S?bado, 15 de octubre de 2016

Un término bíblico ampliamente usado para designar al que aboga ante el Padre y que pasará a referir al que intercede por nosotros, es el de abogado o parákletos. El profesional que defiende en un tribunal la causa de otro es el que aboga por él; tal vez en la época en que Jesucristo vino a la tierra no existía dentro del sistema religioso y político de los judíos la profesión como la vemos hoy. En Hechos 24:1 aparece un personaje de nombre Tértulo que pareciera tener el oficio de abogado. Lo más seguro era que los llamados doctores de la ley tenían la función de acusar o defender en el conglomerado judío (Lucas 11:45, 52).

Pero el vocablo griego para designar al que aboga es parákletos. Es el llamado al lado de otro para ayudar y consolar. Y con ese término se designa igualmente al Espíritu Santo: Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre (Juan 14: 16). Ese Consolador es el παράκλητος (Parákletos) en lengua griega. Pero poco después Jesucristo mismo es designado con ese nombre, como se corrobora en varias epístolas: Hijitos míos ... si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo (1 Juan 2:1). Acá abogado es parákletos; pero en Romanos 8:34 Jesucristo es visto como alguien que intercede por nosotros a la diestra de Dios, una función típicamente de abogacía. El Sumo Sacerdote presentado en Hebreos es Jesucristo, quien salva eternamente y vive para siempre para interceder por los suyos (Hebreos 7:25).

El término parákletos puede ser traducido como consolador, abogado, ayudador, todas acepciones de la semántica del vocablo; el verbo griego parakalein quiere decir enviado a llamar, citar. Y si alguien es llamado es para que haga algo, con el propósito y motivo de quien lo llama. Fue Jesucristo quien prometió que enviaría al Parákletos, de manera que el propósito del Espíritu Santo es múltiple. El consuela a los que son de Dios, da la regeneración a las ovejas elegidas, nos conduce a toda verdad, nos ayuda a pedir lo que conviene pues conoce la mente del Señor. Pero muchos confunden su actividad con emociones, como si el hecho de ser Espíritu lo despojase de toda racionalidad.

El verbo griego parakalein significa confortar y consolar. En la Septuaginta (versión del Antiguo Testamento en griego), el profeta Isaías declara: Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios (Isaías 40:1-2); y el Salmo 71.21 expone: Aumentarás mi grandeza, y volverás a consolarme. En estos dos textos citados aparece el término parakalein, que significa confortar y consolar. Pero fuera del contexto bíblico parakalein y parákletos van referidos a la ayuda en un juicio de corte legal. El amigo del acusado era el parákletos, el que lo defendía persuadiendo a los jueces para que fallaran a favor de él. 

Interesante que en la Biblia Satanás es presentado como el Acusador de los hermanos. Es decir, el término acusador viene anclado a la función esencial de Satanás. Y nos acusa ante nuestra conciencia y ante Dios mismo (como se puede ver en el alegato contra Job), por lo cual nosotros no podemos defendernos con nuestras fuerzas. Es así que el Parákletos interviene, sea el Espíritu en su función de Consolador y guía a toda verdad, o como intercesor en nuestras oraciones, o sea Jesucristo como Sumo Sacerdote ante el Padre. Por eso la crítica perniciosa es espantosa y el chisme es degradante, porque ambas actividades son características de quien acusa, hurgando en el pasado para conseguir faltas.

De allí que Pablo haya escrito que el acta de los decretos que nos era contraria fue clavada en la cruz de Jesucristo. Por esa razón también exclama ante la muerte preguntando dónde está el aguijón, ya que ese pecado que nos hacía merecedores de la muerte eterna fue quitado por Jesucristo cuando consumó todo su trabajo en la cruz. De manera que no tienen prosperidad los que se la pasan en la vida mirando las fallas de los creyentes para acusarlos ante Dios o ante la conciencia del acusado, como si procurasen sanear el ambiente.

La Biblia también añade que nadie podrá acusar a los escogidos de Dios, ya que Dios es el que justifica. Agrega la Escritura en forma de pregunta, ¿quién condenará? Pero ella misma responde: Cristo es el que murió y resucitó, el que además intercede por nosotros a la diestra de Dios. Continúa desafiante la Escritura cuando en ella se recogen otras interrogantes: ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación? ¿O angustia? ¿O persecución? ¿O hambre? ¿O desnudez? ¿O peligro? ¿O cuchillo? No hay nada ni nadie que logre deshacer esa proposición consumada en el calvario; entonces, el acusador de los hermanos tiene garantizado su más rotundo fracaso en esa actividad judicial. Pero no es menor el fracaso de sus ayudantes, aquellas personas que solo se ocupan de sopesar los errores de los creyentes para restregarles en sus caras que no son perfectos.

Los creyentes sabemos que podemos sentirnos miserables por causa de nuestro diario pecar, pero quedamos satisfechos con la doctrina de Jesucristo que nos garantiza el perdón absoluto, y la tranquilidad ante nuestra confesión en la cual tenemos un abogado para con el Padre (Jesucristo el Justo). Sabemos que él es la propiciación por nuestros pecados, de manera que no en nuestras fuerzas fuimos salvos sino por la gracia del Hijo de Dios. La Biblia contiene muchas historias de personajes que siendo de Dios cometieron graves errores. Manasés fue un rey oprobioso, pero consiguió el perdón de Jehová cuando clamó a Él; David estuvo en pasiones vergonzosas y fue reprendido duramente, mas alcanzó misericordia. Elías era un hombre sujeto a pasiones como las nuestras, pero era escuchado por Dios en sus plegarias. Pablo llegó a sentirse miserable por no poder hacer el bien que quería y por hacer el mal que no quería hacer. Sin embargo, no se quedó a medias en el camino ni dando vueltas sobre su congoja, sino que comprendió bien la salida que se nos ha ofrecido a los redimidos, por lo cual dio gracias a Dios por Jesucristo, quien lo libraría de su cuerpo de muerte.

El katégoros (acusador) es para los que cometen infracciones, pero en materia del espíritu Satanás cumple esa función sin éxito alguno. Frente a su trabajo aparece el Parákletos παράκλητος, la persona que nos consuela y defiende. Los creyentes somos llamados a realizar buenas acciones y al cultivo de pensamientos elevados. En la vida tenemos lucha constante, pero quien nos capacita para hacerle frente a las fuerzas enemigas es el Parákletos (sea el Espíritu Santo o Jesucristo intercediendo ante el Padre). En el Apocalipsis aparece la figura de Satanás como Acusador, de quien se dice que será juzgado: el acusador de nuestros hermanos ha sido arrojado, el cual los acusaba delante de nuestro Dios día y noche (Apocalipsis 12:10). En cambio, la Escritura presenta a Jesucristo como nuestro intercesor ante el Padre, bajo la figura de un Sumo Sacerdote eterno e inmutable.

Todos los ayudantes o abogados auxiliares del Acusador de los hermanos tienen un trabajo de pérdida, por más que de momento se vea como que anden con fuerza amenazante. En realidad, el Consolador nos conforta y nos guía hacia toda verdad, para que no nos asustemos con los juicios de personas motivadas por el odio a los hijos de Dios, por las culpas encontradas en los múltiples errores que todavía cometemos al andar en este cuerpo de muerte. Ante la acusación corremos con la ventaja de un abogado defensor por excelencia ante el Padre, el Juez de toda la tierra. En cambio, el Acusador de los hermanos tiene el juicio asegurado, sin nadie que lo defienda; he allí su ira, sabiendo además que le queda poco tiempo.

Y parte de la razón por la que hemos sido llamados es para comprender que Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que vosotros sigáis sus pisadas (1 Pedro 2:21). Frente a la desesperada labor de colocar las buenas obras delante de Dios como defensa personal, el creyente tiene su abogado en Jesucristo. Y dice la Escritura que vive para siempre para interceder por nosotros. Pero además, el Espíritu Santo también es llamado Parákletos, de manera que hace que podamos batallar en la vida cotidiana. Siendo él el cumplimiento de la promesa que dice que Jesús estaría con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20), resulta ser el verdadero confortador. Y el Espíritu Santo representa en nosotros el poder de Jesucristo resucitado; todo lo podemos con su ayuda, y quien no tiene el Espíritu de Cristo no es de él.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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