La vida eterna consiste en conocer al Padre y al Hijo, de manera que gracias al concepto de eternidad sabemos que el conocimiento a obtener acerca de la naturaleza divina es infinito. La pasaremos bien conociendo quién es Dios y quién es Jesucristo el enviado; pero para alcanzar esa vida debemos tener fe, sin la cual, dice la Escritura, es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6).
Uno de los mandatos de Jesucristo es creer el evangelio, ya que el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado a nosotros. Por lo tanto, dijo el Señor, arrepentíos y creed el evangelio (Marcos 1:15). Ahora bien, ese arrepentimiento también lo da Dios, quien obra como quiere y tiene misericordia de quien desea tenerla, por cuanto no es de todos la fe (2 Tesalonicenses 3:2) y la fe es un regalo de Dios (Efesios 2:8). Estos dos textos nos muestran dos premisas válidas a tener en cuenta cuando leamos las Escrituras.
Se infiere de aquellas premisas que si Dios regala la fe a quien quiere, debe haber mucha gente a quien no le ha sido dada esa fe salvadora. Porque lo que la muchedumbre asegura en cuanto a que hay que ponerle fe a las cosas es una fábula teológica. Hay quienes dicen que si le colocan fe a una piedra eso bastaría para alcanzar sus sueños; bien, la fe dada por Dios no tiene nada que ver con la confianza en exceso que la humanidad pueda colocar sobre las piedras o sobre los ídolos.
Aquella confianza que nace del esfuerzo humano por conseguir sus metas no es la que agrada a Dios. La Escritura jamás ha sugerido que debemos procurar algo con entusiasmo y confianza para que podamos alcanzarlo. Nos ha dicho que sin fe no podemos agradar a Dios, pero al afirmar aquella premisa nos ha indicado el concepto que ella encierra. La fe es la confianza y la convicción de lo que no se ve y sin embargo lo esperamos. Pero esa confianza es el soporte de lo que pedimos, por lo cual debemos revisar qué es lo que yace debajo de nuestro deseo.
La upostasis - ὑπόστασις- es el soporte, lo que está debajo de aquello que pedimos, según el texto de Hebreos. ¿Qué es lo que sostiene nuestras peticiones? Algunos argumentarían que es un intenso deseo de conseguir el objeto esperado, pero la Biblia nos asegura que Dios conoce ya de que cosas tenemos necesidad antes de que se lo digamos. Agrega que Él es quien produce en nosotros el querer como el hacer, que Jesucristo es el autor de nuestra fe y quien la va a consumar.
No puedo menos que pensar que Dios es quien otorga el soporte de nuestro deseo cuando oramos, pues incluso cuando no sabemos lo que hemos de pedir como conviene se dice que el Espíritu nos ayuda con ello. Vivimos, nos movemos y somos en Dios, el que nos ha regalado esa fe traducida como confianza de lo que pedimos y deseamos. Al regalarnos esa confianza se está dando a Sí mismo como garantía de lo que estamos pidiendo. Desde luego, hemos de ser cuidadosos para no pretender la independencia de quien nos asegura el soporte. Por esta razón Juan nos ha escrito diciendo que si pedimos algo conforme a su voluntad sabemos que Él nos oye.
La fe hace que nos apeguemos más y más al Dios que nos ha creado y que nos ha salvado en Cristo. Ella implica un gozo continuo al soportar el deseo que sabemos ha sido colocado por quien ha dispuesto en su providencia socorrernos con el pan nuestro necesario y suficiente para cada día. En momentos de mayor carencia y de la gran escasez de las cosas primarias de la vida nos aferramos a la esperanza del que puede crear las cosas que son a partir de lo que no es. El Dios de la creación participa activamente tanto en el deseo como en la dádiva obtenida por la petición motivada por el anhelo.
Así como no hay otro evangelio que el anuncio de que Jesucristo pagó por el pecado de su pueblo (los elegidos del Padre, su iglesia, sus amigos), de esta forma no hay otra fe que la que el Hijo da. Cualquier otro intento de ponerle fuerza a la búsqueda de un deseo no es más que un camino espurio cuyo fin es de muerte. Satanás es también un gran imitador, el mayor ilusionista capaz de hacer sentir confianza bajo una estructura falaz.
Un poeta alemán del siglo XVII, cuyo nombre es Sigmund von Birken, escribió sobre asuntos ligados al plagio hecho a las Escrituras del Antiguo Testamento. Refirió que los griegos cuentan su antigüedad como si fuese primigenia, como si también tuviesen una lengua original venida de no se sabe dónde. Pero Birken señala al que ha inspirado toda esa mentira originaria griega y ha inspirado un plagio a la literatura judía más antigua; al hablar de Satanás lo menciona como el príncipe de los infiernos, el permanente simio de Dios.
En realidad el permanente simio de Dios es capaz de ser un gran imitador. Cuidado con la fe que viene a oscuras, vestida de tinieblas, arropada con el manto esotérico. No hay otra fe para el creyente que la upostasis o soporte que viene de arriba, de lo alto, del lugar celestial donde mora el Padre de las luces. No es Lucifer ese Padre, aunque a aquél le gusta llevar ese nombre, porque el viejo ángel de luz habita las tinieblas y ocupado en los asuntos de su principado no puede hacer nada más que la burda imitación. Todo evangelio diferente al anunciado en la Escritura es sancionado por ésta como anatema (maldito).
Por lo tanto, toda fe diferente a la upostasis debe ser maldita igualmente. El único que puede soportar o garantizar aquello que ha prometido es el Todopoderoso, el Dios de la providencia, el que hace todas las cosas posibles. El es Jehová, cuyo Hijo lleva también un nombre parecido: Jesús, o Jehová salva. Él dijo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre sino por mí (Juan 14:6). De allí que tanto la salvación como la fe no pueden basarse en alguna cosa que el pecador haga, sino solamente en Jesús el Cristo.
El pueblo de Dios es justificado libremente por gracia a través de la redención en Cristo Jesús (Romanos 3:24) y no es justificado por las obras de la ley (Gálatas 2:16). ¿Será diferente en materia de la fe? ¿Se dará el hombre fe a sí mismo? Es cierto que Dios escogió a los pobres de este mundo para que sean ricos en fe, pero esa declaración no refiere a cada uno de los pobres de este mundo en forma distributiva. Muchos pobres mueren sin haber jamás sido receptores de este regalo del cielo, pero los que lo recibieron han enriquecido sus vidas.
Si usted cree que tiene fe porque ha hecho algo bueno, o porque usted es una persona de mucha ética, está creyendo otro evangelio. La fe es un don de Dios (como ya se dijo en Efesios 2:8), por ello poco importa que sea del tamaño de un grano de mostaza ya que lo que interesa es la upostasis, o qué o quién soporta la promesa. La Biblia asegura que Dios es fiel, que cumple todo aquello que ha prometido, que no hay nada que le sea difícil ni hay nadie que le estorbe su mano. Llegar a creer esta proposición bíblica es un ejercicio de confianza provocado por la fuerza suficiente de Dios. En otros términos, si usted ha creído es porque le ha sido dada la confianza necesaria que soporta todas las aseveraciones bíblicas. Solo desde esta perspectiva es posible agradar a Dios (Hebreos 11:6).
Orar, alabar, ocuparse de los asuntos de la piedad solamente es posible a partir de la fe dada. Sin Cristo -o sin su Espíritu- nada comienza ni nada termina bien, ya que el príncipe de este mundo y jefe de los infiernos puede hacer su prestidigitación para hacerle creer que tiene fe en Dios. La Biblia asegura que el que no tiene el Espíritu de Cristo no es de él; pero si tenemos el Espíritu del Señor entonces somos guiados a pedir lo que conviene y tenemos las cosas que le pidamos. ¿Por qué estamos tan seguros? Porque pedimos conforme a su voluntad.
Por la fe podemos hacer oración cuando andamos afligidos o cantar alabanza cuando estamos gozosos. Por la fe creemos que con la muerte pasaremos ante la presencia eterna de Dios; por la fe podemos soportar el sinsabor del mundo, resistir su amenaza y burla; por la fe recordamos la promesa de la vida eterna con alegría, sentimos la seguridad de morir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor que andar por estos lados de la existencia. Por la fe el ladrón en la cruz le dijo al Señor que se acordara de él cuando viniera en su reino, y por esa fe recibió la promesa de estar con él ese mismo día en el Paraíso. Por la fe creemos todo lo que ha sido escrito en la palabra de Dios y por eso estamos satisfechos.
César Paredes
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