Dios es un Juez justo que condena y libra. Pero la liberación que ocurre a partir de su sentencia absolutoria no es común, más bien tiende a ser única y especial. El reo de culpa es perdonado y llevado a un estatus especial: Si en el génesis de todo el hombre tuvo interacción directa con su Creador, en la redención hecha por Jesucristo sube a un peldaño que no imaginó, porque ya no es solamente una criatura superior frente a los animales, sino que se le considera hermano de Jesucristo y amigo de Dios.
El sabor del mal viene a ser un recuerdo útil para comparar las dos situaciones de su alma. El conocimiento del pecado le genera un mal sabor al regenerado, pero con él puede disfrutar mejor el aroma de la salud que sabe apreciar. Saber que su eternidad será para crecer en el conocimiento de su Creador (Juan 17) lo motiva a escudriñar más las Escrituras. Este nuevo estatus ocurre por la sustitución y representación que el Hijo de Dios hizo en favor de los elegidos del Padre, cuando murió por los pecados de su pueblo.
Ciertamente este principio de representación no es mencionado en la Biblia con ese término, pero tampoco allí se habla de la Trinidad o de la cristiandad. Sin embargo, eso no presupone que el concepto no esté implícito en el trabajo de Jesucristo, en sus palabras especiales para el pueblo de Dios. Nadie puede ir a Jesucristo si el Padre que lo envió no lo lleva a la fuerza; fue él quien nos escogió a nosotros y no nosotros a él; si le amamos a él fue porque él nos amó primero; Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros; el amor de Dios consiste en que envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
Por otro lado, está la idea de la no representación. Jesucristo dijo muy claramente que no moría por el mundo cuando oró al Padre la noche antes de su crucifixión diciéndole que agradecía mucho por los que le había dado pero que no rogaba por el mundo (Juan 17:9). Asimismo, llamó a Judas el hijo de perdición (a quien mejor le hubiese sido no haber nacido), a otros les dijo que eran hijos de su padre el diablo, y a otros les refirió que no creían porque no eran de sus ovejas. ¿Cómo pudo representar Jesucristo a aquellos cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero, desde la fundación del mundo? (Apocalipsis 13:8 y 17:8). El Faraón de Egipto fue endurecido por Dios para mostrar sobre él la gloria de su ira y poder, de la misma forma en que Esaú fue odiado desde antes de ser concebido, sin miramiento a sus obras (Romanos 9: 13).
El hombre es tratado más allá de lo que merece al ser legalmente investido de rectitud. No sólo tiene el estatus de perdonado, sino que al ser éste cubierto se le declara limpio, santo, sin mancha. Al mismo tiempo obtiene la promesa de un Dios que no miente en relación a que nunca más se acordará de aquellos pecados. Pero la representación y sustitución tienen muchos enemigos, en especial los pertenecientes al mundo religioso, que no digieren la gratuidad del favor de Dios. Ellos hubiesen preferido una gracia compartida, un trabajo conjunto entre Dios y el pecador, de manera que el hombre redimido fuese declarado digno de merecer la vida eterna. Existe un rechazo a recibir libremente tanto el perdón como la rectitud por manos ajenas, pues a muchos les resulta más meritorio conseguir el favor de Dios por sus obras y méritos personales.
La religión se vuelve exitosa ya que la cantidad de obras de bien benefician a la sociedad, mientras apuntan méritos los devotos de la fe. En el ejercicio de la piedad sugieren que el pecador colaboró en su redención al colocar su voluntad libre al servicio del Altísimo. De igual manera existe la idea de una mayor premiación en el cielo, un estímulo por el cual muchos se motivan, aunque dejen de lado al Dador de tal beneficio. La gente va repetidamente a los templos de su religión, hace esfuerzos por persuadir a su Dios, se sacrifica en función de los mandatos supuestamente ordenados por el autor de su salvación. El pietismo cunde en la sociedad y activa ciertos principios de bien que benefician a muchos. Pero eso no es necesario ni útil para la herencia del reino de los cielos, ya que Jesucristo redimió eficazmente a su pueblo y lo representó en la cruz en forma total.
Se llama injusto a Dios por haber redimido por la vía de la representación a todo su pueblo. Si en la tierra las buenas acciones de la religión son bien vistas por los hombres, ¿por qué no han de ser bien recibidas en el cielo? Este razonamiento mueve el argumento religioso a rechazar la representatividad hecha por Jesucristo en favor de los suyos. Si Dios condena, habrá de hacerlo en base a las obras del hombre; y si exonera de culpa, también habrá de hacerlo en virtud de la buena obra humana. Los religiosos enojados con lo que la Biblia afirma aseguran que ella no dice aquello sino que sugiere todo lo contrario. Ellos aducen que el hombre debe aceptar la salvación que Jesucristo hizo posible para toda la humanidad. Un principio de generalidad absoluta se yergue para definir a Dios como justo: la muerte de Cristo tuvo que ser para toda la humanidad, porque sería injusto Dios si hubiese ordenado una salvación específica para su pueblo.
Pese a que los miembros de la religión que están más cercanos a las Escrituras exponen una y otra vez que la salvación es por gracia, cuando hablan de la condenación hecha por el Juez de toda la tierra se apegan al concepto de las obras. Dios amó libremente a Jacob pero a Esaú lo condenó por lo que hizo. Sabemos que eso no es lo que dicen las Escrituras, sino que también a Esaú condenó Dios sin mirar sus obras buenas o malas. Este concepto de la más absoluta soberanía de Dios molesta al hombre religioso que cree tener mejor justicia que su Creador. Para evitar que la Biblia los acuse, inventan que Jesucristo murió por todos y cada uno de los seres humanos en una representación universal. Pero como saben igualmente que no todos se salvan, entonces sostienen en su espíritu la paradoja de que su muerte (por ende su representación) fue eficaz solamente en los elegidos del Padre.
Otra vertiente religiosa anuncia que Dios eligió en base a lo que previó, es decir, en función de lo que descubrió mirando en los corazones de los hombres. Para ellos vale la pregunta no respondida, ¿para qué representó Jesucristo a aquellos que no se iban a arrepentir? Otra vertiente sostiene que Dios no eligió a nadie sino que cada quien tiene el chance de anotar su nombre en el libro de la vida en el momento en que decide creer en Jesucristo. Por estos dos ángulos suponen que hay justicia en Dios, de lo contrario acusarían al Creador de injusto, pues el pobre Esaú no tuvo ninguna culpa de que lo hubiesen escogido para condenación sin base en sus malas obras. Lo mismo se dice de Judas, que entregó al Señor porque ya había sido escogido para esa tarea ignominiosa, y ¿quién resiste a la voluntad de Dios?
Pero Dios absuelve a su pueblo en virtud del trabajo del Hijo. Y el Hijo redime a su pueblo que le fue dado por el Padre. Asimismo el Espíritu da vida sin contradecirse con el Padre ni con el Hijo, porque no vemos al Espíritu dándole vida a Faraón, a Judas Iscariote, a los réprobos en cuanto a fe, a los que no tienen su nombre escrito en el libro de la vida del Cordero desde la fundación del mundo. Los que rechazan ser representados, o los que lo aceptan pero con la condición de colocar su granito de arena -su voluntad y libre albedrío-, deberían recordar lo que la Biblia dice en relación a que no hay otro acceso al Padre sino por el Hijo. No dice por el Hijo y la voluntad del redimido, pues resulta obvio que un muerto en delitos y pecados no puede ni mirar la medicina ofrecida. De allí que la salvación sea totalmente una obra de Dios, cosa que nos conviene. De no haber sido de esa manera nadie podría ser salvo. Por eso la Escritura afirma que no hay ninguna condenación para los que estamos en Cristo Jesús, para los que fuimos librados de la ira venidera, para los que hemos sido hechos justicia de Dios en Jesucristo: 2 Corintios 5:21.
César Paredes
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