Si uno lee la Biblia y pone atención, descubre que la verdad es más simple que la herejía. Todo aquello que a uno lo asombra es algo que en realidad sobresale, pero de allí a desviar su sentido lo que se obtiene es una herejía. En realidad la verdad resulta siempre simple, aunque a veces impacta con fuerza. Hemos leído que Faraón fue endurecido pero que también se endureció a sí mismo. Contemos las veces de una y otra ocasión, pensemos en lo que se dice primero, para no sacar conclusiones apresuradas. Hay un sentido físico (natural) y uno metafísico (más allá de lo natural). Sabemos que Dios es un Ser Sobrenatural, por lo tanto habita un plano metafísico, desde nuestra perspectiva espacial. Eso no le impide que esté entre nosotros, que se ocupe de nuestro estado natural, por algo es Dios y ha hecho todas las cosas. Si Dios sabe todas las cosas, uno debe preguntarse la manera en que Él conoce. Si es Omnisciente, no llega a saber nada nuevo; más bien conoce el futuro porque lo ha hecho, lo ha ordenado para que acontezca en el tiempo previsto. No será posible imaginar a un Dios que tenga por necesidad que mirar en los corazones de sus criaturas para descubrir lo que piensan hacer: porque esto indicaría que antes no sabía nada y dejaría de ser Omnisciente. Pensemos por un momento en la crucifixión de Su Hijo. Dios no pudo descubrir que Pilatos pensaba condenarlo, que Judas quería traicionarlo por unas monedas a cambio; si eso hubiese sido de esa manera, Dios no sabía nada y no tenía ningún plan de salvación concebido desde antes de la fundación del mundo. Recordemos que en 1 Pedro 1:20 se nos afirma que el Cordero estaba preparado desde antes de fundar el mundo, de manera que esa idea de la crucifixión no pudo descubrirla en los corazones de los judíos de la época de Herodes. A Judas no se le ocurrió entregar al Maestro con quien anduvo por algunos años; simplemente el Iscariote siguió un guión establecido metafísicamente antes de ser concebido. Digo metafísicamente para referirme al tiempo y a la acción sobrenatural decretada en relación a su destino; físicamente (es decir, en el plano de la historia) Judas nació, se crió, creció, conoció al Señor, se unió a sus discípulos, fue llamado por Jesús, concibió maldad, Satanás entró en él y debía seguir conforme todo lo que la Escritura decía de él. Estos dos planos, el físico y el metafísico, deben ser tenidos en cuenta al momento de estudiar las Escrituras. De esa forma podemos entender con mayor simpleza la verdad establecida, para evitar la herejía. Ciertamente, nosotros recibimos a Jesús en nuestras vidas, no hay ningún error en eso. La Biblia así lo afirma: a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre (Juan 1:12); pero hay que tomar en cuenta que ninguno puede recibir a Jesús (ir a él) si el Padre que lo envió no lo llevare (Juan 6:44). Estos dos textos trabajan en forma conjunta, se complementan el uno al otro. Si se quiere, podemos decir que en el plano histórico vamos a Jesús, recibimos al Señor, creemos en su nombre, pero en el plano metafísico lo hacemos porque el Padre así lo ha ordenado que ocurra en esta historia en la que vivimos. La Biblia nos muestra a Esaú que vendió su primogenitura por un plato de lentejas, pero después se arrepintió y la procuró con lágrimas sin tener éxito alguno. Cualquiera que se quede en el relato podría sacar conclusiones erróneas, ya que puede hablar de la irresponsabilidad de Esaú, de su liviandad en las cosas del cielo, de su despreocupación por lo que concierne a la vida eterna. Y ciertamente tiene razón quien así piensa, pero eso no es toda la verdad. Quedarse en esa parte del relato puede conducir a la herejía común de creer que cada quien se condena a sí mismo, como si Dios intentara salvar a un alma obstinada que no se deja rescatar. Hay que mirar el otro contexto, el metafísico, el que Pablo nos narra en su carta a los romanos. Allí dice el apóstol que Dios odió a Esaú aún antes de ser concebido, mucho antes de hacer bien o mal. Es decir, Esaú fue odiado antes de vender su primogenitura a su hermano Jacob. Así como Faraón fue endurecido para que Dios mostrara el poder de su ira en él, para que sucediera la Pascua como anticipo de lo que Cristo haría con su pueblo y en lo cual también se convertiría, porque la Escritura dice: Cristo, nuestra Pascua, de esa misma forma Esaú fue odiado por Dios para manifestar el peso de su ira y justicia sobre él. Como consecuencia de ese odio divino, Esaú vendió su primogenitura, incurrió en el delito espiritual que conlleva a la perdición eterna. Lo mismo le aconteció a Judas, quien tampoco fue amado por Dios, por lo cual entregó a Jesucristo para la crucifixión, traicionó a quien fue su Maestro y que ningún mal le había hecho. El rey de Asiria fue un instrumento de Dios, aunque era un soberbio que creía en su poder como algo que él había alcanzado por sus méritos. Isaías nos cuenta que ese rey vino a ser la vara y el báculo del furor de Jehová, el ejecutor de la ira de Dios. La profecía habla en dos tiempos, el futuro en el que sería enviado contra una nación pérfida, para quitar despojos y arrebatar presa, para hollarlo como lodo de las calles; pero una vez consumada esa ira, el rey de Asiria pensaría otra cosa (acá es tiempo pasado porque ya el rey se refiere a lo que hizo con sus manos). Su corazón imaginaría que por su poder cortó naciones no pocas, refiriéndose a sus príncipes como reyes. El rey seguiría pensando que iba a continuar con la destrucción de muchos poblados, porque su fuerza nadie la detendría. No sabía el rey de Asiria que después de haber prestado servicio al Dios del cielo (sin saberlo) él mismo iba a ser destruido, ya que el Señor castigaría el fruto de su soberbia, la altivez de sus ojos, por haber dicho: Con el poder de mi mano lo he hecho, y con mi sabiduría, porque he sido prudente; quité los territorios de los pueblos, y saqueé sus tesoros, y derribé como valientes a los que estaban sentados (Isaías 10:13). Esta es una profecía dictada a Isaías el profeta, mucho antes de que aconteciera. ¿Cómo supo Dios que esto acontecería de esa manera? Porque Él lo ideó todo, lo preparó de esa forma para que su gloria fuese contada entre nosotros. Dios no adivina el futuro ni corre con suerte, en el sentido de que lo que descubre en su adivinar se mantiene firme en las volubles criaturas. Simplemente Él es Dios y hace como quiere. Elías fue un profeta excepcional porque el Señor quiso honrarlo con Su Presencia. Unos cuervos llevaban alimento al siervo de Israel, pero estos animales no picotearon la carne que cargaban. ¿Será que Dios había descubierto en el corazón de esos cuervos que ellos eran más nobles que sus hermanos? Nada que ver, sabemos del instinto animal y de su fiereza que no obedece a espanto cuando se trata del hambre. Pero el Dios soberano controla los corazones (la voluntad) de todas sus criaturas y las inclina a lo que desea; estos cuervos obedecieron al mandato del Señor y cumplieron la orden divina de llevar alimento al profeta. La Biblia es un libro fantástico que cuenta relatos de milagros de principio a fin. Pero esto lo hace porque Dios es un Ser Sobrenatural, que nos ha creado en un mundo natural. De esta forma, cada vez que Él actúa para socorrernos lo hace en su forma natural, lo que para nosotros es una manera de verlo en la dimensión metafísica. Pero también sucede que todo cuanto acontece en nuestra naturaleza (en nuestra historia y día a día) es también en alguna medida una acción sobrenatural, aunque trasladada al espacio-tiempo en que vivimos. El parto de una mujer es algo extraordinario, la formación de la criatura en su vientre es algo especial. El crecimiento de los huesos del feto, la genética que ordena la aparición de los órganos en su sitio, todos hechos especiales que pudieran contarse como milagros. Pero nosotros hablamos de ciencia, como si ella dejara afuera lo sobrenatural; Dios está presente en esa ciencia que Él mismo ha hecho para mostrarnos la gloria de su conocimiento. La vida de Eliseo nos da el ánimo de querer estar al cobijo del Dios que todo lo puede. Los relatos del poder de Dios en la cotidianidad del profeta mueven las fibras de la fe, de los corazones deseosos de respuestas a las necesidades más básicas que tengamos. Una mujer pobre, viuda, con deudas, de quien el acreedor venía a tomar a sus dos hijos por esclavos para saldar la acreencia, vino ante el profeta para plantearle su angustia. El hombre de Dios le ordena que busque muchas vasijas vacías de aceite para que con la única vasija llena que tenía comenzara a rebosar cada una de ellas. Así lo hizo la viuda, consiguiendo prestadas de sus vecinas muchas tinajas para llenarlas del producto. Terminado este oficio, el profeta le indica que saliera a vender el aceite y saldara la deuda. Este es uno de los tantos milagros que Dios operó por medio de ese siervo, pero hay muchos otros que levantan el ánimo en medio de este mundo cruel que tiende a esclavizarnos. La pregunta del profeta para aquella mujer desesperada fue muy simple: ¿Qué puedo hacer por ti? Esa misma interrogante nos hace el Dios soberano cuando entramos en su Santuario, y nosotros debemos contarle lo que ya sabe. No se trata de que Dios desconozca lo que nos sucede, sino de que aquello que nos ocurre ha sido enviado por Él mismo, con el fin de levantarnos la fe y de que redunde en su gloria por el favor que recibiremos. La verdad es más simple que la herejía, basta con leer sin que busquemos interpretaciones privadas para percatarnos de la simpleza que está escrita para nuestro confort. César Paredes [email protected] destino.blogcindario.com
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