La Biblia nos enseña que Jesucristo exhibió públicamente su trofeo ante unos espectadores que se quedaron sorprendidos. Cuál no sería la sorpresa de los habitantes del imperio de la muerte y las tinieblas cuando su capitán y jefe osó tentar al Hijo de Dios. El solo hecho de haberlo intentado lo denuncia como un ser atrevido pero sin justo cálculo, ya que siendo Jesús Dios no podía jamás inclinarse ante quien ostenta el cargo de príncipe de este mundo. Pero los principados del infierno y las tinieblas tuvieron que mirar de cerca el triunfo de su enemigo natural, el del Hijo de Dios.
El acusador de los hermanos, como se le llama a Satanás, el diablo que tenía el poder de la muerte, el que mantiene en cautividad a las ovejas que todavía no han sido llamadas por el Padre, fue destruido en su eficacia y acción. El triunfo de Jesucristo derribó cualquier intento de mostrar a Dios como fracasado en su tarea de liberar a su pueblo de sus pecados. La satisfacción plena del trabajo y la persona de Jesucristo han hecho posible que el Padre nos declare justificados por la fe en el Hijo. La armadura satánica con la cual el diablo confiaba para destruir a la humanidad, quedó sin el poder original, anulada en su portento, por la sangre del Cordero. Claro está que el diablo triunfa sobre aquellos que no son los elegidos del Padre, pues para eso ellos también fueron ordenados.
Sin embargo, en los que hemos creído, por cuanto hemos sido llamados de las tinieblas a la luz del reino del Dios Admirable, el oficio de la serpiente antigua, llamada también el dragón, diablo o Satanás, quedó supeditado al fracaso rotundo por no poder seducir a las ovejas que huyen de él. Esa fue la declaratoria de Jesús como buen pastor, que sus ovejas le seguirían y huirían del extraño (el diablo y sus ministros) porque desconocen su voz. Esa falta de reconocimiento de la voz del enemigo tiene muchas aristas; no solamente se refiere a que la oveja no escucha la voz del extraño sino que tampoco lo reconoce como la autoridad que antes existía sobre su cabeza.
El pecado, la ley no cumplida y la muerte quedaron sin su efecto negativo en los redimidos por el Hijo, porque ahora se nos ha declarado justificados en virtud de Jesucristo, la justicia de Dios. El aguijón de la muerte es el pecado, pero en los que hemos sido liberados de la cautividad de las tinieblas ya no existe esa espuela venenosa que conduce a la pérdida de la vida eterna. Jesucristo liberó a su pueblo de las manos de Satanás, quien sigue siendo más fuerte que los humanos. La vieja sentencia del Génesis se cumplió en la muerte del Señor, al herir a la serpiente en la cabeza.
¡Cuánta gloria exhibida en un solo texto! Despojando a los principados y a las potestades, Jesús los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en sí mismo. El vocablo griego deja ver que aquellas potestades y principados fueron desvestidos, es decir, fueron desnudados. Quedaron en descubierto entre ellos mismos y para beneficio nuestro, lo que es igual a vivir sin eficacia en su cometido, con el agregado de que ellos saben que les queda poco tiempo. ἀπεκδύομαι -apekduomai- significa tanto despojar como desvestir; Jesucristo con su triunfo sobre la muerte despojó del poder de la muerte a Satanás, pero al mismo tiempo lo confinó a la conciencia de la muerte eterna. Y la gloria del Hijo se lee como vergüenza para el enemigo de las almas.
Vergüenza para Satanás en su intento de promover la derrota del Mesías, por su charlatanería como jefe del cuerpo demoníaco del infierno, ya que como su Príncipe él prometía invalidar o frustrar la encomienda dada por el Padre. No olvidemos que lo que algunas traducciones llaman la tentación que soportó Jesús por parte del diablo es más bien el trabajo o prueba glorificante del Hijo. Jesús no tenía concupiscencia, de manera que no pudo ser tentado como nosotros lo somos sino probado en todo. Satanás supuso que podía seducir al Redentor para que desafiara al Padre y para que desistiera de su ayuno; pero también quiso nuestro enemigo soslayar su estatus de criatura para que Dios lo reconociera a él como alguien digno de adoración.
El colmo de la derrota satánica radica en que además de la exhibición pública de su despojo, Jesús llevó cautiva la cautividad. En otras palabras, Jesucristo cautivó al diablo y a sus príncipes exhibiéndolos delante del Padre y de los ángeles. Lo que el enemigo quiso hacer con Jesús en la tierra y en su momento crucial de la crucifixión, le fue devuelto con creces para dejarlo al desnudo. El triunfo de Jesucristo trajo la consecuencia de habernos dado vida, así como Jesucristo resucitó de la muerte, de habernos perdonado todos los pecados y de haber anulado el acta de los decretos contra nosotros.
El triunfo de Jesús significó también que no debemos temer a nuestros enemigos, porque han sido vencidos: 1- Satanás desnudado y despojado de su poder, confinado a la muerte eterna; 2- el pecado ha sido quitado como aguijón de muerte; 3- la ley fue cumplida (satisfecha) en forma perfecta. El diablo es un escarnecedor y acusador, el archi-enemigo de los intereses espirituales del hombre. En el Antiguo Testamento, la palabra diablo -a veces presentada como ídolo- es una traducción del vocablo hebreo sair que significa cabra (Levítico 17:7), pero otras ocasiones la traducen como sátiro o demonio (Isaías 13:21). Tal vez esa sea una de las razones por la que popularmente se ha representado al enemigo en forma de una cabra, aunque no en vano el Nuevo Testamento refiere a los cabritos como los que van al infierno, en contraposición con las ovejas.
El diablo está lleno de pecado e instigó al hombre a pecar, y lo sigue tentando a hacer lo malo. Para ello tiene sus estratagemas por la vía del engaño, pero nosotros debemos recordar que a pesar de haber tenido él el poder de la muerte Jesucristo triunfó sobre él (Hebreos 2:14). No obstante, el diablo es el león rugiente que busca a quien devorar (1 Pedro 5:8), aunque hay que resistirlo para que huya de nosotros (Santiago 4:7). Aunque se enfurezca, su destino final habrá de ser el lago de fuego preparado para él y para sus ángeles (Mateo 25:41 y Apocalipsis 20:10).
En síntesis, Satanás nos sirve para que por su molestia acudamos con soltura a buscar la protección del Señor, para que recordemos que fue vencido en la cruz y que ya nada tiene en nosotros los creyentes. En el entendido de que Dios gobierna su creación en todos los detalles, no podemos ver a la serpiente antigua como uno igual al Todopoderoso, como si ambos estuviesen en permanente lucha para ver quien triunfa. Aún al malo hizo Dios para el día malo (Proverbios 16:4), de tal forma que para la gloria del Señor trabaja aunque no lo quiera. Ciertamente existe el poder del mal, al cual se nos ordena no andar bajo su tutela y mucho menos participar en sus seducciones. En el libro del Apocalipsis se señala que los creyentes le han vencido por la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos (Apocalipsis 12:11).
Al recordar que hubo una exhibición de principados y potestades, en la que fueron desnudados y despojados de su poder Satanás y su cohorte, una gran tranquilidad nos embarga por estar ciertos en que nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios, el cual es en Cristo Jesús. Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni potestades, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna cosa creada podrá eliminar o socavar ese gran amor del Señor demostrado en que haya puesto su vida en rescate por su pueblo. ¡Cuánta gloria en un solo texto, cuánto beneficio mostrado en un solo verso!
César Paredes
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