S?bado, 05 de noviembre de 2016

Si Jesús murió por toda la humanidad, sin excepción, ¿qué significa su muerte para cada uno de los habitantes del planeta? Si fue suficiente para todos pero eficaz solamente en los elegidos, ¿hubo desperdicio en el sacrificio hecho? ¿Puede Dios catalogarse como alguien que sobre calcula el esfuerzo para poder atinar con lo correcto? En realidad, estas interrogantes surgen por causa de los que se dieron a la tarea de reformar a la gran ramera religiosa descrita en el Apocalipsis. En lugar de escapar de Babilonia huyendo hacia Cristo, se entretuvieron con el ropaje púrpura y escarlata, hechizados por el amarillo del cáliz papal, atascados en las enseñanzas que la tradición incorporó por siglos en sus sinagogas.

La expiación universal de Jesús es doctrina romana, como lo es la salvación por obras en colaboración con la gracia de Dios. El libre albedrío fue otro invento añadido desde que Pelagio debatió su herejía, con su tesis parcialmente entregada a la institución religiosa a la que servía. Ni que decir de la adoración a María siempre virgen, la que nos lleva a Jesucristo su hijo, que según Lutero debería inspirarnos hacia la santidad. María la Madre de Dios, cuán grande confort nos ha mostrado Dios a través de ti. De esta forma confiamos en que no nos despreciará Dios, sino que nos mirará con gracia a partir de tu ejemplo ...  Debemos pedir en su nombre, ya que gracias a ella Dios puede garantizar y hacer lo que solicitamos (Lutero).

¿Avala el Creador las paradojas en su palabra? El Dios que se califica a sí mismo como el Logos no puede hablar contradictoriamente, como si padeciese de trastornos de la razón. No hay sentido alguno en que el Hijo de Dios haya muerto por todos los seres humanos (lo cual incluiría al hombre de pecado, conocido también como el Anticristo -aunque haya muchos anticristos), para después salvar solamente a los que el Padre eligió desde antes de la fundación del mundo. Eso es como decirle a la humanidad que ella estuvo caída en Adán, redimida en Cristo, pero ahora depende de ella misma para ser salva (a pesar de que solamente serán redimidos los elegidos del Padre).

Se argumenta que según la doctrina bíblica de la expiación específica hecha en favor del pueblo de Dios la cantidad de gente salvada es muy poca. Pero el Señor dijo que no tuviéramos miedo, y nos llamó manada pequeña. Recordemos a Elías preocupado porque creía que él solo había quedado como escogido de Dios, pero le fue dicho que el Señor se había reservado para Él a siete mil hombres que no doblaron su rodilla ante Baal. Una gran cantidad para el profeta pero muy insignificante frente a la falacia de cantidad (ad populum), ya que siete mil es ínfimo número ante los millones de habitantes del Israel de entonces y menor porcentaje todavía comparado con la gente del resto del planeta de aquella época.

Lo cierto es que cada creyente desde que la humanidad empezó a ser salvada por Dios ha creído el verdadero evangelio de la gracia. Antes de la ley tenemos a Abraham, quien creyó y le fue contado por justicia, de la misma forma que todos aquellos dentro de Israel que fueron llamados y cuyas ofrendas de sacrificio eran hechas anunciando al Mesías redentor que habría de venir (El Cordero de Dios, antitipo del tipo de ofrenda y sacrificio hecho). Job sabía que su Redentor vivía y que al final lo levantaría del polvo, de manera que sumados todos son una cantidad que no se puede contar con facilidad, pero siempre sigue siendo muy pequeña la manada frente a la inconmensurable población del mundo endurecido por Dios. Ellos no han recibido la verdad y se han complacido con la mentira, de tal forma que Dios les envía un poder engañoso para que lo crean y se pierdan.

No hay ni siquiera una sola persona salva que no lo haya sido en virtud de la sangre derramada por Jesucristo; y solamente los que él representó en la cruz son los redimidos elegidos por el Padre. Mal pudo Jesucristo morir por Judas, por Faraón o por el hombre de pecado (el inicuo que viene por obra de Satanás), si ninguno de ellos tiene su nombre escrito en el libro de la vida del Cordero desde la fundación del mundo. Basta echar un vistazo a los textos de Apocalipsis 13:8 y 17:8 para darse cuenta de la reiteración bíblica en cuanto a quienes son los que han de ser salvos. Si la sangre del Cordero de Dios es derramada por los pecados de la gente, esa gente tiene irremisiblemente que ser salva. Claro que lo será a través del evangelio pero nunca será una opción que puedan dejar de lado, puesto que eso dejaría como vanidad el esfuerzo del Señor y elevaría el infierno a un estatus de monumento al  fracaso de Dios, en su intento de salvar a cada individuo de la humanidad. Quienes pregonan la expiación universal de Jesús menosprecian el valor específico de la sangre del Cordero y dejan de lado el valor de su padecimiento en la cruz. Además, reabren el acta anulada en la cruz que nos era contraria (Colosenses 2:14).

Solo el remanente será salvo, lo que equivale a decir que solamente serán salvados aquellos por quienes Jesucristo murió. Cristo no murió por los profetas de Baal que fallecieron antes de su primera venida, solamente por los escogidos del Padre (de antes y después de su venida).

No ha desechado Dios a su pueblo, al cual antes conoció. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura? cómo hablando con Dios contra Israel dice: Señor, a tus profetas han muerto, y tus altares han derribado; y yo he quedado solo, y procuran matarme. Mas ¿qué le dice la divina respuesta? He dejado para mí siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. Así también, aun en este tiempo han quedado reliquias por la elección de gracia.

(Romanos 11:2-5).

Somos reliquias, vestigio de algo que se tiene en estima, porque hemos pertenecido a Dios (tuyos eran, y me los diste -Juan 17: 6). Dado que la salvación es un trabajo exclusivo de Dios, todos aquellos por quienes Cristo murió en la cruz son en verdad salvos, los que en su tiempo son llamados. Tenemos el ejemplo de dos apóstoles de Jesucristo, uno era hijo de perdición (llamado también diablo por Jesús) y el otro era hijo de la promesa. Hablamos de la comparación entre Judas Iscariote y Pedro, ambos le fallaron al Señor y se arrepintieron, pero Judas hubo de morir sin esperanza alguna porque Jesús no moriría por él. Pedro encontró consuelo por cuanto su Maestro cargaría con sus pecados. Si Jesús hubiese hecho el mismo trabajo expiatorio tanto por Pedro como por Judas, entonces el Iscariote sería efectivamente salvo y Jesucristo habría mentido cuando dijo que era el hijo de perdición, que mejor le hubiera sido no haber nacido.

No fue en vano que Isaías exclamara que si el Señor no nos hubiera dejado un remanente seríamos semejantes a Sodoma o Gomorra (Isaías 1:9). Porque nuestros pecados son tan pesados como los de aquella gente, pero el Señor no dejó remanente entre esos dos pueblos, sino solamente entre el de Israel. ¿Y por qué no todo Israel es salvo? Precisamente porque el Señor se reservó solamente un remanente, como lo ha hecho ahora con los gentiles (el resto de las gentes distinto al mundo judío).

La doctrina del remanente es bíblica, anunciada desde el Antiguo Testamento y retomada en el Nuevo. Cuando aprendemos todo el consejo de Dios debemos incluir tal enseñanza, por cuanto el centro del evangelio está estrechamente ligado a esa materia. La idea del remanente salvo por Dios es asunto implícito en la redención hecha por el Hijo, pues cuando agradeció por lo que el Padre le había dado dejó explícitamente por fuera al mundo. Dijo el Señor: no ruego por el mundo (Juan 17:9), de manera que al día siguiente no iba a morir por ese mundo que englobaba a Judas Iscariote, al Faraón de Egipto, a los réprobos en cuanto a fe -de los cuales la condenación no se tarda- ni a aquellos cuyos nombres no fueron escritos en el libro de la vida del Cordero desde la fundación del mundo.

Con tal evidencia se despeja el mito de la paradoja bíblica acerca de la muerte del Señor, supuestamente realizada por todos pero eficaz solamente en los elegidos. Dios es lógico, en tanto Logos eterno e inmutable, no un mentiroso que ofrece a todos lo que da solamente a su pueblo. ¿Por qué, pues, inculpa? Pues, ¿quién resiste a su voluntad? La única respuesta que da la Escritura a esas interrogantes es que el hombre no es nadie para altercar con su Creador. El alfarero tiene la potestad para hacer vasos de honra y vasos de ira con el mismo barro. A partir de ese acto soberano forjó la manada pequeña, el remanente que ha dejado para Sí mismo.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 8:49
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