Imaginemos un Dios que reina por siempre sobre todos los términos de su creación. Un ser divino que tenga toda la magnificencia, el poder y la gloria, que sea dueño absoluto de la victoria y el honor. Que sea un Dios a quien le pertenezcan todas las cosas en los cielos y en la tierra, una divinidad por encima de todas las cabezas de los poderosos del planeta. Tendría grandeza, poder, belleza, triunfo y gallardía por causa de todo lo que existe arriba y abajo; de Él sería el gobierno y todos los que le administran. Las riquezas y la gloria estarían delante de él y señorearía por encima de todos, con la potencia y fortaleza de sus manos, además de la fuerza y grandeza de todas las cosas.
Semejante Dios sería el Señor de todas las gentes, de todos los paganos y no solamente de su pueblo; tendría una fuerza y una potencia que nadie podría resistir. Sería el gobernador de las naciones, en el ejercicio soberano, ordenado y activo de cada evento y circunstancia en que éste acontece. Pero sería un Dios absoluto, sin otro dios al lado, ya que en eso consistiría su soberanía. Mataría y daría vida, heriría y sanaría, de tal forma que nadie pudiese librarse de su mano. Seríamos testigos de un Dios que envía gente a la tumba mientras a otros hace surgir; haría al pobre y al rico, tumbaría y exaltaría a la gente. Cuando quisiese levantaría al pobre del polvo, al menesteroso lo tomaría de su mano, sentándolo con los príncipes, incluso lo haría heredar el trono de gloria. Este Ser tendría tal poder que habría hecho la tierra para controlarla en cada detalle.
¿Quién podría esconderse de tal Ser Supremo? ¿Quién podría decirle siquiera qué haces? Sin embargo, uno seguiría viendo que las casas de los que roban a la gente y a las naciones continuarían prosperando, para provocar a los que viven seguros. Pero también Él habría puesto en sus manos cuanto tienen, pues aún al malo habría hecho para el día malo. Sería un Dios que habría creado las bestias del campo y las aves de los cielos, dándoles sabiduría para actuar en su ambiente, incluso a los peces del mar también les habría administrado conocimiento. Todos los seres de su creación entenderían que fueron hechos, si bien solo el hombre en su soberbia supondría que él es el único que tiene capacidad para elucubraciones al respecto.
Este Dios tendría en sus manos el alma de todo ser viviente y el espíritu de toda carne humana. Sus pensamientos permanecerían junto a su consejo para siempre; Él estaría en los cielos y todo lo que hubiese querido habría hecho, cualquier cosa que hubiese deseado la haría en los cielos, en la tierra, en los mares y en las profundidades del abismo. Sería llamado el Señor de los ejércitos, el que habría jurado diciendo que así como lo ha pensado sucedería, que de la manera como se lo propuso también ocurrirá. Habría formado la luz y creado las tinieblas, hecho la paz y creado el mal, ya que sería el Señor que hace todas esas cosas. Ante Él todas sus obras desde el principio del mundo serían conocidas.
Estaríamos en presencia de un Dios que predestina a los seres humanos de acuerdo al propósito suyo que opera en todas las cosas. Habría hecho a unos como vasos de ira para su día de ira, pero a otros los habría conformado a la imagen de Su Hijo para mostrar en ellos su misericordia y amor. Aunque los hombres hablen del azar, aún allí también controlaría el Señor cada elemento: la suerte sería echada en su regazo, pero del Señor vendría la decisión de ella. Se habría escrito que un hombre estiró su arco y lanzó su flecha a la ventura, pero hirió al rey de Israel en sus coyunturas, cumpliendo la orden del Señor sin saberlo siquiera. De esta forma el rey murió y fue enterrado como se había profetizado.
Aquellas cosas que son acciones malvadas de las personas también habrían sido preordenadas por el Señor que imaginamos como soberano. José hubiese sido vendido por sus hermanos, pero habría reconocido que no era asunto de tristeza, pues para preservación de vida habría sido enviado delante de su familia y de su pueblo. Sin embargo, este Dios que imaginamos es en realidad el Dios de las Escrituras, el mismo que le dijo a Moisés que hiciera todas las maravillas puestas en su mano, ya que Él endurecería el corazón de Faraón para que no dejara salir a su pueblo. Fijémonos bien, Dios ordenaba al Faraón a través de Moisés para que liberara a su pueblo esclavo en Egipto, pero simultáneamente endurecía su corazón para que lo mantuviera prisionero. ¿Hay escándalo en esta acción o maravilla por su poder y operación? El simple enamoramiento entre el hombre y la mujer también tiene su origen en ese Dios de la creación. Sansón demuestra que en esos asuntos de la pasión el Todopoderoso tiene injerencia, porque Él no es un Dios que permite sino que ordena. Pese a que su padre y su madre le habían dicho que no buscara mujer entre los filisteos incircuncisos, Sansón insistió porque sintió que había agradado a sus ojos. Pero su padre y su madre no sabían que esto venía de Jehová, y que él buscaba ocasión contra los filisteos que dominaban sobre Israel.
El Señor deshace las señales de los adivinos y enloquece a los agoreros; hace tornar atrás a los sabios y desvanece su sabiduría. Ese Dios dijo que Ciro era su pastor, el que cumpliría todo lo que Él quiso, diciéndole a Jerusalén que sería edificada junto con su templo. Porque ciertamente, no hay ni siquiera una cosa mala acontecida en la ciudad que el Señor no haya hecho. ¿No hizo con Su Hijo una predestinación al detalle de todas las malas acciones que le harían en frente de su pueblo, cuando manos inicuas lo crucificaron? El Señor le envió a Saúl un espíritu malo para atormentarlo, le ordenó a Satanás molestar a Job, hizo que un espíritu de mentira estuviese en los profetas para persuadir al rey Acab a que fuera a la batalla para que muriera. ¿Qué dicen los libros de Crónicas y de Samuel? Por un lado que Satanás instó a David para que hiciera el censo en Israel, pero por otra parte se dice que fue el Señor quien movió al rey a hacer el censo, porque estaba airado y quería castigar al pueblo.
El mismo Hijo nos ha dicho que nos escogió a nosotros pero no nosotros a él, que podemos pedir cualquier cosa al Padre en su nombre; su Espíritu ha declarado que somos criaturas suyas creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que andemos en ellas. Dios es quien produce en nosotros el querer como el hacer, por su buena voluntad. El es quien ha hecho a sus ángeles espíritus, sus ministros que cumplen cuanto precepto del Señor se les ha ordenado. El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen, y los defiende (porque es bueno el Señor y nada falta a los que le temen).
El poder del Señor no conoce límites; a los cuervos ordenó alimentar al profeta Elías, a Balaam hizo que le hablara su muda bestia, envió dos osos y despedazaron a 42 muchachos ante la maldición de Eliseo sobre los que se burlaban de él al llamarlo calvo, cuando le decían: sube acá (para ver si hacía un milagro). La voz del Señor hace parir a las ciervas y deja los bosques desnudos, y en su tiempo todos le dicen gloria. Cuando quiso envió su ángel y tapó la boca de los leones para que no dañaran a Daniel.
Este Dios que hemos imaginado por un momento es real, no es otro que el mencionado en las Escrituras. Tal vez sorprenda a muchos su poder, pero es porque los ministros de Satanás han moldeado desde los púlpitos a un dios que no salva, que es impotente porque solamente permite cosas que los humanos o los espíritus malos le conminan a hacer. Es un dios que hizo un gran esfuerzo por salvar a cada ser humano pero que tiene el infierno como un monumento a su fracaso. Semejante dios no pudo hacer los cielos y la tierra, no puede desear algo y cumplirlo, sino que depende de la voluntad de sus criaturas para poder hacer las profecías. Eso se infiere de los que aseguran que él mira en los corazones de los hombres para averiguar la decisión que tomarán en sus vidas, para que de esta forma pueda predecir por medio de sus profetas el futuro. Semejante dios no reina sino solo permite que Satanás controle parte de su creación, mientras él lucha para que el bien prevalezca al final con la ayuda de los bondadosos seres humanos que se le unen.
Pero el Dios de las Escrituras hace como quiere, no tiene consejero, predestina a unos para vida eterna y a otros ha hecho como vasos de ira para destrucción de sus almas en el infierno de fuego. Este Dios es digno de temer y de honrar, pues horrenda cosa sería caer en sus manos. ¿Quién puede resistir a su voluntad? ¿Quiénes son sus criaturas para que lo critiquen y le digan por qué, pues, inculpa? La olla de barro no puede decirle a su alfarero por qué razón la ha hecho de una u otra manera, ya que el alfarero tiene derecho y poder para hacer con su barro lo que quiera. La Escritura también nos enseña las palabras de Jesús: Así, Padre, porque así te agradó.
1 Crónicas 29:11-12; 2 Crónicas 20:6; Salmo 22:28; Deuteronomio 32:39; 1 Samuel 2:6-8; Job 9:12; Job 12: 6-10; Salmo 33:11; Salmo 115:3; Salmo 135:6; Proverbios 16:4; Isaías 14:24; Isaías 45:7; Hechos 15:18; Efesios 1:11; Romanos 9: 18; Proverbios 16:23; 1 Reyes 22:20 y 37; Génesis 45:5; Éxodo 4:21; Jueces 14:1-4; Isaías 44: 24-25 y 28; Amós 3:6; Hechos 2:22-23; 1 Samuel 16:14-16; Job 1:8; 1 Reyes 22:19-23; 1 Crónicas 21:1; 2 Samuel 24:1; Juan 15:16; Efesios 2:10; Filipenses 2:13; Salmo 34:7; 1 Reyes 17:4; múmeros 22:28; 2 Reyes 2:23-24; Salmo 29:9; Daniel 6:22.
César Paredes
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