues dice allí que los que recibieron a Jesús no son engendrados de sangre ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Fijémonos bien en la historia del Viejo Testamento, donde se nos enseña que la circuncisión era señal de algo previo, que la pascua celebrada era un símbolo de lo que ocurriría, ya que la regeneración no se logró en forma alguna por obra de los ancestros ni por sus ritos, ni por la memoria de Abraham. Todos los seres humanos murieron en Adán, de manera que quedaron sin potestad de tener alguna influencia en su propia regeneración. Y si no se es engendrado por voluntad de varón, es obvio que la decisión humana de seguir a Jesús no implica la posibilidad de llegar a ser engendrado sino un signo de haberlo sido.
De allí que la voluntad de la carne o el mal llamado libre albedrío, carece de potencialidad para eliminar la enemistad natural entre el hombre y Dios. Hay algunos que astutamente se llaman a sí mismos ateos, como dando a entender que son más inteligentes y avezados que los que se dicen creyentes. Pero ser un ateo es al mismo tiempo ser un olvidado por Dios. No hay ninguna gloria ni favor en el hecho de que Dios se olvide de uno, más bien una profunda tristeza y desgracia cuando se comprende el sentido de tal abandono.
La Biblia enfatiza que la salvación pertenece a Jehová, que la regeneración del corazón humano queda adscrita a una voluntad y poder distintos a los del ser humano, que es solamente el poder y la voluntad de Dios lo que lo logra. Ahora bien, si esto es cierto (y lo es porque Dios no miente) una pregunta debe levantarse en relación a los que no son creyentes. ¿Será que Dios no tiene poder para redimir a toda la raza humana? ¿Será que depende de la voluntad del hombre el recibir a Jesucristo para ser engendrado por Dios? Ciertamente la respuesta es negativa en ambos casos, ya que estando muerto en sus delitos y pecados el hombre quedó inhabilitado en forma absoluta para tener parte en la toma de decisión que involucra seguir a Jesús.
El Padre a los que quiere da vida, por lo tanto no depende ni del que quiere ni del que corra, sino de Dios que tiene misericordia. Y la Biblia es reveladora de muchas verdades, una de ellas dice que Dios ama pero que también odia. A Jacob amó Dios desde antes de ser concebido, pero a Esaú odió Dios desde antes de que fuera concebido; ambas cosas hizo el Creador antes de que sus criaturas hicieran bien o mal, para que tanto la salvación como la condenación humana dependieran de Él como Elector y no de las obras de sus seres creados. Esto enfada en demasía a la mente humana, pues esa declaración choca contra la soberbia del corazón de los hombres.
Al declarar al hombre impotente en materia espiritual se está constatando la declaratoria del Génesis: el día que de él comiereis ciertamente moriréis. Pero al mismo tiempo se está poniendo en evidencia la mentira de la serpiente que se llama diablo y Satanás, quien le dijo al hombre que no moriría sino que sería como un dios, conociendo el bien y el mal. Entonces, el padre de la mentira queda una vez más denunciado con la afirmación del Espíritu acerca de la imposibilidad de que el hombre tenga alguna influencia en su futuro espiritual (o aún histórico), ya que todo depende del Elector.
Por supuesto que eso alerta la voluntad humana y la excita a elevar su puño contra el cielo. Nada más desalentador para el pensamiento humano que llegar a comprender que el hombre no tiene ninguna potestad para la toma de decisiones en materia del evangelio. A pesar de que se predique que hay que creer en Jesucristo para ser salvo, eso es parte de una verdad más grande; la otra parte de ella consiste en conocer la obra y la persona de Jesucristo. Ciertamente, Jesucristo es el Hijo de Dios, quien vino a cumplir la ley y a darse en expiación por los pecados de su pueblo. Pero ese Jesús no vino a darnos lecciones de ética, como algunos enseñan (aunque su ejemplo de vida y sus enseñanzas dan pie para hacer compendios de moral), Jesús vino a morir por los pecados de su pueblo.
La noche previa a su crucifixión oraba al Padre y le agradecía por los que le había dado. Eso concuerda con sus enseñanzas acerca de que nadie puede ir a él a no ser que el Padre lo traiga a la fuerza. Al mismo tiempo, oraba solamente por ellos y dejaba por fuera al mundo: no te ruego por el mundo, sino por los que me diste (Juan 17:9). En su muerte dejó por fuera al Faraón de Egipto, a Judas Iscariote, a los réprobos en cuanto a fe (de los cuales la condenación no se tarda), a los que no tenían sus nombres escritos en el libro de la Vida del Cordero desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8 y 17:8). Jesús dejó por fuera al mundo, a los millones de personas que se pierden de acuerdo al propósito eterno e inmutable del Padre. No podría jamás inferirse que no rogara por el mundo la noche previa a su crucifixión y que al día siguiente diera su vida por ese mundo. No, el Señor amó de tal manera al mundo (al que escogió desde la eternidad) que dio su vida por él. Es en este sentido que se anuncia el evangelio, para que todos aquellos que son marcados como ovejas lleguen a creer en el día destinado para tal fin. Obsérvese que no hay inhibición en la predicación del evangelio, ya que no quiso Dios salvar al mundo en forma mágica sino a través de la locura de la predicación.
Es una locura para muchos el que se predique un evangelio que es buena noticia para los redimidos pero mala noticia para los reprobados. Es locura anunciar a Cristo crucificado, tropiezo para judíos y gentiles no escogidos desde antes de la fundación del mundo para la redención final, es locura para los que se pierden por cuanto les irrita que se les anuncie un mensaje que de antemano no pueden recibir. Y si Dios no hubiese abierto el corazón de Lidia (la vendedora de púrpura de Efeso) no hubiese podido comprender las palabras de Pablo para que le diesen vida. Esto está dicho una y otra vez en las Escrituras, por lo cual no basta con decir que se cree en Jesucristo para suponer tener la vida eterna. Los demonios creen y tiemblan, pero están eternamente condenados. El padre de la mentira también sabe que toda la Escritura es inspirada por Dios, pero está perennemente condenado, por eso levanta un ejército de seres humanos y angelicales para luchar contra la verdad, torciéndola y enseñando falsedades en sus sinagogas.
Esta es la razón por la cual anunciamos abiertamente el evangelio que ha sido escondido de los grandes y entendidos, porque a Dios le ha placido entregar el reino a una manada pequeña. Recordemos que el anuncio del falso evangelio no ha redimido a ningún alma, simplemente imparte confusión y muerte eterna. Por esa razón conviene escudriñar las Escrituras, si es que a usted le parece que en ellas está la vida eterna.
César Paredes
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