S?bado, 09 de julio de 2016

Uno de los nombres hebreos para referir a Dios es Yĕhowshuwa, con el cual se designa a Josué, el célebre guerrero sucesor de Moisés, dirigente de los hijos de Israel. Josué o Jehoshua significa Jehová es salvación. El vocablo en lengua griega describe a Jesús Ἰησοῦς - Iēsous - y significa también Jehová salva. El ángel le dijo a José que El niño debía llamarse de esa manera porque él salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). El profeta Jeremías escribió al respecto, diciendo:  En sus días será salvo Judá, e Israel habitará seguro. Y éste es el nombre con el cual será llamado: 'Jehová, justicia nuestra.' (Jeremías 23:6).

Dios hizo a Jesucristo justificación, santificación y redención, para nosotros (1 Corintios 1:30). La esencia del evangelio es Jesucristo muriendo en la cruz para cumplir con su misión en esta tierra, de acuerdo a lo dicho por los profetas y a lo que el mismo ángel le anunciara a José. La ética que pueda derivarse del evangelio está al margen del propósito de la muerte de Jesús, que es la expiación de su pueblo. ¿Cómo pudo redimir a los elegidos del Padre? Porque los justificó y él mismo vino a ser la justicia de Dios. El agradecimiento que hiciera el Señor la noche antes de ir a la cruz demuestra el conjunto que representaría en el madero. Estos son los que el Padre le dio (porque eran del Padre), pero destacó que no pedía por el mundo porque no iba a morir por ellos.

Jesús no dio su vida por toda la humanidad sin excepción sino solamente por los que el Padre le dio. ¿Por qué el Dios definido como amor no tuvo consideración por ese mundo por el que Jesús no rogó? ¿Acaso eran muy pecadores? Pablo afirma que de los pecadores él era el primero; el ladrón en la cruz fue más pecador que muchos otros que mueren sin haber conocido al Señor. De manera que esa no puede ser la razón por la cual Jesús no murió por ciertas personas, pero en la carta a los romanos Pablo asegura que antes de que naciese Esaú ya Dios lo había escogido para eterna perdición.

Esta afirmación causa estupor en muchas personas. Se objeta que tal situación carece de la más mínima justicia, que el pobre Esaú no tenía nada más que hacer sino seguir el destino trazado, vender su primogenitura y estimar en nada la bendición divina. Sin embargo, más allá de que Dios se vea acusado no hizo nada para defenderse. Más bien el Espíritu revela a Pablo que el hombre no es nadie para altercar con el Creador.

Ante la acusatoria de injusticia al Señor éste sale al frente con su soberanía. El pregunta quién es el hombre para que discuta con su Hacedor, respondiendo que es apenas una olla de barro en manos de su alfarero. Con sus manos puede moldear la figura que desee hasta hacer de la masa un vaso para poner de manifiesto su ira y su poder. Esto asombra a muchos que han pasado por alto tal lectura bíblica, así como a otros repugna por cuanto se han acostumbrado a ver metáforas de pueblos y naciones en esas palabras.

La idea de un Dios soberano que ha hecho todo cuanto existe es manifiestamente repulsiva, sobre todo con la afirmación de que aún al malo hizo Dios para el día malo. ¿Por qué, pues, inculpa? ¿Quién puede resistir a su voluntad? Pero a pesar de las preguntas de la boca de Jehová sigue saliendo lo bueno y lo malo.

En este estado soberano Dios declaró que la justicia humana es como trapo de inmundicia, que no hay quien lo desee a Él ni quien haga lo bueno, que no hay ni siquiera un justo. Por lo tanto, para satisfacción de su propia justicia envió a su Hijo para ser el sacrificio expiatorio de las culpas de todo una pueblo escogido. En realidad decidió que Jesucristo vendría a ser nuestra justicia y nuestra pascua.

Todos aquellos que ignoran esta justicia están perdidos y alejados de la salvación eterna. Pero ignorarla no es solo desconocerla sino colocarla a un lado para poner en su lugar otra que se considera competente. Las obras humanas de hacer y no hacer no satisfacen la justicia exigida por Dios, de manera que solamente en Jesucristo se revela la justicia de Dios que es por fe y para fe (Romanos 1:17). Esto significa que ante la impotencia humana para justificarse ante su Creador Jesucristo justificó a todos aquellos por quienes murió en la cruz.

No que haya hecho una justicia potencial para que cada quien la actualice, como si tuviese habilidad natural para alcanzarla. Simplemente que ante la incapacidad humana para desear al Dios de la revelación el Hijo nos hizo justos en su propia justicia (en sí mismo). Los gemelos de los que habla Pablo en su carta a los romanos demuestran que no hay nada bueno ni malo en ellos para que Dios les escogiera su destino. Dice el apóstol que ellos no habían hecho ni bien ni mal, no habían aún nacido, pero el propósito de Dios en ellos se manifestó por medio de la elección, tomando en cuenta al Elector solamente. Agrega en otra carta que la salvación definitivamente no es por obras, sino por gracia.

Los que ignoran la justicia de Dios suponen que hay algo distinto que se pueda hacer para satisfacer la demanda divina. En esa situación se coloca la justicia humana en lugar de la divina, o se comienza a combinar un poco de la justicia de la cruz con otro tanto de la voluntad humana. De esta forma argumentan que Dios hizo su parte pero que ahora le toca al hombre hacer la suya. Con este giro argumentativo eluden la declaración bíblica de que no es por obras para que nadie se gloríe; evaden la circunstancia de la muerte espiritual humana con su consecuente impotencia para querer el bien. Al que está muerto lo llaman medio vivo, al que está enfermo lo declaran medio sano. En realidad hacen como dijo Isaías: a lo bueno llaman malo y a lo malo bueno.

Colocar un poco de voluntad junto a la justicia de Cristo es viciar la proposición de Dios. El ha dicho que no dará su gloria a otro, que no puede mediar obra humana alguna en la redención, a fin de que nadie reclame su propia gloria.  Al hacer depender la salvación humana del acto de voluntad libre e independiente de Dios, estamos contraviniendo la declaratoria divina y seguimos haciendo obras que ayuden en el proceso de redención.

La diferencia entre cielo e infierno está en Dios, jamás en ningún trabajo de nuestra parte. Aún la perseverancia hasta el final es el producto de aquél que comenzó en nosotros la buena obra y que la terminará en el tiempo señalado. Bastaría con pensar que si la justicia de Cristo no es lo que en definitiva causa nuestra redención, será nuestra voluntad como obra de justicia lo que hace la diferencia. He allí la herejía sutil que como levadura se extiende en el sistema de creencia humanista que se arropa con la falacia del libre albedrío.

En realidad Cristo no hizo posible la salvación para toda la humanidad, sino que salvó definitivamente a sus escogidos. Por lo tanto, ¿quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Cómo nos justifica? A través del Hijo, su justicia perpetua. Conocer la obra y la persona de Jesucristo nos ayudará a comprender la dimensión de su trabajo y a escapar de la herejía de la salvación por obras.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 18:15
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