Domingo, 13 de noviembre de 2016

Si alguien sugiere que es posible querer y correr para ir hacia Dios, la Biblia afirma que no depende de ello sino de la voluntad del Creador. Pero, ¿es que el Todopoderoso resiste la buena voluntad humana? Antes que nada debemos revisar bien en que consiste el querer y el correr del hombre natural. Todo aquello que se quiere o desea pasa por la criba del pensamiento.

θελω (thel'-o) es el verbo griego que se usa para escoger o preferir, desear o estar inclinado hacia algo, deleitarse y amar. En tal sentido, la persona pudiera deleitarse en el Señor, pero en su propia naturaleza pecaminosa, en aquello que la Escritura denomina carne. ¿Es injusto Dios por no tomar en cuenta ese deleite humano en su persona? El problema hay que mirarlo desde la perspectiva del objeto deseado. Jesucristo vino sin atractivo para que le deseemos, aseguró el profeta Isaías. Entonces, no es al Hijo al que desean, ni al Padre ni al Espíritu, sino a la idea de ese Dios que se concibe en la naturaleza pecaminosa del ser humano.

Con el verbo correr, no tenemos mayor problema. τρεχω (trekh'-o) implica correr o moverse rápido, de manera que el hombre natural pudiera apurarse para encontrar a Dios, aunque siempre será al otro dios y no al de las Escrituras. La enemistad natural heredada bajo el pecado de Adán hace imposible que el ser humano desee entrevistarse con su Creador. Toda concepción emanada del pensamiento y de la acción humana nace contaminada del odio natural de la criatura hacia el ser supremo que la controla y destina.

El hombre se constituyó como pecador por su vínculo con Adán, quien es la cabeza federal de la humanidad sin Cristo. Formado en maldad y concebido en pecado (Salmo 51:5) no puede tender sino hacia el mal. Los impíos se enajenaron, se volvieron extraños, se formaron como ajenos a la familia de Dios, desde la matriz, hablando mentira desde el vientre. El Salmo 58:3 asegura que desde la esencia misma de la humanidad hay maldad en el barro de su formación. La materia prima con la cual es hecho el hombre está contaminada de pecado y depravación, hasta el punto en que no es posible la reconciliación con el Dios de la creación.

Por un delito vino la culpa a todos los hombres, pero la gracia vino a todos los que el Padre llama para justificación de vida. El diluvio universal fue consecuencia de la mucha malicia de los hombres en la tierra, del hecho de que todo designio de sus pensamientos era solamente el mal. En el libro de Job leemos que los hombres abominables beben iniquidad como agua, y un salmista se pregunta quién puede mantenerse si el Señor mirare a los pecados. No hay quien pueda justificarse ante Dios, ni quien diga que ha limpiado su corazón y su pecado; no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque. Más bien el Espíritu de Dios inspiró a Isaías para que afirmara lo siguiente: Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento (Isaías 64:6). ¿Cómo se puede hacer bien si se está habituado a hacer el mal?

Una prueba en contra le es presentada a toda la humanidad, que la luz vino al mundo pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz (Juan 3:19). Dios tomó una nación para sí de todas las naciones de la tierra, se manifestó a ellos con poder, con señales maravillosas, enviándoles profetas y cumpliendo sus promesas. Pero ni uno solo de ellos pudo salvarse, a pesar de la gruesa información recibida, la cual era en gran medida un privilegio. Se salvaron solamente aquellos que el Señor se reservó para él, como un remanente. Por lo tanto, la Escritura asegura que todos los seres humanos se apartaron de Dios, sin que quedare alguno que entendiera el buen camino y buscara al verdadero Dios. El hombre natural está imposibilitado para entender el lenguaje divino (Juan 8:43-45).

Dentro del tumultuoso mundo están los que son del Padre porque Él los eligió para llamarlos en el tiempo oportuno. Estos son ovejas que el buen pastor vino a buscar y a redimir, pero aquellos que no son tales no podrán entender jamás el sonido de la voz divina: Mas vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen (Juan 10:26-27). Sabemos que somos de Dios pero el mundo está bajo el maligno; si bien una vez estuvimos en el mundo no éramos de él. Por esta razón Jesús rogó al Padre agradeciendo por los que le había dado, porque eran de Dios, pero no rogó por el mundo que le pertenece a Satanás. Es cierto que muchas ovejas siguen cautivas en el imperio de las tinieblas, mas cuando oigan el llamado del buen pastor correrán al aprisco para alimentarse y escapar del enemigo. La oveja redimida sigue al buen pastor y huye por siempre del extraño, de quien ya no conoce su voz.

Cuando Dios hace un favor no se basa en la voluntad o en las acciones del beneficiado. El es el único que trabaja en materia de salvación, pues todo lo ha ordenado desde los siglos, incluyendo al Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo. De allí que se haya escrito que no depende ni de querer ni de correr, sino de quien puede tener misericordia. El correr y la voluntad del hombre natural vienen a ser obra muerta, rechazada por contaminación. Se necesita ser una nueva criatura para agradar a Dios, pero para eso nadie es suficiente ya que es absolutamente necesario nacer de lo alto. Una vez que Dios cambia el corazón de piedra por el de carne y coloca un espíritu nuevo en la criatura, la redención se manifiesta con certeza.

Dios se escogió un pueblo muy particular, tomado de lo más despreciado de entre las gentes. La más insignificante de las naciones eligió el Señor para hacerse un nombre con grandezas y maravillas, echando las gentes de delante de Israel, el cual rescató de Egipto. Por eso el Hijo de Dios vería linaje, sería saciado del trabajo de su alma, justificando a muchos y no a todos. Esa justificación significa que Jesús llevó el pecado de su pueblo (Mateo 1:21). Jesucristo intercede por su pueblo, aún ahora a la diestra del Padre, pero no lo hace por el mundo por el cual no rogó la noche previa a su crucifixión. Con su sangre obtuvo de una vez y para siempre la redención de quienes representó en el madero, donde se clavó el acta de los decretos que nos era contraria.

La justificación que hace Jesucristo con su trabajo y persona en la cruz es absolutamente eficaz y definitiva. Por esta razón el Espíritu inspira a Pablo para que haga varias preguntas que pudieran ser retóricas pero que sin embargo responde: ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica, y ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, también resucitó y está a la diestra de Dios e intercede por nosotros (Romanos 8:33-34). El núcleo del texto nos dice que la muerte de Cristo, junto con su resurrección e intercesión, es de absoluta efectividad, por lo cual no puede haber ninguna condenación. De allí que ninguno de aquellos por quienes Jesucristo murió, resucitó e intercede pueda ser condenado.

Una vez que sabemos que somos redimidos queremos y corremos hacia Dios, porque está en nuestra nueva naturaleza. Y no se trata de que eso dependa de nosotros sino de que somos inducidos por el Espíritu a desear los estatutos del Señor. Si las cosas del Espíritu han de ser discernidas espiritualmente, es obvio que el hombre natural no puede entenderlas porque le parecen locura. Las operaciones de la gracia en el alma humana en lo que concierne a regeneración, los profundos asuntos de Dios como la predestinación para salvación y la condenación por operación de su voluntad, son rechazadas y abjuradas por la mente natural. Estas cosas le parecen absurdas e injustas y por más que se expliquen no le son bienvenidas.

El entendimiento espiritual humano está impedido por su naturaleza enferma, de manera que se hace necesario el milagro del nuevo nacimiento. Es imperativo la luz espiritual para poder captar el valor trascendental de las palabras recogidas en el viejo libro llamado la Biblia. Y sabemos que ningún hombre natural posee tal capacidad, pues para él es locura el mensaje de arrepentirse y creer el evangelio. Pero cuando la oveja es llamada por el Padre sigue de cerca al buen pastor.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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