Domingo, 19 de junio de 2016

Se entiende que uno puede estar comprometido con la verdad, pero también que la verdad puede estar comprometida. Nos comprometemos con la verdad cuando salimos en su defensa, en las ocasiones en que el mundo nos demanda la razón de nuestra fe. Hay quienes no comprenden lo que significa el creer en la vida de un cristiano, suponiendo que es simplemente una pasión. Por supuesto que es un sentimiento pero viene dado de arriba, ya que la Escritura afirma no es de todos la fe y la fe es un don de Dios.
De igual forma la verdad suele estar comprometida, desde la perspectiva del que se descuida en interpretarla solamente bajo los parámetros de la revelación. Si para muchos es locura lo que creemos, si es necesario que las cosas espirituales se disciernan espiritualmente, no falta quien en su afán de evangelización pacte con la gran cantidad de personas que conforman el conglomerado del mundo. En ese terreno se puede hablar de una fe comprometida.
Sucede que el que expone el apreciado valor de la fe para ser pisoteado pudiera andar ilusionado en que cada persona puede creer el evangelio de Jesucristo. Si yo pude, el otro puede, suele pensarse; pero afirmar tal proposición implicaría que ese poder creer se genera en nosotros mismos y no en el dador de la vida.
Por cierto que Jesús dijo en una oportunidad que no diéramos nuestras perlas a los cerdos, no fuese a ser que se volteen y nos despedacen junto con ellas; de la misma forma no deberíamos entregar lo santo a los perros. Con esas palabras estaba el Señor limitando el alcance de su promesa al reducto de los escogidos del Padre. Esta declaración no invalida el mandato de ir por todo el mundo para predicar el evangelio, ni estorba en el deber de cada persona de arrepentirse y creer en ese evangelio.
La Biblia ha declarado que la ley de Dios está implantada en los corazones de los hombres. Lo que de Dios se conoce se ha hecho evidente entre los habitantes del planeta, pues Dios hizo que fuese notorio desde la creación del mundo su eterno poder y deidad. Las cosas creadas hablan por sí solas de un Creador universal, pero el corazón entenebrecido de la raza humana ignoró esta evidencia por la cual se conoce a Dios. Al no glorificarlo como lo que es, Dios mismo, sino honrando a la criatura antes que al Creador, ponen de manifiesto la vanidad de sus razonamientos.
Señala la Escritura que los hombres no tienen excusa frente a tan magno evento del Creador, el de exhibir su obra públicamente junto con la criatura que Él formó del barro de la tierra. Cambiando la verdad por la mentira, profesando ser sabios se han hecho necios, prefiriendo seguir a un dios forjado en su imaginación antes que a quien los creó. La vanidad humana llega tan lejos que se piensa que venimos de una evolución azarosa. El hombre no solo quiere señales o sabiduría para probar la verdad del Hijo, sino que también exige que se responda a placer toda su inquietud acerca de esa verdad.
Jesucristo afirmó que él era la verdad, pero Pilatos le preguntó acerca de ésta y él calló. ¿Por qué calló Jesús, por qué guardó silencio ante Pilatos? Porque Pilatos no era creyente y demandaría una y otra vez evidencias para ser convencido. Para los que creemos en el nombre de Jesús resulta fácil asumir que él es la verdad, pero los que lo niegan y rechazan necesitan otra verdad. Para el filósofo Nietzsche, si no existe la verdad hay que inventarla como una mentira útil para la sociedad.
Comprometerse con la verdad pasa por creer que ella es una e indivisible, que poco importa los que nunca la alcanzan, que es una gracia y un buen regalo el haberla obtenido. La verdad para el creyente no es una terapia de lenguaje, un hacer creer que no existe un vacío eterno y obscuro aparte de esta conciencia que es la vida. Pero para el que rechaza a Jesucristo esta verdad vino a ser una roca que desmenuza y los acusa. Como no quisieron tener en cuenta a Dios, la eternidad del fuego los agobia; de manera que son ellos quienes hacen terapia de lenguaje al decir que no existe más nada sino caos después de la muerte.
¿Cómo llegar a la verdad? Jesús también es el camino para esa verdad; ¿cuál es el objeto alcanzado con esa verdad? La vida, la cual también es Jesús. De manera que esta tripleta de valores anhelados por el corazón humano, como un conjunto universal a conseguir, viene otorgada en las palabras del Maestro de Galilea. Aquel hombre señalado por Pilatos, en virtud de su ignorancia o su ironía, cuando dijo He aquí el hombre - Ecce homo-, ha venido a ser la cabeza del ángulo que los constructores menospreciaron. El Jesús escarnecido y azotado es presentado con una ridícula corona de espinas y vestiduras reales ante una multitud enardecida que reclamaba también señales acerca de la verdad.
La verdad había estado frente a ellos pero no pudieron reconocerla. Sucede algo parecido en nuestros días, ante la multitud sedienta de aprender, que pasa por alto lo que sostiene al conocimiento. La verdad no se degrada, de manera que nadie ande buscando abaratarla para demostrarla ante las masas como un producto asequible para cada quien. Si eso se hiciere se compromete la verdad. Hagamos lo contrario, comprometámonos con ella para obtener la vida y andar por el camino, de esta manera alejamos la angustia del mundo que contamina.
El que otros no la hayan alcanzado -porque no les haya sido dado- no implica que tengamos que abandonarla en los senderos de esta vida. El que otros proclamen variaciones de esta verdad reconocida en nosotros o en la Escritura no hace que sea un reflejo de lo que hemos alcanzado. Es mejor padecer por ella, escuchando los improperios de las multitudes que nos señalan como locos o ilusos, como terapeutas del dolor por medio del lenguaje que confesamos, antes que permitir que los cerdos nos despedacen por entregarles las perlas.
Seguiremos siendo nada más que eso, hombres en la cadena entre el animal y el superhombre, pero moderados por la gracia divina. La soberbia que corona a aquellos que declaran su independencia de Dios, bajo su último grito de haber asesinado al Creador, es en realidad locura e ilusión, un refugio a base de lenguaje para acallar, mientras les es dado, el dolor de verse sofocados ante la inminente derrota perpetua que presupone una eternidad sin Jesucristo.
He aquí el hombre, ya no con espinas como corona, ni con vestiduras raídas, no más con su lomo para el azote, ni sus pies para el calvario. No más clavos ni vinagre, nunca más un improperio, es el rey de todos (de los muertos y los vivos, de los creyentes e incrédulos), el que ha resucitado, el que exhibió cautiva la cautividad y repartió dones a los hombres. El no busca superhombres, tampoco veja al minusválido, sino que ha dicho que vayamos a él todos los que estemos trabajados y cansados. Ese hombre no fue conocido por Pilatos, pero sí que lo fue por una minoría que lo acompañó hasta su final martirio cuando pagaba por los pecados de su pueblo.
Siendo él la verdad, bien vale no comprometerla sino estar preparados para cuando nos pregunten acerca de la razón de nuestra fe. La verdad que estuvo entre los hombres dijo también que cuando la conociéramos seríamos verdaderamente libres: sin la cadena del tiempo ni la presencia del caos, sin la desesperación de la eternidad oscura, o del gusano que no muere, libres de toda condenación venidera porque nuestra flagrancia ante Dios ha sido cancelada y nuestros pecados cubiertos con su sangre. ¿Puedes creer esto? Entonces es porque ha nacido la verdad en tu vida.
César Paredes
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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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