Domingo, 16 de octubre de 2016

El Señor se reirá de él, porque ve que viene su día (Salmo 37:13). Nada más elocuente del propósito de Dios en relación con los réprobos en cuanto a fe (de los cuales la condenación no se tarda) que la cita de este Salmo. La expresión en paréntesis pertenece a Judas apóstol, el escritor bíblico, quien aseguró que el réprobo de fe tiene asegurada su condena. La no tardanza de la pena habla de su seguridad, sin importar que pueda ocurrir en su vejez cuando esté lleno de vida. Hay ciertas cosas que el hombre necio no sabe y el insensato ignora: que los impíos brotan como la hierba y florecen todos los que obran iniquidad, para ser destruidos para siempre (Salmo 92:6-7).

Con tal aseveración demos por cierto lo que la Escritura ha dicho, en la descripción del proceso por el cual afloran los que obran iniquidad. Ellos nacen como brotando en el campo, semejantes a la hierba verde; uno los ve y se reproducen como las plantas silvestres, sin necesidad de preparación del terreno ni abono especial. Son brotes de maldad sobre la faz de la tierra, creciendo tan rápidamente como su labor de iniquidad. Pero su destino final es trágico y tétrico, van a la sempiterna destrucción.

Aquella destrucción descrita no es otra que el infierno de fuego preparado para el diablo y sus ángeles, el que también ocupará el conglomerado de sus ayudantes humanos. Si el Acusador de los hermanos va a parar en el lago de fuego, sus abogados auxiliares se reunirán en el mismo sitio. Mas no irán por cuenta propia o por deseo personal, sino como una etapa final de su destino para el cual fueron creados.

Sí, Dios exhibe su gloria por partida doble: por un lado ha mostrado su gracia para Jacob (y a todos los que representa su tipo), pero por otra parte también ha mostrado su desgracia para Esaú (y a todos los que representa su tipo). Su dictamen: A Jacob amé, mas a Esaú odié, tiene su objeto final en Su propia gloria: la de su misericordia en los vasos de gloria y la de su ira y justicia en los vasos para destrucción.

Mientras tanto, nosotros habitamos todos juntos en el planeta y tenemos que interactuar unos con otros. Los que hemos recibido la gracia de Dios saltamos de alegría al comprender el propósito de Dios en habernos creado; pero los que Dios endureció han odiado al Hijo como también odian a los que él redimió. El mundo ama lo suyo, pero en el mundo tendremos aflicción, pues si han odiado al Hijo de Dios ¿cómo no nos odiarán también a nosotros?

Si el impío ha sido reservado para condenación, su vida en la tierra no puede ser vista como si tuviese gracia o misericordia de Dios. Judas Iscariote es un ejemplo de ello. Ese apóstol hijo de perdición no tuvo jamás la gracia divina; pudo andar al lado de Jesucristo, presenciando sus señales y prodigios, fue capacitado para ir con la multitud alegrándose de que aún los demonios se sujetaban en el nombre de Jesús. Sin embargo, el Señor les dijo a todos ellos que no se regocijaran por ello sino solamente si sus nombres estaban escritos en el libro de la vida. ¿Estuvo el nombre de Judas Iscariote escrito en el libro de la vida? Nunca, pero eso no le impidió andar con el grupo de discípulos más cercanos al Señor. Su propósito para el cual había sido creado exigía que fuese de los compañeros del Maestro para lograr la traición perfecta.

Dios en su providencia asiste a todas sus criaturas: animales, humanas, angélicas. El no deja nada a la deriva, ni siquiera se le escapa el control de un átomo. En tal sentido ha revelado en la Escritura que aún al malo (impío) ha hecho para el día malo. Los réprobos en cuanto a fe pueden disfrutar la vida con esplendor, como gozarse de la lluvia y del sol, pero eso no puede computarse como gracia o misericordia de Dios sino como providencia divina. Dios provee para que cada uno cumpla su objetivo para el cual fue creado.

En realidad, la vida del réprobo en cuanto a fe es una preparación para el infierno. Cada día que transcurre Dios lo endurece más y más, como alguien que engorda para la matanza. En ocasiones, el creyente siente envidia de los insensatos cuando ve la prosperidad de los impíos. Ellos no parecen tener ningún tipo de atadura para su mente, aquello que se imaginan eso hacen sin sentir ningún remordimiento. Parecieran continuar por la vida con su fortaleza entera, no son siempre azotados como los sujetos a la piedad. En tal sentido, los impíos tienen una corona de soberbia, levantan su puño contra el cielo y crujen los dientes contra los creyentes. De momento saltan de ira contra el que pertenece al Señor, porque les molesta que el otro no sea como ellos. Es en ese momento cuando se cubren de violencia exhibiendo públicamente los antojos del corazón, cargadas sus bocas de altanería, con graznidos de rabia contra el cielo.

Pero el destino final de los réprobos en cuanto a fe es la condenación; para ello el Señor los hará caer en asolamientos. Ellos están en deslizaderos, como en un tobogán que no es de diversión, un resbaladero que conduce al infierno y que los aterrorizará de repente. Ellos quedan asolados y se conturban al ver que Dios menosprecia su apariencia. Entonces, todas aquellas cosas que les parecían maravillosas se disipan ante sus ojos que dan paso al objeto de su creación. Todo su florecer como la hierba verde del campo no fue más que un espejismo de vida, para que entretenido en los placeres temporales del existir ignorase las riquezas verdaderas del cielo. De esta forma se iba cumpliendo en ellos el endurecimiento provocado por Dios para que fuesen engordados para la matanza.

¿Y qué representa el evangelio para el impío reprobado? Un olor de muerte para muerte. Eso es lo que significa el evangelio predicado al impío condenado, nunca jamás una oportunidad real de salvación. En este punto muchos se levantan con el puño al cielo para reclamarle a Dios por lo que ellos han considerado una injusticia: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? ¿Quién ha podido resistir a la voluntad de Dios? Pero la divina respuesta sigue en pie sin ser rebatida ni arrancada de las páginas bíblicas: Dios tiene la potestad de hacer con su obra como quiere, de preparar de la misma masa de barro vasos de misericordia y gloria y vasos de ira y destrucción.

Este es el llamado a reflexión para que bajemos nuestra cabeza ante la desbordante soberanía de Dios, quien hace como quiere sin tener consejero ni quien detenga su mano. No se trata de un Dios que permite que ocurran las cosas en su planeta o en su universo, sino de un Dios que planificó y decretó que aconteciera lo que está aconteciendo. En Él no ha habido sorpresa alguna, nunca jamás alguien lo tomó dormido. El diablo no apareció por cuenta propia, ni vino de la nada como en generación espontánea; Él ha dicho que lo ha hecho para el día malo. Adán no pudo no pecar pues el Hijo de Dios ya estaba preparado desde antes para aparecer en la época apostólica en medio de la humanidad. Nada se le ha escapado a ese Dios soberano que exhibe su propia gloria sobre toda su creación.

Asaf fue un salmista que describió la prosperidad de los impíos, su florecimiento y fin. Al principio él tuvo envidia de los arrogantes, al ver que no pasaban trabajos como los demás mortales. Fue grande su dolor cuando supo que ese sentimiento no era sano, pero en su lucha por arrancarlo de su corazón no tuvo otra ayuda que la encontrada en el Santuario de Dios (en la presencia del Señor). El conoció que Dios los había puesto en deslizaderos y que despreciaría su apariencia; al final de su análisis pudo escribir lo siguiente: Y en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien: He puesto en el Señor Jehová mi esperanza, para contar todas tus obras (Salmo 73:28).

Mientras unos preguntan ¿cómo sabe Dios? O ¿hay conocimiento en el Altísimo?, otros profieren con su boca como si tuviesen cuchillos en sus labios: ¿quién oye? Pero de todos ellos Jehová se reirá, Él se burlará de todas las gentes (Salmo 59:8). No en vano fue dicho que horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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