Los habladores que se dan a la fábula interpretativa a ratos confunden a los que tienen la correcta doctrina de la Biblia. Ellos aseguran que la salvación otorgada por Dios puede perderse, de tal manera que sumergen en angustias a los que han creído en la promesa de Jesús. ¿Cómo podemos perder algo que no hemos adquirido por nuestros propios esfuerzos? La salvación ha sido un regalo de Dios, así como la fe, pues no es de todos la fe como tampoco la redención.
Es Dios el soberano quien da y quita, pero cuya palabra no falla ni en una tilde; si Él dijo, eso hará y sucederá. Lo que es imposible para los hombres viene a ser posible solamente para Dios; aquello que la humanidad no puede alcanzar el Padre da a sus escogidos por el amor eterno que les ha tenido. Si cuando estuvimos muertos en nuestros delitos y pecados recibimos gracia, ¿cuánto más ahora que hemos sido reconciliados no permaneceremos en la fe?
Pero los que hablan huecas palabrerías sostienen que las promesas de Dios están condicionadas a un cumplimiento de obras por parte nuestra. Obras de hacer y de no hacer, pero obras al fin. Sin embargo, la Biblia nos recuerda que no es por obras, para que nadie se gloríe. Ante esta aseveración corren presurosos los acusadores de la esperanza y los perturbadores de la paz para decirnos que no podemos vivir una vida de iniquidad y heredar el reino de los cielos. Pero en realidad el vivir una vida piadosa es una consecuencia de tener el Espíritu de Dios en nuestra vida.
La consecuencia no puede confundirse como causa, porque una cosa es dar fruto digno por causa de la misericordia y otra es pretender por el fruto digno alcanzar misericordia. En ocasiones nos sentimos miserables por hacer lo malo que no queremos hacer, por dejar de hacer lo bueno que deseamos realizar. Pero la conciencia y el deseo de agradar a Dios viene a ser una prueba de que el Espíritu Santo opera en nuestras vidas.
¿Cómo pudo el apóstol Pablo decir que deseaba hacer lo bueno pero no lo hacía? Precisamente porque era Pablo, el redimido, quien tenía el Espíritu de Cristo. En cambio, cuando era Saulo nunca agradó a Dios aunque pretendía hacerlo. En tanto Saulo era perseguidor de Jesucristo así como de los creyentes, ignorando la justicia de Dios -que es Cristo. Los pies de Saulo eran veloces para derramar sangre (como la de Esteban), para entregar a los justos a la cárcel, para sacarlos de sus hogares y llevarlos a la ruina. Saulo el fariseo no conocía el camino de paz ni tenía el temor de Dios delante de sus ojos.
Estas características del impío se pueden corroborar en el capítulo tres de la carta a los Romanos. Esto era Saulo, a pesar de que pretendía servir a lo que él comprendía como el Dios vivo de acuerdo a lo aprendido de la enseñanza de Gamaliel, el otro maestro de la ley. Pero cuando llegó a ser Pablo supo que por las obras de la ley no podía haber llegado a ser justificado jamás, por cuanto ignoraba la justicia de Dios. La única validación de la ley era que mediante ella pudo reconocer el pecado como concepto, pero sin poder limpiarlo nunca (Romanos 3:20).
Los que se dan a las palabrerías de la fe batallan contra nuestra paz, argumentando que si descuidamos una salvación tan grande la perderemos. Pero confunden el todo con la parte y la parte con el todo, hablando asuntos que no entienden. El que la Biblia diga que hemos de cuidar nuestra salvación con temor y temblor no implica que la vayamos a perder. Una cosa es cuidar para no perder y otra es no descuidar para apreciar lo que se tiene. El ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor pasa por alejarnos de aquellos que perturban nuestra paz.
Pero ellos vuelven a la esquina a recordarnos que los que tenemos absoluta confianza en la obra y en la persona de Cristo no tenemos la garantía plena de la redención eterna. Su teología dice aquello que ellos no pueden entender si lo analizaran como es debido. Han llegado a proponer que Dios nos predestina para que tengamos la fe de Cristo, pero que después de alcanzado ese objetivo nosotros podemos extraviarnos en el camino. Dicen que la salvación final está condicionada a nuestra perseverancia.
De nuevo confunden la consecuencia con la causa. Asimismo nos acusan de querer actuar inicuamente en detrimento de la gracia, pero con esa misma acusación maltrataban sus predecesores al apóstol, por lo cual escribió: ¿Y por qué no decir: "Hagamos lo malo para que venga lo bueno"? De esto se nos calumnia, y algunos afirman que así decimos. La condenación de los tales es justa (Romanos 3:8). ¿No dijo Jesucristo que todo lo que el Padre le daba iría a él? ¿Que sus ovejas oirían su voz y le seguirían? ¿Que él les daría vida eterna y no perecerían jamás? ¿Que nadie las podría arrebatar jamás de sus manos ni de las manos de su Padre? ¿No afirma la Escritura que todas las cosas ayudan a bien a los que conforme a Su propósito son llamados? ¿Que a los que conoció (amó) los predestinó, los llamó, justificó y glorificó? ¿No hemos sido sellados con su Espíritu hasta la redención final? ¿No terminará Jesucristo la buena obra que comenzó en nosotros?
Ciertamente, los que se dan a las fábulas no pueden entender estas palabras de la Escritura, porque parecieran estar escritas para ellos en parábolas. Esa gente no discierne las cosas espirituales, pues tal vez han sido destinados para ser destruidos. Pero Dios bendijo con toda bendición espiritual en los cielos a los que Él eligió, desde antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha (no para que nunca pecásemos, mientras estamos en este cuerpo de muerte), en virtud de la redención de la sangre del Hijo. Nos predestinó en amor, de acuerdo al puro afecto de su voluntad, por su gracia y no por las obras que pudiésemos hacer, ni por el perseverar como si fuese nuestro. Más bien la preservación que Dios hace con sus ovejas implica la perseverancia que vamos a tener, en virtud del Espíritu que nos anima y nos sostiene hasta el final. Es por eso que se ha escrito que fuimos predestinados de acuerdo al propósito del que obra todas las cosas de acuerdo al consejo de Su propia voluntad (Efesios 1:11).
La seguridad de la salvación descansa en la promesa de Dios, no en nuestra capacidad disminuida. La soberanía de Dios en todos los renglones de la creación asegura el término eficaz de esta carrera hacia la eternidad gloriosa. Nadie nos podrá separar del amor de Dios en Cristo, por lo cual fracasan los que se dan a la fabulación artificiosa al hablar de cosas que están vedadas para sus ojos. Ellos no comprenden lo que dicen, porque aunque dicen conocer las Escrituras se han desviado, apartándose en pos de vanas palabrerías, queriendo ser maestros sin entender lo que afirman con tanta seguridad. Al torcer las Escrituras patentan su propia destrucción, para lo cual parecen haber sido destinados.
¿Cómo se puede desdecir la afluencia de textos que enfatizan sobre la libre elección de Dios como Elector supremo, la predestinación para la redención final en tanto es el propósito firme del Creador? Necedad hay en quienes desvían el curso del sentido de la revelación de Dios, añadiendo sutiles interpretaciones, las cuales muestran el desvarío de quienes intentan hablar de lo que no les ha sido encomendado. Apartarse de tales personas es parte de ocuparse de nuestra salvación con temor y temblor.
César Paredes
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