Lunes, 14 de noviembre de 2016

La gente rechaza el conocimiento que le hace falta para la redención, porque habiéndole sido referido ahora lo ignoran voluntariamente. Existe un deseo expreso en desconocer la sabiduría de Dios. Sabemos que Dios habla contra Israel, su pueblo histórico que conocía la ley pero la rechazaba. Conocemos también que los que son salvos por gracia tienen un corazón de carne en sustitución del de piedra, con un espíritu nuevo que ama andar en los estatutos divinos. Por lo tanto, Dios a través del profeta se refiere a los creyentes que profesan creer pero que no creen por gracia.

El pueblo de Israel se llamaba a sí mismo el pueblo de Dios, como muchos hoy día se auto proclaman creyentes por la fe. Este tipo de persona pareciera pretender adorar a Dios a través de sus ídolos, por medio de las imágenes forjadas de lo que consideran divino. Recordemos que un ídolo es también una imagen mental, una construcción del pensamiento que supone ser un reflejo de lo que representa. La ignorancia mata el alma, en especial el desconocimiento del Señor. Fijémonos en estos dos textos de Isaías: Por tanto mi pueblo fue llevado cautivo, porque no tuvo conocimiento: y su gloria pereció de hambre, y su multitud se secó de sed (Isaías 5:13). Del trabajo de su alma verá y será saciado; con su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y él llevará las iniquidades de ellos (Isaías 53:11).

La carencia del conocimiento de Dios γνῶσις -gnōsis (conocimiento) destruye a la gente, pero su contraparte muestra que la vida eterna implica invertir en el conocimiento del Padre y del Hijo (Juan 17:3). El que rechaza el conocimiento de Dios será rechazado por Él, de manera que ya no hay excusa. Todo lo que de Dios se conoce fue manifestado a través de la obra misma de la creación. La gente no sólo rechaza el evangelio de Cristo sino también el conocimiento general impartido por Dios en su creación. Mucha gente se refugia en los templos pensando que allí estarán a salvo de la ira divina, pero deberían recordar lo que le sucedió a Israel, refugiado en la idea de ser el pueblo escogido por el Señor mientras despreciaba el conocimiento. Ese pueblo engrosó su corazón, para lección de nosotros.

Hay un pueblo de gracia llamado por Dios, que no se adormece junto al mundo sino que tiene cuidado de su alma. Esta gente procura con diligencia comprender y escudriñar la palabra divina, sin pensar que por ser redimido debe darse al abandono. Este pueblo tiene el conocimiento del Señor, del cual habló Isaías, por el que el Siervo Justo salvaría a muchos. Existe una relación entre la persona que conoce y el objeto conocido: si alguno ama a Dios, es conocido por Él (1 Corintios 8:3). Y este conocer no es una exclusiva relación intelectual sino una medianería operativa del Espíritu Santo.

En realidad, el verbo conocer siempre ha guardado una distinción especial en la Biblia. Adán conoció a Eva su mujer, y tuvieron otro hijo; José no conoció a María, su esposa, hasta que dio a luz al niño. Pero Adán y Eva ya intimaban en el Paraíso y habían tenido un hijo cuando esta cláusula se escribió, lo mismo que José sabía de María, la que además era su esposa. El Hijo de Dios dirá el día final a un grupo de personas muy particulares: nunca os conocí, pero siendo Dios es Omnisciente, sabe todas las cosas, por lo tanto las conocía desde siempre. En ocasiones, cuando la Biblia dice siendo conocidos por Dios se refiere a ser aprobados por Él (Gálatas 4:9; 2 Timoteo 2:19; Juan 10:14, etc.).

Una pregunta bíblica dice ¿cómo oirán sin haber quien les predique?, aunque sabemos su respuesta. Para poder invocar el nombre del Señor es necesario conocerlo primero. Hay un mínimo de conocimiento que se exige para acercarse a Dios: creer que le hay, que galardona a los que le buscan. Si bien nadie puede ir al Hijo si el Padre no lo enviare, la Biblia asegura que cuando el ser humano haya sido enseñado por Dios irá hacia el Señor. Pero no a todos les llega ese conocimiento especial, equivalente a una revelación particular que arranca del conocimiento general acerca de Dios. Jesucristo hablaba a muchas personas, pero en muchas oportunidades se dirigía a la gente en parábolas. Sabemos la intención del Señor, para que no pudieran entender lo que decía.

Pero a quienes se da más se les exige más, de manera que terrible cosa será para los que conocen la Escritura y se violentan contra ella. El pueblo de Israel conocía la ley en la cual había sido instruido, tenía sacerdotes especializados que sabían lo que hacían. Sin embargo, voluntariamente se entregaba con facilidad al sacrificio a los ídolos. En forma expresa violentaba la ley divina y practicaba aquello que era condenable. A éstos Dios les dijo por medio del profeta Oseas que Él también se volvería contra lo más preciado de ellos, sus hijos. Dado que no hay justo ni aún uno, Dios puede airarse contra el impío todos los días de la vida si lo desea. El tendrá misericordia de quien quiera tenerla, se compadecerá de quien desee compadecerse. Pero de igual manera en su derecho puede endurecer a quien le plazca.

Pero si un hombre ama a Dios, en secreto y en público, amando a sus hermanos y teniendo cuidado de no agraviarlos, el mismo es conocido por Dios. Es decir, Dios lo enseña hacíéndolo más sabio espiritualmente. El tal será estimado en forma especial y será amado, por lo cual puede estar cierto de que deleitándose en el Señor le serán concedidas las peticiones de su corazón. El que busca servir al Señor o promover Su gloria será visitado por el Altísimo. Esto no se trata de una experiencia mística sino de un conocimiento impartido por el Espíritu que todo lo escudriña. El amor edifica y promueve felicidad, se inclina a lo que es correcto, teniendo la aprobación divina.

El texto de Oseas nos resalta que los religiosos exaltados que se ufanan diciendo que son pueblo de Dios, o que son sacerdotes del Señor, vienen a ser remarcados para el castigo. Hay quienes alegan jerarquía en materia de religión, basados en un argumento de falsa autoridad; sin embargo, su falta de conocimiento será la causa de su castigo. Pero el profeta muestra la ira de Dios tanto contra los sacerdotes como contra el pueblo. En tal sentido, nadie puede excusarse de haber sido enseñado erróneamente, ya que es deber de cada quien escudriñar las Escrituras si le parece que allí está la vida eterna y si ellas son las que dan testimonio del Señor.

Los cristianos de Berea cotejaban las enseñanzas de sus predicadores con los escritos sagrados, verificando si hablaban verdad o mentira. De la misma forma todo aquel que se llama creyente debe tener la mirada en alto, siendo precavido de apercibirse en relación a lo que le enseñan. Porque la Escritura también dice que en estos tiempos muchos se amontonarán buscando maestros que les hablen de acuerdo a sus propios deseos, dado que no soportan la sana doctrina pero continúan con la comezón de oídos (2 Timoteo 4:3). De manera que el maestro se complementa con el discípulo y llegan a ser tal para cual, por lo cual ninguno queda excusado ante Dios.

Los israelitas perecieron por su propia ignorancia, al cerrar sus ojos frente a la luz celestial. En forma maligna suprimieron la enseñanza de la ley, la distorsionaron con interpretación privada, y en lugar de ser guiados por ella fueron ellos quienes guiaron la ley a decir lo que no es debido. Así hoy día hay quienes tuercen los textos para que enseñe lo que no conviene, hay quienes pregonan una expiación universal cuando tal cosa no se expone en la Escritura. La consecuencia nefasta para los israelitas fue que perecieron por causa de su ignorancia (buscada o aceptada), pero la moderna cristiandad profesante perecerá de la misma manera al ignorar lo que la Biblia enseña.

A pesar de las múltiples advertencias en aquella ley, el pueblo siguió las enseñanzas de sus fariseos que eran como ciegos que guían a otros ciegos. Asimismo, hoy día, a pesar de la advertencia del Señor, de los discípulos y de muchos escritores bíblicos, la militancia llamada cristiana divaga por el desierto, perdiendo su tiempo hacía un camino de muerte. Juan dijo que nos guardáramos de los ídolos, también advirtió contra el decir bienvenido a quien no trajere la doctrina del Señor. El Espíritu de Dios dijo que huyéramos de Babilonia, no que la reformáramos. Entonces, nuestra tarea exige la responsabilidad de cuidar esta salvación tan grande, para no ser eliminados habiendo predicado a otros.

El que rechaza el conocimiento del Señor será rechazado por Él. Esa es la sentencia del profeta Oseas, la misma de Isaías, la que a lo largo de la Escritura se pregona. Si los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos, toda la creación enseña lo que de Dios se conoce. Pero en su naturaleza el hombre no tomó en cuenta a Dios sino que le dio honra a simulacros de madera, piedra y metales, a figuras hechas de su imaginación. Y hoy en día, frente a la palabra revelada todavía añade figuras y suposiciones acerca de lo que ella debería decir. No nos extrañamos del rechazo de Dios para mucha gente.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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