Domingo, 26 de junio de 2016

Una persona puede tener un sistema de creencias respecto al evangelio y estar maravillosamente confundido. Así se expresan algunos que tratan de defender las contradicciones entre asumir la herejía como doctrina de fe y ser justificado por medio la fe. Dicho de una manera más simple, la gente pudiera ser salva independientemente de que conozca al Hijo de Dios o ignore su persona y su obra. Para ello citan al ladrón en la cruz, que al parecer no conocía nada de Jesucristo pero fue salvo por su fe en el Señor.

Por esta vía razonan y justifican ante sus conciencias el hecho de que la justificación por fe supera el conocimiento de la expiación de Jesucristo. En otros términos, el sistema de creencia del individuo no hace la más mínima mella en su salvación eterna. La justificación por fe parece superar el conocimiento mismo del Señor, del hecho de ser la justicia de Dios, de haber dado su vida en rescate por muchos, de que se le hubiera colocado el nombre Jesús, porque él salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21).

Para los que así piensan el ladrón en la cruz fue justificado por la fe pero sin el conocimiento de la persona y obra de quien confió. Este ladrón invalidó la doctrina bíblica de acercarse a Dios y creer que le hay y que galardona o premia a quienes se le acercan. Sí, porque ese ladrón se acercó a Jesús sin saber ni quién era ni lo que hacía al morir en un madero. Con este sistema de doctrina es justificado no solamente el ladrón de la cruz, sino miles y millones de seres humanos que ignorando la justicia de Dios anteponen su fe en el Hijo, lo cual da pie para que por argumento de analogía la salvación llegue a los que jamás han conocido nada del evangelio.

Si el más ignorante del trabajo de Jesucristo en la cruz fue salvo por depositar su fe en una persona que no conoció, de igual manera lo será aquel que ni siguiera coloque su fe en él. Porque a fin de cuentas si un ignorante creyó y fue salvo, todos los que siguen ignorando a Jesucristo también pueden serlo si tan solo tienen un sistema de creencia que les permita reconocer su necesidad de Dios, y les confiera su deseo de ir a un lugar mejor después de la muerte.

Pese a esta oferta hecha por estudiosos del evangelio de Jesucristo, amparados en el supuesto de que el ladrón en la cruz fue salvo a pesar de ignorar la justicia de Dios, la Biblia nos muestra que sin fe es imposible agradar a Dios. Nos asegura que los que ignoran la justicia de Dios están perdidos, nos dice que solo a los que el Espíritu da vida de lo alto pueden ver el reino de Dios.

Recibir la vida de lo alto fue explicado por Jesucristo como un hecho de exclusiva operación sobrenatural. La obra del ser humano queda por fuera, la voluntad de varón queda exenta en su totalidad, para exaltar el trabajo de la autonomía divina en un todo de acuerdo con el plan eterno de Dios. El Padre ha escogido desde el principio del mundo quienes son los que habrán de ser salvos, el Hijo ha puesto su vida por esas ovejas y el Espíritu Santo hace nacer de lo alto a esas personas.

Dado que nadie puede invocar a aquél en quien no ha creído, y no puede creer si no ha oído de esa persona, y no oirá sin haber quien haya sido enviado a predicarle, el ladrón en la cruz tuvo que haber escuchado acerca del Mesías esperado y de la obra que haría. La Biblia guarda silencio en cuanto a quién fue su predicador, pero por el fruto que dio es sabido que conoció a Jesús tal como la Escritura indica.

Sabemos que Juan el Bautista también conoció a Jesús, pero desde que estaba en el vientre de su madre. ¿Quién le habló del Hijo de Dios? Entendemos que esa fue una labor exclusiva del Espíritu Santo, de manera que no hubo nada fuera de los parámetros de lo que la Escritura misma enseña. Ese mismo Espíritu ha podido enseñar al ladrón en la cruz acerca de la persona y obra del Salvador que padecía a su lado; lo cierto es que el ladrón lo reconoció como su Señor. Entendió también que padecía injustamente sin haber hecho nada malo, que era el Mesías anunciado para el pueblo de Dios que volvería a la tierra en un futuro para establecer su reino. Por ello pudo pedirle al Señor que se acordara de él cuando regresara, así como pudo reprender al otro malhechor que lo injuriaba desafiante.

El ladrón en la cruz fue justificado por medio de la fe, pero no en abstracto, sino en el Hijo de Dios, en su persona y obra hecha en ese madero. Sabemos que la fe es un regalo de Dios y que no es de todos la fe, por lo tanto la fe de aquel ladrón también fue dada por el Padre a ese escogido para salvación desde antes de la fundación del mundo. El otro ladrón fue preparado para destrucción y para exhibición de la ira y del poder de Dios, por lo cual permaneció ignorando la justicia de Dios que es Jesucristo.

Ciertamente, el ladrón rescatado en la cruz no estuvo maravillosamente confundido, ni fue salvado a pesar de esa confusión maravillosa, o de su sistema erróneo de creencia. El fue salvo por la gracia de Dios pero en virtud de su conocimiento de aquel en quien creyó, pues nadie puede creer en alguien a quien no conoce. De manera que aquel ladrón conocía mucho más de lo que muchos suponen que ignoraba, ya que cómo podía invocar a aquél de quien nunca había oído. Quién le habló es otro asunto, si lo hizo alguien en la cárcel o antes de ir a prisión, o si lo hizo el Espíritu Santo en forma explícita, tal como ocurrió con Juan el Bautista, pero lo cierto es que no ignoró esa justicia de Dios que estaba a su lado.

La divina respuesta fue una revelación teológica para todos nosotros: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Con esta aseveración Jesucristo nos ha informado que después de la muerte no sigue un silencio cuasi eterno, sino una actividad espléndida en su presencia, en un lugar de sosiego y hermosura suprema. No sólo hay vida después de la muerte, sino que es inmediata. Allí, en su presencia, esperaremos la resurrección de los cuerpos. Pero como Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, así como el Señor hablaba con Moisés y Elías, en el monte de la transfiguración, nosotros también hablaremos con él.

Esa revelación y promesa se la hizo el Señor a alguien que lo conocía como su Salvador, en tanto era la justicia de Dios. Queda así sepultada la idea de la maravillosa confusión de un sistema erróneo de creencia y la salvación consecuente en los que ignoran la justicia de Dios. La justificación por fe lo es en tanto es una consecuencia de la redención operada por el Espíritu que da vida, ya que la fe es un don de Dios (Efesios 2:8). Pero aún siendo un don de Dios, uno debe preguntarse si cuando se tiene fe ésta viene a tenerse ignorando en quién se tiene. Eso es un imposible, porque la Biblia nos exhorta a que cuando nos acerquemos a Dios (es decir, a que cuando por fe nos acerquemos a Dios) creamos que le hay (que Dios existe, que conocemos quién es y qué exige) para poder agradarle. Sin fe, dice la Escritura, es imposible agradar a Dios.

¿Cómo puede alguien tener fe si ignora en quién tiene fe? Si Cristo es el autor y consumador de la fe, ¿cómo puede alguien decir que tiene fe ignorando la persona y obra de Jesucristo? Cuando Cristo da la fe nos da también el conocimiento acerca de él, para que podamos dar toda la gloria al Padre quien nos ha dado al Hijo. Pero no nos da el Padre al Hijo en una maravillosa ignorancia, o en una maravillosa confusión, dejándonos en manos del extraño que tergiversa la justicia de Dios. No, antes ha dicho el Señor que huiremos del extraño porque no conocemos su voz.

El ladrón de la cruz huyó del extraño (se ve por cuanto reprendió a uno de los discípulos del extraño, el que injuriaba a Jesús diciéndole: si tú eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y a nosotros). Ese ladrón rescatado en la cruz no continuó en la maravillosa confusión en la cual andan todos aquellos que pervierten la doctrina de la gracia añadiendo su propia obra como garantía de salvación. El ladrón salvado en la cruz se apartó de aquél colega suyo que no traía la doctrina de Cristo, lo reprendió y se aferró más y más a su Señor, porque no ignoraba quién era el Hijo de Dios que moría para rescatarlo de la eterna condenación.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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