¿Qué vino a hacer Jesucristo en la tierra? Más allá de las obras milagrosas y prodigiosas, de sus actos sobrenaturales y de sus sabias enseñanzas, el Señor tuvo una misión encomendada por el Padre desde antes que el mundo fuese. En palabras de Pedro, aquel Cordero estuvo preparado (conocido) desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20), lo cual debe leerse como antes de que Adán fuese creado. Esta aseveración bíblica nos conduce a inferir que la caída del primer hombre era ineludible en tanto propósito del Creador, ya que si el Cordero fue conocido como tal era porque su función salvadora habría de acontecer.
La Escritura también señala que el evangelio es el poder de Dios para salvación a los que son creyentes (Romanos 1:16), el anuncio de la buena noticia revela la justicia de Dios (Romanos 1:17). Entonces deducimos que el trabajo de Cristo era llegar a ser la justicia de Dios para beneficio de su pueblo. La sumatoria de ese pueblo, considerado también la iglesia, los amigos del Señor, las ovejas de su prado, pasa a constituir el conglomerado del mundo. Aquel mundo que tanto amó el Padre para enviar a Su Hijo como Cordero fue representado en la cruz, una de las etapas culminantes del trabajo de Jesús.
El otro mundo fue dejado por fuera de esa expiación, ya que el Señor no rogó por él (Juan 17:9). Son dos mundos en contraste, si bien el vocablo refiere a un solo grupo de personas que en principio estaban enemistadas con Dios. Con un grupo de ellos (o con un mundo de ellos) Dios se reconcilió extendiéndole su mano salvadora, su perdón basado en la justicia del Hijo. Por ese grupo vino a trabajar Cristo en la tierra.
El Señor está a la diestra del Padre e intercede por nosotros (no lo hace por el otro mundo por el cual no murió ni oró la noche antes de su muerte en la cruz). Decíamos que el trabajo de Cristo tuvo varias etapas y que una de ellas era la muerte en la cruz. Ha podido quedarse allí y nosotros los creyentes hubiésemos sido los más dignos de conmiseración, pero dado que resucitó, como lo afirmaban los profetas de la Escritura, somos los más dignos de felicitación.
Aparte de esta redención tan grande hay otras consecuencias derivadas de ese trabajo en el madero. Los que no creen en el evangelio están perdidos, y no pueden creer porque no les ha sido dado. Más allá de que haya un precepto genérico de arrepentirse y creer en el evangelio, esta expresión surte efecto positivo en los elegidos del Padre. En los réprobos en cuanto a fe, en los que la condenación no se tarda, produce ira, rechazo, burla e ignominia. En ambos sujetos se cumple el hecho de que la palabra de Dios no vuelve a Él vacía sino que hace aquello para lo que fue enviada.
Para evitar la confusión generada por los que profesan la fe en Jesús al simular creer el evangelio de la gracia, la Escritura plantea en forma insistente que hay que dar el fruto bueno. Advierte que quien no permanezca en la doctrina de Cristo está perdido (2 Juan 9). Por si fuera poco, agrega que quien habla paz (diciéndole bienvenido) al que no trae esta doctrina está perdido (2 Juan 11). ¿Cuál doctrina es esa? Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de Aquél que me envió (Mateo 7:16).
Jeremías dice que aún los ídolos son una doctrina de vanidades la cual instruye a los torpes e insensatos, en contraste con la sana doctrina que proviene de Dios (Jeremías 10:8). Pero no todos los que detestan a los ídolos educan adecuadamente al pueblo de Dios, por lo cual conviene guardarse de ellos. Así parece haberlo enseñado el Señor al indicar que debemos guardarnos de la doctrina de los fariseos y saduceos (Mateo 16:12). Los saduceos negaban la resurrección y los fariseos batallaban por la letra de la ley (como cascarón vacío) anteponiendo las obras a la fe, la justicia y la misericordia. Al hacer sus oraciones los fariseos se comparaban a los hombres públicos y agradecían no ser como ellos, anteponiendo siempre su propia justicia de hacer y no hacer (ambos grupos teológicos detestaban a los ídolos).
A la pregunta de algunos judíos acerca de cómo sabía Jesús letras sin haber estudiado, el Señor afirmó que si alguien quiere hacer la voluntad de Dios conocerá si su doctrina provenía del cielo o si él hablaba por su propia cuenta (Juan 7:17). Una de las razones por las cuales Jesucristo constituyó apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, era para capacitar a los santos para la obra del ministerio, para edificar el cuerpo de Cristo. En tal sentido, se evita que seamos niños sacudidos a la deriva llevados por todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error (Efesios 4:11-14).
La falsa doctrina la compara Pablo al viento, cuyos rasgos distintivos son la liviandad, el ruido y el vacío. Al mismo tiempo tiene otras características como su rapidez y fuerza, capaz de propagar llamas, apagar una lámpara tenue, generar tornados tumultuosos y causar mucho daño. Un espíritu que no discierne sino que se tambalea en sus dudas puede mostrar credulidad a los engaños humanos. Los falsos maestros ocupan los púlpitos de las sinagogas de Satanás, falsamente llamadas iglesias de Cristo; ahora hay grupos de oración en esos lugares que se encargan del clamor contra las enfermedades del cuerpo, como si eso fuese el mandato del Señor. Después despiden a sus pacientes o clientes y los envían democráticamente a visitar cualquier iglesia (entiéndase cualquier sinagoga de Satanás).
El castigo para los que enseñan cualquier asunto contrario a la sana doctrina de las Escrituras es comparable al de los rebeldes insubordinados, al de los impíos pecadores, al de los irreverentes y profanos, al de los parricidas y matricidas, al de los homicidas, al de los homosexuales, al de los secuestradores, al de los mentirosos, entre otros seres que cometen agravio contra la ley de Dios. Para evitar tal castigo conviene nutrirse de la sana doctrina (1 Timoteo 1: 9-10 y 4:6).
El trabajo de Cristo consistió en pagar el precio por el pecado de los escogidos del Padre, con lo cual nosotros pasamos a formar parte de una nación santa. La frase emanada de sus labios en la cruz diciendo Consumado es traduce que fue perfecta su ofrenda. Ya el Padre no tiene más nada que cobrar y nosotros solamente tenemos que confesar nuestros pecados ante quien es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad. La consecuencia del nacimiento de lo alto es la toma de conciencia de que somos ovejas, de que hay una doctrina enseñada por los profetas, apóstoles y por el Maestro de Galilea que debemos aprender. Por esa doctrina aprendida nos damos cuenta de que cuando nos arrepentimos y creímos el evangelio anunciado fue en virtud de que pasamos de las tinieblas a la luz.
Otra característica de ser hijos de Dios es que ya no nos vamos nunca más tras el extraño, sino que nos alejamos de él por cuanto desconocemos su voz. La única voz que escuchamos es la del buen Pastor, quien nos llama por nuestro nombre, nos conoce (o nos ama) y por ello le seguimos. Comprendemos cuanto acontece en el mundo, principado de Satanás, bajo el imperio de la mentira, de lo fraudulento y del argumento falaz. Preferimos el argumento verdadero, lógico, por cuanto Jesús es el Logos eterno y nada hay turbio en su discurso. Dado que el trabajo de Cristo fue consumado ya nadie nos podrá separar de su amor, ni nadie podrá condenarnos por el hecho de que todavía subyace en nosotros el mal que aborrecemos. Empero, Dios es el que nos justifica por medio de su justicia que es el Hijo, y éste es el que no sólo murió para hacernos partícipes de su gloria sino el que también resucitó para esperanza de su pueblo.
El trabajo de Jesús en la cruz y en la resurrección forma parte de la grandeza del misterio de la piedad. Creemos el todo con sus detalles, sabiendo que lo que la Escritura enseña es cierto en forma completa. Nuestra esperanza no avergüenza y siempre recordaremos a través de los siglos de la eternidad que aquello consumado en la cruz constituye la mejor obra de Dios, si es que puede decirse que hay algo mejor en su perfección. Al menos para nosotros, criaturas en un tiempo esclavizadas por el pecado, la obra de Cristo vino a ser el mejor trabajo que podamos contemplar y del que podamos estar orgullosos.
César Paredes
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