Si el hombre fuese libre pelearía por su soberanía, pero no le queda más remedio que seguir un guión al pie de la letra. Dicho guión contiene parlamentos de libertad, en una actuación obligada bajo la pretensión de que es libre. Libre para decidir y para que sus decisiones acarreen responsabilidad. De esta manera batalla contra el Hacedor de todo, aduciendo que si no fuere libre no sería responsable de nada.
A esta manera de pensar la doctrina la ha catalogado como compatibilidad, en materia de teología. Se dice que hay compatibilidad cuando se conjuga la libertad con la responsabilidad; desde esta perspectiva Dios no obliga a nadie sino que permite a todos actuar como deseen. De no ser en esta forma, los teólogos de la compatibilidad se escandalizarían de solo pensar que Dios sea el autor del pecado. En tal sentido, algunos sínodos eclesiásticos han debatido el asunto llegando a dictaminar que Dios permite el pecado, sin necesidad de generarlo.
En este constructo la mente humana divaga por diversas rutas. Quizás el mayor consenso dibuja una silueta del ser humano absolutamente libre frente a un Dios que por ser soberano absoluto (por definición) cede su soberanía en forma espontánea para dar paso al sueño de ser como Dios. Por supuesto, la teología disimula tal patrocinio pero no se puede dudar de su intención, al promover el libre albedrío de toda la humanidad, la cual hace como quiere y logra arrepentirse si quiere, aunque las más de las veces sigue envilecida en el pecado.
Pero en el sentido bíblico la predestinación del hombre implica que no tiene ninguna agencia libre en relación con su Hacedor. La responsabilidad moral del hombre frente a Dios no pasa por el hecho de que sea o no sea libre, sino por la circunstancia de que Dios lo ha declarado responsable por su desobediencia. Por esta razón la Biblia enseña que Dios es quien hace que los no elegidos, llamados réprobos en cuanto a fe, rechacen su palabra, intenten pisotear la gloria divina y se obstinen en el pecado no perdonado. Y si miramos un poco más allá de las apariencias, el hombre se hace responsable no porque sea libre sino porque no lo es; ya que si fuese libre en relación a Dios su independencia no se vincularía a ningún mandato de su Creador.
El Faraón de Egipto fue levantado para mostrar el poder de Dios en toda la tierra, de manera que Él sea glorificado a través de su justicia en el juicio realizado. Pero no sólo el Faraón fue hecho de esa manera sino millones de personas han experimentado el rechazo divino, como le sucedió a Judas Iscariote. El no pudo hacer nada contra lo que de él estuvo escrito, sin embargo no se sintió arrastrado a hacer aquello que fue enorme pecado.
La Biblia asegura que aún el corazón del rey está en las manos de Jehová, a todo lo que quiere lo inclina. ¿Y qué dice la Escritura respecto a Esaú? Que no había sido aún concebido y ya tenía la sentencia divina de ser un vaso de ira preparado para el día de la ira. Agrega que Dios endurece a quien quiere endurecer (Romanos 9).
LA FALACIA HABITUAL
Es común escuchar acerca de la compatibilidad entre la libertad y la responsabilidad, pero además con el agregado de que si bien Dios tiene la potestad de salvar a quien quiere (como en el ejemplo de Jacob, a quien amó desde antes de la fundación del mundo) no existe la misma potestad en cuanto a la condenación eterna. Para los teólogos del otro evangelio, Esaú se condenó a sí mismo, fueron sus obras y no la predestinación de Dios lo que lo perdió. En otras palabras, la teología del evangelio diferente habla de preterición en el caso de Esaú. Para ellos, Dios pasó por alto la elección de este sujeto y lo dejó a la deriva con sus pecados.
Pero tal razonamiento es contra lo que Dios ha declarado. Antes de haber sido concebido Esaú no había podido cometer ni buenas ni malas acciones, por ello es que el Espíritu ordenó escribir Romanos 9 (entre tantos pasajes que se suman), dando a entender que su destino inicial y final fue ordenado por el Creador. En otros términos, la elección para vida o para muerte ha sido hecha bajo el fundamento del Elector y no de las obras. Por ello, la compatibilidad es un contrasentido con las Escrituras.
La falacia no es otra que la objeción expuesta en Romanos 9, la pregunta que hace el hombre natural acerca de la justicia en Dios. ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues ¿quién puede resistir a su voluntad? Este razonamiento es falaz en el plano bíblico, por cuanto Dios como Ser soberano hace como quiere y no entrega cuentas a nadie. El hombre acostumbrado a obrar presupone que él está con vida y que tiene la capacidad de acabar con su enemistad natural para con el Creador. Esta falacia se agiganta cuando se dice que ellos aman a Dios, que su religión así se los ha enseñado. Pero la trampa en la que han caído no es otra que haber creído en otro dios, en otro Jesús, a pesar de que tengan nombres idénticos a los de las Escrituras, y pese a que ellos mismos memoricen párrafos completos de la Biblia y ofrenden alabanza a eso que han creído es Dios.
Han convertido a Dios a semejanza de sus corazones, de manera que según ellos Jesucristo vino a morir por todos, sin excepción. Ellos predican que Jesús hizo su parte, pero que ahora le toca a usted hacer la suya. En otros términos, la salvación se convierte en un trabajo conjunto entre Dios y la humanidad. Para ellos, Dios se despoja de su soberanía ante cada ser humano esperando que ese ser muerto en delitos y pecados acepte la expiación de Jesucristo como un recurso para salvación. Su teología no puede concebir a un Dios que haya creado el pecado, o que haya escogido a algunos para perdición eterna sin mediar obra alguna.
Otra de las falacias que se suman en ese argumento desviado de la declaración bíblica es el del permiso eficaz. Claro está que si Dios se despoja por un momento de su soberanía el hombre es investido con ella. Ahora el ser humano tiene que decidir si recibe o no la salvación como regalo. Además, si existe la predestinación ella tiene que ser en base a una pre-visión divina. Dios miró por el túnel del tiempo para ver quienes le recibirían al Hijo como regalo y anotó en el libro de la vida del Cordero los nombres de aquellas personas, los que libremente le manifestarían su voluntad de aceptarlo. Pero en ese esquema el hombre es la causa de su final destino, por lo tanto es quien se predestina a sí mismo.
En tal sentido, Dios permite que Esaú lo rechace, que Faraón persiga a su pueblo, que los réprobos en cuanto a fe lo odien a Él y a sus elegidos. De igual forma, Dios permite que Satanás sea malo, que persiga a su iglesia, que tiente a sus Hijos. Dios permite todo, porque en el fondo de su ética Él no quiere que haya pecado, ni que exista el diablo, ni que ninguno sea condenado. Su gloria, si es que la tiene incompleta, se produciría solamente en base a la buena voluntad humana. En realidad, esta teología extraña ha ignorado voluntariamente que los creyentes somos para Dios grato olor en Cristo, olor de vida en los que se salvan y olor de muerte en los que se pierden. En esa teología también se ignora que Dios se lleva la gloria en los que el Hijo redimió eficazmente en la cruz y en los que son condenados del mundo por el cual el Hijo no rogó (Juan 17:9).
Si Dios no creó al diablo como diablo (más allá de que al principio lo haya hecho como un ángel de luz), quiere decir que en cualquier instante de la eternidad podrá aparecer otro Satanás para molestar a los redimidos del Señor. Porque al parecer Satanás apareció por generación espontánea, independientemente de la voluntad divina, bajo la permisividad del Creador. Nadie garantiza nada, ni Dios mismo, pues a Él no le queda otra cosa sino permitir lo que otro ser con poder pueda crear en su contra. A pesar de ello, tal pensamiento es contradictorio con la revelación bíblica, la cual declara que Dios ha hecho al malo para el día malo (Proverbios 16:3).
En síntesis, si el hombre fuese libre de su Creador implicaría que él es quien hace cierto los eventos futuros. Pero además, se tendría que creer que el hombre ideó el plan de salvación, el cual incluía a Jesucristo, por lo cual Dios lo descubrió en el espionaje que hizo a través del túnel del tiempo y se lo reveló a sus profetas como si fuera Suyo. Tal Dios sería un plagiario y un Ser con mucha suerte, pues siendo el hombre tan voluble ha podido mantener lo que su corazón dispuso desde que Él lo averiguara en sus corazones.
Pero no hay tal cosa como libre albedrío, más allá de que el hereje Pelagio, en el siglo V de la era cristiana, propusiera su tesis del libero arbitrio. No porque Roma lo haya hecho su bandera y haya llamado en sus cánones anatema a todo aquel que niegue el libre albedrío, no por eso, Dios dejará de ser soberano o se amedrentará ante una iglesia que es espuria y que es señalada en Apocalipsis como Sinagoga de Satanás. Los que no creen a la verdad, sino que se complacen con la mentira, serán engañados por la voluntad de Dios, quien les envía un poder engañoso para que crean la mentira. Esa es precisamente otra revelación bíblica de la más absoluta soberanía de Dios en la condenación eterna (2 Tesalonicenses 2:11), y la Biblia no dice que los que no quieren creer a la verdad, sino los que no creen en ella. De manera que la salvación no es de quien quiere ni de quien corre, sino de Dios, quien tiene misericordia.
César Paredes
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