Domingo, 02 de julio de 2017

Los maestros del error hilan fino pero siempre muestran sus gazapos. Dicen algunos teólogos que los frutos de nuestra regeneración, ergo los frutos del Espíritu, no tienen nada que ver con asuntos doctrinales, tan solo tienen que ver con el trato con los otros. Según ese criterio, cualquiera que profesa la religión hindú podría tener buen trato con sus semejantes, manifestándole paciencia, gentileza y amor, pero ello no implicaría la señal de tener los frutos del Espíritu, porque entonces sería un hijo de Dios sin tener a Cristo. Los maestros del error se olvidan de que el Espíritu Santo nos conduce a toda verdad, lo cual supone tener la doctrina de Cristo. Es la verdad de la doctrina de Dios el mejor fruto de labios que podemos confesar, de manera que por esa verdad el mismo Espíritu nos hace llegar todo su fruto. La Biblia dice que quien no tiene el Espíritu de Cristo no es de él.

Los maestros del error confunden la consecuencia con la causa; alegan que el tener una buena doctrina implica el ejercicio de buenas obras para alcanzar a Jesucristo. Pero si Dios regenera a un individuo que va a salvar o que está salvando no lo deja en la ignorancia del evangelio. Por lo tanto, la buena doctrina es consecuencia de la regeneración, nunca su condición o su causa. El argumento torcido de estos maestros demuestra que tienen una mala doctrina, prueba irrefutable de que no están manifestando el fruto bueno que produce el árbol bueno.

Estos maestros del engaño usan el orgullo de su falsa enseñanza como una tapadera de su vergüenza. ¿Cómo puede alguien tener el fruto del Espíritu mientras anda desviado de la doctrina del Señor? ¿Qué dijo el apóstol Juan al respecto? El fue celoso en estos asuntos y aseguró que quien no habita en la doctrina de Cristo no tiene ni al Padre ni al Hijo. Incluso añadió que si alguien, llamándose creyente, le da la bienvenida a quien no trae la doctrina que él impartió participa de las malas obras de ese falso creyente.

Y fue Pablo quien aseguró que la predicación o la militancia en el falso evangelio es prueba inequívoca de ser anatema, esto es, maldito. Pero los maestros del error continúan con el argumento de las obras, aunque de labios sostengan que se es salvo solo por la gracia de Dios. Incluso cuando definen la herejía alegan que es cualquier doctrina venenosa venida de una conducta anticristiana. Es decir, lo que importa es la buena conducta, la ética cristiana, pero dejan de lado al cuerpo de enseñanzas aprendido y confesado. En otras palabras, con esa definición errónea se sostienen la mayoría de las iglesias en el mundo, dándole cantos al Jesús que ellos imaginaron, memorizando textos de la Escritura, ejercitándose en los buenos tratos unos con otros; pero poca o ninguna importancia toma lo que el Jesús de la Biblia enseñó acerca de la predestinación, de que nadie podría ir a él a no ser que el Padre lo llevare, que no moriría por el mundo sino solamente por su pueblo (los que el Padre le dio).

Pablo contendió con Bernabé (Hechos 15:36-39) -al parecer no fue lo suficiente paciente, ni cedió con gentileza ante la opinión del compañero de misiones. Por otro lado, Pablo habló mal de Pedro acusándolo de hipócrita, si bien él mismo tuvo una conducta no muy recomendada cuando simuló seguir con el judaísmo y se rapó el cabello para que creyeran que guardaba la ley (Hechos 21:23-24); el verso 24 es muy elocuente de la simulación pretendida: para que rasuren sus cabezas, y todos entiendan que no hay nada de lo que fueron informados acerca de ti; sino que tú también andas guardando la ley. Pero esa mala conducta del apóstol no testifica en contra de tener el fruto del Espíritu, porque fue guiado a toda verdad (la verdad de la doctrina de Cristo), además de que se sentía miserable por hacer el mal que no quería hacer (Romanos 7).

Como el amor por Jacob y el odio por Esaú suena como una palabra dura de oír, los maestros del error se vuelven al argumento del fruto del Espíritu (como si lo tuviesen) en clara imitación de una ética que aparenta ser agradable ante el mundo, como la de los antiguos fariseos que Jesús calificó como sepulcros blanqueados llenos de podredumbre por dentro. De esta forma la doctrina que genera problemas pasa a un segundo plano y es obviada para dar paso a la buena conducta religiosa. Y si alguien insiste en que la Biblia continúa declarando tales verdades, para ello tienen sus Seminarios, sus intérpretes privados que dan alivio a las almas confundidas por el otro evangelio.

No se dan cuenta de que no puede haber una ortopraxis (una práctica recta de la vida cristiana) si no existe una ortodoxia bíblica (una recta enseñanza conforme a la Escritura); puede haber la imitación de las buenas obras, la apariencia de piedad para el engaño, el ropaje de oveja sobre el cuero del lobo, pero nunca se evidenciará el fruto del Espíritu en aquellos que no tienen la guía de ese Espíritu hacia toda verdad doctrinal. Ciertamente, no podemos hacer nada para obtener la salvación, ni siquiera tener una sana doctrina para ser premiados por ella.

Pero aún los impíos pueden leer la Escritura y llegar a entender las partes esenciales concernientes a la salvación, mas no por eso tienen garantía de ser salvos (por cuanto no habitan en la doctrina del Señor). ¿Cuántas personas no se han acercado a la lectura de Romanos 9, pero  por haber comprendido que Dios odió a Esaú antes de ser concebido han abandonado el libro y la búsqueda del Dios de ese libro? Eso demuestra que ha habido comprensión del sentido plano de la palabra de Dios, sin que haya tenido que haber una elaboración herética como producto de una interpretación privada. La presencia misma del objetor en el capítulo 9 de Romanos nos habla a voces de que hubo comprensión del sentido plano de la carta de Pablo.

El objetor bíblico planteado por el apóstol da cuenta del sentido real del odio de Dios por Esaú, aún desde antes de la fundación del mundo; tal comprensión real lo llevó a exclamar: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Es decir, el objetor sale en defensa de Esaú y con su pregunta objeta la justicia de Dios (declarándolo injusto con su retórica); ¿Por qué Dios inculpa a Esaú si este hombre nunca fue amado por Dios y tuvo que seguir los pasos trazados por el Altísimo?

Algo a favor de ese objetor ha sido el que haya tenido una eficiente comprensión del texto, aunque eso no le bastó para aceptar con humildad la soberanía divina. Pero al menos no se retiró a hilvanar herejías como han hecho sus imitadores a lo largo de la historia de nuestra era. No se trata de que no comprendan el texto sino de que no les gusta la palabra que allí se expone. Es por esa razón que hilan fino en sus diatribas, en sus componendas argumentativas y seducen a las almas inconstantes, para lo cual también fueron destinadas.

Los falsos maestros con sus falsas enseñanzas dan clases a sus prospectos, a los que tienen comezón de oír y se amontonan para escuchar lo que desea su alma. Dicen que no hay más sordo que el que no quiere oír, de igual forma no hay más equivocado que quien no quiere estar en la verdad. Hay un ministerio de la ceguera (y un misterio también) compuesto por personas que integran la Sinagoga de Satanás. También Dios tiene mucho pueblo en la Babilonia espiritual del mundo, a quienes manda a salir de allí.

Estas cosas se escriben por causa de aquellos que oyen la palabra y la entienden, por los que tienen buena tierra donde la semilla cae. La palabra no regresará vacía sino que hará todo aquello para lo que fue mandada. Nos queda el grato sabor de haber comprendido que la verdad es más simple que la herejía. Solamente que los maestros el error se esfuerzan por atrapar el sentido que no les gusta y responder con un sentido malicioso. El que tiene el Espíritu de Cristo es llevado a toda verdad, pero los maestros del error continuarán en su ministerio de la ceguera para conducir a otros ciegos que de igual forma caerán en el mismo hueco de ellos. Ese hoyo profundo conduce hacia el pozo del abismo.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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