La gente se pregunta si Dios es justo al haber creado el infierno de fuego eterno. La respuesta que esperan es que en realidad puede haber muchas interpretaciones acerca de la destrucción de los impíos, tal vez una de ellas es que habrá una aniquilación total. De esta forma se tolera la idea del infierno de fuego, pero como no es posible derivar tal conclusión de un serio análisis bíblico la interrogante permanece. ¿Es Dios injusto? Se agrava tal inquietud cuando leen la afirmación de Pablo acerca de que Dios odió a Esaú aún antes de hacer bien o mal.
No hay otra pregunta más fuerte contra Dios, cualquier reflexión acerca de la divinidad rechazada gira en torno a la existencia del mal, de su castigo y de la razón de su existencia. Si Dios es bueno, ¿por qué permite el mal? Quienes así reclaman desconocen que Dios no permite el mal sino que lo ordena, una actividad que lo involucra más en todo cuanto acontece y lo exhibe como un ser absolutamente soberano. La Biblia asegura que Dios hizo al malo para el día malo, que de la boca de Jehová sale lo bueno y lo malo, que no hay nada malo que haya acontecido en la ciudad que el Señor no haya hecho.
Con estas declaraciones en mente el infiel podría tener un mejor argumento en contra del Creador de todo cuanto existe. Lo cierto es que no podemos tapar el sol con un dedo, no es posible quitar tales aseveraciones de las páginas del libro de los libros, ya que nos quedaríamos con las puras tapas o solapas. Por todo lo largo de las Escrituras se contempla a un Dios que hace como quiere, que endurece al impío y lo induce a hacer cosas terribles para después castigarlo. La pregunta inicial se continúa planteando, ¿hay injusticia en Dios?
No en vano también se ha escrito que horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo, pero los detractores de la Escritura se han vuelto religiosos y desde los templos de sus dogmas han ideado un Dios a imagen y semejanza del hombre. Es un Dios como debería ser, más humanista y más dado a lo que supone la equidad humana. Lo lógico sería que Dios premiara y castigara de acuerdo a las acciones humanas. Esta manera de enfocar la divinidad les permite presentarlo como más apetecible para las masas.
Recordemos que la multitud en la religión da ganancias, como lo hacía aquella mujer que era adivina en la ciudad de Efeso. Estando confortada con una teología acorde a sus intereses existenciales, la gente gratifica a sus maestros y doctores. Por esta razón el Jesús que ellos aceptan es el que fue a morir en una cruz por toda la humanidad, sin excepción, no por todo su pueblo. Para ellos Jesús no dio su vida solamente por las ovejas sino también por los cabritos. Expió los pecados de sus discípulos pero también los de Judas Iscariote y los del Faraón de Egipto, los de todos los réprobos en cuanto a fe.
La condenación pasaría a ser un acto voluntario humano, un tributo a su propia desidia espiritual, no un destino forjado por el Dios de la eternidad. La diferencia entre salvación y condenación descansaría en la decisión humana, libre y respetada por Dios. Para asumir tal posición se ha tenido que obviar la declaración bíblica de que el hombre está muerto en sus delitos y pecados. Además, queda obsoleta la afirmación de que Dios considera a los habitantes de la tierra como nada y como menos que nada.
Pero poco importa el traspiés interpretativo que se haga, ya que lo que interesa es mantener una teología humanista que brinde esperanza a cada uno en particular. Por supuesto, nada se dice de todos aquellos que jamás han oído de ese Cristo bondadoso que murió por todos, pero a ellos se defiende alegando que Dios mira los corazones y sabe si en aquellos que jamás oyen el anuncio del evangelio hay gente con un corazón dispuesto hacia la bondad divina.
Orquestada la teología del nuevo evangelio o del evangelio diferente, los templos rinden tributo a sus mentores. No en vano la mayoría de las iglesias protestantes se han dedicado a pregonar tal doctrina, para hacer terapia grupal domingo tras domingo y generarse la sensación de que Dios los oye. Están hablando paz cuando no la hay, están llamando a lo malo bueno y diciendo que lo bueno es malo. Por esa razón Jesucristo aseguró que les dirá en aquel día a muchos que nunca los conoció, es decir, que nunca tuvo comunión con ellos.
Pablo hablaba de los judíos que ignoraban la justicia de Dios, la única que Él acepta para establecer comunión; de esta manera aquellos señores proponían una justicia diferente, la de ellos mismos. Vale decir, ante la imposibilidad de aceptar la justicia de Dios, la cual es Jesucristo (con su vida y su obra), estos practicantes religiosos proponen sus obras de hacer y no hacer, derivadas de su ética religiosa. Su celo por Dios carece de sindéresis porque les falta conocimiento.
Hay un mínimo de conocimiento en la actividad de creer: Se debe saber en quién se cree. No podemos decir que creemos en el Dios de la Biblia si adoramos al Dios no conocido de los griegos; no podemos asumir que conocemos a Jesucristo si ignoramos el significado de su trabajo en la cruz y desconocemos su persona. Por algo se ha dicho que la fe viene por el oír la palabra de Dios; y esta palabra habla siempre de ese Mesías que habría de venir en cumplimiento de la promesa hecha por Dios en el Génesis. Ese Jesús salvaría a su pueblo de sus pecados, no a los cabritos, no a los que no tienen su nombre escrito en el libro de la vida desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8 y 17:8).
Se dice entonces que Dios previó quién se iba a salvar y quién se iba a condenar; bien, si eso fuese cierto Dios es un ignorante. Él tuvo que llegar a conocer lo desconocido y miró en los corazones de sus criaturas -todas muertas e inútiles en sus delitos y pecados- y se sorprendió por el milagro ocurrido: algunas de ellas querían amistarse con Él, muy a pesar del odio natural producido por la caída en el Edén. Pero no solamente Dios dejaría de ser Omnisciente (al tener la necesidad de conocer algo que no sabe) sino que además hizo algo inútil: mandó a morir a Su Hijo en la cruz por todos aquellos que jamás le iban a decir que sí.
Por ningún lado que se mire la expiación puede considerarse universal, ya que si Dios no es omnisciente y tuvo que averiguar quiénes se iban a salvar, no tenía por qué expiar los pecados de los que lo rechazarían. Y si en realidad predestinó, como asegura la Escritura en múltiples contextos, tampoco tuvo que enviar a Jesucristo a morir por los pecados de quienes no estaban predestinados para salvación eterna.
Pero contra toda lógica los del falso evangelio anuncian lo contrario a lo que la Escritura expone. Para ello se han convertido en expertos en torcer los textos y en traer una hermenéutica falaz y subjetiva, para forzar las palabras y hacerlas decir cosas contra la naturaleza del significado de ellas y de su contexto. Por eso todavía siguen objetando el proceder soberano de Dios y ya no preguntan si hay injusticia en Dios, como lo hiciera siglos atrás el objetor levantado por Pablo en el capítulo nueve de romanos. No, ahora ellos no inquieren sino que aseguran que de interpretarse el texto bíblico tal cual se enuncia sería asumir que Dios discrimina y hace injusticia.
Pero ignoran no solamente la justicia de Dios, que es Jesucristo, sino las palabras propias de Jesús. El Maestro de Galilea decía que hablaba en parábolas para que oyendo no entendiesen y no se arrepintiesen, no sea que tuviese que salvarlos. Decía igualmente que el Padre había escondido los asuntos del evangelio y la salvación de los sabios y entendidos, por lo cual daba gracias y añadía, así, Padre, porque así te agradó. Ignoran también que Jesús afirmó una y otra vez que nadie podía ir a él si el Padre que lo envió no lo trajere (a la fuerza).
Esta gente del otro evangelio, en la ignorancia de la justicia de Dios, parecieran no haber leído a Jesús cuando se definía como el buen pastor, el que ponía su vida por las ovejas (no por los cabritos). Ellos desconocen que también dijo la noche antes de morir que no rogaba por el mundo, sino solamente por los que le había dado el Padre. Ignoran voluntariamente que Jesús les dijo a un grupo de judíos que no podían ir hacia él ni entender su palabra porque no eran de sus ovejas. Y a otros les anunció que eran de su padre el diablo, que morirían en sus pecados (y si éstos morirían en sus pecados, ¿cómo es que Jesús murió por los pecados de ellos?).
En realidad, los del falso evangelio tienen celo de Dios pero no conforme a conocimiento; pero este celo ad ignorantiam hace ver que siguen a otro dios, no al que ha sido revelado en la Escritura. Son devotos de un Jesús que no puede salvar, que pese a morir por todos sin excepción no salva a nadie en particular. La potencialidad de la salvación es para ellos una estratagema democrática y demagógica, que no pueden actualizar jamás por cuanto ese dios al que claman no puede ni oír ni caminar, por inexistente. Es, en realidad, un dios forjado a partir de doctrina de demonios.
César Paredes
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