Martes, 26 de septiembre de 2017

Si Dios hace una promesa debe ser capaz de cumplirla, de lo contrario sería un mentiroso o un impotente. Estos dos atributos negativos quedan fuera de las cualidades esenciales con que se describe a la divinidad bíblica. Tal vez se hable de muchos dioses, tal vez algunos de ellos lleven el mismo nombre y compartan las mismas características del Dios de la Biblia; sin embargo, la similitud de la obra de arte con su imitación no hace que el duplicado sea el original.

Aunque muchos se dirijan a Jesucristo como su Señor, en realidad están contemplando un duplicado de aquella obra de arte. Existe igualmente un conglomerado religioso cuyo nombre da a entender que siguen al Jehová de las Escrituras, pero deberían ser denominados los falsos testigos de Jehová. ¿Por qué? Simplemente ellos niegan al Hijo y ya con esa desviación doctrinal niegan la Escritura. Sucede igual con los que se llaman a sí mismos cristianos o creyentes pero adoran a un falso Cristo.

¿Cómo saber si se adora a un falso Cristo? Es muy simple, basta con examinar la doctrina que se confiesa y compararla con lo que dice el texto bíblico en relación a lo que Jesús habló de su persona y de su obra. Él dijo que era el Hijo de Dios, que Él y el Padre eran uno, que conocía y amaba al Padre y que era conocido y amado por Él. Agregó que pondría su vida de sí mismo, ya que tenía poder para ponerla y volverla a tomar. Que esa actividad de dar su vida se haría en función exclusiva de sus ovejas.

En realidad los cabritos estarán fuera de la gloria de Dios, porque están fuera de la intención del Padre y del propósito de la muerte del Hijo. Solamente moriría por las ovejas, como buen pastor, de tal forma que éstas lo conocen y lo siguen. A cada una llama por su nombre y éstas no seguirán nunca al extraño. Pero ¿qué es un extraño? Es un falso Mesías, un profeta mentiroso, un maestro engañador. Un extraño es una persona que tuerce las Escrituras, que llama a lo bueno malo y a lo malo bueno. Es una persona que intentará predicar un evangelio de amplitud, con una expiación universal e ineficaz al mismo tiempo. Un extraño es aquel que dice que Jesucristo murió por todos, sin excepción, pero que depende de cada quien hacer su parte para ser salvo.

En otros términos, el extraño nos asegura que Dios hizo una promesa de salvación para toda la humanidad pero que no puede cumplirla. Es como si afirmara (como lo han hecho no pocas personas) que el infierno es el monumento al fracaso de Dios. Por supuesto, el falso evangelio llega a las mayorías porque acepta mezclas, acepta falsas esperanzas, conlleva sosiego a las almas atormentadas, si bien no soluciona ninguno de los problemas esenciales del alma humana.

Jesucristo dijo de Judas que mejor le hubiera sido no haber nacido, pero el falso evangelio del extraño sostiene que el Señor le dio al Iscariote la oportunidad de arrepentirse, cuando le lavaba los pies antes de la última cena compartida en el aposento. Esa es la creencia de Calvino, el célebre reformador que dejó como testimonio de su desvarío doctrinal en sus Comentarios de las Escrituras. Pablo declaró por inspiración del Espíritu que Dios odió a Esaú aún antes de ser concebido, lo cual equivale a repetir la sentencia de Jesucristo: mejor le hubiera sido no haber nacido. Pero el falso evangelio tuerce sus palabras y anuncia que Esaú fue amado menos que Jacob, que se perdió porque quiso, porque Dios también intentó salvarlo.

En otros términos, la promesa divina en tanto universal delata a Dios como impotente o mentiroso. En realidad en eso creen los que niegan la absoluta soberanía de Dios al considerarla injusta, al objetarla en cualquiera de sus proposiciones. ¿No fue levantado el Faraón de Egipto para anunciar la gloria de Jehová en su ira y justicia por toda la tierra? ¿Y qué hay de aquellos réprobos en cuanto a fe, de los cuales la condenación no se tarda? ¿No ha dispuesto Dios en los corazones de los hombres el dar el poder y el dominio a la bestia, para que se maravillen diciendo quién como la bestia? Por cierto, estas aseveraciones encontradas en el libro del Apocalipsis nos hablan también de sus nombres no escritos en el libro de la vida del Cordero desde la fundación del mundo.

Sabemos que Dios fue quien escribió los nombres de sus ovejas en el libro de la vida del Cordero, pero no lo hizo con los nombres de las personas que condenaría. En este punto, los seguidores de la doctrina del evangelio tuercen un poco su camino y se van hacia el extraño, porque les parece dura de oír la palabra de la cruz. Acá aseguran que Dios previó quien habría de condenarse y quien habría de salvarse, ya que Él es Omnisciente. Olvidan, sin embargo, que Dios afirmó que no hay justo ni aún uno, que no hay quien busque a Dios, ni quien haga lo bueno. Entonces, si la humanidad entera cayó muerta en delitos y pecados (a partir de Adán, como cabeza federal de la raza humana), no puede haber ni una sola persona capacitada para seguir al Señor.

De esta forma queda entendido que si Dios odió a Esaú, si dejó a los réprobos en cuanto a fe para la condenación, si coloca cosas horrendas en los corazones de los hombres para que sigan a Satanás, Él es el autor de la salvación y de la condenación. No es el hombre quien hace la diferencia como si hubiese una oferta universal y la humanidad tuviese la opción de elegir una u otra vía. Esto es lo que más molesta de la teología cristiana, el punto álgido de discusión entre millones de auto calificados creyentes, pues como en la época de Jesús les sigue pareciendo una palabra dura de oír. De inmediato la gente que dice creer en el evangelio se echa a la murmuración y exclama a gran voz que nadie puede oír semejante proposición, porque eso sería creer en un Dios injusto.

Es lo mismo que se argumentó por medio del Espíritu en el capítulo nueve de la Carta a los Romanos: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues, ¿quién ha resistido a la voluntad de Dios? En este punto álgido de la teología cristiana muchos se desvían, incluso personajes célebres de la Reforma Protestante. Spurgeon, por ejemplo, exclamó al respecto que su alma se rebelaba o se amotinaba contra la idea de un Dios que colocaba a sus pies la sangre del alma de Esaú. Pues bien, Spurgeon se rebeló y se amotinó nada menos que contra el Espíritu Santo que fue quien inspiró a Pablo a escribir toda la Carta a los Romanos.

Estos dicen lo mismo que los antiguos discípulos que seguían al Señor por tierra y por mar, día y noche, los que estaban atentos a su sabiduría y enseñanza, los que habían visto sus milagros y que incluso habían comido de los panes y los peces ofrecidos en un milagro del Señor, que aquella palabra de la predestinación era dura de oír. Porque el asunto no es que les parezca terrible tal alocución sino que suponen que nadie más debe escucharla. Así, en los templos modernos se silencia ese tipo de predicación con el alegato de que es algo profundo que puede confundir a las masas. El Señor decía en aquella oportunidad que nadie podía ir a él a no ser que el Padre lo trajere, pues nadie puede por sí mismo alcanzar la medicina para su alma estando muerto en delitos y pecados.

¿Esto os ofende?, preguntó el Señor a la multitud, sabiendo que murmuraban por lo que les venía diciendo. De inmediato les enfatizó (una vez más) que nadie podía ir a él a menos que el Padre lo trajere (a la fuerza, en el sentido del verbo griego utilizado). En realidad, el Señor vino a poner su vida por las ovejas, por cuya razón no rogó por el mundo la noche previa a su expiación en la cruz. Dios controla absolutamente todo y a todas las personas, aún en los más mínimos detalles. Si Él dejara al libre arbitrio las decisiones humanas, sus planes eternos serían mutables, cambiarían continuamente, dejando en ridículo el conjunto de sus promesas y decretos hechos desde antes de la fundación del mundo.

Porque Dios es Dios sabemos que sus promesas se cumplen, que su evangelio es verdadero y que sigue siendo la buena noticia de salvación para todo el que cree o que es creyente, en el entendido de que nadie puede creer en él si el Padre así no lo ordena (Juan 6:44). Hasta que Dios no le abrió el corazón a Lidia (la vendedora de púrpura) no pudo comprender las palabras que Pablo predicaba, de manera que fue después de esa operación especial o de nuevo nacimiento que ella conoció la salvación del Señor. Es un milagro llegar a creer, una suerte grandísima, por lo cual uno no puede avergonzarse de anunciar el único camino y poder para la salvación del hombre pecador, aún del más vil de los malhechores. Si así fue decretado, así habrá de acontecer.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 11:44
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