Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (Hebreos 2:14). La paga del pecado vino a ser la muerte, tanto física como espiritual, por lo que el día que Adán desobedeció a su Creador se constituyó en pecador oficial y federal. De esta manera, su actividad asociativa con Satanás pasó a ser el distintivo de toda su descendencia. El primer animal al que le fue quitada la vida constituyó un sacrificio hecho por el Padre para cubrir la desnudez de sus criaturas que ahora sentían la vergüenza de su desabrigo. He allí un símbolo del sacrificio de su Hijo para cubrir igualmente la ignominia del pecado.
En esos actos simbólicos se puede mirar y contemplar parte del plan de Dios para la descendencia de Jesucristo. Si en Adán todos mueren, en Cristo todos viven; solamente que hay que tener cuidado con el referente y lo referido. El todos mueren hace referencia a la humanidad en su totalidad, la cual pecó de muchas formas; en cambio, el todos viven refiere a los hijos que el Padre le dio al Señor de la salvación, a sus escogidos desde antes de la fundación del mundo.
Este misterio estuvo escondido por muchos siglos hasta que le fue revelado a la iglesia por intermedio de la actividad apostólica. En un principio se pensó que era una exclusividad del pueblo judío, el portador del discurso de Dios para la humanidad que salvaría por intermedio de la ofrenda del Hijo. Pero por mediación de la actividad profética se pudo conocer que el resto del mundo (los gentiles) serían también herederos de la gracia de Dios.
Esta gracia dejó por fuera toda obra humana, y si bien la ley de Moisés fue un ayo para conducirnos a Cristo no pretendió salvar a nadie. Maldito sería cualquiera que cumpliendo toda la ley la quebrantase en algún punto, de manera que nadie salió aprobado bajo ese imperio normativo. Solamente que aquel ayo sirvió para que se tuviese mayor conciencia de pecado, para que el hombre supiese por educación que no podía alcanzar la salvación por mérito propio. Hubo gente que durante este período de la ley se dio cuenta de que ella apuntaba a Jesucristo, el propósito final de lo explicado por Moisés. Incluso antes de haber sido dada a un pueblo escogido para ser su portador, también algunos supieron lo que Dios deseaba y quería. Job se sostuvo como viendo al Invisible, sabiendo que tenía un Redentor que vivía, que al final de los días lo levantaría del polvo. Incluso Abraham (antes de la ley) le creyó a Dios y ese acto le fue contado por justicia.
Mientras tanto la muerte imperaba en medio de la historia humana. No hubo pueblo alguno sobre la tierra que no gustase este castigo proferido en el Edén. Sin embargo, como prueba de la soberanía absoluta de Dios, hubo personas que no gustaron la muerte. Se nos habla de Enoc y Elías, dos siervos del Altísimo que fueron traspuestos y que están en la presencia de Dios sin haber pasado por el trago amargo de la muerte física. Pero la gran mayoría recibiremos el castigo proferido en el Génesis, ya que la paga del pecado es la muerte (que incluye nuestro fallecimiento).
Jesucristo vino a redimir a su pueblo de sus pecados. Esa fue su misión esencial al ser enviado por el Padre entre los hombres; como parte de esa redención, él vino a destruir a quien tenía el imperio de la muerte. Por esa razón Pablo hace un clamor en una de sus cartas y se pregunta dónde está el aguijón de la muerte, si aquel aguijón era el pecado y éste fue también destruido por el Hijo. No que no pequemos más, sino que su castigo último (la muerte espiritual y eterna) fue suprimido en todos aquellos por quienes Jesucristo oró la noche antes de su crucifixión. El Señor agradecía al Padre por los que le había dado, los cuales también incluyen a los que creerían por la palabra de sus discípulos. Pero en la misma oración dijo que no rogaba por el mundo, que habría una parte cuantiosa de personas por las cuales no moriría al día siguiente en la cruz (Juan 17:9).
Nada más poético que la forma en que el autor de Hebreos exclama tocante al Verbo de Vida, diciéndonos que Jesús vino a destruir a quien tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo. Sí, Satanás fue destruido y exhibida su cautividad ante los principados y potestades de las regiones celestes, ante los ángeles, como un testimonio del triunfo rotundo del Señor en su misión que fue absolutamente consumada. Y si aquella misión se consumó en la cruz, ya no queda más ofrenda por el pecado, ya no queda más opción para incluir al mundo dejado por fuera.
Ciertamente los creyentes mueren día a día, porque eso forma parte del castigo proferido por el Padre bajo la condición del pecado humano. Pero la muerte segunda, la del espíritu, ya no será posible en aquellos por quienes Cristo murió. Porque Jesús vino a salvar a los suyos, a su iglesia, a sus amigos, a todos los que el Padre le dio; no vino a morir por los hijos del diablo, no vino a dar su vida por los cabritos sino por las ovejas. Como buen pastor cuida de los que son suyos y los conoce, habiendo dejado en medio nuestro a su Espíritu para que seamos guiados a toda verdad.
¿Qué le sucede a la oveja que ha sido llamada en su tiempo por el buen pastor? Dice la Escritura que ella es conocida por el pastor a quien ésta conoce también, que escucha su voz y no ya la del extraño; que le sigue sin duda alguna y huye del ajeno porque desconoce su voz. Interesante esta descripción que el Señor hizo y que fue recogida en el evangelio de Juan, capítulo 10, versos 1 al 5. Digna de memorizar para recordar a cada momento que sea oportuno, por cuanto ella encierra un valor teológico muy importante.
De acuerdo a estas palabras de Jesús, el buen pastor llama a cada oveja por su nombre. Es decir, no hace un llamado genérico para ver quienes vienen o no vienen. Asimismo, las ovejas que le son propias oyen su voz y le siguen. El pastor va delante y las ovejas detrás, pendientes del sonido de su palabra; de igual forma sucede un hecho que es un marcador especial para distinguirnos de los falsos creyentes. ¿Cuál es ese hecho distintivo que les acontece a las ovejas? Huyen del extraño, es decir, no se van más tras las voces de la doctrina del otro evangelio, de los anatemas, sino que se alejan de esos sonidos que no les son conocidos.
Una oveja llamada por el buen pastor no prestará atención a herejías destructoras ni a doctrinas de demonios. No es posible que haya tal pérdida de tiempo, por cuanto esa es una característica definitoria dada por Jesucristo en relación a los que son suyos. No todo el que le dice Señor, Señor, entrará al reino de los cielos; no todo el que dice militar en una iglesia (que en ocasiones es más bien una sinagoga de Satanás) es conocido por Dios.
De manera que aquellos que militan en las falsas doctrinas, haciendo interpretación privada de las Escrituras, están destruidos. Y si alguno es llamado a salir de allí, es en ese momento en que empezará a creer como hijo redimido en la cruz del Calvario. No antes, por cuanto todo ese tiempo estuvo perdido en falsas enseñanzas, lo cual no cuenta sino como estiércol para que no se pretenda ofrendar a Dios.
El imperio de la muerte fue destruido, de manera que cuando Dios llama y lleva una oveja al Hijo lo hace en forma perfecta. Ya esa oveja no perderá su tiempo y su energía en herejías destructivas, no podrá irse más nunca tras el extraño. El hecho de que desconozca la voz del mal pastor implica que ha dejado de tener comunión con él, pues ahora es conocido por Dios, quien le ha mostrado su amor eterno al haberlo escogido desde antes de la fundación del mundo, para ser parte de una nación santa y del pueblo redimido por Jesucristo.
La muerte destruida es también la del engaño, por cuanto la oveja no permite la mentira doctrinal, denuncia y rechaza la mezcla de verdad con mentira, sigue solo al buen pastor. No es posible, de acuerdo a las palabras de Jesucristo, que una oveja se vaya tras la voz del falso maestro, del falso profeta o del extraño predicador. Al oír la voz de estos charlatanes percibe que esa voz le es desconocida (no amada) y que solamente prefiere la voz del buen pastor, la cual ama y desea. Para la oveja, la voz extraña es semejante al ruido proferido por el león rugiente.
La destrucción del imperio de la muerte implica la destrucción de la influencia del extraño en la vida de la oveja. No deseamos el pecado de las falsas doctrinas, más bien amamos solamente aquella voz que nos reconoce como hijos y herederos de una riqueza celestial insospechada, inefable, que ya fue preparada para formar parte de nuestra eternidad con el Padre y con el Hijo, en la virtud del Espíritu.
César Paredes
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