Domingo, 23 de octubre de 2016

Se ha dicho que Dios hizo al hombre bueno pero se volvió malo, que Satanás surgió de repente, que existe una lucha entre el bien y el mal o entre Dios y el diablo. Se ha dicho que existe la intención divina de rescatar a toda la humanidad, a cada uno en particular, si tan solo se aprueba el mecanismo de salvación: que la gente acepte de buena voluntad la redención ofrecida por el Hijo. Se ha dicho que cada vez que alguien distinto levanta la mano, da un paso al frente, repite una oración específica, un ángel anota su nombre en el libro de la vida. También se ha pregonado que el hombre tiene libre albedrío y que puede ponerle fe a las cosas, para conseguir aquello que anhela y lo motiva.

De todo aquello que se ha hablado, tal vez la única verdad es que el hombre fue hecho bueno en el Edén. Sin embargo, no fue hecho infalible sino con la tendencia a pecar. De lo contrario, si Adán hubiese podido no pecar, el Hijo de Dios podía haber quedado frustrado y el Padre Eterno hubiese sido estorbado en sus planes inmutables: dar la gloria al Hijo en virtud de la redención de su pueblo. Tampoco se dice que Satanás fue una creación divina, que aunque en un principio dirigía cánticos celestes Dios ya tenía la intención de despertar su corazón para que se volcara hacia el mal. Porque todo lo ha hecho Dios y para Él no hay sorpresas, de tal forma que nada lo ataca de repente ni irrumpe contra lo que ha diseñado eternamente (Todas las cosas ha hecho Jehová por sí mismo, y aun al impío para el día malo -Proverbios 16:4).

Cuando se dice que ocurren cosas que Dios permite pero que no quiere, aquellos que así hablan ignoran lo que la Escritura ha declarado por boca de profetas. ¿Quién es aquel que dice que ha ocurrido algo malo en la ciudad que Jehová no haya hecho? ¿De la boca de Jehová no sale lo malo y lo bueno? ¿Quién dice que sucedió algo que Jehová no mandó? También hay quienes aseguran que cuando Jesús lavaba los pies a Judas Iscariote le estaba brindando la oportunidad de arrepentirse; asimismo afirman que su muerte en la cruz expió los pecados de toda la raza humana, o que al cargar el pecado de todo el mundo, sin excepción, cada uno en particular puede quedar exento de culpa ante Dios si tan solo colabora en su salvación.

Los que así piensan se encuentran con el problema de aquellos que jamás han oído hablar del evangelio de salvación, pese a que dicen que Jesús ha cargado con sus pecados en la cruz. ¿Cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Cómo creerán sin saber siquiera el nombre del Señor? La solución que han inventado es que aquellos serán juzgados de acuerdo a sus buenas o malas obras, a pesar de ignorar el evangelio. El Dios de amor también odia, pues amó a Jacob y a Esaú aborreció (odió), sin miramiento a sus obras buenas o malas. Por esta declaración bíblica hay quienes todavía aseguran que existe injusticia en Dios.

Muchos preguntan por qué Dios inculpa, pues ¿quién ha resistido a su voluntad? ¿Cómo es posible que odie a Esaú desde antes de la fundación del mundo, sin importar sus obras? Lo peor de todo, para quienes inquieren acerca de la injusticia divina, la celeste respuesta no es otra que ¿quién eres tú para discutir con Dios? No eres más que una olla de barro en manos del alfarero, dueño absoluto de la masa que ha elaborado y por medio de la cual nos hizo a todos con iguales ingredientes (Romanos 9).

Algunos predicadores y teólogos se han dado a la tarea de torcer sutilmente la Escritura. Aseguran que Dios amó a Jacob a quien no debía, pero que a Esaú no odió sino que amó menos. Ellos interpretan en un diccionario o lexicón personal que el término griego miseo significa amar menos. Entonces, confiesan, Dios amó menos a Esaú, pero lo amó, porque Dios no odia a nadie, más bien odia el pecado pero ama al pecador. De esta forma ignoran voluntariamente lo que las Escrituras declaran, que el Señor aborrece (odia - miseo) a todos los que obran iniquidad (Salmo 5:5). Mía es la venganza y el pago, al tiempo que su pie vacilará; porque el día de su aflicción está cercano, y lo que les está preparado se apresura (Deuteronomio 32:35). Dios ha puesto en deslizaderos a los impíos, contra los cuales está airado todos los días, los que serán asolados (Salmo 7:11 y 73: 18).  Isaías afirma que los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo (Isaías 57: 20). Otro texto confirma que Jehová prueba al justo; pero al malo y al que ama la violencia su alma los aborrece (Salmo 11: 5).

Parece ser que la religión instituida en la sociedad proclama a un Dios que no existe sino en su imaginario. El Dios de las Escrituras es diferente al que el común de las personas desea, de allí que muchos le dirán al Señor en el día final que ellos hicieron milagros en su nombre, pero serán apartados como hacedores de iniquidad ya que trabajaron al servicio de otro dios. Nosotros anunciamos a un Dios que nadie vio jamás (Juan 1:18), a un salvador que no hemos visto (1 Pedro 1:8), esperamos cosas no vistas todavía (2 Corintios 4:18) mas predicadas por el evangelio. Este evangelio viene a ser un objeto de fe y no de vista (Hebreos 11:1), el cual recibimos por oír y no por ver (Isaías 55:3).

Lo que la Biblia dice es diferente a lo que se ha dicho respecto al evangelio. Jesucristo es quien nos ha reportado la buena noticia de primera mano; él comenzó a publicarlo, si bien los que lo oyeron lo confirmaron (Hebreos 2:3). Y quien nos habla de ese Dios que nadie vio jamás es el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre (Juan 1:18). Jesús le dijo a Nicodemo: lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio (Juan 3:11). De esta forma, Jesús se nos ha declarado como el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, tal como lo confirman una vez más sus palabras (Apocalipsis 3:14).

También los profetas y emisarios particulares de Dios nos han dado el reporte de quien es el Creador y cual su propósito con su pueblo escogido. La fidelidad del anuncio se manifiesta por la calidad de quienes lo declaran: el Padre, el Hijo, el Espíritu, los profetas, los santos hombres de Dios, los ángeles y los que reciben el anuncio de la gracia divina. Ese llamado hecho no estuvo fundamentado conforme a nuestras obras, sino de acuerdo a la gracia del que llama, la cual es dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos (2 Timoteo 1:9).

Lo que la gente dice, lo que la institución religiosa declara, es muy distinto de lo que la Biblia afirma. Vale escudriñar las Escrituras si creemos que allí está la vida eterna; erramos ignorándolas, por lo cual es mejor cotejar con ella lo que oímos de los predicadores. Si ha habido interpretación privada, lo mejor es huir de Babilonia, salir de las Sinagogas de Satanás, alejarnos de sus ministros disfrazados de ángeles de luz. El que le dice bienvenido al que no trae la doctrina expuesta en la Escritura, participa de sus malas obras y hereda las plagas preparadas para los que tuercen la palabra de vida.

El perdón de pecados es proclamado desde el cielo, para todos aquellos que el Padre ha señalado que creerán en el tiempo oportuno. Es cierto que cambiar el corazón de piedra por uno de carne es un trabajo de expertos; pero todavía hay quienes aseguran que la voluntad del paciente se implica. Si el paciente decide no operarse, el médico no puede violentar su voluntad. Puede ser que el cirujano no rechace el deseo de nadie (Juan 6:37) y que parezca que haya respeto a la fábula del libre albedrío, pero una cosa es lo que se ha dicho y otra lo que la Biblia afirma: que la humanidad entera murió en sus delitos y pecados (Efesios 2:1 y Colosenses 2:3), y no hay justo ni aún uno, no hay quien entienda ni quien busque a Dios, ya que todos se desviaron y se hicieron inútiles (Romanos 3:10-12). Por lo tanto, un muerto no tiene voluntad (libre albedrío) como para resistirse al cambio de corazón o para desear la operación. El que va a Jesucristo lo hace porque el Padre lo lleva, de lo contrario no habría forma ni manera de acudir al Señor (Juan 6:44). Por eso debemos tener la precaución de cotejar lo que se ha dicho con lo que la Escritura dice.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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