S?bado, 24 de junio de 2017

El diablo no tiene las llaves del Hades ni de la muerte, aunque una vez tuvo el imperio de esta última (Apocalipsis 1:18; Hebreos. 2:14). Sabemos que el aguijón de la muerte es el pecado, pero Cristo acabó con ello al vencer en la cruz y en la resurrección al maligno y al pecado. Seguimos en el mundo con las consecuencias de aquel primer pecado de Adán, por eso gustamos muerte; sin embargo, ya no la muerte eterna porque los que hemos alcanzado redención por la sangre del Hijo, incluidos los del Antiguo así como los del Nuevo Testamento, también hemos obtenido la gracia de recibir el reino de los cielos.

Dos glorías observamos, la del mundo y la celestial, esta última preparada para nosotros, los que por la gracia de Dios hemos sido reconocidos como hijos y herederos con Jesucristo. Por eso se habla de la predestinación para adopción como hijos, de los regenerados por el Espíritu de Dios; de éstos somos muchos, sin embargo también somos pocos comparados con los que pertenecen al mundo.

Este logro nuestro lo hizo Jesucristo a través de su muerte, con la cual destruyó al que tenía el poder de ella. No que el diablo haya tenido ni tenga la potestad de matar y destruir a los hombres a placer, sino porque él fue quien introdujo el primer pecado en el mundo, de allí que sea emblemático el que se haya dicho que tenía el poder de la muerte. Porque gracias al pecado morimos, pero gracias a Jesucristo volvemos a la vida. Ciertamente, del diablo se dice que fue homicida desde el principio, porque mató la santidad, la justicia, la paz humana; también, gracias a él, como ya se ha dicho, la sentencia del Génesis nos condena a morir en nuestros cuerpos.

El diablo sigue tentando a los hombres a pecar para después acusarlos ante Dios, por algo se le llama también el acusador de los hermanos. Con todo su poder, Jesucristo continúa teniendo las llaves del Hades y de la muerte; es decir, resucita a los suyos en el día final, dándonos prueba de su grandeza con resurrecciones previas que se muestran en la Escritura. Lázaro, la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín, así como él mismo, todos levantados de entre los muertos. De la misma manera, el poder sobre la muerte lo manifiesta el Señor en muchas formas; ejemplo tenemos en Ananías y Safira, que murieron por intentar engañar al Espíritu Santo, a Esteban llevándolo a su presencia cuando fue apedreado. De la misma forma, él puso término a los días del hombre en esta tierra. También el Señor sana de muchas enfermedades a muchas personas, de acuerdo a su voluntad y providencia; lo hizo con la suegra de Pedro, con cantidad de gente en las que operó milagros, como a leprosos, ciegos, paralíticos, entre tantos enfermos. Sanó a través de los apóstoles, dando testimonio de que controla al detalle la enfermedad, la salud, la muerte y la resurrección. Y una gran esperanza dejada para los creyentes es que después de muertos le veremos a él; al ladrón en la cruz le dijo que ese mismo día estaría en el Paraíso con él, de forma que podemos estar ciertos que morir con Cristo es muchísimo mejor que vivir en este mundo.

Dios separa las almas más allá de la muerte, las que van a condenación y las que van a vida eterna. El libro de Apocalipsis describe el poder de Dios cuando uno de sus ángeles ata a Satanás en el pozo del abismo (Apocalipsis 20:1-2). Desconocen las Escrituras los que afirman que Satanás envía a la muerte a los suyos y Jesucristo hace lo mismo con sus santos. Es el Señor quien tiene las llaves del Hades y de la muerte, no hay duplicado de ellas; el diablo está sujeto a la voluntad de Dios, de manera que hace lo que se le ha ordenado. Más allá de que suene extraño, Satanás dañó a Job en lo que Dios quiso, solamente; lo mismo sucedió con la muerte de Jesucristo, que tuvo que ocurrir conforme al guión del Padre y al pie de la letra.

Nosotros sabemos que el diablo entró en Judas y lo llevó a traicionar al Maestro, pero eso estaba escrito de él. El diablo trató de zarandear a Pedro, pero el Señor se lo advirtió al discípulo, como diciéndole que eso estaba controlado por el Padre. El diablo arrebata la palabra de Dios de los incrédulos, para que no pueda echar raíces, pero a éstos también preparó Dios como réprobos en cuanto a fe, como a los Esaú del mundo. El diablo dice mentiras, pero Dios envió un espíritu de mentira en medio de sus profetas; el maligno tienta a los creyentes, pero no serán dejados al punto de que no puedan resistir.

Es decir, el diablo puede ser muchas cosas, exhibir mucho poder, pero la Escritura nos muestra que está sometido a la soberanía de Dios. No hay una pugna entre el bien y el mal, no hay tal dualismo como un Dios que lucha contra otro dios, o contra el maligno intentando vencer. Dios le dio el principado del mundo, pero llegado el momento se lo quitará para siempre; el diablo ciega las mentes de los incrédulos, pero es Dios quien les envía a los que no creyeron en la verdad un espíritu de estupor o de error, para que crean en la mentira y se pierdan.

El diablo se disfraza de ángel de luz, pero Dios es luz y su Espíritu nos conduce a toda verdad, ya que mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo. El diablo es el padre de los que practican el pecado, pero el creyente no practica el pecado, de acuerdo a la Escritura. En realidad el diablo anda suelto en el mundo, buscando a quien devorar, pero los que el Padre eligió desde el principio, para ser semejantes a Su Hijo, somos intocables. No obstante, la Biblia nos recomienda resistir al diablo, huir de la tentación, no hablar mal de las potestades espirituales. Asimismo, se nos aconseja a orar y velar, para no caer en tentación y para no dar lugar a nuestro enemigo.

Muerte y Hades son dos vocablos que tienen una carga semántica de horror, algo que a pocos les gusta. La muerte es la interrupción de la vida y el Hades el sitio adonde van las almas, sean éstas de los justos o de los que están condenados. Por supuesto, hay una separación entre ellas, como lo demuestra la parábola del rico y Lázaro. En lengua hebrea se llama Seol a lo que en lengua griega se dice Hades. Algunas traducciones usan el término sepulcro para estas dos palabras, pero es mucho más que la tumba o el panteón, ya que el Seol no se sacia, como dice Isaías 5:14. El sepulcro (Seol) y la perdición nunca se sacian, como tampoco los ojos del hombre nunca serán satisfechos (Proverbios 27:20).

Señalan varios libros de la Biblia, que del Seol o Hades se puede resucitar. Y el mar dio los muertos que estaban en él; y la muerte y el Hades dieron los muertos que estaban en ellos; y fue hecho juicio de cada uno según sus obras (Apocalipsis 20:13). El alma de Cristo no fue dejada en el Hades (Hechos 2:31), y Job aspiraba a que Dios se acordara de él cuando estuviera en el Seol (Job 14:13). El Nuevo Testamento habla de la resurrección de los justos y de los injustos (Hechos 24:15), los justos irán a vida eterna y los injustos a condenación eterna, en lo que se llama la muerte segunda.

El Seol o Hades es la matriz estéril, la tierra que no se sacia de aguas, el fuego que jamás dice basta (Proverbios 30:16); Dios hará llover sobre los malos calamidades: fuego, azufre y viento abrasador será la porción del cáliz de ellos (Salmo 11:6); ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?, eso se pregunta Isaías respecto al destino de los hipócritas y pecadores (Isaías 33:14). Vemos que el Antiguo Testamento también reporta acerca del lugar de tormento que supone la muerte segunda. La buena noticia viene dada en el evangelio de Jesucristo, por cuanto Jesús pagó el sufrimiento que tenía que padecer su pueblo.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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