Viernes, 18 de noviembre de 2016

No fue gratuito que este haya sido nombrado como el primer salmo de ese libro que engloba una gran cantidad de cantos al Señor. Pareciera que el Salmo Uno viene a ser un prefacio del resto que completa la suma de todos ellos, como una didáctica del camino de bendiciones que espera al creyente. Dividido en dos partes, una de ellas habla de la felicidad y bendición del justo, la otra señala por contraste con los transgresores el carácter del impío, su lenguaje y su maldición final.

Si todos los hombres son por naturaleza y práctica injustos delante de Dios, si son pecadores desde que Adán se constituyó como tal en el principio de la creación, ¿cómo es que pueda haber una persona que no haya andado en camino de pecadores? Se ha hablado diciendo que este salmo refiere a Jesucristo, pero es cierto que si este canto fue inspirado en tal sentido lo será también en referencia al Hijo como prototipo. Un tipo de los muchos hermanos que tendría como linaje por su herencia incorruptible en virtud de la redención. Por este motivo este salmo también habla de los que hemos creído de pura gracia. Si el Padre nos mira a través del Hijo, si nos ha declarado justos delante de Él, este cántico habla de la multitud de escogidos cuyos pecados han sido olvidados y trasladados al fondo del mar.

El creyente no camina en el consejo de los malos, ya que tiene el temor de Dios en su nuevo corazón; él alaba a su Señor quien es su amigo. En ocasiones oye el consejo de los adversarios de Dios pero no comulga con su espíritu, no consiente en tomar las acciones de los injustos. Muchas personas estuvieron presentes en la crucifixión del Señor, en medio del griterío apasionado de las huestes entrenadas por el infierno, pero no todos ellos asintieron con aquella voluntad atroz. José de Arimatea pasaba por allí y cargó la cruz del Señor, de manera que así como los apóstoles, o las mujeres piadosas que lloraban por Jesús en la cruz, se puede escuchar como un ruido de carros el sonido del odio contra el Altísimo, sin ser necesariamente uno que consienta con tal espíritu.

El hombre que posee la gracia no camina en el consejo de los impíos, más bien toma la buena advertencia y anda en los mandatos del Señor que es su Dios. Los senderos de la piedad son vías de paz y de placer, sus pasos son ordenados por el Todopoderoso. Al mismo tiempo se aleja de las malvadas advertencias de los malhechores, de las maquinaciones de la carne. La gracia interna se manifiesta en el cambio operado en su ser, en los pasos de justicia que son vistos por todos, en especial por los escarnecedores. No hay un creyente que encuentre descanso en la burla de los que niegan a Dios, ni que halle sentido en permanecer con aquellos que blasfeman el nombre del Señor.

Al contrario, el hombre redimido encuentra en la ley de Dios su delicia, en la cual medita de día y de noche. El día es visto como la prosperidad, en la cual reconoce la mano de su Creador conduciéndolo por verdes pastos; la noche se presenta como el anuncio de los tropiezos, de la adversidad, en la que saca ventaja por recordar y meditar la palabra de consuelo del libro de Dios. Aunque los escarnecedores le recuerdan que él es un pecador, que aunque haya sido redimido ha caído en el lodo en algún momento, su corazón renovado por el Espíritu Divino lo levanta enojado contra los intrusos que socavan su vida. Él sabe que pertenece a la congregación de los justos, virtud que lo aleja de los que escarnecen su espíritu.

El hombre justo le deja a otros el hacer burla de la eternidad, de lo que ellos conciben como la fábula del cielo y el infierno. La silla de los escarnecedores puede estar colocada en lugares altos y honorables para el mundo, pero dado que el hombre justo no pertenece allí desprecia sentarse en tal asiento de confort. El no camina en el consejo de los injustos, ni se sienta en la cátedra de los escarnecedores. Esa butaca es un premio para los que odian a Dios, una ofrenda del príncipe de este mundo para sus seguidores, los cuales aman los primeros puestos de las sinagogas, el escribir libros de vanas palabrerías, el ser reconocidos como los principales en la agenda del mal.

El que vive en el pecado va de mal en peor. El mal le es tan habitual que se acostumbra a ello, hasta que llegan a caminar por la senda de los que voluntariamente se olvidan de Dios, por ignorar su ley y despreciar su consejo. Si antes había algún freno propiciado por el temor de lo que pudiera ser cierto en relación a lo que había escuchado de ese Dios de la Biblia, ahora por su práctica de escuchar el consejo de los demás impíos es inducido a hundirse en el camino de mayor perversión. Con la práctica del mal se convierten en discípulos sobresalientes de Belial, creyendo que destruyen el camino de la fe de otros y que al final ellos vencerán al Cordero que fue inmolado. Tal es el delirio de los que se especializan en el escarnio de los que no son del mundo.

Todas las bendiciones de Dios pertenecen al redimido, en un gran contraste con aquellos que fueron olvidados por Dios. El no anda bajo la maldición de la condenación, sino que hace de la ley divina su deleite y regla de vida. Está capacitado para tal actividad por cuanto su corazón de piedra fue eliminado en el proceso de regeneración. No basta con tener una sana conducta por haber escuchado los buenos consejos de la ley divina; no basta con tener el buen libro en un estante de la casa. Lo que dice el salmista se refiere al deleite en la palabra de Dios.

De esta forma, el justo será plantado como un árbol a la orilla de un riachuelo, que da su fruto a su tiempo sin que sus hojas se caigan. Todo lo que haga prosperará, como trato inverso a la conducta del impío. Los malos serán como el polvo que lanza el viento de la faz de la tierra, cuando esparcidos por doquier no podrán resurgir en el juicio, ni en el consejo de los justos. El Señor conoce el camino de los suyos, de manera que la senda del impío perecerá. Cualquier planta que mi Padre celestial no haya plantado será arrancada (Mateo 15:13); como la cizaña sembrada en medio del trigo, así los impíos que se cuelan en medio de los justos serán eliminados en una precisa disección que hará el cielo.

La insolencia del impío lo conduce al placer, al orgullo, a la incredulidad, a lo profano; también lo induce a la persecución de los piadosos. Su fin será el de la auto decepción, cuando Dios ignore sus rostros tanto en esta vida como en la venidera. Todos ellos han sido colocados en resbaladeros, para despertar de este sueño que es su vida una vez que lleguen a su destino final. Muy triste es el estado de aquellos que tranquilamente continúan en el olvido de Dios, sujetos a su moralidad, convirtiéndose en expertos pecadores y en infieles sin vergüenza.

El perdón y la gracia, dos hermanos gemelos, acompañan al justo por siempre. Este se sostiene por la comunión con Cristo y nunca carece de la fuente de todo socorro, por eso la metáfora de ser como el árbol plantado junto a corrientes de aguas. El hombre enseñado por Dios da el fruto de la paciencia en el tiempo de la angustia, Dios recordará su pequeña obra de amor: Bienaventurado el que piensa en el pobre, en el día malo lo librará Jehová (Salmo 41:1). La promesa de prosperar en todos sus caminos es una bendición que no se puede conseguir en el universo mentiroso en que habita el impío. Tal consuelo es inimaginable para cualquier pecador que vive en su camino de impiedad.

Cuando ocurra la persecución o la escasez será para beneficio de nuestras almas. El título del libro referido a los Salmos en lengua hebrea es tehillim y significa alabanzas, por cuanto cuenta las virtudes y bondades del ser divino que nos creó. Pero los Salmos también reflejan el clamor que sale de lo más profundo del corazón, por causa de nuestras angustias que nos mueven hacia Dios. El acto de confianza depositada en quien oye nuestra oración es también una alabanza por el reconocimiento hecho a la misericordia y al poder del Señor. Uno espera pacientemente ante Dios para que se incline hacia nosotros y oiga nuestro clamor, una enseñanza que nos deja cada uno de los cantos del Tehillim.

El creyente reverencia el nombre de Jehová porque ha sido sacado del lodo cenagoso, del lago de la desesperación. Fue Jesucristo quien nos dejó dicho que en el mundo tendríamos aflicción, pero él nos pondrá un cántico nuevo en nuestros labios, una alabanza para nuestro Dios. Esto no será en secreto sino un testimonio público para muchos, los cuales aprenderán y temerán, esperando también en nuestro Dios. Por tal motivo el salmista fue motivado por inspiración divina a escribir una reiteración de la bendición de Dios: Bienaventurado el hombre que puso a Jehová por su confianza, y no mira a los soberbios, ni a los que declinan a la mentira (Salmo 40:4).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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