En teología conviene tener claros los conceptos con los que se trabaja. A menudo se confunde a Dios con La Divina Providencia, como si ese fuese uno de los nombres del Creador. El hecho de que Dios provea para el universo no lo hace acreedor de un nombre que Él no se haya dado a Sí mismo. Satanás es una creación divina, como ángel del mal tiene provisiones de parte de su creador, ya que la Biblia asegura que aún al malo hizo Dios para el día malo (Proverbios 16:4).
¿Acaso las cosas hechas se sustentan por sí solas? El ser humano fue creado con ciertas aptitudes físicas para lo cual necesita provisión. Posee un sistema respiratorio pero necesita oxígeno; tiene un sistema circulatorio pero requiere de la fuerza de la gravedad para que la sangre cumpla su recorrido adecuadamente. Si la gravedad se viera reducida se perdería masa ósea y muchos minerales de los huesos, con riesgo de fractura. Asimismo se sufriría una reducción de oxígeno en los músculos, dificultando el movimiento.
De manera que cuando Dios como creador ha actuado ha tenido que ser proveedor de las condiciones básicas para que sus cosas creadas puedan cumplir el propósito para el que han sido hechas. En tal sentido Dios es un proveedor, pero eso no lo compromete con el amor que siente por sus elegidos ni con su odio por los reprobados. El Dios de la Escritura ha dicho que ha odiado a Esaú aún antes de que hiciese bien o mal, para que el propósito de la salvación y la condenación se mantenga por la elección y no por las obras.
Mal pudiéramos suponer que la providencia divina lo compromete con su amor por lo creado, pues si al malo hizo Dios, si aún Judas fue creado para que cumpliese todo aquello horrible que fue escrito de él, jamás podríamos imaginar lógico que el proveedor de todo lo que Judas necesitaba lo amaba al mismo tiempo. Al contrario, la providencia hacia Esaú demuestra el propósito final de hacer que cumpliera Su voluntad inmutable.
El Faraón de Egipto era próspero en su gobierno, tenía aquello con lo cual podía complacerse en esta vida, sin embargo nunca supo a ciencia cierta que el Dios de Moisés era su proveedor para esos menesteres. El suponía que por ser egipcio y de noble familia su derecho le era constituido, que su educación apropiada lo capacitaba para ser el Faraón. No hay duda de que todos los factores sociales que hubiese considerado como requisitos fundamentales para ser el gobernante de ese imperio eran manejados por el Todopoderoso, más allá de que él se lo atribuyera al buey Apis, el toro sagrado del antiguo Egipto.
En cambio, la Escritura enseña que a los que aman a Dios, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados, todas las cosas les ayudan a bien. Solo los creyentes podemos estar seguros de que Dios nos provee para nuestro beneficio y en virtud de Su amor. La providencia que el Señor hace para los suyos los conduce a vida eterna. Por ese gran amor divino fuimos predestinados para ser semejantes a su Hijo, para alabanza de su gloria. Esto sucedió desde antes de la fundación del mundo, y aún antes de que el mundo fuese nuestros nombres fueron escritos en el libro de la vida del Cordero.
No en vano Pablo escribió que nadie nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús. La Biblia habla en contra de la impiedad y de los impíos diciéndonos que Dios está airado contra ellos todos los días (Salmo 7:11). En otros términos, Dios estuvo airado contra el Faraón todos los días, muy a pesar de darle provisiones para su prosperidad económica, militar y política. Lo mismo se puede decir del hombre rico referido en la parábola de Jesús, en la cual nos relata de su riqueza descomunal. El quería construir más graneros para almacenar sus productos del campo, era un hombre hacendoso con su fundo. Él pensaba decirle a su alma que descansara, ya que muchos bienes tenía para muchos años. Sin embargo, Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedir tu alma, y lo que has provisto, ¿para quién será? (Lucas 12:16-20).
La Biblia enseña más allá de lo que los predicadores exponen en sus púlpitos, atados a su ideología aprendida en los seminarios, embozalados con el pan que se alimentan de las ofrendas de sus fieles. La Biblia advierte contra los que tienen la piedad por ganancia, e ignoran que gran ganancia es la piedad con contentamiento (1 Timoteo 6: 5-6). El necio y el insensato ignoran que cuando los impíos prosperan y florecen los que hacen iniquidad están para ser destruidos eternamente (Salmo 92:6-7). ¿Se puede confundir acá la providencia con el amor? En ninguna manera.
La única providencia que se confunde con el amor es la de la salvación en Jesucristo. Cuando Dios le provee a un alma el don del arrepentimiento, el regalo de la fe, mediante el nacimiento de lo alto por intermedio del Espíritu, podemos decir que Dios lo ama. Esa es la clase de providencia que se equipara al amor, no hay otra en las Escrituras. El que haga salir su sol para justos e injustos, el que le haya dado agua a Ismael en el desierto, o que le haya provisto lentejas a Esaú cuando regresaba de la faena del campo, no lo compromete con el acto de amar. Lo que has de hacer hazlo pronto, no presupone amor en la providencia; con esas palabras Jesús alentaba a Judas Iscariote para que terminara su obra necesaria, pero ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre fuere entregado! (Mateo 26:24).
En resumen, amamos a Dios porque Él nos amó primero, no escogimos al Señor sino que él nos escogió a nosotros. Toda causa de la piedad nace de lo alto, si bien toda injusticia y mentira provienen del padre de la mentira. Pero, ¿quién creó a Satanás? Fue el Creador de todo cuanto existe, quien dijo que había hecho al malo para el día malo. Nadie es suficiente para estar en píen frente a semejante Dios, no nos conviene caer en sus manos. Por eso se ha escrito que debemos amistarnos ahora con él para que nos venga paz. Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo, pero los que miraron a él no fueron avergonzados.
César Paredes
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