Mi?rcoles, 04 de octubre de 2017

Hay una gran distinción entre el verdadero Jesús de la Biblia y el imitador o extraño, el cual es un ladrón. Cuando el Señor hace la comparación entre el buen pastor y el extraño, coloca marcas semánticas que distinguen con facilidad al uno del otro. El buen pastor pone su vida por las ovejas, con tal autoridad y poder que lo hace de sí mismo. Dice que nadie le quita la vida, como si no hubiese alguien más fuerte que él capaz de arrebatarle su alma, más bien él la pone de su propia voluntad para volverla a tomar. En este punto es bueno descansar y meditar, ya que habla el Dios soberano, no el dios de los mentirosos que vino a martirizarse porque los hombres se pusieron demasiados malvados y Satanás lo dominó en la lucha contra el mal.
Dios no anda en ningún momento del relato bíblico luchando contra el mal, como si existiese en él dualidad alguna. No es un batallador contra Satanás, no hace esfuerzos por doblarle su mano, no se irrita porque casi sale vencido, más bien ha dicho que Él hizo al malo para el día malo (Proverbios 16:4). Si de Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan, si nadie fue su consejero ni hay quien detenga su mano y le diga ¿qué haces?, estamos de verdad frente a un Dios inmensamente soberano.
La soberanía territorial de las naciones es un problema filosófico planteado, con muchas aristas para resolver. Se dice que una nación es soberana en la medida en que controla sus límites frente a otras naciones. Entonces hablaríamos de una soberanía relativa; en otros términos, la soberanía de una nación termina donde empieza la de la otra nación. Eso es soberanía relativa pero nunca absoluta. Además, más allá de la ley, la soberanía real ejercida extra legem no es otra cosa que el imperio de la fuerza sobre el más débil.
Bien, en terrenos teológicos la soberanía divina no puede jamás ser relativa, sino absoluta. Dios como concepto es Todopoderoso y nadie ni nada puede interponerse en su voluntad eterna e inmutable. De esta forma confunde el traslado del concepto de soberanía nacional al ámbito teológico, puesto que si se sigue con el criterio de la soberanía relativa se incurre en la falacia de hablar de un Dios más o menos todopoderoso. Por cierto, los jesuitas, con Juan de Molina, se inventaron el concepto de la soberanía relativa de Dios. Ellos dijeron, para contrariar la tesis esgrimida por la Reforma Protestante en relación a la soberanía absoluta de Dios, que el Ser Supremo en un acto soberano se despoja de su soberanía para permitir que la criatura decida su destino. De esta forma solamente podría ser juzgado culpable, si se le permite ser plenamente libre.
Es decir, para los jesuitas, así como para el amplio universo protestante que sigue la tesis de Jacobo Arminio (la punta de lanza romana en las filas del protestantismo incipiente), Dios sería injusto por haber condenado a Esaú aún antes de ser concebido. En tal sentido se habla de la presciencia de Dios y se aduce que Dios conocía de antemano la decisión que tomaría Esaú, la de vender su primogenitura en un intercambio por un plato de lentejas, y por esa razón lo condenó (o mejor dicho, Esaú se condenó solo). Tal es el susto que les da a los romanos católicos, así como a los protestantes que toleran semejante interpretación de Jacobo Arminio, que cuando hablan de soberanía divina todos hacen comunidad en cuanto a la condenación eterna se refieren.
Allí hay ecumenismo entre católicos y evangélicos, en el punto de cruce del Dios soberano absoluto y el Dios con soberanía relativa. La astucia de Luis de Molina, conocida después como Molinismo, consistió en buscar el justo medio aristotélico y quitó de la Escritura la claridad declarativa del mensaje evangélico anunciado por Pablo a los romanos. De esta forma Roma rendía tributo al concepto de la predestinación (ya bíblico desde siempre) retomado por la Reforma Protestante, pero se guardaba la carta bajo la manga: hay predestinación porque hay presciencia. Dios conoce de antemano quien le acepta y quien le rechaza, y para que esa elección sea hecha en forma justa se despoja por un instante de su soberanía frente a cada ser humano para que éste elija su destino en plena libertad y con verdadera opción para escoger.
La Escritura es muy clara y ella recalca que entre toda la humanidad no hay ni siquiera un justo que busque a Dios (al verdadero Dios de las Escrituras), que no hay quien haga lo bueno, que todos han muerto en Adán en sus delitos y pecados. Uno podría preguntarle a los molinistas y a los arminianos, cómo será posible que un muerto pueda entender dónde encontrar la medicina para salvarse. Además, Jesucristo la noche previa a su muerte no quiso rogar por el mundo sino solamente rogó por los que el Padre le había dado. El había enfatizado que nadie podría ir a él a no ser que el Padre lo llevase, que él era el buen pastor que pondría su vida por las ovejas (no por los cabritos).
El extraño es el imitador, el que entra por la puerta de atrás. A ese no le abrirá el portero (el Padre del reino). A ese extraño falso maestro las ovejas que dice tener no le son propias. Por otro lado, hay otra distinción semántica importante, para distinguir al Jesús verdadero y al imitador que es ladrón y salteador. Esta distinción toca ahora en el área de las ovejas, ya que se afirma que ellas conocen solamente la voz del buen pastor y desconocen en consecuencia la voz del extraño o imitador. Hay dos voces, ciertamente, dos evangelios (como si hubiera más de uno), pero las ovejas siguen solamente al buen pastor.
El verdadero evangelio se conoce como el fruto del buen árbol (no puede el buen árbol dar nunca un mal fruto). De la abundancia del corazón habla la boca, de manera que cuando la boca confiesa lo que se cree está hablando de su propio corazón, y si alguien confiesa creer en el evangelio torcido de Juan de Molina o de Jacobo Arminio está dando un mal fruto. Es entonces cuando cobra mayor sentido la otra frase de Jesús: no puede el árbol malo dar buen fruto. El árbol malo solamente da frutos malos, porque del corazón del hombre sale lo que éste piensa y cree.
El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir el rebaño, pero es al rebaño de cabras que destruye. Es cierto que la figura del falso maestro como de un lobo enseña que viene para dispersar las ovejas y tratar de devorarlas, pero es igualmente verdadero que las ovejas conocen la voz del buen pastor, siguen su voz y no escuchan la voz del ladrón asesino y destructor que es el extraño. Además, Jesús lo dijo en otro momento, que nadie arrebataría a sus ovejas de sus manos ni de las manos de su Padre. Desde esta perspectiva no puede existir ni siquiera un solo instante de confusión en el corazón de la oveja en relación a quien es su buen pastor y a la gran diferencia que existe con el extraño.
Por lo tanto, todos aquellos que siguen un falso evangelio lo hacen porque no son ovejas. Como dijo Jesús en Juan 10:26, que los que no eran de sus ovejas no podían seguirle. Es posible, sin embargo, que Dios tenga mucho pueblo en Babilonia (la sede espiritual de muchos males), pero están actuando como cabras aunque sean ovejas. Lo que pasa es que no han nacido de nuevo y por lo tanto no tienen conciencia de que son ovejas en realidad. La salvación del creyente, aunque haya sido decretada desde antes de la fundación del mundo, comienza en esta vida con el nuevo nacimiento. Esto es obra absoluta del Espíritu de Dios, por intermedio de la predicación del evangelio del reino, pues ¿cómo invocarán de quien no han oído? ¿Cómo creerán sin haber quien les predique?
Pero es igualmente cierto que la predicación del falso evangelio no redime ni un alma. Solamente la predicación del evangelio de Jesucristo (sin que se tuerza la Escritura) podrá conducir a la oveja a su destino final, pues Jesucristo vino a salvar las ovejas que estaban perdidas (no a las cabras que siempre seguirán siendo cabras). No hay tal cosa como una cabra transformada en oveja o una oveja transformada en cabra. Hay, sin embargo, ovejas que actúan como cabras porque todavía no les ha amanecido Cristo; y hay, por cierto, millones de cabras que actúan como ovejas porque son fieles seguidoras del extraño que vino para robarlas, matarlas y destruirlas. De ellos la condenación no se tarda, ellos pertenecen al universo de los ciegos, muchos de los cuales son también guías de ciegos, que caerán en el mismo hoyo.
Para esa condenación también han sido destinados, desde antes de la fundación del mundo. Si el Cordero de Dios estuvo preparado desde ese entonces, y si el Padre ya había escogido a Jacob para amarlo aún desde antes de ser concebido (en la eternidad) y escogió a Esaú para odiarlo (desde la misma época, siendo hechos de la misma masa y siendo engendrados por la misma sangre), el destino humano reposa absolutamente en las manos del Dios soberano. ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues, ¿quién ha podido enfrentarse contra su voluntad? No somos nadie para altercar con Dios, simplemente barro en manos del alfarero que hace un vaso para honra y otro para deshonra, todo desde la perspectiva del Elector y no en base a las buenas o malas obras que hagamos.
Ese Dios es insondable, sus juicios son inescrutables y sus caminos ¿quién los puede entender? La Biblia nos recomienda que nos amistemos ahora con Él, para que tengamos paz y nos venga bien. Jesucristo, el Hijo de Dios, reconoció que Dios escondió la salvación de los sabios y entendidos y la reveló a los niños, por lo cual pudo agregar: Así Padre, porque así te agradó. Que ésta sea nuestra frase emanada de lo profundo del corazón, como un fruto bueno que demuestra que somos el árbol bueno.
César Paredes
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Tags: SOBERANÍA DE DIOS

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