Mi?rcoles, 06 de julio de 2016

Y sin contradicción, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria. La palabra misterio significa algo oculto, lo que es reservado para los iniciados en una secta. Pablo toma el sentido de lo que está escondido antes que el aspecto de iniciación dentro del cristianismo. Grande es aquella cosa que ha permanecido escondida hasta ahora, diría el apóstol.

Pero de inmediato y a pesar de lo oculto revela el misterio, una serie de pasos por donde Dios como Creador se ha mostrado a través de su Espíritu y de su Hijo. El Verbo encarnado que habitó entre nosotros es la razón pura y universal, la lógica maestra, la coherencia divina. Él era el Mesías anunciado en medio del pueblo judío, quien vino a los suyos (los de su misma raza) pero los suyos no le recibieron. Sin embargo, a todos los que le recibimos, a los que creemos en su nombre, nos dio el poder de ser hechos sus hijos.

La justificación se hizo en el Espíritu. Este punto puede llevar a varias implicaciones. Fue el Espíritu Santo quien venido en el bautismo de Jesús pronunció las palabras de aceptación para el Hijo, diciéndole ante la multitud que era amado y que le tenían complacencia. También por el Espíritu fue llevado al desierto para ser probado por Satanás. El Espíritu también le sustentaba cuando oraba en el Getsemaní y con su poder fortaleció su cuerpo (la iglesia que se levanta después de su resurrección).

Dice la Escritura que Jesús, habiendo resucitado, llevó cautiva la cautividad, dando dones a los hombres, exhibiendo ante las potestades del aire todo su triunfo. Los ángeles lo vieron ascender en gloria, quienes además consolaron con sus palabras a los apóstoles entristecidos por la ascensión del Señor. Pero el cumplimiento de su mandato ha sido ejemplar, pues este evangelio del reino de Dios está siendo predicado en todos los rincones del planeta. Los gentiles representan el pueblo no judío, el resto del mundo, aquel grupo de personas que sin buscar al verdadero Dios éste les fue manifestado por la pura gracia divina.

Juan escribe en el Apocalipsis que a Dios lo adoraba una gran multitud que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, vestidos con vestiduras blancas. No es de extrañar que el Mesías rebasó al pueblo judío por cuanto la promesa hecha en el Génesis fue en pro de la humanidad y no de un pueblo étnico particular. Por supuesto que los que le adoran son los que el Padre eligió desde la eternidad, para alabanza de su gloria.

Los gentiles también representan lo peor del mundo, el cúmulo del paganismo religioso que no se interesó nunca por el verdadero Dios. La predicación a este conglomerado de personas ha sido todo un éxito, pues en número superan a los que representó el pueblo de Israel en su tiempo. El escándalo de la cruz dio su fruto a su tiempo, para que el Cordero viera linaje, como lo asegura el profeta Isaías. La piedad exhibe el poder de Dios a través del ministerio de la palabra anunciada que ha sido creída en el mundo.

Jesucristo murió como sacrificio por el pecado de su pueblo, pero después fue recibido en gloria. Es decir, no se quedó en la tumba sino que resucitó y ascendió a los cielos. Su cuerpo glorificado conserva todavía las marcas de los clavos y de la espada que lo traspasaron, para testimonio de su pueblo que lo celebra por los siglos de los siglos. Fue su Padre quien le dio la bienvenida al decirle que se sentara a su diestra, hasta poner a sus enemigos por estrado de sus pies. Jesús fue coronado con la gloria que tuvo antes de que el mundo fuese.

Este misterio de la piedad comprende también la encarnación de Jesucristo, pasando por su nacimiento virginal, presentando dos naturalezas unidas (la divina y la humana). Y aunque se pretenda decir que la razón humana no es capaz de comprender esta realidad teológica, de seguro cada creyente halla sencilla la presentación hecha por las Escrituras, que Jesús es el Hijo de Dios pero al mismo tiempo hecho hombre.

Así como hablamos del sol, el calor y el fuego, se puede hablar de la Trinidad. Están el Padre, el Hijo y el Espíritu, pero aunque nos parezca lógico que uno sea predecesor del otro, cronológicamente son co-eternos. De la misma manera cuanto miramos hacia el sol hemos de comprender que su llama, su luz y calor no preceden la una a la otra sino que coexisten en el tiempo. El misterio de la piedad también encierra la presentación trinitaria de un solo Dios, por lo cual se dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.

Aparte de la expiación existe la maravilla de que ese Dios habitó entre nosotros, sin considerarse a Sí mismo como una abstracción para su pueblo. El Hijo de Dios siendo divino estuvo entre la humanidad, distinto al Padre y al Espíritu. El Hijo encarnado enseñó el más fino amor a la iglesia, junto a sus palabras de sabiduría que la historia pudo recoger. Su cuerpo glorificado es un anticipo de lo que serán nuestros cuerpos después de la resurrección. Hoy estarás conmigo en el Paraíso, frase dicha a un convicto de sedición, a un hombre cargado de pecado que no tuvo tiempo de hacer actos religiosos.

Flavio Josefo menciona a Jesús como un hacedor de maravillas a quien la multitud seguía. El misterio de la piedad nos educa en cuanto a que Jesús vino a ser la justicia de Dios. En el Nuevo Testamento se le señala como Cristo, nuestra Pascua. Cuando venga el juicio final pasará por alto nuestro juicio eterno como le ocurrió a aquel pueblo esclavo en Egipto antes de su partida, donde el ángel exterminador no entraba en ninguna casa cuyo dintel estuvo untado con la sangre de un cordero. Ese fue el inicio del testimonio del significado final del Cordero de Dios.

La piedad nos ha enseñado que Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, de ese mundo que Dios tanto amó enviando a su Hijo en expiación por el pecado de su pueblo (los que son sus ovejas, ya que como buen pastor dio su vida por ellas y no por los cabritos). Al igual que en el Antiguo Testamento había dos chivos -uno que era matado por el sacerdote en testimonio de la limpieza de pecados y otro a quien cargaban los pecados del pueblo y lanzado fuera del campamento- Jesús tomó nuestras culpas y murió fuera del campamento. En el Gólgota, no dentro de Jerusalén, como cumplimiento de aquellos dos tipos del antiguo sacrificio.

Nuestro Gran Sumo Sacerdote (el Cristo) no necesitaba un sacrificio para él mismo, ya que era sin pecado. Solo de esa manera pudo cargar con nuestras culpas. Dos corderos eran seleccionados sobre los cuales se echaban suertes para ver cuál sería el que moriría de inmediato para el sacrificio y cuál llegaría a ser el chivo expiatorio (Levítico 16: 7-10). El sumo sacerdote rociaba con la sangre de uno de los corderos el Propiciatorio (la lámina de metal precioso que separaba los libros de la ley que acusaban al pueblo); de esta forma Dios aceptaba la ofrenda. Este macho cabrío (chivo) simbolizaba la muerte de Jesucristo como quien cubriría los pecados de su pueblo al derramar su sangre en el madero.

Recordemos que la paga del pecado es muerte (por lo que aquellos que no tienen la expiación de Jesucristo pagarán su pecado por la eternidad). El sustituto murió en nuestro lugar (Isaías 53:4), ¿pero por qué dos cabritos en la expiación? Porque el sacerdote Aarón ponía sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo y confesaba sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel (no de los hijos de Egipto, ni de los asirios, de los amonitas ni del resto del mundo). Así los pondrá sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por medio de un hombre destinado para esto. Aquel macho cabrío llevará sobre sí todas sus iniquidades a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto (Lev. 16:21-22).

Este segundo macho cabrío no regresaba al campamento de Israel sino que moría alejado del pueblo. Jesucristo murió fuera del Campamento y fue entregado por causa de nuestras transgresiones. Los dos machos cabríos en su conjunto configuran la obra de la redención del Señor, tanto como sacrificio y ofrenda por el pecado, para hacernos aceptos ante el Padre como el olvido de nuestros pecados. Este segundo chivo simbolizaba el hecho de que Dios no se acordaría más de nuestras transgresiones. Jesucristo, levantó nuestros pecados para que nunca más vuelvan. Ambos chivos morían, uno por el sacrificio directo de Aarón y el otro por inanición en el desierto. De esta forma se cumple el castigo divino acerca de que el pecado acarrea la muerte (no sólo física sino espiritual).

Los que hemos sido cubiertos con la gracia de Dios no veremos la muerte segunda (la de la condenación eterna), pero los demás tendrán el destino de cargar con su propio pecado por los siglos de los siglos y no verán la gloria del Dios tres veces Santo. Por el gran misterio de la piedad podemos decir con Pablo: ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? El que justifica es Dios. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, es el que también resucitó; quien, además, está a la diestra de Dios, y quien también intercede por nosotros (Romanos 8:33-34).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 18:47
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