Martes, 27 de junio de 2017

En el Edén salía un río para regar el huerto, dividiéndose en cuatro ramales. Esto es parte de la descripción hecha en el Génesis; también en el Apocalipsis se menciona un río limpio de agua de vida, que sale del trono de Dios y del Cordero. De ambos lados del río está el árbol de la vida, aquella misma planta que también estuvo en el Edén. Una simetría en la Escritura, que conjuga en el primer y último libro la presencia del agua para la sanidad de las naciones (Génesis 2:8 y Apocalipsis 22: 1-2).

Los conductos del río alegrarán la ciudad de Dios, dice el Salmista (Salmo 46:4); aquellos cuatro ramales bien pudieran hacer alusión a los cuatro evangelios, sus nombres son libertad, plenitud, rapidez y dulzura, atributos de igual manera encontrados en Jesucristo. El Edén era el paraíso en la tierra, la delicia del hombre. En una visión de Ezequiel aparece la figura del río, de las aguas para sanidad, para la abundancia, aguas que también salen del santuario. Por causa de ellas crecerá todo árbol de comer: su hoja nunca caerá, ni faltará su fruto: a sus meses madurará, porque sus aguas salen del santuario: y su fruto será para comer, y su hoja para medicina (Ezequiel 47:12).

Jehová se declara a Sí mismo como la fuente de agua viva (Jeremías 2:13), pero las gentes abandonan esta riqueza y cavan para ellas cisternas rotas. Jesucristo dijo también que él es la fuente de agua viva, de manera que el que tenga sed puede acudir a él para tomar agua gratuitamente. En todos los que beban esa agua, de su interior correrán ríos de agua viva (Juan 7:37-38).

Son muchas las personas que dan testimonio de esas fuentes: Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Elías, Eliseo, Samuel, David, Jeremías, Isaías y un gran etcétera. Pero también desde el Nuevo Testamento podemos mencionar miríadas de personas, pues testificamos de esas aguas todos los creyentes desde que Dios salvó al primer hombre hasta nuestros días, aún los días finales. Ese río fertiliza y nutre a su paso, nos deja solaz con su sonido. A pesar de que en ocasiones las aguas en la Biblia conllevan un sentido negativo, existe una promesa para el hombre justo: cuando pases por las aguas no te anegarán.

El agua de la roca es símbolo de la sangre del Cordero, en un sentido figurativo. La salvación no puede ser jamás obtenida por medio de las obras de la ley, pero sí por medio de esa agua de gracia una vez que se ha golpeado la roca (que es Cristo, herido por nuestras rebeliones). Cristo, hecho pecado por su pueblo, recibió la maldición debida a nuestros pecados, continúa con su gracia sempiterna en favor de los elegidos del Padre, cual agua que corre en medio del desierto, como la roca de Horeb. Aquella roca tipificaba a Cristo, que brotaba un manantial en medio de la sequedad. He aquí que yo estoy delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y herirás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel (Éxodo 17:6). Y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo (1 Corintios 10:4).

El agua simboliza muchas cosas en la Biblia, colocaremos apenas tres referencias: puede ser la angustia (2 Crónicas 18:26), la palabra de Dios: habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra (Efesios 5:26), el Espíritu de Dios, de acuerdo a las palabras de Jesús: El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre. (Y esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él: pues aun no había venido el Espíritu Santo; porque Jesús no estaba aún glorificado.) (Juan 7:38-39).

La figura favorita en los escritos del Antiguo Testamento es el agua de vida, tal vez por la costumbre de habitar rodeados por desiertos áridos. En el Salmo 1 se habla del hombre bienaventurado, el que no anduvo en consejo de malos ni se ha sentado en silla de escarnecedores, sino que más bien medita en la ley del Señor; este sujeto será como árbol plantado junto a corrientes de aguas.

Podemos decir que el creyente tiene al alcance el Edén, con su río limpio de vida, para tomar del manantial que corre para vida eterna. Uno de los atributos esenciales de Dios es su pureza, lo cual es enseñado continuamente en las Escrituras. Cuando se dice que Dios es luz, que en Él no hay tinieblas, se exalta la claridad de su sabiduría y de su voluntad. También delante del trono del Señor hay un mar de cristal que exalta el brillo de su presencia. Los corderos de la expiación eran buscados sin mancha, en la tipificación del Cordero que habría de venir.

Si queremos agradar a Dios siendo puros, debemos recordar las palabras de Job: Aunque me lave con aguas de nieve, y limpie mis manos con la misma limpieza,  aun me hundirás en el hoyo, y mis propios vestidos me abominarán (Job 9:30-31). Pero lo que es imposible para los hombres es posible para Dios, de manera que tenemos en Jesucristo la limpieza a través de su sangre. Es la única forma de acercarnos confiadamente ante un Dios que ha aceptado la justicia de Cristo y nos declara justos en su nombre.

Si Jesucristo es la fuente de aguas para eternidad, si quien bebe de esa agua no tendrá sed jamás, uno puede inferir que el agua en la Biblia se presenta como símbolo de la palabra de Dios. El Verbo de vida habitó entre nosotros, la Palabra eterna que no cambia; nacer de agua implica sumergirse y emerger del conocimiento de Dios. Por su conocimiento salvará mi siervo justo a muchos, dijo Isaías; nosotros nos acercamos al Dios que conocemos (no al Dios no conocido). No solo de pan vivirá el hombre sino de la palabra que brota de ese manantial que es Cristo, de los vocablos de Dios, de aquello que nutre el alma.

Aún el bautismo es un símbolo que refiere a la palabra, pues uno se sumerge en las aguas anunciando la muerte al pecado y emerge de ellas anunciando la resurrección. ¿Y qué es la muerte al pecado y la resurrección a la vida? ¿No es también palabra de Dios que anuncia el proceso de salvación? Ese símbolo se da con agua (y por ende con la palabra divina), un mandato de obediencia para beneficio del creyente. Aunque el ladrón en la cruz no se bautizó, por razones de tiempo y circunstancias de muerte, todo el que cree y tiene la oportunidad ha de cumplir con tal mandato. Ciertamente, es un símbolo que tiene al agua como elemento esencial que anuncia muchas cosas: la limpieza del alma, la muerte al pecado y la vuelta a la vida.

El porcentaje de agua en nuestro cuerpo y en el planeta es elocuente. ¿No nos dirá esa cuenta que también hemos de tener un porcentaje similar en nuestras almas? Porque bañarse en la palabra de vida, sumergirse en ella, tenerla como agua en nuestro espíritu será indicativo de la energía divina dentro de nosotros. La Biblia no es un adorno en la biblioteca, debe ser el libro más usado, más estudiado, más subrayado. Ella es una lámpara a nuestros pies que alumbra el camino por donde hemos de andar. Es un martillo que rompe la roca, es una espada que penetra el alma hasta los tuétanos.

Existe un ligamen entre los ríos de agua viva y la palabra de vida. Mientras más agua más depuración, mientras más escudriñemos la Escritura más claridad tendremos en materia de vida eterna. En realidad, la Biblia da testimonio de Jesucristo, ambos están ligados y ella nos conduce a Cristo y éste nos conduce a ella. Las cosas de ese libro se escribieron para nosotros; aprovechemos sus páginas para aferrarnos al testimonio que habla de las maravillas del Dios viviente. En realidad la Biblia es el océano de Dios.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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